La obra de la restauración de la iglesia sigue los parámetros de la restauración de la Casa en días de Zorobabel y Josué.
Lecturas: Hageo 2:1-9; Zacarías 4:8-10.
Tengo la certeza de que ustedes recuerdan la historia de cómo los hijos de Israel fueron llevados al cautiverio, en Babilonia, por haberse rebelado contra Dios, y de cómo ellos permanecieron allá por setenta años. Entonces, por la soberana misericordia de Dios, les fue permitido volver a Jerusalén para reconstruir la casa de Dios (el templo). sin embargo, también necesitamos recordar que no fue por causa de su condición espiritual que recibieron autorización para volver. Ellos no habían cambiado mucho. El motivo fue la soberana misericordia de Dios. Dios movió el corazón del rey Ciro, de Persia, para que promulgase el decreto diciendo que todo aquel que quisiese volver a Jerusalén podía hacerlo.
Aquellos que viven para Dios precisan volver
Nosotros podríamos pensar que probablemente todo el pueblo de Israel iría a levantarse y volver. Lamentablemente no sucedió así, y este hecho revela la condición espiritual del pueblo. Después de setenta años en Babilonia, la mayoría de ellos estaba enraizado en la tierra de cautiverio. Habían construido sus propias casas y establecido sus propios negocios. Habían recibido mucha libertad religiosa, pues les fue permitido adorar a Dios en las sinagogas.
Aun después del juicio de Dios, la mayoría del pueblo judío vivía para sí mismo. Si usted vive para sí mismo, entonces quedará satisfecho aun en la tierra de cautiverio. A fin de cuentas, sus propiedades y sus negocios están allá. Usted consigue obtener incluso un cierto grado de libertad religiosa. En otras palabras, su conciencia es apaciguada y sobornada porque usted todavía puede adorar a Dios, aunque permanezca en tierra de cautiverio.
Por lo tanto, la mayoría del pueblo estaba satisfecho en continuar viviendo en Babilonia. Aunque ellos habían recibido autorización para volver, desecharon esa idea porque en aquella época Jerusalén estaba en ruinas. La ciudad estaba rodeada de enemigos. ¿Por qué usted habría de arrancar sus raíces para volver a una tierra que no tenía nada? aunque eran el pueblo judío –el pueblo escogido de Dios– con todo, ellos vivían para sí mismos.
Sin embargo, si usted vive para Dios, usted no puede permanecer en la tierra de cautiverio. Usted tiene que volver a Jerusalén, pues Jerusalén es el lugar que Dios escogió. Usted tiene que reconstruir la casa de Dios, porque es allá donde el nombre de Dios será exaltado. Solamente un remanente, que incluía hombres, mujeres y niños y sus siervos, no más de cincuenta mil personas, estuvieron dispuestos a volver. Ellos estaban dispuestos a ser desarraigados, a enfrentar el peligro del viaje y volver a Jerusalén, un lugar de ruinas, para reedificar la casa de Dios, porque sus corazones fueron movidos por el Espíritu de Dios.
El trabajo es interrumpido
Cuando usted lee la Biblia, usted nota que durante el tiempo del cautiverio Dios nunca es llamado «el Dios de los cielos y de la tierra». evidentemente, nuestro Dios es el Dios de los cielos y de la tierra, porque él creó los cielos y la tierra. Pero extrañamente, durante el período del cautiverio babilónico, Dios nunca es llamado así. ¿Por qué razón?
Eso ocurrió porque Dios no tenía testimonio en la tierra. Él había confiado Su nombre a su pueblo, pero el pueblo estaba en cautiverio. Él puso Su nombre en Jerusalén, pero Jerusalén se encontraba en ruinas. Él debería llenar el templo de Jerusalén con su gloria, pero el templo estaba completamente destruido. Por lo tanto, Dios no era reconocido en la tierra. Incluso aunque todavía era el Dios de la tierra, él no era reconocido como tal. No había testimonio sobre esta tierra.
Por lo tanto, luego que el remanente volvió a la tierra de Judea, su primera preocupación fue la reconstrucción del templo. Ellos pusieron los cimientos y se prepararon para construir la casa de Dios, para que el nombre de Dios estuviese sobre la tierra y para que el testimonio de Dios pudiese ser restablecido sobre ella. Eso era algo tremendo.
Con todo, el enemigo de Dios estaba muy activo e incitó a los adversarios que vivían alrededor de Jerusalén. De diversas maneras intentaron hacerlos desistir, impedir su trabajo e interrumpir la construcción de la casa de Dios. Finalmente, ellos lograron su objetivo a través de falsas acusaciones. Las manos del remanente fueron debilitadas, y la obra fue interrumpida por algunos años.
Los profetas fortalecen las manos del remanente
Fue solamente en el segundo año del rey Darío, de Persia, que Dios levantó dos profetas en medio de su pueblo, uno de ellos un viejo y el otro un joven. Hageo era un hombre mayor. Él pudo haber sido uno de aquellos que vio el templo de Salomón, antes de ser destruido. Y Zacarías era un joven que probablemente nació en el cautiverio y nunca había estado en Jerusalén antes.
A través de sus profecías, las manos de Zorobabel, el gobernador, las manos de Josué, el sumo sacerdote, y las manos del remanente fueron fortalecidas. Eso no sucedió por el hecho de haber algún decreto real diciendo que ellos podrían iniciar la obra. De hecho, no había tal decreto. Tampoco sucedió porque los enemigos disminuyeran la intensidad de la persecución. Eso ocurrió porque Dios habló.
A causa de la proclamación profética de esos dos profetas, el remanente se levantó y comenzó a construir la casa de Dios. Esa tarea no fue fácil, porque sus enemigos todavía los rodeaban. El enemigo continuó intentando desanimarlos, buscando de todas maneras paralizar, acusar y atacar el remanente. Los tiempos continuaron difíciles y, para colmo, nuevos problemas surgieron – no sólo problemas relacionados con los enemigos que estaban alrededor, sino problemas entre ellos mismos. Pese a esto, se reunieron y comenzaron a edificar.
Una pequeña casa
Pasó un mes y los que estaban edificando la casa de Dios se desanimaron. A medida que miraban la obra de sus manos, percibían muy claramente que aquella casa nunca podría compararse con el templo de Salomón, incluso después de terminada. ¡El templo de Salomón fue construido con tanto oro, plata, piedras colosales, madera y otros materiales similares! además de eso, fue edificado por un gran número de personas, construido en tamaño gigantesco y terminado con gloria y grandeza.
El remanente era muy pequeño en número, y sus recursos muy limitados. Aunque ellos habían estado edificando la casa de Dios sólo un mes, ya podían percibir que esa pequeña casa jamás podría ser comparada con el templo construido por Salomón. A sus ojos, ella era como nada. Si era como nada, entonces ¿por qué edificarla? La palabra de Dios tuvo que venir a través del profeta Hageo: «considerad la obra de vuestras manos, ¿Cómo la veis? ella es como nada delante de vuestros ojos». Pero Dios dice: «esfuérza, esfuérzate, Zorobabel, esfuérzate, Josué, cobrad ánimo, remanente, y trabajad, porque yo estoy con vosotros. Yo no he cambiado. Yo os saqué de tierra de Egipto (el profeta aquí retrocede al tiempo en que Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto) y mi pacto todavía está con vosotros. Yo no he cambiado ni un ápice. Por lo tanto, continuad, edificad y terminad la casa».
Entonces la palabra del Señor vino a través de Zacarías, el joven: «Zorobabel puso los cimientos de esta casa y él la terminará. No desprecien el día de las pequeñeces, pues los ojos de Dios, sus siete ojos, recorren toda la tierra y él vio la plomada en las manos de Zorobabel». entonces ellos se regocijaron. En otras palabras, Dios estaba feliz con el trabajo de ellos. Si Dios está feliz, ¿por qué usted no está feliz también? por lo tanto, continúe, vaya adelante y termine la obra. Gracias a Dios, a través de Su propio aliento, esta casa fue finalmente terminada.
A través de esa historia, veamos tres principios: 1) No mire las apariencias externas, pero asegúrese de que usted está en la voluntad de Dios; 2) No sea engañado por la grandeza externa, sino conozca y tenga discernimiento en cuanto al tiempo de Dios; 3) Si algo es la voluntad de Dios y está de acuerdo al tiempo de Dios, entonces no esté temeroso de no tener el poder de Dios, pues no es por la fuerza ni por el poder, sino por mi Espíritu, dice el Señor (Zac.4:6).
Dios tiene solamente una casa
No sea engañado por las apariencias externas, sino asegúrese de que usted está haciendo la voluntad de Dios. El remanente había quedado desanimado porque al mirar la obra de sus manos, todo era tan pequeño. Esa obra era como nada – nada en comparación con la gloria y grandeza del templo de Salomón. Pero Dios dijo: «No se desanimen. No miren las apariencias externas cuando ustedes saben que están en la voluntad de Dios.»
A los ojos humanos, nosotros podemos decir que hay un cierto número de templos. Nos acordamos del tabernáculo levantado por Moisés en el desierto, del templo construido por Salomón y de este templo construido por el remanente. Podemos identificar al menos tres casas, y todas ellas eran la casa de Dios. En verdad, si usted observa la profecía de Ezequiel, usted va a encontrar todavía un templo más. Por lo tanto, ¿cuántas casas tiene Dios?
Hoy en día, las personas ricas pueden tener varias casas, pero Dios tiene sólo una casa. La Biblia no nos dice que Dios tenga varias casas. Dios tiene sólo una casa. Aunque externamente tengamos el tabernáculo, el templo construido por Salomón y el templo reconstruido por el remanente, Dios dice: «Yo tengo sólo una casa. Miren esa casa. Ustedes la ven como si fuese nada. Pero la gloria postrera de esta casa será mayor que la primera» (Ver Hageo 2:9). note que Dios no dice: «La gloria de la última casa será mayor que la de la primera». en ese caso, Dios de hecho tendría dos casas. En cambio, Dios dice: «La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera gloria de la casa». en otras palabras, se trata de la misma casa, sea ella el tabernáculo en el desierto, el templo construido por Salomón, el templo reconstruido por el remanente o el edificio espiritual construido por el Señor Jesús. Él dice: «Sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». eso también es verdad con relación a la nueva Jerusalén, tal como lo encontramos en el libro de Apocalipsis. Usted descubre que todas ellas son una sola casa, y que la gloria postrera de esa casa será mayor que la primera. Evidentemente, nosotros sabemos que la última gloria de la casa se refiere al tiempo cuando Dios conmoverá no solamente la tierra sino también los cielos. Este será el tiempo cuando el «Deseado de todas las naciones» vendrá (Hageo 2:7). El Deseado de las naciones no es otro sino el Mesías, y eso ocurrirá cuando el propio Cristo venga.
La pequeña casa y el propósito de Dios
¿Qué vemos cuando contemplamos la nueva Jerusalén? ¿No es verdad que la gloria postrera de la casa es mayor que la primera? ¿Acaso se puede comparar la gloria de la casa construida por Salomón con la gloria que se halla en la nueva Jerusalén? De hecho, no hay comparación. No hay comparación ni siquiera con la iglesia gloriosa que Cristo está edificando hoy. Él no edifica con piedras muertas, ni con materiales como oro, plata y piedras preciosas, sino con piedras vivas. Él se va a presentar a sí mismo una iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. Sin duda, la gloria postrera de la casa es mayor que la primera.
Aunque sea pequeña, esta pequeña casa reconstruida por el remanente está de acuerdo con la voluntad de Dios. Ella forma parte del proceso a través del cual la nueva Jerusalén será terminada. Cuando esta casa está de acuerdo con la voluntad de Dios, participando del proceso con miras al cumplimiento de la voluntad de Dios, entonces él la reconoce como suya. Dios dice: «Esta es mi casa». Si Dios reconoce esa casa como suya, ya no podemos considerarla más en términos de cuán grande o cuán pequeña es ella. Evidentemente, nuestro Dios es un Dios grande. No debemos limitar a nuestro Dios. Con todo, debemos recordar que, con Dios, no se trata de cuán pequeña o cuán grande es la casa. Por grande que sea, la casa no puede ser mayor que Dios.
Lo que realmente importa nunca debe ser la apariencia externa. Aquello que realmente importa es: «¿usted está en la voluntad de Dios? ¿La obra de sus manos es parte del desarrollo de la obra de Dios con miras a la nueva Jerusalén?». Si su respuesta es positiva, gracias a Dios por eso.
Este principio es algo que precisamos conocer. Es aplicable a nosotros hoy en día. En términos humanos, el hombre caído busca naturalmente algo grande y espectacular. Nosotros hallamos que si algo es grande, espectacular, y considerado un éxito, entonces eso es algo que Dios ciertamente bendijo. De hecho, percibimos mucho orgullo de nuestro ego en estas cosas. Eso es algo natural.
Al leer el Antiguo Testamento, usted descubre que Elías hizo una obra tremenda en el monte Carmelo. Luego en seguida, su vida fue amenazada por Jezabel y huyó, andando por 40 días y 40 noches hasta llegar al monte Sinaí, donde se escondió en una caverna, probablemente la misma donde Moisés se escondió cuando Dios se le apareció. Elías estaba allá y Dios se le apareció. Si usted continúa leyendo la historia, va a encontrar primero un grande y fuerte viento que rompía los montes y quebraba las peñas, pero Dios no estaba en él. Hubo entonces un terremoto, mas Dios no estaba en él. Entonces vino «una voz callada y suave» (1 Reyes 19:12, Versión Moderna), y Dios estaba en ella. Nosotros siempre estamos en procura de algo grande y espectacular. Pensamos que Dios tiene que estar en el viento o en la tempestad, o si no en el terremoto o en el fuego. Pero Dios no estaba allá. Dios estaba en la voz callada y suave.
¿Estamos en la voluntad de Dios?
En 1ª Corintios 3, Pablo dice ser como un «maestro albañil» (v.10, Versión Popular). Si usted desea ser bien preciso, Pablo no está diciendo que él fuera el arquitecto, pero sí un maestro de obras. El arquitecto es el propio Dios, y él pone el fundamento. Pablo nos dice que no podemos poner ningún otro fundamento sino a Cristo Jesús. Pero después que el fundamento está puesto, tenga cuidado con aquello que usted edifica sobre él. Algunas personas edifican sobre el fundamento usando oro, plata y piedras preciosas, y otros edifican sobre él con madera, heno y paja (v.12, Biblia de Jerusalén). ¿percibe usted la diferencia?
Usando madera, heno y paja, usted puede construir una casa grande. Eso es posible porque no va a costar mucho dinero. Sin embargo, si usted quiere construir con oro, plata y piedras preciosas, ¿cuán grande será la casa que usted podrá construir? ella costará muy caro. La madera representa la naturaleza del hombre. Un hombre de pie es como un árbol, y por eso la Biblia siempre usa la madera para representar la naturaleza del hombre. El heno nos habla de la gloria del hombre. En 1ª Pedro leemos que toda carne es como la hierba, y la gloria del hombre es como la flor de la hierba. Se seca la hierba y se cae la flor, mas la palabra de Dios permanece para siempre. La paja nos habla de la obra del hombre, porque los hombres usaban la paja en la mezcla para hacer ladrillos.
Si alguna cosa es obra del hombre, si es para la gloria del hombre o si es el propio hombre quien la está haciendo, entonces usted puede hacer algo grande y espectacular. Sin embargo, espere hasta que el fuego aparezca. En ese momento, su obra será probada. Usted va a aprender que la madera, el heno y la paja son los materiales apropiados como combustible para el fuego. Ellos serán enteramente consumidos. Ciertamente usted será salvo, pues el fundamento no puede ser quemado. Mas usted será salvo como por fuego. Con todo, mire el oro, la plata y las piedras preciosas. El oro es la naturaleza de Dios; la plata es la redención de Cristo y las piedras preciosas son la obra del Espíritu Santo. Estos materiales son caros. En el tribunal de Cristo usted va a notar que el fuego los hace brillar y entonces muestran su gloria. El juicio va a manifestar la gloria del oro, la plata y las piedras preciosas.
¿No cree usted que necesitamos cambiar nuestra manera de pensar? estamos siempre buscando algo grande y espectacular y consideramos que es éxito, que la bendición de Dios y que Dios tiene que estar allí. Sin embargo, eso no es necesariamente verdad. Al contrario, pienso que debemos estar preocupados con la siguiente pregunta: ¿estamos en la voluntad de Dios? La obra en la cual estamos involucrados, ¿es parte del desarrollo de la obra de Dios con miras a la obtención de su propósito? Si fuere así, entonces Dios reconoce esa obra como suya y eso es todo lo que importa.
Hace un tiempo atrás recibí una carta de un hermano, en la cual me daba dos noticias. Una de ellas hablaba de algo que estaba sucediendo en Korea. Usted probablemente sabe respecto de eso. Hay una iglesia que es la mayor iglesia del mundo, con un millón de miembros. Aquel hermano estaba maravillado con eso. Él pensaba que aquello era algo fantástico. Dios tenía que estar bendiciendo aquella obra. Entonces él siguió con la segunda noticia, en la cual contaba sobre otro grupo en el mismo lugar cuyo número de integrantes estaba disminuyendo, y eso le decepcionaba mucho. Según nuestra naturaleza humana, nosotros siempre juzgamos las cosas por la apariencia externa. Con todo, esperemos y veamos como Dios ve.
Eso no quiere decir que Dios no pueda estar siempre presente en algo que sea grande. No estoy afirmando tal cosa. Sin embargo, la verdad es que la satisfacción divina no está relacionada con ser grande o pequeño. Eso no importa. No mire eso, no evalúe según ese criterio, sino vea como Dios ve, haciendo la siguiente pregunta: ¿eso es la voluntad de Dios? ¿estáusted alineado con la obra de Dios con miras a su propósito? eso es lo que importa. Este es el primer principio y yo pienso que necesitamos aplicar este principio vez tras vez.
Nuestro Señor triunfó a los ojos del Padre
Mire al Señor Jesús. Cuando el Señor nació, los magos, los reyes de oriente, vieron la estrella. Ellos vinieron para adorar al Rey que había nacido. ¿A qué lugar se dirigieron? ellos fueron a Jerusalén. Naturalmente, pensaron que el Rey sólo podría haber nacido en la capital, Jerusalén. Ellos no sabían que el Rey había nacido en Belén.
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, él fue a Jerusalén muchas y muchas veces, pero no se quedaba allá. ¿Usted sabe dónde se quedaba? en la pequeña aldea de Betania, en casa de Marta, María y Lázaro. Piense sobre eso: cuando el Señor Jesús estaba predicando y grandes multitudes lo seguían, ¿qué hacía él? Él se volvía a sus oyentes y los desafiaba, diciendo: «Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que amarme más que a padre, madre, hermano, hermana, esposa, hijos y su propia vida; de otro modo no puede ser mi discípulo». ¿Acaso eso no parece absurdo? No es de admirar que las personas hallasen muy duras sus palabras. ¿Quién puede oír tales palabras? Incluso algunos de sus discípulos lo abandonaron. ¿Acaso eso perturbó al Señor Jesús? Él se volvió a los doce que había escogido, y les dijo: «¿ustedes también se quieren ir? siéntan con la libertad para hacerlo». Gracias a Dios, Pedro dijo: «Señor, tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros sabemos que tú eres el Cristo. ¿A dónde iremos?». Más tarde, en la última cena, durante la Pascua, cuando el Señor reunió a los doce, uno de ellos lo traicionó. Al pie de la cruz, solamente Juan estaba presente, acompañado de algunas mujeres.
Si juzgamos por las apariencias externas, ciertamente nuestro Señor fue un fracaso. Sin embargo, ¿verdaderamente él fue un fracaso? A los ojos de Dios, él fue un éxito. En la cruz, él no sólo derramó su sangre para la remisión de nuestros pecados, sino que también tomó con él la vieja creación, y la crucificó. Él clavó las ordenanzas de la ley y todo lo que nos acusaba en aquella cruz y nos libertó. Además de eso, en la cruz él desbarató a sus enemigos – Satanás y los poderes de las tinieblas. Él los derrotó y los exhibió públicamente. Su obra fue un éxito.
El cristianismo es muy grande
Hermanos, miremos la historia de la iglesia. Cierta vez el Señor apareció a quinientas personas. Piense en eso: el Señor trabajó por tres años y medio y después de su resurrección, el mayor número de personas reunidas a la cual él aparece es quinientos. ¿No parece trágico? en aquella ocasión, él dijo a los quinientos que volviesen a Jerusalén y esperasen allá hasta que recibiesen poder de lo alto. Con todo, solamente ciento veinte oyeron al Señor. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino y ellos fueron bautizados en un Espíritu en un solo cuerpo. Ese fue el comienzo de la iglesia.
Es verdad que hubo un crecimiento de tres mil en aquel solo día. Es también verdad que, en un período de treinta años el evangelio fue predicado desde Jerusalén, por Judea y Samaria y hasta lo último de la tierra. Cuando leemos el capítulo 28 de Hechos, encontramos a Pablo en Roma, y sabemos que Roma era el fin del mundo conocido en la época. Sin embargo, ¿usted sabe que incluso antes del fin del primer siglo la decadencia ya había comenzado en la iglesia? en ese momento, la herejía y la corrupción estaban penetrando en ella. Tenemos las siete cartas escritas por el apóstol Juan, o mejor, por el Señor resucitado a través del apóstol Juan, a las siete iglesias de Asia (Ap. 2 y 3). ¿Qué encontramos en esas cartas? excepto por una iglesia (la iglesia en Filadelfia), el testimonio de Jesús no estaba siendo mantenido.
Después que el emperador Constantino aceptó el cristianismo, ocurre un cambio importante: el cristianismo creció y se volvió muy grande y poderoso. Si leemos el capítulo 13 de Mateo, allí encontramos un grano de mostaza que representa la fe. Nuestra fe es como una semilla de mostaza: como hay vida en ella, habrá crecimiento. Cuando ella crece, se hace un arbusto, una planta humilde. Este es el fin y el propósito determinado por Dios para nosotros individualmente y para la iglesia.
En cambio, vemos en la parábola que el grano de mostaza creció hasta el punto de hacerse un gran árbol: se volvió algo anormal. Entonces las aves vinieron y anidaron en él. La primera y básica parábola de Mateo 13 nos muestra lo que las «aves» dicen del maligno. El propósito de Dios debería mantener a la iglesia humilde como una planta: viva, pero humilde. Sin embargo, usted descubre que el hombre aparece en escena y actúa de manera de inflar la iglesia, tornándose anormalmente grande. Nosotros queremos una institución grande y fuerte; sin embargo, ella se convierte en un nido para los hijos del maligno. Todo tipo de corrupción entra en ella. En Mateo, esta parábola es seguida por otra que representa tres medidas de harina mezcladas con levadura. La levadura siempre nos habla de conducta corrupta o doctrina corrupta. La medida de harina debería ser una ofrenda de manjares a Dios, pero ahora está toda leudada. Ella satisface el gusto del hombre, pero no puede más ser ofrecida a Dios. Es eso lo que el cristianismo es hoy en día: algo grande.
Dios está con lo pequeño
En ese mismo capítulo de Mateo, se nos dice que el reino de los cielos es como una perla, o como un tesoro escondido. ¿Cuán grande puede ser una perla? ¿cuán grande puede ser un tesoro? Ambos son pequeños y ocultos, pero es allí que se encuentra la realidad espiritual.
Si leemos la historia de la iglesia, veremos que, entre los siglos IV y VI, la iglesia comenzó a volverse más grande que aquello que Dios había planeado para ella. En ese momento, el sistema Católico Romano se estableció con firmeza. Tal hecho dio inicio a la Edad Oscura. Hasta el siglo XVI había más superstición que fe. En ese momento, Dios levantó reformadores para depurar su iglesia. Sin embargo, ocurrió un problema: luego después del avivamiento, el hombre surgió para organizar la iglesia de nuevo y hacerla grande. A causa de eso, Dios tuvo que iniciar otro avivamiento.
Aún en el tiempo de la Reforma sucedieron ese tipo de cosas. Recientemente, la historia de los anabaptistas fue develada. En el pasado, cuando usted leía sobre la historia de la iglesia, los anabaptistas eran tachados como herejes. Ellos no eran perseguidos sólo por la iglesia romana, sino también por la propia iglesia protestante, pues creían en el bautismo por inmersión. Entonces sus enemigos decían: «Está bien, ustedes quieren ser bautizados por inmersión; nosotros vamos a colocar una piedra amarrada en sus cuellos y los vamos a lanzar al agua, para que sean bautizados». De ese modo, millares fueron ahogados –hombres, mujeres y niños– por las iglesias nacionales y protestantes.
Si usted lee la historia de la iglesia, usted verá que Dios no está en lo grande. Él está en lo pequeño. Quien sostuvo el testimonio de Jesús fue el remanente, los vencedores, aquellos que no fueron perseguidos por el mundo, sino por el mundo cristiano. No sea engañado por apariencias externas, y al mismo tiempo, asegúrese de estar andando en la voluntad de Dios. Eso es lo único que importa.
Conociendo el tiempo y el modo
El segundo principio es el día de las pequeñeces. Si usted lee el capítulo 3 de Eclesiastés, usted verá que el sabio Salomón dice lo siguiente: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar» (Ecl. 3:1-3). en otras palabras, el tiempo cambia. Si usted es sabio, usted conoce el tiempo. En Eclesiastés 8:5 se nos dice: «el corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo» (Biblia de Jerusalén).
Para cada propósito existe tanto un tiempo (el cuándo) como un modo (el cómo). Un hombre sabio es diferente de un hombre necio. El hombre sabio conoce el tiempo, y por el hecho de conocer el tiempo él conoce el modo, es decir, cómo hacer. Si usted actúa fuera de tiempo o si usted intenta vivir contra el tiempo, usted puede hacer mucho esfuerzo, pero nada va a funcionar, porque hay un tiempo para cada cosa, un tiempo para cada propósito.
Cuando leemos sobre la vida del Señor Jesús, especialmente en el evangelio de Juan, existe un punto que probablemente llama nuestra atención. El Señor continuamente afirma: «todavía no ha llegado mi hora. Este no es mi tiempo. Vuestro tiempo siempre está presto, mas mi tiempo todavía no ha llegado». ¿Acaso eso no parece extraño? para el Señor Jesús existía una hora, un tiempo, y eso era muy importante para su vida. Nuestro Señor nunca hizo nada fuera de tiempo, o sea, fuera del tiempo de Dios. Él no sólo hacía la voluntad de Dios, sino hacía la voluntad de Dios en el tiempo de Dios.
Necesitamos comprender no sólo la voluntad de Dios sino también el tiempo de Dios. En verdad, existen tiempos diferentes. Hay días de grande cosas y también hay días de pequeñas cosas. Aquello que usted hace depende del día que usted está viviendo. Si usted hubiese vivido en los días de Salomón, usted habría experimentado un día de grandes cosas. Si Salomón hubiese construido un templo pequeño eso hubiera sido una desgracia, algo fuera de propósito para aquella ocasión. Él tenía que construir un templo grande, pues aquellos eran días de cosas grandes. Sin embargo, si el remanente hubiese planeado y construido algo grandioso, eso los habría colocado fuera del tiempo y de la orden de Dios. Para el remanente era el día de las pequeñeces. Evidentemente, aquel remanente fue alentado en el sentido de que vendría un día de cosas mayores. Cuando el Señor venga, él edificará su iglesia de todas las naciones, todas las tribus, todos los pueblos, todas las lenguas. Él edificará su iglesia y será una iglesia gloriosa la que se presentará al Señor. Eso realmente es algo mayor.
La naturaleza de nuestro día
¿Cuál es la naturaleza de nuestro día? No nos es posible repasar todo lo que sucedió a la largo de la historia, mas me gustaría destacar una cosa. Si el día de hoy fue separado para la obra de la restauración de Dios, entonces este es el día de las pequeñeces. Recuerde que el remanente volvió para reconstruir la casa para el testimonio de Dios. Era la obra de la restauración de Dios y usted nota que Dios les dice que no desprecien el día de las pequeñeces. En otras palabras, con la restauración viene el día de las pequeñeces. No intente hacer algo grandioso, pues, si usted lo hiciera, usted estará fuera del tiempo de Dios. Usted estará edificando algo que Dios no está edificando.
Nos sorprende que, al leer la historia de la iglesia a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, notamos que Dios levantó muchos así llamados «gigantes espirituales»: grandes maestros, grandes hombres y mujeres de Dios. Sin embargo, en nuestros días, no encontramos muchos. ¿No es algo extraño? ¿No será eso una indicación de que estamos en el día de las pequeñeces? Si de hecho estamos viviendo en el día de las pequeñeces, ¿no será que nuestra responsabilidad es ser fiel en lo poco? Si usted fuere fiel en lo poco, entonces el Señor dice que le dará más.
Los ojos del Señor recorren la tierra (Zac.4:10). ¿Qué están buscando los ojos del Señor? Él quería ver aquella plomada en las manos de Zorobabel. Cuando la vio, entonces se regocijó. Hoy en día, los ojos del Señor están recorriendo la tierra. ¿Usted sabe lo que él está buscando? Él busca a cualquiera que tenga la plomada en sus manos. La plomada es una herramienta, un instrumento usado en la construcción de un edificio para edificar correctamente, de acuerdo con la voluntad de Dios. Lo que importa no es cuán grande o cuán pequeña es la obra, sino si ella está en la voluntad de Dios y en el tiempo de Dios.
No estén desanimados
El tercer y último principio es muy simple. Si usted está en la voluntad de Dios y también está en el tiempo de Dios, entonces no se desanime. «Esforzaos», dice el Señor, «porque yo estoy con vosotros» (Hageo 2:4). «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu», dice el Señor (Zac. 4:6). La obra no es hecha por el hombre, sino por el Espíritu de Dios. Lo que importa no es cuán poderoso algo aparenta ser. Lo que importa realmente es responder a la pregunta: «¿La presencia del Señor está aquí»? El Señor dice: «Yo estoy con vosotros». Eso es todo lo que importa. «Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Si la presencia del Señor está allí, entonces su poder está allí, y la obra será realizada. Y gracias a Dios, usted nota que, aun en los tiempos difíciles, la obra de la reconstrucción de la casa de Dios fue terminada.
Yo creo que es así también hoy. Nosotros estamos viviendo en los tiempos más difíciles. El enemigo está intentando usar todas las artimañas para desviarnos, distraernos, desanimarnos, acusarnos y atacarnos. Él intenta impedir y paralizar la obra de Dios de edificar su propia casa. Asegúrese de que usted no está engañado por las apariencias externas. Asegurémonos de que estamos en la voluntad de Dios, de que estamos en el proceso de la obra de Dios. Aunque los resultados sean pequeños, recordemos que estamos viviendo el día de las pequeñeces. No busque un poder espectacular, sino busque la presencia del Señor, pues él es nuestro poder, y la obra será realizada. Quiera el Señor ayudarnos.