Cuando tenemos hambre, sentimos necesidad de saciarla. Tenemos horarios para comer, y si no comemos algo en ese tiempo, estaremos incómodos. Pero, una vez que nos alimentamos, no sentimos más incomodidad, sino satisfacción. Así también es con nuestra vida cristiana. «Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás» (Jn. 6:33-35).
El gran problema es que muchas personas no se satisfacen solo con el pan y el agua de Dios. Para ellos, solo Cristo, solo el pan y el agua, no son suficientes. Necesitan complementar eso con otro tipo de alimento.
Como en la tentación en el desierto, muchos hoy hacen el mismo reclamo: «Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud» (Éx. 16:2-3).
Aquellos que procuran satisfacer su sed y su hambre fuera de la persona de Cristo, nunca quedan satisfechos. Unos procuran dones, otros prosperidad, otros ministerios, otros sanidad; buscando afuera aquello que solo hallarían en Cristo. «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?» (Sal. 42:1-2).
La religión es la búsqueda del hombre para satisfacer su necesidad fuera de Cristo. Si no estamos satisfechos en él, estaremos siempre hambrientos, buscando algo para comer o beber (Jn. 4:13-14). Lo que necesitamos es el pan y agua de Dios; este pan es suficiente y no necesita de ningún agregado (Jn. 6:50-51). Tenemos mucha hambre y sed espirituales, pero solo hallaremos satisfacción plena en Cristo. «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (Jer. 2:13).
¿Estás satisfecho con el pan del cielo y con el agua viva? Esta agua será en ti una fuente que salte para vida eterna. «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Jn. 7:37-38).
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