Poco más de dos mil años de historia bastaron para que la humanidad, luego de su creación, llegase a tal extremo de depravación, que Dios se sintiese arrepentido de haberla creado. La Biblia añade: «Y le dolió en su corazón» (Gén. 6:6).
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; creó para él un ambiente idílico, a fin de que desarrollase todo su potencial. Sin embargo, a poco andar, el hombre cayó y el pecado se introdujo. Dios puso en el hombre, y alrededor de él, todo lo que necesitaba para ser feliz; sin embargo, el hombre pervirtió todo aquello, y lo arruinó.
No tardó mucho el pecado en enseñorearse del hombre. No fueron demasiadas las generaciones que vivieron – si consideramos que las primeras fueron muy longevas, de edad de casi mil años. Perdida la fuente de su felicidad –la comunión con Dios– el hombre buscó en lugares equivocados la felicidad perdida. El alma y el cuerpo fueron las fallidas fuentes. Al no tener, además, el Espíritu de Dios morando en él, como tampoco un código de normas que le ayudase a encontrar el norte, el hombre perdió definitivamente el rumbo.
Así llegamos a Génesis capítulo 6. Aquí está esta triste declaración: «Y vio Jehová que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (v. 5). Cuando Dios miraba la tierra, no veía solo el hermoso azul de los océanos con los arreboles blancuzcos de las nubes. No. Él veía más allá, al hombre abandonado a sus concupiscencias, degradado en su dignidad original, perdido en los vericuetos de la lujuria y del libertinaje. Y entonces, dice la Escritura: «Le dolió en su corazón».
¿Hay en Dios la capacidad de sentir dolor? Si es así, ¿cómo es el dolor del corazón de Dios? La Biblia dice que el amor es sufrido. Cuando se ama, se sufre por aquel que se ama. Basta ver cómo una joven mujer, vanidosa, descreída y superficial, cambia cuando se convierte en madre. El amor por su hijo, aun el solo pensamiento de que algo malo pudiera sucederle, mezcla ese amor con lacerantes punzadas de dolor.
La Biblia dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito…» (Jn. 3:16). Dios creó al mundo con amor; y diseñó para él los más nobles planes y propósitos. Así que, cuando ve a qué punto llegaron las cosas, no puede menos que sentir ese dolor que es propio del amor.
Nosotros solemos asociar el dolor exclusivamente como un rasgo de la condición humana. Nos duele nuestro propio dolor, y también el dolor de los que sufren a nuestro lado. Sin embargo, este pasaje de Génesis nos muestra que, siendo el hombre hecho a la semejanza de Dios, es Dios el primer y mayor sufriente.
Pero ¿quién piensa en el dolor de Dios? ¿Quién comparte con él ese dolor? El hombre busca el placer y huye del dolor. Pero Dios, que día tras día contempla la tierra sumida en el desquiciamiento y la apostasía, no puede escapar de él. Si usted mira alrededor, probablemente llegue a esta misma conclusión: Al igual que ayer, seguramente Dios hoy también está sufriendo.
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