El amor como base del crecimiento espiritual de la iglesia.
Lecturas: Efesios 2:4; Romanos 5:5; 1ª Juan 4:11,19.
El desafío del amor, el amor divino. «Amados, si…», entonces, «…si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros». Hay un tremendo desafío en eso. Nosotros hemos visto que el amor divino, el amor de Dios, es la clave de todo desde Génesis a Apocalipsis; y si eso es verdad, la suma de toda la revelación divina es la unión vital con Dios en Cristo, si de principio a fin es una cuestión de relacionamiento con Dios como Padre, entonces en este fragmento de la carta de Juan, somos enfrentados cara a cara con la prueba de nuestra relación con Dios. La prueba de esa relación está aquí resuelta en una cuestión de amor. Allí sigue luego otro de los varios «Si…» de la carta de Juan – «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso» (1ª Juan 4:20), él no ama a Dios. La prueba de nuestra relación con Dios es esta cuestión de amor. Todo depende de este «Si…».
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La relación con Dios en Cristo es producida por un acto del Espíritu Santo, cuando le recibimos. Él es dado a nosotros, y él produce el relacionamiento, y el resultado y el sello inmediato de esa relación por el morar del Espíritu es que el amor de Dios es derramado en nuestros corazones. Es la prueba de la relación. La misma base de nuestra unión orgánica, espiritual y vital con Dios es esta cuestión del amor divino en nosotros, y Juan nos desafía con esto en su carta diciendo: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida (es decir, que estamos en unión vital con Dios), en que amamos a los hermanos» (1ª Juan 3:14). La palabra de Dios hace de este amor una prueba de que hemos recibido el Espíritu.
El amor divino demanda el amor de los hermanos
Por supuesto, sobre la simple base de nuestra conversión, nosotros sabemos que antes de ser salvos no sentíamos amor en particular por los cristianos, pero después, cuando llegamos al Señor, descubrimos que teníamos un sentimiento totalmente nuevo hacia otros hijos de Dios. Ese fue el comienzo simple. Pero es el inicio, la base. Juan está llevándonos aun más allá. Él nos habla como a personas que conocen al Señor, como a creyentes que tienen el Espíritu. Y dice: «La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas…»(1ª Juan 2:27).
Él les escribe a aquellos que van avanzando en la vida espiritual. Al llegar allí, es posible que de alguna forma haya brotado en ti una raíz de amargura hacia tu hermano. Es posible que tú puedas fallar al amor de Dios, que esta naturaleza muy básica de tu relación con el Señor sea entorpecida por falta de amor, que tu vida espiritual entera se vea detenida y paralizada, y tú dejes de ser un factor vital y de tener una comunión realmente viviente día a día con tu Señor, todo porque el amor básico de alguna forma ha sido detenido o se ha dañado.
¿Cuál fue la marca de tu relación inicial con el Señor? Fue el amor de Dios derramado en tu corazón, y tú amabas tremendamente a los otros cristianos. Eso puede cambiar de tal forma que ya no los ames como al principio. Tú pensabas entonces que todos los cristianos eran muy maravillosos: no había preguntas; ellos simplemente pertenecían al Señor y eso era todo lo que importaba. Pero, a partir de allí, empezaste a hacerte preguntas sobre los cristianos, y no sólo los cristianos en general, sino sobre cristianos en particular. Has llegado a saber que los cristianos son sólo seres humanos y no ángeles, no aquella cosa consumada que al principio quizás pensabas que eran ellos. Has llegado a tener alguna decepción con respecto a ellos y ahora tienes de hecho algo contra ellos, y tu relación básica con Dios está siendo afectada.
Si no logras de algún modo sobrepasar eso y hallar una salida, si no tienes un nuevo acercamiento al amor divino, tu caminar de fe va a ser detenido, vas a perder tu comunión preciosa y feliz con tu Señor, y allí se interpondrá una sombra entre tú y tu Padre. Descubrirás que la única manera de librarte de la sombra es lograr la victoria sobre ese desamor hacia aquellos de Sus hijos que están involucrados.
Cómo conocemos el amor de Dios por nosotros
¿Cómo conocemos el amor de Dios por nosotros? Bueno, esa es una pregunta pertinente. Hay muchas dificultades y muchos misterios conectados con su amor. En primer lugar, ¿por qué él debería amarnos? Sin embargo, él ha dicho que nos ama. Él nos ha dado preciosas y grandísimas promesas y garantías. Nosotros tenemos, en lo que él ha hecho por nosotros, una enorme cantidad de pruebas de parte de Dios de que él nos ama. Pero aun así, con toda la doctrina del don de Dios, la gran obra redentora de Dios, con todas las palabras que nos dicen que él nos ama, hay tiempos cuando todo eso es simplemente algo en el Libro, algo de la doctrina. ¿Pero es verdad? ¿Me ama él? Puede ser verdad en todas las otras partes, ¿pero me ama él?
Ahora volvamos a esa palabra en Romanos 5:5 y tenemos la respuesta en principio y en substancia. Preguntémonos: ¿Cómo podemos saber tú y yo que Dios nos ama, saberlo de una manera adicional a lo que se nos ha dicho, tener una presentación intelectual de la verdad del amor de Dios para el hombre? Les diré una manera en la cual ustedes pueden saber, y saberlo con mucha certeza. Si tú eres un hijo de Dios y has recibido el Espíritu Santo en ti (y recuerda que el Espíritu Santo es el Espíritu del amor divino), entonces si tú tienes una reserva de amor hacia otro hijo u otros hijos de Dios, una actitud crítica, una sospecha o prejuicio, en tu interior algo muere o parece morir. Tu gozo se va, sientes que algo está mal, y dentro de ti hay un sentimiento de pesar. Tú te entristeces, tienes ese sentimiento horrible de aflicción en algún lugar interior. Pero en este caso no eres en absoluto tú quien se está afligiendo a causa de ese desamor, sino que hay Alguien dentro de ti que se ha contristado: hay un sollozo en el centro de tu ser.
Es así como nosotros sabemos que Dios nos ama, que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones». Cuando contristamos ese amor, sabemos que en nosotros el Espíritu dice: «Yo no puedo seguir en comunión feliz contigo, yo me aflijo, yo me duelo». Es sólo el amor que puede ser afligido. Las personas que no tienen amor nunca se afligen, nunca se duelen, nunca se hieren. Tú necesitas tener amor, y cuanto más sensible es el amor, más percibes y te afliges cuando las cosas no son correctas.
El Espíritu Santo es sumamente sensible en esta materia del amor, porque esa es su característica suprema. Recuerda, esa es su característica inclusiva. Pablo escribió: «Mas el fruto del Espíritu es amor…» (Gál. 5:22). Él lo puso en singular. Habría sido un error gramatical decir: «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia…», etc. Él habría tenido que decir: «Los frutos del Espíritu son amor, gozo, paz…». Pero él dijo: «El fruto del Espíritu es – amor», y entonces él continuó diciendo lo que es el amor –«gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». Matas al amor, y matas todo el resto; hieres al amor y hieres todo lo demás. Tú no puedes tener los otros, sin la cosa inclusiva – el amor.
El Espíritu, por consiguiente, es de manera inclusiva y preeminente el Espíritu de amor divino, y como tal él es muy sensible y fácilmente se entristece. «Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios» (Ef. 4:30) es la exhortación. Es así como sabemos que Dios nos ama – porque el amor de Dios en nosotros por el Espíritu Santo sufre pesar cuando el amor es dañado.
De nuevo, hay muchas cosas que el enemigo señala y nos dice que son evidencias de que el Señor no nos ama. Por mi parte, yo tengo que tener alguna prueba interior, una prueba viviente, algo claro dentro de mí que me demuestre que Él me ama; y esta es una de las formas en las que yo he aprendido que Dios me ama – que si yo digo o hago algo que es contrario al amor, tendré un tiempo terriblemente malo. El amor de Dios por mí es tocado, afligido, cuando yo violo ese amor, y en seguida yo soy consciente del hecho. Todo está ligado a eso. No iré a ningún lado hasta que diga: «Señor, perdóname, me arrepiento, confieso ese pecado»; y así veremos todo aclarado y no habrá repetición del hecho. Involucra todo el caminar con Dios, afecta a la relación misma con Dios. Necesitamos ser hechos sensibles al Espíritu de amor para que nuestros labios y corazones sean purificados por el fuego del amor, y para que no nos sea fácil albergar un espíritu crítico y suspicaz. Nunca lograremos ir a alguna parte con Dios si hay algo así.
La vida de oración afectada por la falta de amor
El amor toca cada aspecto de nuestras vidas. Toca nuestra vida de oración. Nosotros no podemos perseverar en oración si no hay amor; y cuánta necesidad tenemos hoy de hombres y mujeres que puedan orar; no de personas que dicen oraciones, pero no oran. No queremos despreciar ninguna oración, pero oh, nosotros necesitamos hombres y mujeres que puedan perseverar orando, que puedan llevarnos a la presencia de Dios, se aferren a él y logren establecer una situación mediante la oración. Nunca podremos hacer eso a menos que se afirme esta relación básica con Dios, expresándose en amor por todos aquellos a quienes él ama, no importa lo que ellos sean ni quiénes sean. La vida de oración será interferida, y la Palabra de Dios se cerrará para nosotros. El Señor no seguirá si se rompe el fundamento.
Nosotros amamos, porque él nos amó primero
«Si Dios nos ha amado así…». ¿Puedes sondear ese «así»? ¿Puedes entender ese «así»? No, no podemos. «Dios nos ha amado así» – entonces «debemos también nosotros amarnos»; y nosotros amamos, dice Juan aquí, porque Él nos amó primero.Como he señalado en otra ocasión, el poner la palabra «le» en la Versión Autorizada es inexacto. No aparece en la mayoría de los manuscritos originales. Yo no estoy seguro de que eso sea una doctrina errada; pero ciertamente está fuera de lugar en el contexto. Juan no dijo eso en su carta. Él dijo: «Nosotros amamos, porque él nos amó primero». Tú dices que realmente no captas eso, y que sería más preciso poner el pronombre «él», y decir: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero». Hay literalmente muchos millones en este mundo a quienes Dios amó primero y ellos no lo aman; hay multitudes del pueblo del Señor a quienes él amó así, pero ellos no lo aman como deberían amarlo.
¿No es lamentable decir: «Yo no tengo el amor que debería tener, aun para Dios, y menos para su pueblo y los incrédulos»? Nosotros no necesariamente lo amamos porque él nos amó primero. Cuando logramos una aprehensión más plena de Su amor por nosotros, entonces fluye el amor hacia él, pero aquí el énfasis entero está en el hecho del amor – «Nosotros amamos, porque él nos amó primero». El desafío está allí. La medida de mi amor a otros es la medida de mi aprehensión del amor de Dios hacia mí. Yo nunca podría tener una aprehensión adecuada de su amor hacia mí, y no amar a otros. Oh, si en verdad fuésemos constreñidos por la grandeza del amor de Dios hacia nosotros, ¿cómo podríamos asumir una actitud de juicio hacia el yerro, la equivocación, o aun el pecado de otro hijo de Dios? ¡De ninguna manera! Es en esto que conocemos el amor de Dios, en que amamos a los hermanos. He aquí la prueba de nuestra aprehensión, la prueba de nuestra relación, y la base de todo para un hijo de Dios.
Crecimiento en base al amor
Si yo voy a crecer espiritualmente, sólo será así en base al amor. Nunca creceré porque consigo mucha más enseñanza. Tú no creces por la enseñanza. Ésa es la tragedia de asistir a las conferencias – que tú puedes asistir a ellas por años y años y aún permanecer en la misma medida espiritual, y nunca crecer: no haciendo todavía ninguna contribución efectiva a la medida de Cristo en la iglesia, no contando nada más sino con lo que hiciste hace años en la batalla espiritual. Toda la enseñanza no significa necesariamente que tú creces. Es necesaria como trasfondo, pero nosotros crecemos a través del amor. No permitas que alguien piense que puede prescindir de la enseñanza y tener el amor e ir bien en todo. Ésa sería una total contradicción de la Palabra. La enseñanza tiene su lugar, es absolutamente necesaria; pero si yo tengo todo y no tengo amor, nada soy (1ª Cor. 13). Así que todo está basado en esto.
El amor de Dios, no el amor natural
Sin embargo, para que inadvertidamente no malinterpretes lo que estoy diciendo, debo recalcar que yo estoy hablando sobre el amor de Dios. No pienses que hablo acerca de una disposición generosa, un temperamento magnánimo, de la clase de personas que obran de esa manera y que no pueden sobrellevar a otros, aun cuando hay un tremendo problema espiritual en juego. Nunca algo como «la verdad en amor» (Ef. 4:15) por temor de algo desagradable. Ese no es el amor al cual me refiero. Este amor no es un amor temperamental.
Las personas que son de ese tipo, magnánimos, de disposición generosa, pueden descubrir que aquello es derribado al enfrentar una situación espiritual en la cual ningún temperamento natural es suficiente. Ellos pueden tener que ser provocados para mantenerse en pie. Aquellos que nunca han estado enfadados pueden tener que ser sacudidos para encolerizarse. Las personas que siempre ceden antes que expresar su disgusto, pueden tener que cortar por lo sano. El amor de Dios puede exigir algo como eso. Por otro lado, aquéllos que no pueden mostrar en absoluto esa disposición generosa y magnánima, por el amor de Dios y un corazón y naturaleza nuevos, se transforman en lo que son ahora temperamentalmente. Esto de lo cual hablamos no está en absoluto en un terreno natural – lo que somos o lo que no somos.
El amor de Dios triunfante sobre el mal
Lo que trato de decir es que el amor de Dios es un amor poderoso, victorioso, que ha triunfado por sobre algo inmenso. El amor de Dios que viene a nosotros de Cristo viene de él como crucificado. Fluye a nosotros de la Cruz, de sus heridas, de su costado desgarrado. Ese amor vino contra las cosas más horribles en este universo que lo rechazó, y los venció. No era una buena disposición que miraba benignamente sobre todo lo malo y lo excusaba. ¡Oh no! Vino contra la fiereza del anti-amor, el anti-amor de Dios en este universo, y lo venció. El Calvario fue el poderoso triunfo del amor de Dios sobre todo lo que se le opuso, y es ese tipo de amor el que nosotros hemos de tener, un amor victorioso, triunfante.
Es, en cierto sentido, un amor terrible. Viene contra aquello, lo rompe y lo destroza; todo tiene que doblegarse ante él. Las cosas no se abatirán ante nuestra amabilidad humana, son cosas del diablo, cosas realmente malignas y antagónicas a Dios; pero ellas caerán ante el amor probado, demostrado, el amor que todo lo soporta, el amor paciente y sufrido. Es posible que debas esperar un tiempo largo, sufrir mucho, soportar mucho, ver tu amor ignorado y aun resistido. Dale tiempo, y todo sucumbirá ante el amor divino. Es el amor de Dios que todo lo soporta el que nos ha ganado. ¿No es esa la cosa más profunda que hay en tu corazón? Está en el mío – la paciencia infinita del amor divino. Es un tremendo amor. Es un amor poderoso, un amor victorioso.
No hay ministerio verdadero sin amor
Hay un desafío en este amor de Dios para nosotros. «…debemos también nosotros…». Es un desafío. Nada es posible, excepto cuando el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Volvamos al punto de partida. Si alguna vez has sido ejercitado por Dios en cualquier punto, será así en esta materia. Si estás interesado en serle útil al Señor, en cualquier capacidad –como un predicador, un maestro, un testigo personal–, permíteme decirte que nada de utilidad al Señor es posible sino en base al amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Debe ser en este amor del Espíritu Santo por las personas a quienes deberíamos ministrar – el amor, aun poniendo nuestras vidas por ellos, sufriendo hasta la muerte por causa de ellos, el amor al punto de romper nuestros corazones –uso esa expresión en forma muy deliberada– en favor de las personas por las cuales tienes preocupación espiritual y en las cuales tienes interés espiritual; ese tipo de amor.
Ningún ministerio que no haya nacido de esto será un ministerio para el Señor; ningún testimonio, ninguna vida, si no está arraigada y afianzada en el amor de Dios. Tú puedes tener todo lo demás, una masa de conocimiento bíblico, una riqueza de instrucción bíblica e información doctrinal y mucho más, pero todo eso carece de valor a menos que su ejercicio sea en amor, en pasión, en un latir del corazón con el corazón de Dios por su gran amor con que él nos amó.
Traducido de His Great Love, Chapter 4.http://www.austin-sparks.net/english/books/001271.html