Hay un misterio muy grande en el oír del evangelio. Tanto, que su valor es mayor que el cumplir las obras de la ley, y que todo lo que el hombre vanamente pudiera hacer para presentarse delante de Dios. Si unimos algunos versículos de Romanos y Gálatas, vamos a encontrar una maravillosa luz al respecto.
En Romanos 10:17 dice: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios». Aquí hay tres elementos enlazados: la fe, el oír, y la palabra de Dios. La palabra de Dios produce el oír, y el oír –éste oír– produce la fe. No se trata de cualquier oír – no un mero escuchar, no un asentimiento intelectual, sino del oír que solo la palabra de Dios produce.
Cuando el hombre habla palabras de hombre, no se produce este oír. Allí hay solo un oír de la carne, sin ningún valor espiritual. Pero cuando Dios da su palabra, entonces el oído del hombre se despierta, y puede oír verdaderamente. Cuando un ministro de la palabra da un mensaje puede percibir quiénes están oyendo y quiénes no. Es decir, a quiénes está llegando la palabra –y por tanto, reciben fe– y a quiénes no.
Cuando la facultad de oír espiritualmente se ha despertado, entonces llega la fe. Y la fe en el evangelio es la llave que abre todas las puertas. Pablo comienza Romanos diciendo que la justicia de Dios se revela por fe (1:17). Pero no solo la justicia se revela por fe, pues al leer toda la epístola vemos que también se revela por fe la santificación, la muerte conjunta con Cristo, la glorificación, la vida del cuerpo de Cristo; en fin, todo en el evangelio se revela por la fe.
La fe es un maravilloso regalo de Dios, el cual se recibe solo por este oír que es desencadenado por la palabra de Dios. ¡Cuán importante es que Dios pueda hablar! Y Dios «no podrá» hablar, si no hay instrumentos dispuestos para ser usados por él.
En su primera visita a Filipos, Pablo habló a unas mujeres. Entre ellas estaba Lidia. La Escritura dice que «el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía» (Hech. 16:14). Aquí la palabra corazón bien puede intercambiarse por el oído del que estamos hablando. Por ese oír, ella recibió fe para creer las palabras de Pablo. Su conducta posterior revela cuán verdadera fue su fe.
Cuando Pablo reprende a los gálatas, les dice: «Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (3:2). Pablo les recuerda que en sus comienzos, cuando oyeron el evangelio por primera vez, el Espíritu les fue dado como producto de la predicación del evangelio.
Pero no solo eso. Más adelante les dice: «Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (v. 5). No solo el Espíritu les fue dado por el oír con fe, sino también las maravillas de Dios fueron hechas allí por el oír con fe. ¿Es así con nosotros hoy? ¡Conceda el Señor su preciosa palabra, para que muchos oídos se abran con fe, y las maravillas de Dios sean hechas!
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