Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare”.

– Salmos 61:2

El salmista le dijo al Señor el lugar desde donde elevó aquella ple­garia. Pero él da unas coordenadas muy extrañas, habla de un lugar sumamente raro: le dijo a Dios que lo llamaba desde “el cabo de la tierra”. Hasta el día de hoy, ningún geógrafo, ningún historiador, ni el más sofisticado sistema de posicionamiento global (GPS) podría decir con la más mínima exactitud dónde queda ese lugar en el globo terráqueo, en el mapa mundial.

Otra versión dice: “Señor: Te estoy hablando desde el último rincón del mundo”. Ahora bien, ¿dónde queda el último rincón de este mundo? Todos sabemos dón­de se encuentra. Usted lo sabe y yo también lo sé. Hemos estado allí muchas veces. El último rincón del mundo es ese lugar donde las penas se agigantan, donde los problemas se multiplican, donde la presencia de Dios se nos debilita, donde sentimos que estamos solos y abandonados.

En el último rincón del mundo llegamos a sentir que el Señor nos ha olvidado o que tarda en ayudarnos, y nuestra fe flaquea. Más que un lugar, el ultimo rincón del mun­do es un conjunto de circunstancias adversas y peligrosas. Pero lo más importante es esto: es un lugar perfectamente conocido para Dios.

El rey David sabía que Dios conocía perfectamente la ubi­cación del “último rincón del mundo”. Por eso se lo mencionó de la manera más natural posible. Sabía que Dios lo entendería, que no tenía que dar muchas explicaciones pues el Señor sabía cómo llegar allí.

Dios puede llegar muy rápidamente al cabo de la tierra. Nada se encuentra lejos de Dios; no hay nada lejos para él. ¡No! Nadie se encuentra tan lejos, ni tan apartado que Dios no pueda llegar a él. Nadie está tan lejos que Dios no lo pueda ver. No hay lugar donde Dios no pueda llegar con su ayuda. No impor­ta el lugar donde usted se encuentre… ¡Dios conoce ese camino!

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