En los inicios de una debacle financiera mundial.
«En 20 años más, los libros de economía nos podrán decir y explicar lo que hoy está sucediendo en el mundo», sentenció Hernán Büchi, destacado economista y consultor internacional chileno, en parte de una Conferencia reciente dictada en Santiago de Chile. Naturalmente, eso “que hoy está sucediendo en el mundo” es la aguda crisis financiera mundial que preocupa a todas las naciones. La sentencia de Büchi es sorprendente, viniendo de un experto de su estatura, acostumbrado a diagnosticar enfermedades de este tipo.
Y no es para menos. La conmoción a nivel de gobiernos y entidades financieras es grande – aunque todavía no toca directamente el bolsillo de la población en general.
Al momento de redactar este artículo, los principales responsables mundiales del ámbito económico han celebrado reuniones urgentes tanto en Estados Unidos como en Europa (11-12 de octubre), con el fin de adoptar acuerdos que infundan esperanza de resolver la citada crisis y devolver la confianza a los principales actores, es decir, a los accionistas, que cada día compran y venden en las distintas bolsas de valores del mundo.
El nerviosismo mundial
Los líderes financieros del mundo concluyeron sus discusiones con un diagnóstico sobre los desafíos a la vista, pero con escasas acciones concretas hacia el futuro. En el ámbito financiero, los 185 países miembros de los dos organismos multilaterales, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), acordaron que no se escatime recursos para enfrentar la crisis, respaldando las acciones del G-7 (grupo de los siete países más industrializados del mundo).
Las acciones incluyen medidas «urgentes y excepcionales» para estabilizar los mercados, evitar el quebranto de bancos o instituciones financieras de importancia «sistémica» (es decir «global») y activar un mercado secundario de créditos hipotecarios y garantías.
El Comité Monetario y de Finanzas del FMI y el BM expresó a su vez la preocupación por el impacto de una eventual prolongación de la crisis en los países en desarrollo, particularmente en el ámbito social. Advirtió también que el progreso logrado por los países de ingreso bajo para lograr estabilidad macroeconómica, alentar el crecimiento y reducir la pobreza, podría verse amenazado.
Lo que el FMI y el BM tienen claro es que con el recrudecimiento de la turbulencia financiera, los mercados emergentes ya no podrán evitar los efectos de la crisis, como habían hecho hasta ahora. «A medida que se ha ido desarrollando la crisis actual, los estadounidenses y los europeos han reaccionado primero con confusión, después con frustración, luego con enfado y finalmente miedo. Esas reacciones naturales se extenderán alrededor del mundo a medida que el impacto se expanda», dijo Robert Zoellick, el presidente del BM.
El G-7
En una reunión urgente celebrada hace pocos días, el G7 se comprometió a «usar todos los recursos disponibles para evitar la quiebra de bancos importantes y garantizar que cuenten con suficiente capital».
Por su parte, los principales Bancos Centrales de Europa decidieron nuevas acciones concertadas en un intento de calmar la tensión del sector bancario, ofreciendo a los bancos créditos en dólares en cantidades ilimitadas, anunció hoy el Banco Central Europeo (BCE). «Los bancos podrán tomar prestada la cantidad que quieran en el marco de estas operaciones», precisó la institución europea, con sede en Frankfurt, Alemania, deseosa de enviar un mensaje fuerte a los mercados, informó la agencia AFP.
Las causas
Ahora bien, para quienes vivimos el día a día como ciudadanos comunes, nos resulta difícil comprender el lenguaje, a veces excesivamente técnico, de los economistas. Pero no es sólo el lenguaje, sino también el hecho mismo de tratarse de una crisis en un ámbito que, se supone, está presidido por los expertos más capaces del mundo.
El ciudadano común se pregunta: ¿Cómo y por qué ocurren estas cosas? ¿Cómo pueden ir a la quiebra importantes bancos que manejan cantidades siderales de recursos? ¿Tan impredecible resulta el mercado, o simplemente no se tomaron las debidas precauciones en la toma de decisiones?
La analista internacional chilena Karin Ebensperger ha identificado con lucidez algunas responsabilidades. Ebensperger responsabiliza, en primer lugar, a los líderes norteamericanos por su actitud frente al tema: «Los líderes fallaron. En EE.UU. se dio una fatal suma de malos conductores. El Presidente Bush gastó como país en guerra (artificial) en Irak y además condujo mal las políticas económicas, y el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan estimuló una política irresponsablemente expansiva. Las personas fueron inducidas a endeudarse, desde el gobierno y la Reserva Federal. Y se alteró el mercado hipotecario y la economía en general. EE.UU. vive una peligrosa falta de líderes, no hay una conducción respetada».
El aparato estatal estadounidense, por su parte, «creó incentivos perversos. En una economía de libre mercado, el principal rol del Estado para favorecer la libre competencia es regular poco y bien, para evitar distorsiones, monopolios, abusos, falta de transparencia. Todo esto no ocurrió en EE.UU. por mucho tiempo. El gran director de desaciertos fue Alan Greenspan: alteró todo al impulsar la excesiva liquidez; promovió y hasta premió un mal comportamiento de los norteamericanos en materia de préstamos».
Estos desaciertos en la conducción global, llegaron a los consumidores, quienes fueron seducidos hasta el extremo a endeudarse. «Se otorgaban préstamos irrisorios de instituciones garantizadas por el propio Estado como Fannie Mae y Freddie Mac, que entregaron recursos por más de ¡50 veces su patrimonio!
Y el sector privado –llámese especialmente Wall Street– no fue una excepción, pues imitó la mala conducta: «El management no actuó en interés de los accionistas –base del sistema–, sino que con el criterio de que las ganancias eran para los banqueros, y las pérdidas para los pequeños. Todos los distorsionadores se fueron con suculentas indemnizaciones».
Ricardo Caballero, economista chileno en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), dice que Washington no envió una señal clara para «evitar ataques especulativos de los short sellers, inversionistas que venden acciones que no tienen y que luego ganan cuando cae el precio de ellas, que se pasean por Wall Street buscando a su próxima víctima», los que ganan mientras pierden los millones de trabajadores y jubilados con cuyo esfuerzo los especuladores se hacen sus pasadas.
Toda esta seguidilla de errores ha provocado una molestia generalizada en la población, una sensación de fastidio muy grande. Los norteamericanos están furiosos con Bush, Greenspan y Wall Street. Los que trabajan, los que se arremangan y los que innovan y han creado los avances tecnológicos que impulsan al mundo, están reaccionando.
La comparación de Estados Unidos con China e India no es muy alentadora para los vecinos del norte. «No se entiende», añade la citada autora, «que mientras China e India están creciendo como nunca antes, Estados Unidos esté viviendo tamaña crisis financiera. Las autoridades estadounidenses aceptaron hasta más allá de lo razonable que el sistema financiero de ese país estuviera distorsionado por los especuladores y que las reglas del fair play y la transparencia mínima fueran alteradas hasta ese punto».
El factor chino
Ampliando su análisis, Ebensperger agrega: «Beijing necesita que los norteamericanos consuman para mantener el crecimiento de su propia economía; así, los habitantes de China, que ganan unas 40 veces menos que un estadounidense promedio, están subsidiando a los Estados Unidos, con imprevisibles consecuencias.
¿Cuánto tiempo podía Washington aumentar su deuda y su enorme déficit, disimulado entre otros factores por el consumo chino? Bueno, al menos hoy la debacle financiera se sinceró, y sólo falta saber cuánto afectará a la «economía real», que es el eufemismo que usan los economistas para referirse a los que verdaderamente trabajan y producen, a los que con su esfuerzo sostienen a los especuladores financieros que sentados en sus torres de marfil le ponen precios ficticios al trabajo de los demás, los de la «economía real».
«Es un hecho», concluye Ebensperger, «que el terremoto financiero es planetario y que la recuperación será complicada, por la incertidumbre a nivel internacional sobre los precios de productos tan importantes como los alimentos y el petróleo. Además, una década de bajas tasas de interés estimuló inversiones en áreas cuya viabilidad ahora está en duda. Costará largo tiempo reconstruir un sistema internacional de crédito creíble».
Sólo para entendidos
Recientemente, el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn llamó a los Estados «que pueden permitírselo» a «estar listos para poner en práctica un plan de reactivación presupuestario» para relanzar sus economías.
«Tenemos que utilizar todos los instrumentos de la política macroeconómica moderna para limitar los daños sobre la economía real», afirmó Strauss-Kahn durante un discurso ante el consejo de gobernadores del FMI en Washington.
«La utilización más evidente de la política presupuestaria es precisamente aliviar las presiones donde son más fuertes: en los sectores financiero e inmobiliario. Pero los gobiernos que pueden permitírselo pueden mostrarse igualmente dispuestos a asumir un plan de reactivación presupuestario más amplio», precisó.
Tras recordar los errores que condujeron a la Gran Depresión de los años 30, el director gerente del FMI advirtió: «No podemos dejar que eso vuelva a ocurrir. No podemos esperar el momento en que nuestros bancos quiebran y se pierden empleos… La experiencia del FMI durante 122 crisis bancarias demuestra que si se sabe administrar una crisis, el costo neto para el contribuyente puede ser cercano a cero, o incluso mejor», aseguró.
¿Esperanza?
Es de esperar que este optimista llamado del director del FMI esté en la línea correcta y que finalmente el mundo se ponga de acuerdo en estas delicadas materias que, como siempre, terminan afectando la así llamada «economía real», es decir, los precios de los alimentos y de los servicios básicos que hacen sufrir a los más desposeídos.
A la luz de la revelación bíblica, un verdadero y definitivo colapso económico mundial, será el resultado lógico y predecible de una sociedad egoísta y consumista que ignoró a su paciente Creador. A este respecto, cuán sabias son las palabras del apóstol Pablo cuando dice: «Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1ª Timoteo 6:9-10).
David Wilkerson, en su libro La Visión, escribía en 1973: «Nos esperan años de carestía llenos de confusión monetaria y de desesperación … Los grandes economistas del mundo entero no acertarán a explicar la confusión, y se desarrollará una crisis internacional de miedo».
Todo esto, predice Wilkerson, va a ejercer presión para «reorganizar todos los sistemas monetarios del mundo en un sistema uniforme». De ahí al anticristo, habrá sólo un pequeño paso.