Nada del servicio prestado a Dios queda sin recompensa.
Vamos a ver uno de los capítulos más hermosos del Antiguo Testamento. Se trata de Nehemías 3. Al leerlo, se ve la atención que el Señor presta a todas las cosas que nosotros hacemos por amor de su Nombre. El Señor dice que ni un vaso de agua dado a uno de sus discípulos, por pequeño que sea, quedará sin recompensa. Hay recompensa de justo a quien recibe a un justo y hay recompensa de profeta a quien recibe a un profeta (Mt. 10:41-42). Estas distinciones, tan sutiles a nuestro entender, nos indican que todo lo que el Señor hace es perfecto, y que todo está consignado a cabalidad. Nadie podrá decir en aquel día: ‘Señor, a ése le estás dando más recompensa de lo que merece’, o ‘A mí me estás dando menos de lo que merezco’. El Señor tendrá el detalle de todas las cosas que hicimos por amor de su Nombre.
Y es que hay un libro en los cielos donde se registra todo esto. En Malaquías 3:16 dice: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.» Evidentemente, este no es un libro para condenar. Dice que es para los que temen al Señor y para los que piensan en su nombre. Este es un libro de recompensas. Malaquías vivió en días de profunda crisis, en los cuales el pueblo se había apartado de Dios. Sin embargo, aun en esas circunstancias, Dios está atento a lo que hace su remanente fiel, para tomar nota de su fidelidad. Igual ocurre hoy en día.
Veamos Nehemías capítulo 3, donde tenemos una muestra de lo que es aquel libro de memoria que está en los cielos.
Sabemos que Nehemías tuvo carga por Jerusalén cuando gran parte de la ciudad todavía estaba en ruinas. El Señor permitió que el rey al cual servía le diera permiso y aún le proveyera de los recursos para ir a Jerusalén. Cuando llegó, Nehemías propuso lo que traía en su corazón a los que allí vivían, y, pese a la oposición de muchos, ellos iniciaron la obra de la reconstrucción del muro y de sus puertas.
En este capítulo se deja constancia de las personas y de los grupos de personas que tomaron parte en esa reconstrucción. Algunos reedificaron tramos del muro. Otros reedificaron puertas. Y aun otros reedificaron tramos de muro y puertas.
En este capítulo quedó todo registrado con acuciosidad. Si estaba enfrente de la puerta, si estaba cerca o si estaba más allá. Si era esta torre o era la otra, si era esta puerta o la otra; si participó éste o aquél, si participaron éstos o aquéllos.
El sello de la aprobación de Dios
Vamos a destacar ahora algunas cosas. Hay algo asombroso aquí. En este capítulo aparecen exactamente cuarenta nombres de personas. Esto es tremendamente significativo. Nosotros sabemos que el cuarenta no es un número cualquiera en la Escritura.
El diluvio duró cuarenta días y cuarenta noches. Cuarenta días estuvo Israel en el desierto. Cuarenta días estuvo Moisés en el monte Sinaí (dos veces). Jonás anunció destrucción sobre Nínive en cuarenta días. Cuarenta días ayunó el Señor en el desierto. Después de su resurrección, el Señor se apareció cuarenta días a sus discípulos, etc.
¿Será fortuito que aquí aparezcan cuarenta nombres involucrados en la obra de reconstrucción? No es fortuito. Esto es una señal de que Dios quiere decirnos aquí algo importante. Es que hay un libro de memoria delante de Dios que habla acerca de los que toman parte en su obra.
Aparte de los cuarenta, aparecen aquí diez grupos de personas. Esto también es muy significativo. Están los sacerdotes hermanos de Eliasib (3:1), los sacerdotes de la llanura (3:22) y los sacerdotes (3:28), los levitas (3:17), los sirvientes del templo (3:26), los plateros (3:32), los comerciantes (3:32), los varones de Jericó (3:2), los tecoítas (3:5) y los moradores de Zanoa (3:13). En total, diez grupos.
La Escritura, inspirada por el Espíritu Santo, es perfecta en todas las cosas. Nosotros sabemos que entre la Pascua de los judíos y Pentecostés hay cincuenta días. Luego que el Señor Jesús resucitó, se apareció por cuarenta días a sus discípulos y les dijo que se quedaran en Jerusalén hasta la venida del Espíritu Santo. Cuando llegó Pentecostés, se produjo su derramamiento. ¿Cuántos días transcurrieron entre la ascensión del Señor y Pentecostés? Diez días. Si sumamos cuarenta más diez, tenemos cincuenta.
El diez es el número de la perfección del hombre, en tanto que el cinco (o el cincuenta) es el número de la responsabilidad del hombre ante Dios. Así que las obras son la responsabilidad del hombre delante de Dios.
Un registro acucioso
En Nehemías 3:3 vemos que la tarea de los hijos de Senaa era reedificar la puerta del Pescado: «Los hijos de Senaa edificaron la puerta del Pescado; ellos la enmaderaron, y levantaron sus puertas, con sus cerraduras y cerrojos.» Noten ustedes que la obra de ellos terminó con los cerrojos, no antes. He aquí todo el proceso: la enmaderaron, la levantaron, pusieron sus cerraduras, y finalmente sus cerrojos. La reconstrucción de la puerta no quedó hasta las cerraduras, ellos también pusieron los cerrojos. Ellos hicieron una obra perfecta. Así tienen que ser hechas las cosas para Dios.
En el versículo 3 dice, además, que toda una familia –los hijos de Senaa– edificaron la puerta del Pescado. Seguramente el padre (Senaa) estaba muerto, y por eso los hijos edificaron en su nombre la puerta, de lo contrario diría: ‘Senaa y sus hijos’.
Noten, en cambio, que la puerta Vieja fue restaurada sólo por dos personas: «Por Joiada hijo de Paseah y Mesulam hijo de Besodías» (3:6). Así que en el versículo 3 tenemos a una familia completa reedificando una puerta, y en el versículo 6 tenemos a dos personas reedificando otra puerta.
«E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor» (3:5). Aquí vemos que los tecoítas hicieron su parte y, por el versículo 27, sabemos que, además, hicieron otro tramo: «Después de ellos restauraron los tecoítas otro tramo, enfrente de la gran torre que sobresale, hasta el muro de Ofel». Los tecoítas son los únicos que aparecen haciendo voluntariamente un doble trabajo. ¡Qué gloria la de los tecoítas! De ningún otro grupo se dice eso.
Noten también que los tecoítas trabajaron sin sus líderes: éstos no se prestaron para la obra del Señor. ¿Por qué el Espíritu Santo dice eso? ¿Por qué no dice simplemente «los tecoítas reedificaron esto y después reedificaron más allá otro tramo»? Dice: «Pero sus grandes no se prestaron para ayudar». Menciona a los que trabajaron y a los que se negaron a trabajar. El Señor también toma nota de los remisos.
En el versículo 32 dice que el tramo comprendido entre la sala de la esquina y la puerta de las Ovejas fue restaurado por los plateros y los comerciantes. Y en el versículo 8 dice que uno de los plateros, Uziel, restauró un tramo. Es decir, Uziel, como platero, junto a los de su oficio, restauró un tramo; y luego él, por sí solo, restauró otro. Aquí Uziel es mencionado aparte, y tiene una gloria y una recompensa que los demás plateros no tuvieron.
¿Qué nos puede enseñar esto? Que en la obra de Dios hay lugar para la disposición y entrega personal. Tú puedes participar con tu grupo, por ejemplo, los diáconos, pero tú tienes libertad para servir más allá de eso. Así ocurre en la Escritura con Esteban y con Felipe. Ellos estaban entre los siete diáconos de la iglesia en Jerusalén, pero ambos realizaron una obra que excedió su ministerio de diaconado.
Esteban hizo grandes prodigios y señales entre el pueblo, dando testimonio de la fe; fue, además, el primer mártir. Felipe, en tanto, predicó el evangelio en Azoto, en Samaria, y luego en Cesarea, donde la Escritura lo presenta como evangelista (Hch. 21:8). ¿Era diácono solamente o también evangelista? Era también evangelista. De manera que en la obra de Dios, hay la posibilidad de extender nuestro servicio según la consagración y disposición de cada uno.
En el versículo 12 dice: «Junto a ellos restauró Salum hijo de Haloes, gobernador de la mitad de la región de Jerusalén, él con sus hijas.» Salum restauró con sus hijas. En Israel, quien no tenía hijos varones se sentía deshonrado. Salum sólo tenía hijas. Ellas también tomaron parte en la obra. Se piensa que en el Antiguo Testamento las mujeres están relegadas, pero aquí las hijas de Salum tienen una recompensa segura delante de Dios por su obra.
En el versículo 13 dice que Hanún, con los moradores de Zanoa, restauraron una puerta y mil codos del muro (unos 450 metros). Es decir, no sólo restauró una puerta, como otros hicieron. El restauró, además, un tramo del muro. Tiene una doble honra.
En el versículo 20 vemos que Baruc restauró «con todo fervor» el tramo desde la esquina hasta la puerta de la casa de Eliasib sumo sacerdote. Notemos que edificó frente a la casa de Eliasib, el sumo sacerdote (la máxima autoridad religiosa en Israel). ¿Motivaba eso, acaso, su fervor? ¿Tenía él una convicción muy fuerte de estar sirviendo a Dios? ¡Cómo habrá sido el trabajo de Baruc que el Espíritu Santo dejó constancia de su fervor! Baruc no lo hizo de cualquier forma, porque ésta es la única persona de quien se dice con qué ánimo lo hizo. No importa sólo lo que hagamos, sino también cómo lo hagamos.
En el versículo 1 dice: «Entonces se levantó el sumo sacerdote Eliasib con sus hermanos los sacerdotes, y edificaron la puerta de las Ovejas.» La parte del trabajo de Eliasib fue reedificar la puerta de las Ovejas. Esto nos hace recordar al Señor, quien es la Puerta de las ovejas (Juan 10:7). Eliasib era sumo sacerdote, el que presentaba las ofrendas delante de Dios. El, como sumo sacerdote, reedificó la puerta de las Ovejas, y otros –Baruc y Meremot– edificaron el muro frente a su casa (3:20-21). ¿No es este un ejemplo claro de servicio mutuo? Eliasib, por su alta investidura, ofrenda delante del Señor, y otros sirven al sumo sacerdote, ayudándole en la obra que él descuida por servir al Señor.
En el versículo 23 dice que Benjamín y Hasub restauraron «frente a su casa»; y que Azarías restauró «cerca de su casa». He aquí dos adverbios de lugar. Parece ser un detalle tan pequeño, pero también es consignado por el Espíritu Santo.
El versículo 28 dice: «Desde la puerta de los Caballos restauraron los sacerdotes, cada uno enfrente de su casa». En 3:1 veíamos que el sumo sacerdote no reedificó enfrente de su casa, en cambio los sacerdotes sí. Ellos trabajaron sólo enfrente de sus propias casas. El sumo sacerdote tenía una encomienda especial, pero ellos no. Ellos no hicieron como hizo el sumo sacerdote, sino como Dios les indicó que hiciesen.
En el versículo 30 dice que uno de los reedificadores fue Hanún, «hijo sexto de Salaf». Si se menciona el hijo sexto de un hombre, ¿por qué no se menciona ninguno de los otros cinco? Ellos no hicieron nada, de lo contrario habrían quedado registrados. ¿Por qué no dice simplemente «los hijos de Salaf»? Porque importaba el sexto: Hanún. Hermano, si tu familia no sirve al Señor, tú tienes que hacerlo de todas maneras. El Señor no te va a dar a ti un pago conforme a la injusticia de tu familia, como tampoco le va a dar a tu familia el pago por tu justicia.
Al final del versículo 30 se dice que Mesulam restauró «enfrente de su cámara». Esto nos sugiere una obra pequeña; sin embargo, Mesulam es uno de los cuarenta. En el versículo 31 vemos la obra que hizo Melquías, una obra mucho mayor. Tanto Melquías como Mesulam están consignados.
Sea pequeña o sea grande su obra, todos quedan consignados en este libro de memoria delante de Dios. Ellos y sus obras, y aun la forma cómo la hicieron. ¿Por qué razón? Porque «cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor» (1ª Corintios 3:8b).
A la luz de Malaquías 3:16, ¿qué es Nehemías 3, sino un libro de memoria delante de Dios, respecto de los hombres y de las mujeres que tomaron parte en la reconstrucción del muro y de las puertas de Jerusalén? No era una obra de hombres, era la obra del Señor. No era solamente la reconstrucción de los muros de Jerusalén: era la obra de su Señor.
Así pues, el Señor lleva un libro de memoria exacto, perfecto y completo de toda la obra de amor que los hijos de Dios hacen por causa de su Nombre.
Que el Señor nos ayude para ser diligentes en su obra. Amén.