Pilato dijo de Jesús a los principales sacerdotes y a los alguaciles: «¡He aquí el hombre!». Las palabras de Pilato fueron dichas con un aire burlón, el de un hombre que ostenta el poder. Hay sorna en sus palabras, como diciendo: «¡Ahí tienen al polémico, al que provoca disturbios y pasiones encontradas! ¡Ese es el galileo, considerado tan peligroso, pero helo ahí, tan indefenso!». Pilato tenía una amplia cultura romana; era un intelectual, y como tal, se daba el gusto de satirizar con las sutilezas de su alma refinada.

En un lugar cercano de allí, en esos mismos momentos, está Pedro calentándose junto a una hoguera que los siervos y los alguaciles han encendido, porque hace frío. Una mujer entonces le dice al discípulo: «¡Tú también estabas con Jesús el galileo!». A lo cual Pedro responde, maldiciendo y jurando: «¡No conozco al hombre!».

Pilato dijo: «¡He aquí el hombre!». Pedro dijo: «¡No conozco al hombre!».

Pedro dice no conocer al hombre. Bueno, decía verdad, en cierto sentido, porque él no sabía lo que había en su propio corazón, cuando presumió de defender al Señor a costa de su vida. Pero aquí dice desconocer a Jesús, el galileo. Es el hombre despreciado, traicionado por sus íntimos; es el hombre menospreciado por el amigo más leal.

Que Pilato menospreciase a Jesús, es pasable, porque no había caminado con él tres años y medio, ni se había postrado a sus pies para adorarle. Pero que Pedro lo desconociera, ¿quién lo entiende?

Pilato y Pedro se ponen a prudente distancia del que es puesto en un lugar de maldición; ambos se escabullen, uno lavándose las manos, y accediendo a que martiricen a un inocente; el otro se escapa, jurando y maldiciendo, para no comprometerse con aquel que está en bancarrota. No importa si eran lejanos o cercanos; todos pusieron tierra por medio en la hora suprema. Para que nadie pueda exhibir mérito alguno. Ni ayer ni hoy.

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