El hogar es un reflejo de los padres.

 

Pero es necesario que el obispo … gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?) … Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas».

1ª Timoteo 3:2, 4-5, 12.

Ciertamente, a partir de un hogar se puede juzgar de modo infalible lo que son los padres. Aquí se halla el resultado y expresión de su vida, el espejo en el cual sus errores escondidos son revelados, a veces con sorprendente fidelidad.

A su vez, Pablo relaciona el fracaso en el hogar con el fracaso en la iglesia.

Por tanto, podemos dar un paso atrás e ir del fracaso en la iglesia, al fracaso en la familia y, finalmente, al fracaso en la persona.

El secreto del gobierno de una casa es el gobierno propio; o lo que es lo mismo, primero hemos de ser nosotros aquello que queremos que sean nuestros hijos. Ojalá que todos los padres cristianos aprendieran la lección del dominio propio, el sosiego y la calma del alma que busca ser guiada por el Espíritu de Dios: «En quietud y en confianza será vuestra fortaleza» (Is. 30:15).

Esta es una de las primeras condiciones para el éxito de nuestra propia vida espiritual y, por ende, en la sagrada influencia que ejercemos en nuestros hijos. Más aún, en parte alguna se hará notar tan pronto esta influencia de paz y sosiego como en la vida de familia.

Únicamente la negligencia a nuestra autoridad y deber paterno y nuestra falta de verdadera fe y consagración harán que fracasemos en nuestro gobierno del hogar. Trabajar con Dios significa andar junto a él; el poder de la fe de mantenerse aferrado al pacto y vivir en la seguridad de que Dios mismo hará la obra.

Es hora ya de que analicemos con sinceridad si en los objetivos que procuramos para nuestros hijos hay honores y puestos en el mundo. ¡Acaso el espíritu del mundo es el obstáculo más afectivo, y más escondido, para la verdadera fe! Que nuestra entrega a Dios, la nuestra y la de nuestros hijos, sea completa y sin reservas, no sólo para recibir su misericordia sino para someternos a su voluntad y gobierno. Hallaremos, así, que Dios es nuestro aliado en la educación de los hijos y que con él a nuestro lado, prevaleceremos.

Finalmente, si por amor a servir a Dios en nuestros hogares, nos negamos a nosotros mismos el adquirir poder e influencia ante el mundo, a fin de gobernar a nuestros hijos, él nos considerará dignos de tener influencia y poder ante nuestro prójimo y en la iglesia: «El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor» (Mr. 10:43).

Entonces, la fidelidad en el gobierno del hogar nos dará poder para hacernos cargo de la Iglesia de Dios, y será para nosotros, como para Abraham, el secreto de la admisión en el consejo de Aquel que gobierna el mundo, al poder que prevalece ante Dios y los hombres.

Tomado de «Cómo educar a los hijos para Cristo».