Todo tiene su momento; todo lo que sucede bajo el cielo ocurre de acuerdo a un plan».

– Eclesiastés 3:1.

El otoño es el tiempo cuando la planta entrega su fruto. Silenciosamente estuvo ella absorbiendo agua y nutrientes a través de sus raíces, transformando la energía solar en el fruto tan esperado.

Este es el tiempo más anhelado por el agricultor. Y a pesar de ser un tiempo lleno de bendiciones para él y para su familia, es relativamente corto al considerar su duración en comparación con el resto de las estaciones juntas.

El Diccionario de la Real Academia Espanola define la palabra otoño así: «Periodo de la vida humana en que ésta declina de la plenitud hacia la vejez”. Y esto es lo que simboliza el otoño en la vida de un cristiano. De una forma melancólica y triste, sentimos que hemos llegado a nuestra meta, al final de nuestra carrera.

Y es posiblemente el tiempo cuando más equivocados estamos con respecto a Dios y a Su forma de manifestarse a nosotros en las diferentes estaciones espirituales, pues cuando llega el otoño debemos recordar que nuestras hojas caerán pero solo para ser renovados, pues el ciclo de las estaciones de Dios debe comenzar nuevamente.

Cada hoja de nuestra vida que cae, cada pedazo de nuestra vida que muere, cada área de nosotros que ya ha cumplido una misión, solamente nos habla de nuevas y verdes hojas que reverdecerán en nuestra alma, de nuevas cosas que van a cobrar vida y color y de nuevas misiones de parte de nuestro Señor Jesucristo que serán entregadas en nuestras manos.

Después de cada otoño vendrán nuevos inviernos, nuevas primaveras, nuevos veranos… ¡Comenzaremos de nuevo! Todo antes de la llegada del otono final, aquel gran día cuando le veremos a Él cara a cara.

533