La principal escuela formativa para el desarrollo del carácter de Cristo en nuestra vida.
Vivimos un tiempo en el cual, sin duda, la institución matrimonial está en crisis. Mi esposa me decía que, conversando con sus compañeras de trabajo, a todas les llamaba la atención que ella fuese la única que estuviese casada con la misma persona con quien se casó originalmente. A las personas del mundo no les resulta fácil comprender cómo es posible vivir tanto tiempo con la misma persona, y después de muchos años, seguir amándola, y aún querer vivir junto a ella.
Crisis transversal
El matrimonio está en crisis, pero no solo entre los incrédulos. Tiempo atrás, la revista Christianity Today señalaba que hoy llama mucho la atención en Estados Unidos la tasa de divorcios entre los creyentes, que supera a la tasa de los no creyentes. Eso es un tremendo testimonio contra la iglesia, porque en ese país hay una guerra cultural, un ataque fuerte y un esfuerzo sostenido de personas e instituciones para borrar el cristianismo de toda referencia pública. Esta misma tendencia se está observando también en nuestras naciones ¿Cuál es la explicación de esto?
La Escritura nos enseña claramente que el matrimonio está diseñado por Dios para durar toda la vida. A grandes rasgos, ese es el plan de Dios. La pregunta es cómo se llega hasta allá, y cómo se llega bien, porque el propósito del Señor es que esto funcione hasta el final. Necesitamos, entonces, comprender el matrimonio desde el punto de vista de la Escritura.
Huyendo del engaño
«Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo» (Col. 2:8). Pablo nos dice que en el mundo existe una mentalidad, una manera de pensar; hay creencias que gobiernan los pensamientos y la conducta de los hombres. Esos rudimentos son los puntos de vista del mundo respecto a la vida, y en particular, respecto al matrimonio.
Pedro habla de «vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres» (1ª Ped. 1:18). Del contexto socio cultural, de las personas que nos rodean, recibimos una mala visión de la vida, porque la vida humana se encuentra devastada por el pecado. Cuando estas creencias están en el corazón y dominan las relaciones, hacen un daño profundo, y conducen a la ruina del matrimonio y de las vidas. El problema es cuando estas cosas también se dan entre los creyentes.
«Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón» (Ef. 4:17). Aquí, el apóstol Pablo se refiere a aquellos que son gobernados por creencias vanas que condicionan su conducta, y hace una demanda absolutamente necesaria, para que nuestra vida pueda fructificar según el propósito de Dios.
Mente renovada
«En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Ef. 4:22-24:). Lo que el apóstol quiere decir aquí es muy importante respecto de nuestra formación como hijos de Dios.
Cuando nosotros creemos y nos convertimos al Señor, ocurre un milagro en nuestra vida. Nuestros pecados son perdonados, somos justificados y somos reconciliados con Dios; pero además ocurre una regeneración. Nuestro espíritu es renovado por el Espíritu de Dios, una nueva vida nos es impartida, y los deseos más profundos de nuestro corazón cambian.
Vestirse del nuevo hombre es vestirse de Cristo. En términos prácticos, significa que todo nuestro ser es renovado y conformado al Señor Jesús, mediante el poder del Espíritu Santo. Nuestra mente tiene que renovarse para poder expresar, conocer y experimentar verdaderamente al Señor.
Estamos siendo influenciados por creencias e ideas falsas, respecto a lo que es el matrimonio. Si ellas gobiernan nuestra vida, sin duda están conduciendo nuestro matrimonio a la ruina, así que necesitamos prestar mucha atención.
Diseño divino
¿Qué nos dice la Escritura respecto al matrimonio? Veamos Génesis 1:26. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó».
Aquí tenemos algo fundamental. Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen», y esa frase expresa su deseo con respecto a la creación del hombre. Dios lo creó para que el hombre exprese o lleve la imagen de Dios. Y este será el gran tema de toda la Escritura.
El hombre fue creado para vivir en comunión con Dios, para que, viviendo en esa relación de intimidad con él, entonces pudiésemos manifestar la imagen de Dios. Aquí, la palabra imagen tiene que ver con el carácter moral de Dios. El hombre fue creado para reflejar el carácter, la santidad y los atributos morales de Dios, para expresar también la autoridad y el poder de Dios sobre la creación.
Cuando se habla de la creación específica de Adán, se dice que Dios hizo a Adán y luego dijo: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén. 2:18). Esta expresión tiene que ver con el propósito de Dios con respecto a nosotros. ¿Por qué no es bueno que el hombre esté solo? Luego dice Dios: «Le haré ayuda idónea para él». Pero en el capítulo 1 dice simplemente: «Creó Dios al hombre a su imagen … varón y hembra los creó».
Se necesitan dos
La gran declaración acerca del carácter moral de Dios está en 1ª de Juan. «Dios es amor». El amor no es una virtud más de Dios, sino la corona de todos sus atributos morales. Pero, para que exista amor, tienen que haber, a lo menos, dos.
Usted no podría amar si existiese solo. Imagínese, si Dios hubiese sido un ser solitario, por toda la eternidad, ¿a quién hubiese amado? El amor exige la existencia de otro u otros. Sabemos que Dios es amor, porque desde la eternidad existen, en Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una Trinidad de amor. Eternamente ha habido amor en Dios, porque Dios nunca ha estado solo; siempre ha habido tres personas que se han amado íntima e inefablemente por la eternidad.
Dios los hizo varón y hembra, porque a lo menos se necesitan dos para poder llevar la imagen de Dios. Y ahí empezamos a descubrir el significado esencial del matrimonio. Fuimos creados para vivir en matrimonio. Claro que no es una obligación, pero está dentro del diseño divino. Fuimos creados también para vivir en comunidad, para amarnos unos a otros, y eso también forma parte del diseño de Dios. Pero la relación original más básica para la cual fue creado el hombre, es esta relación de varón y hembra.
De manera que el propósito del matrimonio es, en primer lugar, que podamos expresar el carácter y la imagen de Dios. Todas las relaciones fueron creadas para expresar Su carácter, pero esta es la relación más básica. «Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una carne» (Gén. 2:24), para que a través de esa relación se exprese el carácter de Dios, el amor de Dios.
Una escuela formativa
El matrimonio fue pensado por Dios como una relación que expresa su gloria, su carácter, su imagen, y como una relación que es una escuela formativa. Para amar y manifestar el carácter divino, tenemos que aprender, y para eso necesitamos una escuela de formación.
Por eso mismo, la principal escuela formativa para el desarrollo del carácter de Cristo en nuestra vida es el matrimonio. Dios nos inserta en una forma de vida relacional, la única que permite que su carácter se desarrolle en nosotros.
Es Dios quien diseñó que viviésemos en relación con otro. Repito, esto no es una obligación, pero es parte del diseño. Y si usted vive una vida matrimonial o si desea casarse y tener una vida matrimonial, debe reconocer que este es el diseño original de Dios, un diseño que tiene que ver con su propósito. Entonces, el matrimonio siempre fue pensado como una escuela. Antes de que el hombre cayese y el alma humana fuese devastada y deformada por el pecado, todavía ese era el propósito divino.
Hemos dicho otras veces que, cuando Dios creó a Adán, lo creó perfecto, pero no lo creó maduro. Hay una diferencia. Un niño recién nacido, si es sano, es un ser perfecto como niño; pero no es maduro. Todavía tiene que crecer por un largo tiempo, hasta madurar y alcanzar la estatura de un hombre adulto.
Lo mismo ocurrió con Adán. Espiritualmente hablando, él fue creado perfecto, inocente, pero niño, y tenía que alcanzar la madurez, desarrollando la imagen de Dios, esa plenitud de gloria destinada para él. ¿Cómo ocurriría eso? En primer lugar, en comunión con Dios y, en segundo lugar, en una vida de relación, de amor, con otros semejantes a él. Y de entre todos esos otros, el más importante es el esposo o la esposa. En esa vida de relación, aprendería Adán y aprendería Eva a expresar la imagen de Dios.
Sin embargo, ya lo sabemos, el hombre cayó, y el alma humana fue dañada por el pecado. Por supuesto, no ha sido completamente destruida; si no, no estaríamos nosotros aquí, salvos por la gracia del Señor.
Creencias dañinas
Quisiera que consideremos ahora algunas de las creencias del mundo que son más dañinas para el matrimonio. Las razones por las cuales la gente de este mundo se casa, las ideas que ellos ponen como fundamentos del matrimonio, nos están bombardeando a diario, y pueden haber llegado a ser parte de nuestra vida, y estar destruyendo nuestra relación que nos demos cuenta.
La primera creencia errada del mundo es basar el matrimonio en el llamado romanticismo o amor romántico, del cual nos hablan las novelas y las películas; ese amor donde todo es color rosa, que ha sido exaltado por la literatura y el arte durante los últimos doscientos años de la historia occidental.
Ese amor romántico es lo que nosotros llamamos el enamoramiento. ¿Quién no ha estado enamorado alguna vez? Es enamorarse de otra persona, cuando usted vive pensando en ella todo el día, cuando todo lo que mira le recuerda a aquella persona, y cuando usted la mira a ella, le parece la más perfecta. ¿No es impresionante lo que hace el enamoramiento?
Eso es asombroso, y realmente es algo bueno cuando nos ocurre. Pero, ¿sabe?, hay un grave problema con el enamoramiento. No es que sea malo. El problema es que el amor romántico es absolutamente incapaz de sostener una relación matrimonial. Y si usted va al matrimonio creyendo que ese amor lo va a sostener, se va a topar de frente un día con la terrible realidad de que no es así.
Amor ciego y efímero
En el día de hoy, ese es el amor que se promueve como el súmmum de la vida humana. El cine describe ese amor por el cual se puede sacrificar la vida, la carrera y la nación, y cosas tan absurdas como estas, por el amor de otra persona. Sin embargo, hay algo profundamente inmoral en esa manera de percibir el amor romántico, porque éste es moralmente ciego. No es que sea bueno o malo, es simplemente ciego.
El enamoramiento es una fuerza maravillosa de atracción hacia otra persona; pero, como no es gobernada por principios morales, es como una fuerza magnética, pero moralmente ciega, y puede funcionar para un lado moralmente correcto o moralmente incorrecto. Y ahí comienzan los problemas.
Cuando una mujer casada se empieza a sentir atraída por otra persona que no es su esposo, el gran consejo de la sabiduría en las películas románticas es: «Haz lo que te dice tu corazón». Pero, es precisamente porque los hombres siguen lo que dice su corazón, que destruyen sus vidas y la vida de otras personas a su alrededor.
Sin embargo, este amor sirve como un mecanismo de atracción. Porque, ¿qué pasaría si éste no existiera? Nosotros, criaturas caídas, que no somos propensos a amar a nadie, egoístas por naturaleza, que queremos vivir nuestra vida solos, ¿podríamos siquiera desear vivir una vida junto a otra persona si no existiera esa atracción? No, no nos casaríamos nunca; no habría familia ni habría hijos.
Entonces, Dios lo diseñó así. Esto no es algo creado por el mundo; es parte del diseño de Dios. Su función es hacer que nos atraiga alguien lo suficiente como para que estemos dispuestos a vivir nuestra vida junto a esa persona. Nos da el impulso para iniciar esa vida, pero es absolutamente ineficiente para sostener esa relación en el tiempo.
El amor romántico hace promesas que no puede cumplir, aunque lo dice de corazón, porque es un amor sincero. No es que esté mintiendo; realmente lo desea. Pero, detrás de cada divorcio, de cada matrimonio roto, hubo promesas de amor sinceras.
Les diré un secreto: el amor romántico no dura mucho. Algunos científicos han detectado que el estado de enamoramiento, con suerte, dura entre tres y cinco años. Ese amor idealiza al otro; pero, cuando se empieza a vivir juntos el día a día, lo real, vemos que esa persona no era tan perfecta como creíamos.
Todos nosotros crecimos en ambientes distintos, con idiosincrasias, gustos y hábitos diferentes, y qué difícil es convivir con alguien que tiene costumbres distintas a las suyas, y le hace sentir incómodo. Y en el matrimonio, eso pasa todos los días. ¿Qué puede usted hacer en ese caso? Tratará de hacerla cambiar, pero pasan los años, y las cosas siguen igual. Entonces, el amor romántico empieza a enfriarse, y es inevitable que ocurra así, porque no fue creado para sostener el matrimonio, sino solo para impulsarlo.
Viviendo el amor de Dios
El único amor que puede sostener un matrimonio es el amor de Dios, el amor de Cristo, que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Cuando se ama a otra persona, se la soporta tal como es. Usted, más bien, tiene que aprender a amar al otro y a soportarlo con todas sus diferencias. El amor romántico se extingue, pero el amor de Dios todo lo puede. Ese es amor que el Espíritu Santo derramó en nuestros corazones.
Cuando la Escritura dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres», no se refiere al amor romántico, sino al amor con que Cristo amó a la iglesia. Usted ama a su esposa tal cual ella es, desea que a ella le vaya bien en todo; quiere que ella se desarrolle como hija de Dios y se cumpla el propósito de Dios en ella, y usted está a disposición de ese propósito divino en la vida de su esposa. Usted la hace objeto a ella del amor; es una decisión del corazón, pero alimentada por el amor de Dios.
En 1ª Corintios 13, cuando Pablo habla del amor, ese es el amor que puede sostener y dar continuidad en el tiempo a la relación matrimonial.
Cristo en el matrimonio
Pablo en Colosenses 3:12 habla respecto a nuestras relaciones como hermanos, pero sin duda esto se aplica también a la relación matrimonial. Ya hemos hablado de la necesidad de vestirnos de Cristo. También necesitamos vestirnos de Cristo en nuestra relación matrimonial. No se puede excluir esta relación de la presencia del Señor; al contrario, ella debe insertarse en la presencia del Señor.
«Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia».
Ahora, ¿cómo puede usted vestirse de entrañable misericordia, si no existe alguien de quien tener misericordia? No mire tan lejos; mire a su esposa. Ella es la primera persona que Dios puso a su lado, para que usted aprenda a ser compasivo, misericordioso, benigno, y es la primera persona con la que tenemos que aprender a ser humildes, vistiéndonos de Cristo.
La más básica de todas las relaciones para las cuales Dios nos creó es la relación matrimonial. Recuerde que el apóstol Pedro les dice a los esposos que sus esposas son coherederas de la gracia de la vida. La primera persona que es miembro del mismo Cuerpo y que está junto a usted, es su esposa o su esposo. Y con ella, o con él, usted tiene que vestirse de estas virtudes que conforman el carácter de Cristo.
A veces tenemos la extraña idea de que, en la casa, no necesitamos ser pacientes, ni humildes, ni mansos ni amables. Hay parejas que se acostumbran a tratarse mal, a ofenderse, a ser rudos el uno con el otro. Esta es una mala idea de lo que significa la familiaridad, el compañerismo, la intimidad.
Aquel que mantiene la llama
Hablando exactamente de lo mismo, en Efesios 4:30, el apóstol Pablo agrega algo interesante respecto a todo esto. Él dice: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios». El Espíritu Santo es el guardián del amor. Cuando él está presente y gobierna la relación matrimonial, él se encarga de mantener encendida la llama del amor entre los esposos. Si el Espíritu Santo es contristado, esa llama se apaga. Cuando permitimos que en el matrimonio entre la amargura, la dureza y las malas palabras, el Espíritu se apaga y el amor de Dios se aparta de nuestra relación, y ahí sobreviene la tragedia.
En el contexto de Efesios 4 se nos exhorta a ser misericordiosos, compasivos los unos con los otros. La compasión es la capacidad de aceptar y amar a otro con sus defectos. Así tiene Dios compasión de nosotros. «Él tiene compasión de nosotros, se acuerda de que somos polvo». Él sabe lo débiles que somos y por eso tiene compasión de nosotros. ¿Usted tiene compasión de su esposa, o no soporta sus defectos?
También somos llamados a perdonarnos unos a otros. Hace tan bien pedir perdón y otorgar perdón. Tenemos que aprender a hacer ambas cosas. Cuando usted ofende a su esposa o a su esposo, no deje las cosas así no más. Siga el camino de Cristo. Cuando hacemos lo que la Palabra nos dice, permitimos que el Espíritu se haga cargo de la relación. Cuando usted pide o da perdón, permite que el Espíritu Santo llene otra vez el corazón.
Si usted somete su matrimonio, a los principios de la Escritura, no hay ninguna forma de que su matrimonio fracase. Puede haber dificultades, pero no habrá fracaso, porque «el amor todo lo sufre». Nada ocurrirá en su vida que el amor divino no pueda vencer. «El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Es un amor indestructible, porque es el amor de Dios, que nadie puede apagar… excepto usted mismo, si cierra la puerta al Espíritu, llenando su corazón de celos, de amarguras, de ira, de griterías, y todas esas cosas. Entonces, recuerde, el amor romántico no es suficiente.
Fundamentos errados
Para terminar, voy a mencionar rápidamente otras cosas que, a veces, se ponen como fundamentos del matrimonio para el mundo, y que no lo son, y que pueden estar influyéndonos a nosotros.
Hoy vivimos en una sociedad que podríamos calificar como híper sexualizada. El sexo se ha convertido en algo que está por doquier, y nos bombardea todo el tiempo con imágenes, con películas, que exaltan el atractivo físico. En la vida moderna, verse bien parece ser lo más importante.
Muchas personas se casan porque encuentran que una persona es atractiva. No digo que eso no sea bueno, pero, si usted se casó o se va a casar solo por eso, está totalmente equivocado. Porque los seres humanos somos mucho más que un cuerpo físico atractivo. Nosotros fuimos creados para vivir en unión con Cristo por la eternidad, para expresar la gloria de Dios.
Pero vivimos en una sociedad donde casi se enfatiza el sexo como una cuestión fundamental. El matrimonio es un lugar donde hay sexo, hay intimidad, hay placer, pero eso no es su fin, sino un complemento. El matrimonio no fue diseñado para ser simplemente un lugar de satisfacción sexual. Lógicamente, una perspectiva así conduce a la ruina y a la destrucción del matrimonio.
¿Felicidad?
Otros dicen que hay que casarse para ser feliz, para realizarse en la vida, y van al matrimonio con esa creencia. Pero el matrimonio no fue creado para esto. ¿Sabe lo que nos hace realmente felices? Solo el Señor Jesucristo satisface el deseo más profundo del corazón humano. No el matrimonio.
Si usted coloca al matrimonio como su proyecto de vida, para realizarse y ser feliz, va derecho a la ruina; porque nunca va a ser feliz a través de la relación matrimonial. Va a traer alegría a su vida, pero no será la razón de su realización, porque lo único que realiza al hombre y a la mujer en esta vida es el Señor.
San Agustín decía: «Tú nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta hallar descanso en ti». Así que, si usted cree que el matrimonio lo va a realizar, usted conduce su vida al precipicio. Se va a derrumbar todo cuando empiece a venir la dificultad. Cuando vengan los problemas, las situaciones difíciles de la vida, el matrimonio no será fuente de felicidad ni de realización, sino de sufrimiento. Todos sus sueños se derrumbarán, y su matrimonio junto con ellos.
Hay felicidad en el matrimonio, pero también hay trabajo. Hay cruz, hay negación de sí mismo, hay renuncia. Porque es una escuela de formación, y usted aprende allí a vestirse del carácter de Cristo. No siempre es una fuente de satisfacción. Así es que si usted pensó en el matrimonio para eso, necesita arrepentirse. Y déjeme explicarse en el sentido específico que uso esta palabra.
Arrepentimiento
En el griego, la palabra arrepentirse significa cambiar de mente; pero es un cambio consciente, voluntario. Por eso, dice «revestíos del nuevo hombre… transformaos…». En forma activa y decidida, usted tiene que cambiar su mentalidad respecto al significado del matrimonio. Usted tiene que arrepentirse y adoptar la visión divina respecto del matrimonio. Y entonces todo va a cambiar, y el Señor se hará presente en su vida. Necesitamos arrepentirnos de las ideas del mundo respecto al matrimonio.
Los hijos
Otro elemento. Algunos creen que el matrimonio es para tener hijos. Entonces, los hijos se convierten en la razón de ser del matrimonio, y la relación pasa a través de los hijos; pero no existe una relación real entre los esposos. Es la ley del Señor respecto a la vida humana que los hijos se casen y formen sus propias familias. Qué tragedia es cuando los hijos se van, y se quedan los padres solos, y como su relación se gestó solo a través de los hijos, ahora los padres son dos extraños entre sí.
El matrimonio no es automático. Para que realmente dé fruto y funcione según el propósito de Dios, hay que trabajar en él, hay que cooperar con el Señor en la relación.
Por otra parte, en el lado opuesto, está la idea moderna de que no hay que tener hijos, o que hay que postergar el tener hijos hasta más adelante. Detrás de eso se oculta gran parte del egoísmo y del individualismo moderno; porque el hombre vive para sí, y en este sentido los hijos son un estorbo.
La gente, hoy día, prefiere tener una mascota, a tener hijos. Porque las mascotas no exigen nada. Pero tener hijos demanda renuncia, negación de sí mismo.
Tener hijos es una gran bendición, porque es una gran escuela de negación, de renuncia. Ahí está esa madre que tiene que pasar la noche en vela, porque el bebé se despierta a las dos, a las cuatro, a las seis, y tiene que darle de mamar. Y se acabó aquel sueño prolongado que disfrutaba antes. Y tantas otras cosas se acaban para siempre.
Ganando a Cristo
Usted puede creer que ha perdido tanto, pero no perdió nada. Usted está ganando a Cristo, se está vistiendo de Cristo, está aprendiendo a ser como el Señor Jesús, a amar como él amó, a vivir como él amó. Y así, la plenitud de Dios está llenando su vida. Entonces, los matrimonios jóvenes o los que están por casarse, piensen un momento en eso.
Hermanos amados, como hemos visto, de acuerdo a la palabra del Señor, no hay ninguna razón para pensar que nuestro matrimonio tenga que fracasar.
Si usted ha estado pensando en forma errada, o ha tenido motivos, conscientes o inconscientes, que han estado gobernando su matrimonio –esos motivos falsos del mundo– necesita arrepentirse, cambiar de pensamiento, traerlo todo a los pies del Señor y vestirse de la mente de Cristo, de lo que él nos ha hablado, y pedir al Espíritu Santo que encienda de nuevo esa llama de amor en el corazón, y él lo hará. Amén.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile) en enero de 2015.