El caso Snowden: las osadas revelaciones que confrontan a países tradicionalmente aliados.
Un joven norteamericano de unos treinta años de edad, deambula por los pasillos del aeropuerto de Moscú. Pasan días y semanas, y su situación no se resuelve. La noticia reciente causa revuelo en todo el mundo; algunos países le ofrecen asilo político, pero la noticia es desmentida en horas. Ningún país europeo autorizaría que un avión utilizara su espacio aéreo y menos sus aeropuertos, si a bordo de aquella nave estuviese este joven. ¿Quién es este personaje y en qué asunto tan delicado está involucrado?
Se trata de Edward Snowden ex analista de sistemas de la CIA, quien diera a conocer a algunos medios los alcances de la vigilancia de llamadas telefónicas y correos electrónicos por parte de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA, sigla en inglés). El joven, sabiendo que su temeraria acción desencadenaría una frenética búsqueda por su captura y juicio, alcanzó a abordar a tiempo en Hong Kong un vuelo hacia Moscú.
Finalmente, Rusia decidió concederle asilo político, en calidad de refugiado, por un año. Y se niega a entregarlo a las autoridades norteamericanas.
Escándalo global
Este escándalo ha tenido inéditas repercusiones globales, pues luego de conocer las actividades ultrasecretas del programa Prisma, a partir de las revelaciones obtenidas a través de Snowden, se vino a conocer la escucha e intrusión en la red a organismos de la Unión Europea y a varios países de esta organización. También esta noticia tuvo una fuerte repercusión en Brasil, pues importantes actores de la vida nacional habrían sido objeto de similares prácticas.
Luego de conocido el programa Prisma, la UE y sus principales países miembros han exigido una rápida y exhaustiva explicación. Obviamente, esta actitud ha perjudicado la confianza estratégica entre EE.UU. y Europa. El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, hizo una declaración, el 1 de julio de 2013, en la que exigía a Estados Unidos investigar sin demora las denuncias sobre escucha y control de los organismos de la UE por parte de la mencionada NSA.
Control hegemónico
Este escándalo ha abierto un nuevo capítulo en la sociedad del riesgo mundial. En los decenios pasados hemos conocido una serie de riesgos globales: el cambio climático, el peligro nuclear, el financiero, el terrorismo… y ahora el riesgo digital global, que amenaza a la libertad.
Todas estas amenazas (con excepción del terrorismo) en cierto modo forman parte del desarrollo tecnológico, pero también cristalizan temores que se habían expresado durante la fase de modernización de estas nuevas tecnologías. Sin embargo, ahora se produce un acontecimiento en que «un riesgo se constituye de golpe en un problema mundial», como ocurre en la amenaza para la libertad que han puesto en evidencia las revelaciones de Edward Snowden. Estamos ante una lógica del riesgo completamente distinta.
En el caso del riesgo nuclear, los accidentes de Chernóbil y de Fukushima fueron accidentes espacial, temporal y socialmente delimitados. Éste, en cambio, carece de límites en cualquiera de estas dimensiones.
En relación al riesgo para la libertad, lo decisivo no fue el «caso catastrófico», puesto que aquí la catástrofe sería «la hegemonía del control impuesta en el nivel global».
La alarma se enciende cuando se piensa que, sin estas filtraciones, la catástrofe habría ocurrido, pero nadie se habría dado cuenta. Y todos son efectos colaterales de los éxitos de la modernización, que, a su vez, ponen retrospectivamente en cuestión las instituciones de modernización existentes. En el caso del riesgo para la libertad, lo que se pone en tela de juicio son las posibilidades de control de los propios Estados nacionales democráticos.
Objetivos oscuros
La especialista Constanze Kurz, en entrevista con DW (Deutsche Welle)tras las revelaciones sobre el proyecto Prisma, consultada acerca de cuáles serían los objetivos que persiguen los servicios secretos con estas prácticas, respondió en forma categórica:
«El objetivo de combatir el terrorismo, que siempre se esgrime, no tiene sentido desde mi punto de vista. Más bien se trata de ejercer el control, cosa que por lo general se les reprocha a los dictadores. Si se escudriñara esa enorme cantidad de datos con el fin de combatir el terrorismo, sería un método increíblemente ineficiente. Los métodos tradicionales de los servicios secretos serían mucho más efectivos. En el fondo, se trata solo de un afán cada vez mayor de controlar que tienen los gobiernos. Me parece sumamente inquietante y no deberíamos resignarnos a ello».
Defensa y resguardo
Si se busca un actor poderoso que tenga auténtico interés en que se tome conciencia pública de ese riesgo y, por consiguiente, mueva a adoptar acciones políticas, lo primero que nos viene a la cabeza es el Estado democrático. Pero eso sería poner al lobo a guardar las ovejas.
Es precisamente el Estado, en cooperación con las grandes corporaciones digitales, el que ha levantado ese poder hegemónico para optimizar su interés esencial, que es la seguridad nacional e internacional. Pero esto podría suponer un paso histórico que nos apartara del pluralismo de los Estados nacionales en dirección a «un Estado digital mundial libre de cualquier control».
El segundo actor que podría movilizarse es el propio ciudadano. Al fin y al cabo, los usuarios de los nuevos medios de comunicación digital se han convertido en una especie de cyborgs (organismos cibernéticos). Ellos utilizan esos medios como órganos sensoriales, forman parte de su forma de actuar en el mundo. La generación de facebook vive en esos medios y está sacrificando, al hacerlo, gran parte de su libertad individual y de su esfera privada.
Imperio amenazado
Se habla sin cesar de que está surgiendo un nuevo imperio digital. Pero ninguno de los imperios históricos que conocemos tiene los rasgos que caracterizan al actual imperio digital. Este imperio se basa en señas de identidad de la modernidad que no se han pensado a fondo. No se basa en el poder militar, ni posee la capacidad para una integración político-cultural a distancia. Pero sí dispone de posibilidades de control de una amplitud y profundidad capaz de evidenciar todas las preferencias y debilidades individuales: de esta manera, todos nos volvemos de cristal, transparentes.
Y a esto se añade además una ambivalencia esencial: disponemos de inmensas posibilidades de control, pero al mismo tiempo estos controles digitales son de una vulnerabilidad inimaginable.
Ningún poder militar ni revolución amenazan al imperio del control, sino un único y valeroso individuo: Snowden, un treintañero experto en seguridad, es capaz de hacer que se tambalee, y además lo logra «volviendo al propio sistema de información contra sí mismo».
Es decir, en este sistema aparentemente hiperperfecto de control, existe una posibilidad de resistencia del individuo que jamás hubo en ningún otro imperio. El ciudadano corriente dispone, en contraste con Snowden, de un conocimiento mucho más limitado de la estructura y el poder de ese supuesto imperio. Pero eso no se aplica a la generación joven, que como un Cristóbal Colón irrumpe en ese Nuevo Mundo y hace de las redes sociales una prolongación de su propio cuerpo comunicativo.
Muerte sin dolor
Y aquí se evidencia una consecuencia esencial. El riesgo de una vulneración de los derechos a la libertad se valora de forma diferente a la vulneración de derechos relativos a la salud, como la que se deriva del cambio climático. La vulneración de la libertad no duele, no se nota, no se experimenta como una enfermedad, una inundación o una carencia de oportunidades laborales. La libertad muere sin que las personas sean heridas físicamente.
En todos los sistemas políticos, la promesa de seguridad constituye el verdadero meollo del poder del Estado y de la legitimación del Estado, mientras que la libertad siempre parece ser un valor de segundo rango.
Propuestas
¿Qué se puede hacer? Algunos expertos están proponiendo que se formule algo así como un «humanismo digital». Pensando en convertir el derecho fundamental a la protección de los datos y a la libertad digital en «un derecho humano global» e intentar hacer valer este derecho al igual que el resto de los derechos humanos, en contra de las resistencias.
Quienes conocen profundamente estos delicados temas advierten que hoy carecemos de una instancia internacional capaz de imponer estas reivindicaciones. En ese aspecto, el riesgo para la libertad no se distingue de aquel que supone el cambio climático. No hay ningún actor en el plano internacional capaz de afrontarlos. Pero la inquietud es internacional, y bien sabemos que todo riesgo global tiene una capacidad de movilización enorme.
Habrá que esperar que surjan nuevos liderazgos capaces de aunar y encauzar políticamente esa inquietud, la cual, en grados diversos, corre a través de los movimientos sociales y partidos políticos de distintos países.
«Precisamos», dicen los expertos, «una invención transnacional de la política y la democracia que posibilite revivir y hacer valer los derechos democráticos fundamentales en contra del dominio de esos monopolios del control completamente emancipados».
Quinto espacio
En la actualidad, el ciberespacio se ha convertido en un «quinto espacio», luego del terrestre, marítimo, aéreo y espacial, y el ámbito de la seguridad nacional se ha expandido desde éstos ámbitos, digamos tradicionales, hasta la frontera informática.
La ciberseguridad se ha vuelto una preocupación para la mayoría de las naciones. La comunidad internacional, o más bien los actuales líderes de las principales potencias, deben estar, por estos días, pensando en cómo intensificar la cooperación para elaborar, lo antes posible, un código de ética en la red y desarrollar un ciberespacio pacífico, seguro, abierto y cooperativo.
Por otra parte, el tema del combate al terrorismo, propiciado por las grandes potencias y que dio excusa para el hoy vilipendiado espionaje cibernético, no es un asunto menor. Muchos deben temer que esta «pugna entre aliados» no esté sino dando ventajas a quienes necesitan más y más camuflar sus oscuras intenciones.
El tema se encuentra hoy en pleno desarrollo. ¿Qué le espera a Snowden cuando se cumpla el año de asilo que le dio Rusia? ¿Se convertirá en una especie de «moneda de cambio» para futuras negociaciones de alto nivel? En su país ha sido definido por algunos como héroe, por otros como un vil traidor. Esperamos que predomine la cordura, para bien de todos.
Una reflexión
Los conceptos «libertad» y «control» pueden ser fácilmente destacados en el presente análisis. Mientras el ser humano valora y defiende su libertad, a menudo olvidamos que nuestra historia como raza humana siempre ha estado atravesada por el control de unos pocos sobre los muchos. En la antigüedad, esto era grotesco en extremo. ¿A quién no le produce hoy repulsión el denigrante negocio del tráfico de esclavos, tan común en épocas no tan lejanas?
Hoy casi no imaginamos la vida sin tecnología, sin Internet. Esta palabra del idioma inglés, que está en boca de todos, significa, simplemente «red». Network se puede traducir como red o cadena. Del mismo modo, Web, sinónimo de Internet, significa red o telaraña. En otras palabras, es algo que si bien nos conecta, también nos atrapa. Con un computador u otro dispositivo, conectados a Internet, podemos sentir una libertad inmensa. Nunca antes tuvimos esa posibilidad de ‘navegar’ (¿libres?) por el ciberespacio.
Pero los creadores de este monumental sistema han instalado una silenciosa trampa. Nuestros datos pueden ser rastreados. ¡Nos hemos vuelto vulnerables sin darnos cuenta! Con solo un click en «Aceptar», en un contrato que ni leímos, cedemos derechos permanentes a personas que jamás veremos, y el material que subimos a la red ya quedó cautivo.
No somos esclavos bajo látigo, pero no es menos cierto que nos hemos vuelto vulnerables a un tipo de control cuyos alcances aún desconocemos.
Hay una libertad que el hombre necesita conocer. «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (Gál. 5:1). ¿Conoce usted esa libertad?
Fuentes: elpais.com, BBC Mundo, Terra, Google