La vida terrena de Jesús estuvo marcada por un morir constante.
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”.
– 2a Cor. 4:6-12.
Hemos buscado, con la ayuda del Señor, ver algunas manifestaciones y evidencias de la obra de la cruz en la vida del apóstol Pablo. En nuestra edición anterior, ya hemos examinado tres marcas. Hoy seguiremos con otras.
Antes de entrar en el texto inicial, en el capítulo 3, Pablo habla de una marca más: cuando el vaso y la visión celestial se transforman en una sola cosa. El deseo de Dios es que el mensaje y el mensajero sean una sola realidad, que el mensaje sea la expresión del mensajero y de su historia bajo la disciplina de Dios. Esto era verdad con respecto al apóstol. En esta epístola tenemos muchas evidencias del trabajo de la cruz en él.
Nunca olvidemos esto: Si no existe la disciplina de Dios y el trabajo de la cruz en la vida del mensajero, entonces el mensaje no puede ser encarnado, y nos convertimos en meros habladores, reproduciendo algo de segunda mano.
Reescribir la historia
Al comienzo del capítulo 3, Pablo nos dice que, por medio de su ministerio, fue producida una carta de Cristo. Muy interesante. ¿Cómo nosotros podemos ser una carta de Cristo? Si la cruz ha trabajado en nuestras vidas. La gloria del Espíritu Santo es mostrar a Cristo, es hablar de Cristo y glorificarlo. Entonces, cuando el Espíritu Santo trabaja en nuestras vidas, su objetivo es reescribir la historia de Cristo en nosotros.
La biografía de Cristo es tan atractiva para el Espíritu Santo, que él la escribió en cuatro evangelios, hablando de sobre Cristo como Rey, en el evangelio de Mateo; sobre Cristo el Siervo, en Marcos; sobre Cristo el Hombre perfecto, en Lucas, y sobre Cristo el Hijo de Dios, en Juan. La biografía de Cristo en cuatro rasgos. La meta del Espíritu Santo en nuestras vidas es escribir de nuevo la biografía. ¡Qué alto privilegio para nosotros!
Forjar carácter
¿Por qué los discípulos en Antioquía fueron llamados cristianos? Porque su hablar y su estilo de vida eran tan parecidos con Cristo. El objetivo del Espíritu Santo es escribir la historia de Cristo en nuestra historia, reproducir el rostro de Cristo en nuestro rostro, forjar el carácter de Cristo en nuestro carácter. Eso es la gloria. Por eso, en 2a Corintios 3 dice: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen».
Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de su sustancia. Ya decíamos antes que la gloria es la expresión de la satisfacción de Dios consigo mismo. Donde está la vida, la naturaleza y el carácter de Dios, allí hay gloria. Y esto tiene una implicancia gloriosa para nuestras vidas. Si el Espíritu Santo halla en nosotros lugar para formar el carácter de Cristo, ¿qué habrá en nosotros? ¡Gloria!
La gloria es la manifestación del carácter de Cristo. Entonces, toda vez que experimentamos algo de la gloria de Dios, Cristo está siendo formado en nosotros y estamos siendo transformados de gloria en gloria. Toda vez que esto ocurre, tenemos un sentimiento inevitable de paz, alegría, reposo y contentamiento, porque este es el Ser de Dios.
Dios vive en completa paz, alegría, descanso y contentamiento. Entonces, a medida que esa carta de Cristo va siendo producida, el resultado en nuestras vidas será un sentir profundo de paz, alegría, reposo y contentamiento.
Produciendo cartas
¿Cómo son producidas las cartas de Cristo? Pablo dice: «Por nosotros», por nuestro servicio. Porque la cruz obró profundamente en él, separando en él el alma del espíritu, examinando los pensamientos y los propósitos del corazón, Pablo era un vaso puro para Dios, y la fragancia de Cristo podía ser percibida en su vida. Entonces, él mismo era una carta de Cristo, y él producía cartas de Cristo.
Esta es una marca más del servicio de Pablo: el vaso y la visión se transformaron en una sola cosa. El mensaje y el mensajero eran una realidad. Cuando esto no es real en nosotros, producimos discípulos de nosotros mismos, y éste es un gran peligro. Pero, a medida que la cruz opera en nosotros, entonces hacemos discípulos de Cristo.
Este es el tema del capítulo 3 – somos cartas de Cristo, producidas por el Espíritu Santo. En este capítulo hay, al menos, siete menciones a la obra del Espíritu Santo, y concluye con el maravilloso versículo 18: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor».
El Espíritu Santo fue derramado en la iglesia para rasgar el velo de nuestro entendimiento, a fin de que podamos ver la gloria de Cristo y ser transformados progresivamente en la misma gloria. Esta es una marca más del vaso y la visión convirtiéndose en una sola realidad. Veamos una marca más.
El morir de Jesús
En el texto leído al comienzo, Pablo dice que Dios resplandeció en nuestros corazones, y que tenemos este tesoro, la gloria de Dios en Cristo, que resplandeció en nuestros corazones. En estos versículos, Pablo nos da algunas lecciones muy preciosas, enseñándonos que la cruz no es solo un acto de Dios, sino un camino espiritual.
Entonces, cuando él dice: «llevando siempre en el cuerpo la muerte de Jesús», el énfasis no está en la muerte de Jesús. Una traducción más fidedigna sería: «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes … el morir de Jesús».
Diferenciemos dos cosas aquí – la muerte, y el morir, de Jesús. Su muerte fue un hecho. Él se ofreció en la cruz del Calvario, de una vez y para siempre. Pero, el morir de Jesús fue una realidad constante en su vida humana.
Intentemos explicarlo en otras palabras. Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado de Dios, era un hombre perfecto. Él tenía cuerpo, alma y espíritu humano. Como dijo Gregorio Nacianceno, uno de los padres de la iglesia, aquello que Cristo no asumiera, él no podría salvarlo. Por tener un espíritu humano, el podía salvar nuestro espíritu; por tener un alma humana, podía salvar nuestras almas, y por tener un cuerpo humano, pudo salvar nuestro cuerpo.
Con respecto a su alma humana, Cristo tenía una voluntad, y ésta era santa y perfecta. Sin embargo, él negó su voluntad. Vemos la máxima expresión de esto en el Getsemaní. «Mi alma está muy triste, hasta la muerte … Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26:38). Esta sujeción de su voluntad a la del Padre tenía que ver con su vida de obediencia.
Su vida también fue un «morir»
Mirando al Getsemaní, entendemos lo que significa el morir de Jesús. Toda su vida fue también su morir. Él siempre se sujetó a la voluntad del Padre. Cuando tenía doce años de edad, Jesús se quedó atrás de la comitiva de sus padres. Cuando vieron que él no iba con ellos, volvieron a buscarlo, y él les dijo: «¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (Luc. 2:49). A esa edad, él sujetaba su voluntad a la voluntad del Padre.
A los treinta años, cuando Jesús inició su ministerio, su madre le dijo: «No tienen vino». Y, ¿qué dijo el Señor? «¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora». Éstas eran las preguntas de Jesús: «Padre, ¿qué quieres que yo haga? ¿Cómo quieres que lo haga? ¿Cuándo quieres que lo haga?». Él se rindió a la voluntad del Padre.
Este es el morir de Jesús. Por eso, Lucas, desde el capítulo 9 al 24, menciona siete veces la jornada de Jesús hacia Jerusalén. Él afirmó su rostro, tomando la firme resolución de ir a Jerusalén, hasta que vio la ciudad, y lloró sobre ella, y murió allí, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz.
El rostro y la voluntad del Padre
La vida de Jesús fue también su morir. La muerte de Jesús fue una realidad potente como consecuencia de aquel «morir constante» mientras estuvo en este escenario.
Esta es la diferencia entre el morir y la muerte de Jesús. El Getsemaní fue la expresión más preciosa de lo que significaba la voluntad del Padre para él. Dos elementos gobernaban su vida humana: por un lado, la voluntad del Padre, y por otro lado, el rostro del Padre. Noten esto – la voluntad del Padre, y el rostro del Padre.
En la vida humana de Jesús, estas cosas nunca entraron en conflicto. Él estaba siempre viendo el rostro del Padre, y siempre haciendo la voluntad del Padre. Cuanto más hacía esto, de manera tan completa y perfecta, más él veía el semblante de aprobación y satisfacción del Padre. Así nos podemos explicar, de alguna manera, el Getsemaní.
Hora suprema
«Padre, la hora ha llegado». Aquella hora llegó en el Getsemaní. Ahora, por primera vez en su vida, la voluntad del Padre y el rostro del Padre entraron en colisión. Para continuar haciendo la voluntad del Padre, Jesús tendría que perder de vista el rostro del Padre. ¿Qué escogería él? ¿Cuál era su derecho?
Nosotros somos tan apegados a nuestros derechos. ¿Cuál era el derecho de Jesús? La gloria de Dios. Él es el varón aprobado por Dios. En el monte Hermón, se oyó esta voz: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd» (Mat. 17:5). Su derecho era estar siempre en comunión con el Padre, sin dejar nunca de verle cara a cara.
Sin embargo, para que la voluntad de Dios fuese hecha, el Señor Jesús aceptó perder de vista el rostro del Padre. Este es el significado de la cruz. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Él perdió de vista aquel rostro amado, para hacer la voluntad del Padre. ¡Alabado sea el Señor! Por esta razón, nosotros, que nunca vimos su rostro, ahora podemos ver el rostro del Padre. Este es el morir de Jesús.
Cada día muero
Pablo dice que, a fin de que su ministerio fuese fructífero, él debería llevar en todas partes el morir de Jesús. Incluso les escribe así a los corintios: «Cada día muero». Lucas escribe en su evangelio: «Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo». Estas palabras no se refieren a un hecho, sino a un proceso.
Este es el morir de Jesús. Nunca podremos dejar de llevar el morir de Jesús sobre nosotros, nunca podremos eludir la obra de la cruz. No hay otro camino para la gloria de Dios, no hay otro camino para el servicio y la vida fructífera, y no hay otro camino para que la iglesia sea edificada.
Pablo conocía esto muy bien. Por eso, él dice: «En nosotros opera la muerte; pero en ustedes opera la vida». Que el Señor nos ayude a entender estas cosas. ¿Cuál es el principio espiritual? «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo». ¿Cuál es el secreto para nuestra vida matrimonial? ¿Cómo marido y mujer se pueden convertir realmente en una sola carne? Si andan en el camino de la cruz.
Cruz que integra
Quien no muere, queda solo. Este es el camino de la comunión. Cuando hablamos sobre la comunión, ¿cuál es este camino? Es el camino de la cruz. Nosotros no logramos tener comunión ni aun con nosotros mismos. A menudo iniciamos nuestro día de una manera, al mediodía estamos de otra manera, y al final del día, de otra manera. Estamos tan divididos; somos tan complicados. Solo la cruz puede obrar integrando nuestro ser.
Pablo dice: «Yo no soy digno de ser apóstol… pero por la gracia de Dios soy lo que soy». Esto es maravilloso. La cruz había integrado la vida de Pablo. Él no usaba máscaras. Lo que él era allí, también lo era en todo lugar.
Hay personas que dicen: «Yo soy transparente, soy totalmente honesto; yo hablo lo que pienso». Eso es falta de trabajo de la cruz. Porque, a medida que la cruz opera, se forma en nosotros un carácter; no una manifestación de lo que nosotros somos, sino de lo que Cristo es, porque él está siendo formado en nosotros por la obra de la cruz.
El problema mayor
Cuando Pablo escribe el capítulo 4, él está hablando sobre este morir de Jesús. Esto fue verdad en la vida del apóstol, pero no era solo un camino para él. Cuando él escribe la primera carta a los corintios, usa tres veces la palabra «división».
Este era el mayor problema de los corintios, y es el mayor problema de todos nosotros. Aquello producía divisiones. «Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo».
Hay división, incluso entre los que decían ser de Cristo. Tal vez éstos eran los peores, porque miraban a los otros como diciendo: «Ustedes no son de Cristo. Ustedes son de Lutero, o de Calvino; pero nosotros somos de Cristo». ¿Qué deberían decir ellos? No «Yo soy de Cristo», sino: «Nosotros somos de Cristo». Porque hay un solo cuerpo y un solo Espíritu. Al decir: «Yo soy de Cristo», ya están divididos. Eso es exclusivismo.
La palabra «división», en griego, es cisma, y se usa particularmente en el vocabulario médico. Significa fractura o descoyuntamiento de huesos.
1a Corintios 1:11: «Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas». Pablo les pide que sean enteramente unidos, en un mismo parecer. Y esta palabra es el término opuesto a cisma, en el mismo versículo. «Ustedes están divididos, y yo les pido que estén totalmente unidos. Mi oración es que este hueso quebrado sea realineado. No haya descoyuntamiento entre ustedes». Esto es tan doloroso para el Señor.
Pablo trata con las divisiones entre los corintios. Y les habla de dos cosas: la palabra de la cruz, la única capaz de tratar con nuestras divisiones, y el camino de la cruz. No solo la palabra de la cruz; también el camino de la cruz. Pablo dice: «Por esto mismo os he enviado a Timoteo … el cual os recordará mi proceder en Cristo» (1a Cor. 4:17).
¿Dónde podemos ver los caminos de Pablo en Cristo Jesús? En la segunda epístola a los corintios. Allí está el camino de la cruz reflejado en la vida de Pablo. Por eso él dice así en su segunda epístola: «…llevando en el cuerpo siempre por todas partes el morir de Jesús». Ese es el camino de la cruz. ¡Cuán importante es esto!
La experiencia de Pedro
Recordemos también al apóstol Pedro. Qué maravillosa obra hizo el Señor en aquel vaso. En el primer encuentro del Señor con Pedro, le dice: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)». El nombre Simón significa arena movediza. Él es inestable. En un momento está en la cima de la transfiguración, y luego en el valle de la depresión. El Señor fue trabajando arduamente en su vida. ¡Alabado sea el Señor! Él es persistente, y continúa operando en nosotros.
El Señor Jesús toma a Simón desde un estado inicial, y lo trasforma de gloria en gloria. Cuando Simón llega hasta el mar de Galilea, en Juan capítulo 21, han pasado tres años y medio. Al inicio de su discipulado, él era una nota 10. Él era bueno en todo; tenía sus propios razonamientos, era de temperamento fuerte, era un líder natural. Pero, a medida que el Señor fue tratando con él, Simón bajó hasta el cero.
Cuando el Señor le dijo: «Me negarás tres veces», él no lo pudo creer. «Te equivocas, Señor. Yo iré contigo hasta la muerte. Mi vida pondré por ti». Y el Señor le dijo: «Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos».
Simón no creyó la palabra del Señor. Pero, después que le negó por tercera vez, «vuelto el Señor, miró a Pedro» (Lucas 22:61), desde lejos le miró. Entonces la palabra fue renovada en el corazón de Pedro, y éste recordó. «Y saliendo fuera, lloró amargamente». Ahora él vio. «Yo no sabía lo que yo era. Cuánta autoconfianza había en mí mismo».
De diez a cero
El Señor se presenta a Pedro en Juan 21, y una de las lecciones maravillosas de aquel capítulo es que, a pesar del fracaso del discípulo, Dios aún busca sus vasos, aún busca colaboradores. Pedro fue llevado desde diez hasta cero, y ahora sí puede ser un colaborador, porque ahora Cristo será todo en él. Entonces, el Señor trata con Pedro respecto al amor, como diciendo: «No confíes en tu amor por mí, sino en mi amor por ti». Y él aprendió esa lección.
No se sabe nada del apóstol Pedro desde Hechos 15 hasta sus epístolas. En Hechos 15, él estuvo en el concilio de Jerusalén. Pasaron muchos años, hasta que Pedro escribió sus epístolas. El Señor preparó este vaso de manera maravillosa. En su primera carta, Pedro enfatiza el sufrimiento y la gloria, porque conoce el camino de la cruz. «No os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido … para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo» (4:12; 1:7).
El servicio de un esclavo
¿Y saben lo que Pedro tiene que decirnos al final de su primera carta? En 1a Pedro 5:5 tenemos la palabra «Revestíos», o «ceñíos». Ella aparece en otros versículos, pero, de la manera como se usa en 1a Pedro 5:5, es la única mención.
O sea, el Espíritu Santo escogió esa palabra. «Revestíos», se refiere específicamente al delantal que usaban los esclavos para hacer su trabajo, y que los diferenciaba de los hombres libres.
«Igualmente, jóvenes…». Pedro exhorta en particular a los jóvenes, porque el camino de la cruz debe ser aprendido desde temprano. La vida de un joven nunca será útil en la obra de Dios, a no ser que comprenda lo que significa el morir de Jesús. «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe». «Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad». Aquí, «revestíos» es «ceñíos». Pedro comprendió su significado, porque él era un esclavo de Cristo.
Toalla ceñida
Cuando Pedro escribe este texto, él tiene en su mente al Siervo de los siervos. En aquella ocasión cuando el Señor se ciñó la toalla a la cintura (aunque ahí es otra palabra), para hacer el trabajo de un esclavo, Simón no lo soportó, diciendo: «No me lavarás los pies jamás». Entonces, el Señor, en otras palabras, le respondió: «Pedro, tú no estás comprendiendo. Si yo no te lavo, no podrás ser mi colaborador». Al oírle, Pedro replicó: «Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza». Así era Pedro.
Entonces el Señor le explica mejor. «El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio». Es decir, el lavado de los pies es para quitar el polvo del mundo, las ansiedades, los temores, las preocupaciones, la fascinación de las riquezas, los deleites de la vida. «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo». Entonces Pedro entendió. Y el Señor se pudo poner a los pies de Pedro. El Siervo de los siervos, el Rey de reyes, el Señor de señores, a los pies del discípulo, lavándole, para que Pedro pudiera ser un vaso en las manos del Señor.
Vaso moldeado
Pedro, ya viejo, escribe: «…y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad«. Así como el Señor moldeó a Pedro, está moldeando hoy nuestras vidas. «…llevando en el cuerpo siempre por todas partes el morir de Jesús». Este es el único camino para que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos mortales.
Cuando el pueblo de Israel atravesó el desierto, la intención de Dios era que la cruz obrase en sus vidas; pero ellos la resistieron todo el tiempo, hasta que sus cadáveres quedaron esparcidos en el desierto.
¿Cuál es el camino hacia la plenitud de Cristo? La obra de la cruz. Cuando el pueblo iba a entrar a Canaán bajo la guía de Josué, ¿cómo ocurrió eso? En el desierto, el arca iba en medio del pueblo. Pero antes de cruzar el Jordán, Dios dio la orden de que el arca, figura de Cristo, debía pasar adelante, sobre los hombros de los sacerdotes.
Cuando las plantas de los pies de los sacerdotes tocasen las aguas, éstas se abrirían. ¿Qué significa eso? Según el lenguaje de Hebreos, Cristo es el Precursor. Él entró más allá del velo, al Lugar Santísimo, delante del Padre. Él conoce el camino. Él es el ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá del velo.
Entonces, cuando los sacerdotes pisaron el Jordán, el río se abrió. Ellos se pararon en el lecho, sobre el fondo del río. ¿Qué significa esto? «En nosotros opera la muerte, mas en vosotros la vida». Porque los sacerdotes estaban en el fondo del río, todo el pueblo pudo cruzar el Jordán. Solo cuando todo el pueblo pasó, entonces ellos salieron de allí, y finalmente el río siguió su curso. ¡Qué maravillosa figura!
Un tesoro en vasos de barro
Si queremos que otros tengan vida, nosotros tenemos que permanecer en el morir de Jesús. Este es un principio inviolable. «En nosotros opera la muerte, mas en vosotros la vida». Este es el único camino para la fructificación.
La expresión «vasos de barro» tiene un sentido interesante en 2a Corintios 4. Cuando el Señor dijo a Ananías: «Este es para mí un vaso escogido», es la misma palabra en la lengua original. «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro». En griego, la expresión «vasos de barro» es ostrakinos, derivada de ostrakon (ostra).
¿Cómo una ostra produce una perla? Cuando un grano de arena entra a su interior, atribula a la ostra. «…estamos atribulados en todo». Perpleja, ella desea eliminar ese grano que la irrita. Al no conseguirlo, produce una secreción, y aquel granito va siendo envuelto por capas y capas de esa secreción, y así tenemos una perla. Así es la obra del Espíritu Santo. ¿Cómo el Señor produce en nosotros ese trabajo?
Un lugar espacioso
«…estamos atribulados en todo, mas no angustiados». «Angustiados» alude a un lugar estrecho. Somos atribulados en todo, mas no angustiados, porque cuanto más somos atribulados, más somos llevados a lugares espaciosos. «Nos llevaste a un lugar espacioso» (Sal. 66:12).
«…en apuros, mas no desanimados». Desanimado significa sin recursos. Al contrario, cuanto más estamos en apuros, más descubrimos los recursos inagotables de Cristo. No hay recursos en nosotros; si vivimos en nosotros mismos, no conocemos los recursos de Cristo. Por eso él dice: «Permaneced en mí, y yo permaneceré en vosotros».
«…perseguidos, mas no desamparados». Desamparados, abandonados. «Nunca te dejaré, no te abandonaré», dice el Señor. Y finalmente, «derribados, pero no destruidos». Destruidos, o arruinados. Podemos ser abatidos, pero nunca arruinados, porque el Autor de nuestra salvación ya entró más allá del velo, y nos llamó a morar con él. Él conoce el camino, y usará todas las circunstancias para el operar de la cruz en nuestras vidas.
No pensemos que la obra de la cruz es algo forzado. Hay personas que, cuanto más sufren, se vuelven peores y no mejores; más amargas, más complicadas, más difíciles. El sufrimiento no perfecciona. Estando bajo la mano disciplinaria de Dios, si doblamos nuestras rodillas, y oramos diciendo: «Habla, Señor, que tu siervo oye», entonces, sí, las circunstancias obrarán en nuestra vida. Sé generoso con tu carne, y tu carne será cruel contigo, siempre.
Que el Señor sea misericordioso con nosotros. Que él nos ayude a llevar siempre el morir de Jesús, para que entonces Su vida se manifieste en la vida de otros, y así la iglesia sea edificada. Que el Señor continúe hablando a nuestros corazones. Amén.
Mensaje compartido en Rucacura (Chile), en enero de 2016.