Por obra del Espíritu Santo, nuestro espíritu fue despertado; por tanto ahora puede cumplir sus principales funciones: conciencia, intuición y comunión.
Ejercítate para la piedad, porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera. Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos. Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen».
– 1ª Tim. 4:8-10.
Queridos hermanos y hermanas, quisiera compartir con ustedes algo que está en mi corazón en estos días. Mientras recorro entre el pueblo de Dios, siento que hay un incremento en el conocimiento espiritual; pero, lamentablemente, descubro que la vida espiritual del pueblo de Dios no ha crecido en la misma proporción. Por esta razón, he estado meditando en el Señor. Me gustaría saber cuál es la razón de ese síntoma, y me parece que el Señor me guió a los versículos que acabamos de leer. En ellos, descubrimos lo que se llama «ejercicio espiritual».
El ejercicio corporal
Todos sabemos lo que es el ejercicio. En los últimos años, la gente ha tomado mayor conciencia de su salud física, y por donde viajo veo que todos practican el ejercicio corporal. Aun en los hoteles encontramos salas para ejercicios. Gracias a Dios, las personas están conscientes de su cuerpo físico.
En los Estados Unidos, los jóvenes están mucho tiempo ante el computador, y por estar sentados durante horas frente a la pantalla, su salud se deteriora. Entonces, ellos están empezando a entender la importancia del ejercicio físico. Y creo que eso es algo bueno.
Sin embargo, el apóstol Pablo dice: «El ejercicio corporal para poco es provechoso». Es beneficioso, pero es beneficioso para poco. ¿Por qué? Primero, porque solo favorece al cuerpo físico, y en segundo lugar, no importa cuánto tiempo eso te aproveche, será algo limitado.
Ejercitándose para la piedad
De cierta manera, Dios quiere que ejercitemos nuestro cuerpo; pero, para nosotros los cristianos, hay algo mucho mejor que el ejercicio físico. Pablo lo llama «ejercicio para la piedad» (en inglés, godliness). Otras versiones de las Escrituras dicen «ejercicio para la piedad» (en inglés, piety). Creo que la palabra más apropiada sería piedad (godliness). En las versiones de la Biblia en inglés, hay dos expresiones equivalentes al español piedad: «godliness» (King James Version) y «piety» (Darby Translation). En español, solo tenemos una única palabra, «piedad». (Nota del Editor).
Para explicar la diferencia, permítanme usar una ilustración. Cierta ves, en Filipinas, fui a una ciudad llamada Baguio y visité un templo católico. Cuando entré allí, vi unas figuras de blanco arrodilladas ante el altar. Eran varias mujeres. Al acercarme un poco más, vi que eran monjas, delante del altar, inmóviles. Lo primero que pensé fue: «¡Qué piadoso es esto!». Pero, luego, el Señor me habló, diciendo: «Esto puede parecer piadoso exteriormente, pero interiormente puede ser distinto».
Esa es la diferencia entre estas dos palabras. La palabra piety da la idea de una apariencia exterior, pero la otra, godliness, se refiere a una realidad interior, porque godliness, en inglés, significa «semejanza con Dios», o sea, tener el carácter de Dios, estar conformado a la imagen de Cristo. Y eso se refiere a nuestro hombre interior.
Hermanos y hermanas, hay un ejercicio básico que los cristianos tenemos que practicar, y este es el llamado «ejercicio para la piedad» (1ª Tim. 4:7). Y, ¿por qué eso es tan importante? Porque el beneficio es muy grande. El provecho que esto tiene no es solo para hoy, sino aun para la eternidad. Pablo nos dice que la piedad «tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera» (1ª Tim. 4:8). La palabra vida aquí no es la vida humana; en el griego, es zoe, la vida de Dios.
Entonces, hay un tipo de ejercicio que los cristianos tenemos que practicar, y al hacerlo, creceremos en la vida espiritual, y esto no solo nos aprovecha hoy, sino también en los días venideros. Entonces, así como vemos personas ejercitando sus cuerpos, Dios espera que su pueblo ejercite su espíritu.
El Espíritu Santo y nuestro espíritu humano
Cuando creímos en el Señor Jesús, nuestro espíritu humano, que estaba muerto a causa del pecado, fue renovado por el Espíritu Santo. Dios es espíritu, y por esa causa, cuando creó al hombre, lo creó a Su imagen, y puso en él un espíritu humano.
Mira las grandes montañas; ellas tienen un cuerpo enorme pero no tienen alma. En cambio, un perro o un gato, aunque son pequeños, sí tienen alma, pues tienen entendimiento y sentimientos; son mucho más que una montaña. Pero a nosotros, los seres humanos, Dios nos creó a su imagen y semejanza – nos creó con un espíritu.
Los ángeles son espíritus; ellos no tienen cuerpo. Pero nosotros fuimos creados no solo con un cuerpo, sino también con un alma. Somos almas vivientes, tenemos sentimientos, pensamientos, y podemos ejercer nuestra voluntad. Pero más que eso, tenemos también un espíritu. Y porque fuimos creados con un espíritu, podemos comunicarnos con Dios, porque Dios es Espíritu, y solo el espíritu puede comunicarse con el Espíritu.
Por desgracia, a causa del pecado, la comunión se perdió. Dios dijo a Adán: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:17). Sin embargo, Adán desobedeció, y comió. Pero, ¿él murió ese día? No. Vemos que él vivió cientos de años, y la vida de ninguno de nosotros se compararía con los años que él vivió. Y no solo eso; él tuvo hijos e hijas.
En otras palabras, no solo su cuerpo no murió, sino que su alma tampoco murió. Pero, ¿es verdadera la palabra de Dios? Sí. Entonces, ¿qué es lo que murió? Su espíritu. Adán perdió su conexión con Dios, su espíritu estaba muerto y ya no pudo comunicarse con Dios. Entonces fue expulsado del jardín de Edén. Nosotros nacimos con un cuerpo y un alma vivientes, pero con un espíritu muerto. El espíritu, como órgano, aún está ahí, pero su función propia se ha perdido.
Cuando el primer cosmonauta ruso fue al espacio, regresó declarando: «No hay Dios; porque miré a mi alrededor y no pude encontrar a Dios en ninguna parte». Pero eso no tiene sentido, porque él estaba intentando usar su cuerpo para contactar a Dios que es espíritu, lo cual es imposible.
Queridos hermanos, gracias a Dios cuando somos salvos no solo nuestros pecados son perdonados. Ese es el lado negativo. Pero, en lo positivo, Dios ha hecho algo mucho mayor en nuestras vidas. ¡Él ha renovado nuestro espíritu! En Ezequiel descubrimos que Dios nos ha dado un nuevo espíritu; este es nuestro espíritu humano que ha sido renovado. Esta es la razón por la cual en Romanos capítulo 8, vemos que el Espíritu Santo testifica a nuestro espíritu que somos hijos de Dios y nosotros clamamos: «Abba Padre».
Cuando fuiste salvo, algo ocurrió en tu vida. Tal vez creciste en una familia cristiana, conocías la Biblia y aun orabas. Pero el día en que realmente fuiste salvo, de inmediato, descubriste que tú y Dios estaban conectados. Y ahora, cuando oras: «Abba Padre», hay un relacionamiento. No es como antes, no es solo algo en tu mente; ahora tienes contacto con Dios.
La obra del Espíritu Santo en nuestro espíritu
Cuando fuimos salvos, Dios nos dio un nuevo espíritu; el Espíritu Santo vino a morar en nuestro espíritu, y está allí para asegurar que la vida de Cristo crezca en nosotros. ¡Gracias a Dios! En 2ª Pedro leemos que Dios, en su divino poder, dispuso todo lo necesario para la vida y la piedad. En otras palabras, en su misericordia y su gracia, cuando él nos salvó, cuando él nos dio vida, su propia vida, él también hizo provisión para la piedad. Así, esta vida crecerá en nosotros, para que seamos hechos semejantes a Dios, para que la vida de Cristo crezca en nosotros hasta ser conformados a su imagen. Esta es la voluntad de Dios.
Sin embargo, ¿cómo podemos de verdad crecer espiritualmente? Nosotros sabemos cómo crecer físicamente, sabemos cómo ejercitar el cuerpo. También sabemos cómo ejercitar nuestra alma: vamos a la escuela, recibimos información de nuestros profesores, la almacenamos en la mente y somos personas que saben. Así crece nuestra alma. Ya no somos ignorantes, podemos leer, pensar, emitir opiniones, podemos tener nuestros propios sentimientos, así como dijo un gran filósofo: «Pienso, luego existo».
Hermanos y hermanas, nosotros como cristianos tenemos algo mucho mejor. Nuestro espíritu necesita crecer, y este es el significado de la vida espiritual. Ella no se refiere simplemente a tu cuerpo ni al crecimiento de tu alma, sino al crecimiento en tu espíritu, es decir, que la vida de Cristo empiece a crecer en ti. Gracias a Dios, él ha provisto todo para ese crecimiento; pero, por otro lado, él requiere que nosotros cooperemos con él. ¿Y cuál es nuestra cooperación? Que ejercitemos nuestro espíritu.
Pregunto: Después de que fuiste salvo, ¿comprobaste si el Espíritu Santo está operando en tu espíritu? ¿Percibiste que algo no exterior está ocurriendo? No es una cosa mental, sino que, en lo más profundo de tu ser, tu espíritu está creciendo.
Hermanos, nosotros sabemos cómo ejercitar el cuerpo físico y cómo ejercitar nuestra alma. Pero, ¿sabemos realmente cómo ejercitar nuestro espíritu? No vemos al espíritu, porque no es materia, pero eso no quiere decir que no sea real. De hecho, el espíritu es más real que tu cuerpo.
Desde que Dios nos dio este nuevo espíritu, él ha hecho de Cristo nuestra vida, y puso su propio Espíritu en nosotros. ¿Cuál es la obra de aquel que mora en nosotros? Asegurarse de que la vida de Cristo crezca. Él obrará en nuestro espíritu, y aunque no podamos verlo, podemos percibirlo a través de sus funciones.
Por ejemplo, todos conocen la electricidad. Pero, ¿la has visto? No. Sin embargo, aunque no la veas, sabes que ella es real. ¿Cómo lo sabes? Por su poder. La electricidad tiene poder. Por la luz, sabemos que hay electricidad; en otras palabras, sabemos que existe la electricidad por la función. De la misma forma, conocemos nuestro espíritu por sus funciones.
Cuando lees la palabra de Dios, descubres que las principales funciones de nuestro espíritu son tres: conciencia, intuición y comunión. Es decir, el Espíritu Santo va a operar en nuestro espíritu de tres maneras: él va a hablar a nuestra conciencia, va a revelar la mente de Dios a nuestra intuición y nos va a llevar a una comunicación con Dios. Es por medio de estas tres funciones que tu estatura espiritual será acrecentada.
Ejercitando nuestra conciencia
¿Cómo podemos ejercitar nuestra conciencia? Recuerden lo que Pablo que dice en 1ª Timoteo capítulo 1: ¿Cómo podemos pelear la buena batalla de la fe? Él dice: «…manteniendo la fe y buena conciencia». Así podemos militar la buena milicia, «manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos» (v. 19).
En el mundo, la gente dice con frecuencia: «Yo hago todo de acuerdo a mi conciencia». Hasta un ladrón puede decir eso. ¡Cuán poco digna de confianza es la conciencia humana!
Cuando decimos que nuestro espíritu estaba muerto, no quiere decir que el espíritu no esté allí como un órgano; simplemente quiere decir que perdió la función que le es propia. La definición científica de muerte es el cese de comunicación con el medio ambiente. Cuando el cuerpo ha muerto, ha perdido la comunicación con su entorno.
El mundo es el lugar donde se desarrollan las circunstancias de nuestra vida, pero cuando una persona muere físicamente, esa comunicación se pierde, porque no puede ver más, no puede oír más, no puede gustar más. La comunicación con su entorno terminó. Esa es la muerte del cuerpo.
Ahora, ¿qué es la muerte del alma? La muerte del alma ocurre cuando ella ya no tiene sentimientos, ya no puede pensar o perdió su voluntad. Entonces el alma murió. Y, ¿qué es la muerte del espíritu? Es cuando no puedes comunicarte con Dios. Pero, aun en un incrédulo, su espíritu está allí como un órgano. ¿Cómo lo sabemos? Porque en este mundo hay gente que se comunica con espíritus malignos, pero no puede comunicarse con Dios. El órgano aún está ahí, pero la función propia se terminó, perdió su estándar original.
Cuando los caníbales se comen a otras personas, ellos se sienten bien, y su conciencia no les molesta, porque, en el mundo, la conciencia humana es gobernada por la costumbre o el hábito, y no por Dios. Al perder su comunicación con Dios, ella es gobernada por la costumbre y el hábito. Es algo en lo cual no se puede confiar.
La conciencia en los creyentes
Pero, queridos hermanos y hermanas, después que somos salvos, nuestra conciencia vuelve a su comunicación propia. Dios es el estándar apropiado para nuestra conciencia. Por esa razón, a veces oímos decir: «Nuestra conciencia es la voz de Dios».
A menudo, cuando hablas acerca de Dios y dices: «Dios me habló», algunos jóvenes dicen: «A mí, Dios nunca me ha hablado. ¿Qué significa eso?».
Hermano, Dios ya te ha hablado; te está hablando a diario, pero tú no estás consciente de eso. Tú haces ciertas cosas, tienes ciertos hábitos. Tal vez estás yendo a ciertos lugares; pero, después que eres salvo, descubres que hay algo diferente. Cuando intentas ir de nuevo a lugares que frecuentabas antes, algo te detiene, algo te frena. ¿Ya sentiste eso? Eso es el Espíritu Santo que está trabajando en tu conciencia, y tu conciencia empieza a sentir que eso no es correcto.
Voy a contar una historia. Conocí a un electricista que se convirtió. Él vivía en una montaña. En invierno, allí hacía mucho frío, y él tenía el hábito de beber vino. En China, las personas beben el vino de manera diferente. Suelen hacerlo durante las comidas y previamente lo calientan. Pero, cuando ese hombre bebía vino, se emborrachaba.
Un día, después que él se convirtió, su esposa calentó el vino, y antes que se sentaran a comer, él dijo: «Oremos primero». Y mientras oraban, súbitamente él se detuvo, miró a su esposa y le preguntó: «¿Un cristiano puede beber vino?». Ella respondió: «No lo sé». Él replicó: «Entonces, trae el Libro». El hermano Nee había estado con ellos y les había dejado una Biblia.
Aquel hermano era poco instruido y su esposa era totalmente iletrada. Ella le trajo el libro y empezaron a buscar. Gracias a Dios, no encontraron nada, porque hay un solo versículo en toda la Biblia que te dice: «Bebe un poco de vino…». ¿Recuerdan ese versículo? Pablo dice a Timoteo: «Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades» (1ª Tim. 5:23). Y, felizmente, no encontraron ese versículo.
Entonces su esposa dijo: «El vino se está enfriando. Bébelo ahora, y la próxima vez que venga el señor Nee le preguntamos». Eso parecía razonable. Comenzaron a orar de nuevo, y él volvió a detenerse, para preguntar: «¿Puede beber un cristiano?». Ella dijo: «No sé». Volvieron a orar por tercera vez, y él se detuvo de nuevo y le dijo a su esposa: «Llévate el vino».
Meses más tarde, él viajó a Shanghai, se encontró con el hermano Nee y le preguntó: «¿Un cristiano puede beber?». Recuerden, siempre que él bebía se embriagaba. El hermano Nee le contestó: «¿Por qué me preguntas eso?». Y él le dijo: «Porque cuando yo traté de beber vino, mi Jefe de adentro no me lo permitió». Él no sabía el nombre del Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo era algo real para él. El Espíritu le estaba hablando, lo estaba frenando.
Hermanos y hermanas, todos nosotros tenemos ese Jefe interior. ¿Tu Jefe te está hablando? Yo creo que él debe estar hablando, pero es probable que no lo escuches. Y después que rehúsas oírlo algunas veces, la voz se va haciendo más y más débil, hasta que ya no la oyes más. Queridos hermanos y hermanas, tenemos el Espíritu Santo en nosotros. Desde el primer día en que fuiste salvo, él quiere ayudarte a crecer en Cristo. Y ante cualquier cosa que a él no le agrade, él va a tocar tu conciencia. Y cuando tu conciencia es tocada, esa es la voz de Dios.
Una buena conciencia
El apóstol Pablo, después de ser salvo, mantuvo buena conciencia. Y cuando fue llevado ante el concilio para ser juzgado, en Hechos 23:1, él dijo: «Yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy». Después en el capítulo 24, cuando está testificando delante del gobernador, dice: «…procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres». Pablo siempre mantenía una buena conciencia delante de Dios; así caminaba delante de Dios y de los hombres, con una conciencia sin ofensa.
Nuestra conciencia puede acusarnos o defendernos. Si tú estás haciendo la voluntad de Dios tu conciencia te va a excusar, pero si estás caminando en oposición a Su voluntad, tu conciencia te acusará. Entonces, para crecer espiritualmente, para que crezca nuestra vida en Cristo, los cristianos debemos mantener una buena conciencia.
Dios está hablando en nuestra conciencia, y cuando más actuamos de acuerdo a ella, tanto más nuestra conciencia estará en paz. Entonces, para que nuestra vida espiritual crezca, esto es algo en lo cual tenemos que ejercitarnos.
Cuando tenemos mala conciencia, eso afecta nuestra comunicación con Dios. Pero, gracias a Dios, en cada ocasión en que caemos, si lo confiesas al Señor de inmediato, te acoges a la purificación de la sangre de Jesús que, como nos dice Hebreos capítulo 10, purificó nuestros corazones de mala conciencia, para que nos acerquemos a Dios confiadamente. Esta es la primera cosa que debemos ejercitar diariamente.
Ejercitando nuestra intuición espiritual
En segundo lugar, debemos ejercitar nuestra intuición. La intuición es un conocimiento directo. El conocimiento común, del cual ya hemos hablado, es el que viene a nuestra mente. Pero la intuición es un conocimiento directo, que viene a nuestro espíritu. 1ª Juan 2:27 dice. «Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y … la unción misma os enseña todas las cosas». Ella no nos va a enseñar solo las cosas grandes, sino aún las cosas pequeñas.
Si atendemos a esa unción, permaneceremos en Cristo. ¿Cómo podemos permanecer en él? ¿Cómo podemos vivir en Cristo, habitar en Cristo? ¿Cómo podemos conocer al Señor?
A menudo, los jóvenes dicen: «Yo no sé cuál es la voluntad del Señor». Y lo dicen como si conocer la voluntad de Dios fuera la cosa más difícil del mundo. Pero, querido hermano, el Señor te salvó y él proveyó todo lo necesario para que crezcas en Cristo.
Hebreos 8:11 dice: «Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor». La palabra conoce, aquí, es el conocimiento común, es decir, como conocemos en forma normal, reuniendo información de cosas exteriores y almacenándola en nuestro banco de datos. Hebreos dice que no necesitas que alguien te diga: «Conoce al Señor». ¿Por qué? Porque, en los días del Antiguo Testamento, la ley estaba escrita sobre piedras. Y si tú no podías leer o comprender, necesitarías de un escriba o de un fariseo que te enseñara, y todo lo que ellos te enseñaran sería almacenado en tu mente. Es de esa forma que nosotros conocemos las cosas. Era de esa forma que las personas en el Antiguo Pacto conocían al Señor. ¿Cómo lo conocían? Por la enseñanza que recibían de los escribas y fariseos.
Pero recuerda, ese conocimiento es externo, en tu mente, y aunque puedas saber cosas sobre el Señor, es un conocimiento exterior. Tú no tienes un contacto personal con el Señor, tu cerebro se hace enorme, pero tus pies aún son pequeños. Pero, en el Nuevo Pacto, no necesitas que alguien te enseñe a conocer al Señor de esa forma. Ahora, si nadie te enseña, ¿cómo vas a saber? Gracias al Señor, él dice: «Porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos».
Conocimiento interior
Hay un conocimiento del Señor que no depende de tu mente, sino de tu espíritu, y en tu espíritu tú estás siendo enseñado por el Espíritu Santo. Él no solo te enseñará las cosas grandes, sino también las cosas pequeñas.
Hermano, en las cosas pequeñas, tú dices: «No necesito orar, no necesito buscar al Señor, porque eso es algo pequeño; yo lo puedo hacer solo». Solo en las cosas grandes, recién empezamos a comprender. «Oh», dices tú, «no estoy capacitado para eso; entonces, voy a orar; tenemos que esperar en el Señor». Y así vivimos nuestra vida cristiana, pero eso es errado. Porque, para que crezcamos espiritualmente, no necesitamos solo que el Espíritu Santo nos enseñe en las cosas grandes, sino también en las cosas pequeñas.
Esta forma de conocer al Señor es diferente; es un conocimiento interior. El Espíritu Santo te dará luz y revelación, te dará sabiduría e iluminará tu intuición. Tú lo conoces interiormente, y esa es la manera real de conocer al Señor, un conocimiento experimental, no un conocimiento objetivo sino un conocimiento subjetivo, del Señor.
Nosotros nos sorprendemos cuando, a veces, encontramos hermanos de edad, que, en cuanto al conocimiento del mundo, saben muy poco, y son quizás hasta analfabetos. Pero tienes comunión con ellos, y conocen al Señor por experiencia quizás mucho más de lo que tú lo conoces. ¿Por qué? Porque ellos han sido enseñados por el Espíritu Santo.
Hermanos, tenemos que ejercitar nuestra intuición. Tenemos que abrir nuestro espíritu ante el Señor para que el Espíritu Santo nos enseñe. Esa es la única forma de crecer interiormente.
Creciendo en la comunión
Luego, en nuestro espíritu hay otra función que se llama comunión. Ustedes recuerdan, en Juan capítulo 4, cuando Jesús estaba en Samaria, él estaba sentado junto al pozo de Jacob, mientras sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar comida, y una mujer samaritana salió de la ciudad a sacar agua del pozo.
Normalmente, las mujeres iban a buscar agua temprano o al atardecer, y venían juntas. Pero esta mujer vino a sacar agua al mediodía y estaba sola, porque era una gran pecadora y quería evitar a las personas. Pero nuestro Señor estaba sentado allí, y él condescendió a hablar con ella, pidiéndole a la mujer que le diera agua.
Aquello sorprendió a la mujer, porque los judíos ni se hablaban con los samaritanos. ¿Cómo un judío le pedía agua a una samaritana? Pero el Señor le dijo: «El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14). Entonces, ella dijo: «Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla». Pero el Señor le dijo: «Ve, llama a tu marido, y ven acá».
Ella era una gran pecadora. Entonces el Señor le dijo: «Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido». Cuando ella oyó eso, dijo: «Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Y él le dijo: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad… Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren». Dios es Espíritu. ¿Cómo podemos adorarlo? Solo cuando nuestro espíritu se levanta y lo toca.
Creo que los cristianos debemos tener un tiempo con el Señor en la mañana. Recuerdo que, cuando recién fui salvo, yo tenía 15 años de edad y, en casa, era el primero en levantarme. Me encerraba en un cuarto y me arrodillaba ante el Señor, leía la Biblia, oraba y cantaba solo. Era mi servicio de la mañana. Pero, después de eso, salía de allí, y si tú me preguntabas: «¿Qué leíste?», te diría: «Lo olvidé». Yo estaba haciendo cosas religiosas, pero no tenía comunión con Dios.
Ejemplo de George Müller
¿Cómo podemos tener comunión con Dios? Recuerdo una historia sobre George Müller. Él era alemán, y se fue a Inglaterra a prepararse para ser misionero a los judíos. Pero el Señor lo levantó para abrir orfanatos en Bristol. Müller cuidaba cientos de huérfanos, solo por fe.
Cada mañana, él se acercaba a Dios, leía solo un versículo, y luego meditaba sobre él. A veces, aquel versículo lo llevaba a la alabanza, otras, al arrepentimiento. Y después de leerlo varias veces, él se postraba delante del Señor, y según lo que había leído, él se comunicaba con el Señor. Fue así como creció su vida espiritual. Cuando supe eso, intenté hacer lo mismo y, gracias a Dios, fue una gran ayuda para mi propia vida espiritual.
Cuando nos acercamos a Dios, a menudo estamos muy apurados. Nos levantamos rápido para correr al trabajo, tenemos cinco minutos, y en ese tiempo tratamos de leer la Biblia y orar. Todo pasa tan aprisa que nos levantamos y nos olvidamos de todo. Eso no es comunión. Nosotros no ejercitamos nuestro espíritu.
Müller, después de leer por la mañana, cuando tenía un momento libre durante el día, meditaba de nuevo sobre aquel versículo. Y fue así como él creció espiritualmente.
Mucho de aquello que hacemos no es la forma en que la verdad nos enseña. Cuando recién fui salvo, me enseñaron a guardar el domingo. No se podía encender fuego, ni hacer ningún trabajo. Ese día yo no podía estudiar, y aun tenía miedo de hacerlo, aunque tuviese una prueba el lunes. Eso es guardar la ley. Gracias a Dios, nosotros adoramos en espíritu y en verdad. Y cuando tú estás cerca del Señor, entonces empiezas a conocerlo mejor.
En la casa de mi padre había una señora norteamericana, ya de edad, que vivía con nosotros. Ella había venido de Virginia como misionera a China, y creó una escuela en Shanghai. Mi abuelo mandó a mi padre a esa escuela, para que aprendiera inglés y pudiera ayudarle a él en su trabajo de construcción. Él construyó algunas escuelas americanas en China, pero él mismo era analfabeto. Ni siquiera sabía escribir su nombre, y aun así, podía hablar algo de inglés.
El abuelo quería que mi padre estudiara inglés. Pero, gracias a Dios, en esa escuela, mi padre fue salvo. Cuando eso ocurrió, mi abuelo se sintió avergonzado, porque nadie entonces creía en el cristianismo, excepto los llamados ‘cristianos de arroz’, aquellos que se acercaban a los misioneros solo para obtener comida.
Los cristianos eran despreciados en China; entonces mi abuelo quiso mantener a mi padre lejos de todo contacto extranjero. Pero la fe de mi padre era real. Entonces mi abuelo dijo: «¿Qué voy hacer?», y en vez de enviarlo de vuelta a esa escuela, lo mandó a aprender una profesión en otro lugar. Pero, gracias a Dios, finalmente mi padre volvió a esa escuela y él llamaba a esa señora americana «abuela».
Cercanos a Dios
La misionera amaba a China, y después que jubiló de la escuela, se vino a vivir con nosotros. La llamábamos simplemente abuela. Pero entre los siete hijos que éramos, ella parecía querer al hermano menor más que a los demás. Entonces nosotros le reclamábamos: «Tú eres parcial, porque lo amas a él más que a nosotros». Y ella decía: «No, no, no. Yo los amo a todos por igual». «No es verdad, lo amas a él más que a nosotros». Pero ella decía: «Los amo a todos de la misma manera, pero este pequeño es más cercano a mí».
Hermanos y hermanas, Dios nos ama a todos nosotros por igual; pero, de la misma forma, cualquiera que esté más cercano a él parecerá que Dios lo ama más.
¡Cómo necesitamos estar cerca de Dios! ¡Cómo necesitamos tener comunión con él! Tenemos que volver nuestro corazón a él de tiempo en tiempo, y realmente vivir en su presencia. «En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre» (Sal. 16:11). Entonces, queridos hermanos y hermanas, vamos a ejercitar nuestro espíritu en nuestra vida diaria. Si estamos cerca de Dios, él estará cerca de nosotros, y entonces él podrá transformarnos a su propia imagen.
Oremos: Amado Señor, te bendecimos y te alabamos, porque tu buena voluntad no es solo salvarnos, sino salvarnos completamente. Oh, Señor, te agradecemos. Tú deseas que seamos transformados y conformados a tu propia imagen, y lo has provisto todo para que seamos piadosos. Señor, enséñanos a ejercitar nuestro espíritu, para que crezcamos en la piedad, para que tu voluntad sea hecha en nosotros, así como es hecha en los cielos. Te damos toda la gloria. En tu precioso nombre. Amén.
Resumen de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en Septiembre de 2012.