Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley”.

Gálatas 5:22-23.

¿No es ésta la vida que todos anhelamos, la vida semejante a Cristo? Pero esta vida no nos es natural y no la podemos alcanzar por ningún esfuerzo de lo que somos en nosotros mismos. La vida que nos es natural se expone en los versículos anteriores: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas” (Gál. 5:21).

Todas estas obras de la carne no se manifestarán en cada individuo; algunas se manifestarán en uno, otras en otros, pero tienen una fuente común: la carne, y si vivimos en la carne, este es el tipo de vida que viviremos. Es la vida que nos es natural.

Pero cuando el Espíritu que mora en nosotros adquiere el control en la persona en la que habita, cuando nos damos cuenta de la maldad absoluta de la carne y nos rendimos en desesperación de alcanzar algo en su poder, cuando, en otras palabras, llegamos al fin de nosotros mismos, y simplemente entregamos todo el trabajo de hacernos lo que debemos ser al Espíritu Santo que mora en nosotros, entonces y solo entonces, este fruto del espíritu se convierte en el fruto de nuestras vidas.

¿Deseas estas gracias en tu carácter y en tu vida? ¿Las deseas de verdad? Entonces renuncia completamente al yo y a todos tus esfuerzos por la santidad, renuncia a cualquier pensamiento de que puedas alcanzar algo realmente bello moralmente con tus propias fuerzas y deja que el Espíritu Santo, que ya mora en ti, si eres hijo de Dios, tome el control total y produzca Su propio fruto glorioso en tu vida diaria.

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