Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
– Hechos 2:38.
El Espíritu Santo ha descendido para poner al alma ahora, en el disfrute de sus relaciones celestiales, con el Padre, y el Hijo, y para conducirla a la comunión permanente con el Padre y el Hijo. Eso es la fe cristiana.
Pero, por desgracia, la cristiandad ha olvidado que el Espíritu Santo está aquí. Por eso se oye con tanta frecuencia la oración de que el Espíritu de Dios sea derramado. Si alguna vez tú vuelves a oírla, harías un verdadero servicio al peticionario preguntándole si alguna vez leyó la segunda parte de los Hechos. El Espíritu Santo ha venido. El Espíritu de Dios está aquí.
¿Qué habría pensado el Señor, cuando estaba en la tierra, si un día, mientras él y sus discípulos pasaban por allí, uno de ellos se hubiera vuelto y orado fervientemente a Dios para que enviara a Su Hijo? Creo que uno de ellos se habría vuelto contra él y le habría dicho: “¿De qué estás hablando? Él ya está aquí”.
De igual manera, ¡qué inconsecuencia es orar para que el Espíritu Santo sea derramado! Ah, tú dices: “Yo creía que él era solo una influencia”. Pero quiero que veas que él es una Persona Divina que viene aquí, y que mora aquí, en el nombre de Cristo, aquí para actuar por Cristo, y aquí para poner al alma en el goce de la comunión con el Padre y el Hijo.
No debemos orar: “¡Que descienda el poder!”. No es necesario. El Espíritu Santo ya está con nosotros. Me doy cuenta de que él está aquí. No necesitamos orar para que venga. En el segundo capítulo de los Hechos usted encontrará que él ya ha sido enviado. Tenemos un relato exacto de que él vino.
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