Nuestra vocación primordial no es el ministerio al mundo, ni a la iglesia, sino el ministerio al Señor.
Lectura: Ezequiel 44:15-18.
Notemos al comienzo que hay poca diferencia aparente entre el ministerio a la Casa y el ministerio al Señor. Muchos de ustedes están usando todos sus recursos para ayudar a sus hermanos, trabajando para salvar a los pecadores y para administrar los asuntos de la iglesia. Pero, te pregunto: ¿Has estado buscando suplir la necesidad alrededor tuyo, o has estado buscando servir al Señor? ¿Es a tu prójimo que tienes en vista, o es a Él?
Seamos muy francos. El trabajar para el Señor sin duda tiene sus atractivos para la carne. Lo puedes encontrar muy interesante, y te puedes emocionar mucho cuando se reúnen las multitudes para escucharte predicar, y cuando grandes números de almas se salvan. Si tienes que permanecer en casa, ocupado de la mañana hasta la noche con asuntos mundanales, entonces piensas: ¡Qué sin significado es la vida! ¡Qué grandioso sería si pudiera salir y servirle al Señor! ¡Si tan solo estuviera libre para andar predicando o aun hablar a la gente de él!
Pero eso no es espiritualidad. Eso es solo un asunto de preferencia natural. Oh, si solo pudiéramos ver que mucho del trabajo hecho para Dios realmente no es ministerio a él! Él mismo nos ha dicho que había una clase de levitas que servían afanosamente en el templo, y sin embargo no le estaban sirviendo a él; estaban meramente sirviendo a la Casa. El servicio al Señor y el servicio a la Casa se parecen tanto que a menudo es difícil diferenciar entre los dos.
Si un israelita llegaba al templo y quería adorar a Dios, esos levitas vendrían en su ayuda para asistirle en entregar su ofrenda de paz y su ofrenda quemada. Le ayudarían a arrastrar el sacrificio al altar, y lo matarían. ¡Seguramente ese era un trabajo grandioso en que ocuparse, reclamando a los pecadores y guiando a los creyentes a acercarse al Señor! Y Dios tomó en cuenta el servicio de esos levitas que ayudaban a los hombres a llevar sus ofrendas de paz y sus ofrendas quemadas al altar. Sin embargo, él dijo que eso no era ministerio a él mismo.
Hermanos y hermanas, hay una carga grande en mi corazón para que ustedes se den cuenta de lo que Dios está buscando. Él desea ministros que le ministren a él. «Ellos se acercarán para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la sangre … Ellos me ministrarán a mí».
Lo que más temo es que muchos de ustedes saldrán para ganar pecadores para el Señor y edificar a los creyentes, sin ministrarle al Señor mismo. Mucho del así llamado servicio para él es simplemente siguiendo nuestras propias inclinaciones naturales. Nosotros tenemos disposiciones tan activas que no soportamos quedarnos en casa, así que corremos afanosos para nuestro propio alivio. Podemos estar sirviendo a los pecadores y podemos estar sirviendo a los creyentes, pero todo el tiempo estamos sirviendo a nuestra propia carne.
Tengo una querida amiga que ahora está con el Señor. Un día, después de tener un tiempo de oración juntos, leímos este pasaje en Ezequiel. Ella era mucho mayor que yo y me habló así: «Mi hermano, hace 20 años que estudié este pasaje de las Escrituras por primera vez». «¿Cómo reaccionaste ante él?», pregunté. Ella replicó: «Tan pronto como había terminado de leerlo, cerré mi Biblia, y arrodillándome ante el Señor oré: ‘Señor, hazme uno que te ministrará a ti, no al templo’». ¿Podemos nosotros también orar esa oración?
Pero, ¿qué queremos decir de verdad cuando hablamos de servirle a Dios o servir al templo?. Aquí está lo que dice la Palabra: «Pero los sacerdotes levitas hijos de Sadoc, que guardaron el ordenamiento del santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de mí, ellos se acercarán [a mí] para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la sangre, dice Jehová el Señor». Las condiciones básicas a todo ministerio que se pueda llamar verdaderamente ministerio al Señor son el estar acercándose a él y el estar delante de él.
¡Qué difícil encontramos a menudo acercarnos a su presencia! Nos contraemos de la soledad, y aun cuando nos separamos físicamente, nuestros pensamientos todavía siguen vagando afuera. Muchos de nosotros podemos disfrutar trabajar entre la gente, pero, ¿cuántos de nosotros podemos acercarnos a Dios en el Lugar Santísimo? Pero es solo a medida que nos acercamos a él que podemos ministrarle. Entrar a la presencia de Dios y arrodillarnos por una hora demanda toda la fuerza que poseemos.
Tenemos que ser violentos para poseer esa tierra. Pero todos los que sirven a Dios conocen la preciosidad de tales tiempos, la dulzura de despertarse a medianoche y pasar una hora en oración, o de despertarse muy temprano en la mañana, levantándose por una hora de oración antes del último sueño de la noche. Déjame ser muy cándido contigo. A menos que realmente conozcamos lo que es acercarnos a Dios, no podemos conocer lo que es servirle a él. Es imposible estar lejos y aun ministrarle a él. No podemos servirle a la distancia. Sólo hay un lugar donde el ministerio a él es posible, y ese es el Lugar Santísimo. En el atrio te acercas al pueblo; en el Lugar Santísimo te acercas al Señor.
El pasaje que hemos citado enfatiza la necesidad de acercarnos a Dios si vamos a ministrarle a él. Nos habla de pararnos delante de él para ministrar. Me parece que hoy en día siempre queremos estar avanzando; no podemos estar quietos. Hay tantas cosas reclamando nuestra atención, que estamos perpetuamente moviéndonos. No podemos detenernos por un momento. Pero una persona espiritual sabe estar quieto, y puede estar delante de Dios hasta que él ha conocido Su voluntad. Él puede quedar parado y esperar órdenes.
Quiero dirigirme especialmente a mis compañeros obreros. ¿Puedo preguntarles: No está todo tu trabajo organizado definitivamente y llevado a cabo según un horario? ¿Y no tiene que ser hecho con gran prisa? ¿Se te puede persuadir a pararte y no moverte por un rato? A eso se refiere aquí: «…estar delante de mí para ministrarme a mí».
Ninguno puede ministrar verdaderamente al Señor si no sabe el significado de esta palabra: «Se acercarán para ministrar ante mí». Ni tampoco puede ministrarle a él quien no comprende esta palabra adicional: «Delante de mí estarán para … servirme». Hermanos, ¿no creen que cualquier siervo debe esperar las órdenes de su amo antes de buscar servirle?
Sólo existen dos clases de pecado ante Dios. Una es el pecado de rebeldía contra sus mandatos, por ejemplo, rehusar obedecerle cuando él da órdenes. La otra es el pecado de seguir adelante cuando el Señor no ha dado órdenes. Una es rebelión; la otra es presunción. Una es no hacer lo que el Señor ha requerido; la otra es hacer lo que el Señor no ha requerido. El estar delante del Señor trata con el pecado de hacer lo que el Señor no ha mandado.
Hermanos y hermanas, ¿cuánto del trabajo que has hecho ha sido basado en el mandato claro del Señor? ¿Cuánto has hecho por sus instrucciones directas? Y, ¿cuánto has hecho simplemente basado en que lo que hiciste fue algo bueno hacer?
Déjame decirte que nada daña tanto los intereses del Señor como una «cosa buena». Las cosas buenas son el mayor obstáculo al cumplimiento de su voluntad. En el momento en que enfrentamos algo maligno o inmundo, inmediatamente lo reconocemos como una cosa que el cristiano debe evitar, y por esa razón las cosas que son positivamente malas no significan tanto una amenaza al propósito del Señor como las cosas buenas.
Tú piensas: ‘Esta cosa no sería mala’, o, ‘Esa cosa es lo mejor que se puede hacer’; así que sigues adelante y lo haces sin detenerte para inquirir si es la voluntad de Dios. Nosotros, que somos sus hijos, todos sabemos que no debemos hacer nada malo, pero pensamos que, si tan solo nuestra conciencia no prohíbe una cosa, o si una cosa se nos encomienda como positivamente buena, esa es razón suficiente para seguir adelante y hacerla.
Aquello que planeas hacer puede ser muy buena, pero, ¿estás delante del Señor esperando su orden al respecto? «Estarán delante de mí» involucra detenerse en su presencia y rehusar moverse hasta que él dé sus órdenes. El ministerio al Señor significa eso. En el atrio, es la necesidad humana que gobierna. Simplemente deja que alguien venga para sacrificar un buey o una oveja, y hay trabajo para ti. Pero en el Lugar Santísimo hay soledad absoluta. No entra ni una sola alma. Ningún hermano o hermana nos gobierna aquí, ningún comité determina nuestros asuntos. En el Lugar Santísimo existe una sola autoridad, la autoridad del Señor. Si él me asigna una tarea, lo hago; si no me asigna ninguna tarea, no hago ninguna.
Pero se nos requiere algo a medida que estemos delante del Señor y le ministremos. Se nos requiere ofrecerle «la grosura y la sangre». La sangre responde a las demandas de su santidad y justicia; la grosura cumple los requisitos de su gloria. La sangre trata con la cuestión de nuestro pecado; la grosura trata con la cuestión de su satisfacción. La sangre quita todo lo que pertenece a la vieja creación; la grosura trae lo nuevo. Y esto es algo más que doctrina espiritual. Nuestra vida del alma estaba involucrada en el derramamiento de su alma hasta la muerte. Cuando él vertió su sangre eternamente incorruptible, él no solo estaba derramando su propia vida, él estaba derramando la totalidad de la vida que el hombre tenía por el nacimiento natural.
Y no solamente murió: él se levantó de la muerte, y la vida que él vive la vive hacia Dios. Él vive para la satisfacción de Dios. Él ofrece la «sangre y la grosura». También nosotros, quienes ministramos al Señor, debemos ofrecer la grosura y la sangre. Y esa cosa imposible es posible en base a lo que él ha hecho.
Pero tal ministerio está confinado a cierto lugar: «Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi mesa para servirme, y guardarán mis ordenanzas» (v. 16). El ministerio que es «a mí» es en el santuario interior, en el lugar escondido, no en el atrio expuesto a la vista pública. La gente puede pensar que nosotros no hacemos nada; pero el servicio a Dios dentro del Lugar Santísimo trasciende lejos el servicio al pueblo en el atrio.
Hermanos y hermanas, aprendamos qué significa estar delante del Señor esperando sus órdenes, sirviendo solamente a sus órdenes, y no siendo gobernados por ninguna consideración sino la consideración de su voluntad.
El mismo pasaje nos dice cómo deben vestirse los que ministrarán al Señor. «Se vestirán vestiduras de lino; no llevarán sobre ellos cosa de lana, cuando ministren en las puertas del atrio interior y dentro de la casa. Turbantes de lino tendrán sobre sus cabezas, y calzoncillos de lino sobre sus lomos». Aquellos «que ministran al Señor» no pueden vestirse de lana. ¿Por qué? La respuesta sigue: «No se ceñirán cosa que los haga sudar».
Ningún trabajo que produce sudor es aceptable al Señor. Pero, ¿qué significa «sudor»? La primera vez que se mencionó el sudor fue cuando Adán fue echado del huerto de Edén. Después de que Adán pecó, Dios pronunció esta sentencia sobre él: «Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida … con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gén. 3:17-19). Está claro que el sudor es una condición de la maldición. Porque la maldición estaba sobre la tierra, dejó de rendir su fruto sin el esfuerzo del hombre, y tal esfuerzo producía sudor.
Cuando la bendición de Dios está detenida, el esfuerzo carnal se vuelve necesario, y eso causa sudor. Todo trabajo que produce sudor es prohibido a los que ministran al Señor. Sin embargo, hoy ¡qué gasto de energía hay en el trabajo para él! ¡Ay!, pocos cristianos pueden hacer algún trabajo hoy sin sudar en hacerlo. Su trabajo involucra planear y tramar, exhortando y urgiendo, y mucho correr. No se puede hacer sin muchísimo celo carnal.
Hoy en día, si no hay sudor, no hay trabajo. Antes de poder emprender un trabajo para Dios, hay muchísimo ajetreo de acá para allá haciendo numerosos contactos, haciendo consultas y discusiones, y finalmente recibiendo la aprobación de varias personas antes de seguir adelante. En cuanto a esperar quietamente en la presencia de Dios y buscar sus instrucciones, eso está fuera de cuenta.
No obstante en el trabajo espiritual, el único factor para tomar en cuenta es Dios. La única persona con quien hacer contacto es Dios. Esa es la preciosidad del trabajo espiritual – está relacionado con Dios. Y en relación a él hay trabajo que hacer, pero es trabajo que no produce sudor. Si tenemos que publicitar el trabajo y usar gran esfuerzo para promocionarlo, entonces es obvio que no surge de la oración en la presencia de Dios.
Por favor, ten paciencia conmigo cuando digo que todo trabajo que es verdaderamente espiritual se hace en la presencia de Dios. Si realmente lo haces en Su presencia, cuando vas a la presencia de los hombres, ellos responderán. No tendrás que usar medios interminables para ayudarles. El trabajo espiritual es el trabajo de Dios, y cuando Dios trabaja, el hombre no necesita esforzarse sudando por ello.
Hermanos y hermanas, examinémonos en total honestidad delante de Dios hoy. Preguntémosle: ¿Estoy sirviéndote a ti, o estoy sirviendo al trabajo? ¿Es mi ministerio «al Señor» o es «a la Casa»? Si tú estás chorreando sudor todo el tiempo, entonces puedes llegar a la conclusión que estás sirviendo a la Casa, no al Señor. Si toda tu ocupación está relacionada con la necesidad humana, puedes saber que estás sirviendo a los hombres, no a Dios. No estoy despreciando el trabajo de matar los sacrificios en el altar. Es trabajo para Dios y alguien tiene que hacerlo, pero Dios desea algo más allá de eso.
Dios no puede asegurar a todos que servirán a él mismo, porque muchos de los suyos son renuentes a dejar la emoción y excitación del atrio. Están decididos a servir a la gente. Pero, ¿qué de nosotros? Oh, que hoy dijéramos al Señor: «Estoy dispuesto a abandonar las cosas, dispuesto a dejar el trabajo; estoy dispuesto a abandonar el atrio y servirte a ti en el santuario interior.
Cuando Dios no pudo encontrar la manera de llevar a todos los levitas al lugar del ministerio a sí mismo, él escogió a los hijos de Sadoc de entre ellos para este servicio especial. ¿Por qué seleccionó a los hijos de Sadoc? Porque cuando los hijos de Israel fueron por mal camino, ellos reconocieron que el atrio había sido corrompido irreparablemente, así que no buscaron preservarlo; pero hicieron su negocio el preservar la santidad del Lugar Santísimo.
Hermanos y hermanas, ¿pueden soportar el dejar ir la estructura externa o tienen que persistir en edificar un andamiaje para preservarla? Es el Espíritu Santo a quien Dios quiere preservar: un lugar totalmente apartado para él, un lugar donde el estándar es absoluto. ¡Oh!, te ruego delante de Dios que escuches su llamado a abandonar el atrio y consagrarte a su servicio en el Lugar Santísimo.
Me gusta leer en Hechos 13 acerca de los profetas y maestros en Antioquía, que: «…ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado». Vemos allí el único principio que gobierna la obra para Dios en la dispensación del Nuevo Testamento. El Espíritu Santo solo comisiona a las personas para la obra mientras están ministrando al Señor. A menos que el ministerio al Señor sea lo que nos gobierne, la obra estará en confusión.
Al comienzo de la historia de la iglesia en Antioquía, el Espíritu Santo dijo: «Apartadme [a mí] a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado [yo]».
Dios no quiere voluntarios para su obra; él quiere reclutas. Él no permitirá que prediques el evangelio simplemente porque tú quieres hacerlo. La obra del Señor sufre serios daños hoy en manos de voluntarios. Escasean los que puedan decir como él: «El que me envió…».
Oh, hermanos y hermanas, la obra de Dios es la obra propia de Dios y no es trabajo que tú puedes tomar cuando te place. Ni iglesias ni sociedades misioneras o evangelísticas pueden enviar a los hombres a trabajar para Dios. La autoridad para comisionar a los hombres no está en las manos de los hombres sino solamente en las manos del Espíritu de Dios.
El servir al Señor no quiere decir que no servimos a nuestros semejantes, pero sí quiere decir que todo el servicio a los hombres tiene el servicio al Señor como su base. Es el servicio hacia Dios que nos impulsa hacia afuera a los hombres.
Lucas 17: 7-10 dice claramente lo que el Señor busca. Aquí se refiere a dos clases de trabajo –arando el campo y cuidando el rebaño– ambos oficios muy importantes; sin embargo, el Señor dice que, aun cuando un siervo vuelve de tal trabajo, se espera de él que provea para la satisfacción de su amo antes de sentarse a disfrutar su propia comida.
Cuando hemos vuelto de nuestra labor en el campo, somos propensos a reflexionar complacientemente en el trabajo que hemos realizado; pero el Señor dirá: «Cíñete y sírveme». Él requiere que le ministremos a él mismo. Podemos haber laborado en un campo amplio y haber cuidado muchas ovejas; pero toda nuestra labor en el campo y entre el rebaño no nos exime de ministrarle para Su satisfacción personal. Es nuestra tarea suprema.
Hermanos y hermanas, ¿qué buscamos realmente? ¿Es solo trabajar en el campo, solo predicar el evangelio a los inconversos? ¿Es solo cuidar el rebaño, solo cuidar de las necesidades de los salvos? ¿O estamos asegurando que el Señor pueda comer hasta satisfacerse plenamente y beber hasta que su sed esté saciada?
Es verdad que es necesario que también nosotros comamos y bebamos, pero eso no puede ser hasta después de que el Señor esté satisfecho. Nosotros, también, debemos tener nuestro disfrute, pero eso nunca puede ser sino hasta que Su gozo sea cumplido.
¿Nuestro trabajo ministra a nuestra satisfacción o a la del Señor? Me temo que cuando hayamos trabajado para el Señor, a menudo estaremos nosotros plenamente satisfechos antes de que él esté satisfecho. A menudo estamos bastante felices con nuestra labor cuando él no ha encontrado ningún gozo en ella.
Hermanos y hermanas, cuando tú y yo hemos hecho nuestro máximo, aún tenemos que admitir que somos siervos inútiles. Nuestra meta no es el ministerio al mundo, ni a la iglesia, sino el ministerio al Señor. Y benditos aquellos que pueden diferenciar entre el ministerio a los pecadores o a los santos, y el ministerio a él. Tal discernimiento no se adquiere fácilmente. Solo a través de mucho trato drástico aprenderemos la diferencia entre el ministerio al Señor mismo y el ministerio a la Casa.
No obstante, si el Espíritu Santo puede obrar su voluntad en nuestras vidas, él suplirá plenamente nuestra necesidad. ¡Busquemos la gracia de Dios para que él nos revele lo que realmente significa ministrarle a él!