Desde la eternidad, Dios el Padre planificó una escena de gloria, en la cual su Hijo sería el centro.
Visión y obediencia
El tema de este retiro es «Permaneciendo en la visión celestial». Para que esto sea realidad en nuestro medio, necesitamos dos cosas: primero, saber qué es la visión celestial, cuál es su contenido; y la segunda necesidad es nuestra obediencia a la visión celestial.
Una visión que no nos lleva a la obediencia, no es la verdadera visión celestial. La visión espiritual genuina no nos deja opciones; de alguna manera, ella nos lleva cautivos, en pos de sí misma.
Pablo escribió esto de sí mismo y de su ministerio; él era prisionero del Señor. Diciendo: «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!», él declara ser deudor de todos los hombres. La visión celestial hizo de él un cautivo.
Entonces, si lo que nosotros consideramos como la visión celestial no nos ha hecho cautivos, no es la visión verdadera. Ese es el primer punto. Ahora, con ayuda del Señor, vamos a examinar un poco el contenido de la visión celestial.
Cuatro frases
«Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos» (Rom. 16:25).
La primera frase importante aquí es: «mi evangelio». Estrictamente hablando, el evangelio es el evangelio de Dios, el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, de tal forma fue revelado Cristo a Pablo, que él llama, a esa revelación, «mi evangelio».
Escribiendo a los gálatas, él dice que no recibió este evangelio de hombre alguno, sino por revelación directa del Señor. Esta revelación impactó su espíritu de tal forma, que Pablo y el evangelio se volvieron una sola cosa. Él era un cautivo de Cristo y del evangelio.
La segunda frase del versículo es «la predicación de Jesucristo». El evangelio es el anuncio hecho por un heraldo, y este versículo deja muy claro que el contenido se refiere a la persona y la obra del Señor Jesús. Si la persona y la obra del Señor Jesús no es anunciada, no hay evangelio.
La carta a los Romanos comienza hablando de «el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo».
Esta es la primera cosa vital: al hablar del evangelio, tenemos que hablar de la persona y la obra de Cristo. No nos ayuda ni la filosofía, ni las tradiciones, ni los rudimentos del mundo. El evangelio se refiere a la persona y la obra de Cristo.
En Romanos 16:25, la tercera frase importante es «según la revelación del misterio». ¿Cómo ocurre esta predicación? «Según la revelación del misterio».
En otras palabras, toda vez que el evangelio se predica, debe ser revelado el misterio.
La última frase dice que este misterio «se ha mantenido oculto desde tiempos eternos». Dios guardó un secreto desde la eternidad. Por siglos y siglos, él se mantuvo en silencio. Un misterio es aquello que aún no ha sido dicho o anunciado. Dios el Padre guardó su secreto en los tiempos eternos, y cuando él decidió revelarlo, lo hizo por partes.
Un ensayo
El Antiguo Testamento es como un ensayo previo de bodas, preparando todo para el día de la celebración. Allí, aún no está el Novio, ni la novia. Pero un día, en las riberas del Jordán, Juan el Bautista pudo señalar: «Yo no soy el Cristo». Él era solo «el amigo del esposo». El ensayo había culminado, porque el Novio estaba presente.
Pablo habla «del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas … se ha dado a conocer a todas las gentes» (Rom. 16:25-26). Todo el Antiguo Testamento era aquel ensayo, hasta que vino el Novio. En la persona del Novio, el misterio fue revelado.
Dios se mantuvo en silencio por tiempos eternos, hasta que vino Cristo, el evangelio. ¿Qué significa que Cristo sea el evangelio? Hay una frase en Efesios capítulo 1, que dice: «…para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él» (Ef. 1:17).
Una escena de gloria
¿Qué tiene que ver la frase «el Padre de gloria», con este misterio? Esta es una frase única en el Nuevo Testamento. Nuestro Señor Jesucristo no solo tiene gloria – él es la gloria. Entonces, la expresión «Padre de gloria» es, en verdad, otra manera de mencionar al Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Pero hay un sentido adicional en esta expresión. Desde la eternidad, Dios el Padre planificó una escena de gloria, en la cual su Hijo sería el centro. Pablo nos dice que todas las cosas convergirían hacia Cristo, y Cristo sería lleno de todas las cosas. El Padre de gloria planificó esta escena: su Hijo en el centro, todas las cosas convergiendo a él, o sea, Cristo llenando todas las cosas; pero, también, por otro lado, Cristo siendo lleno de todas las cosas.
Veamos esto en la carta a los Efesios: «…la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (1:22-23). ¿Quién es Aquel que todo lo llena en todo? Cristo. «El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (Ef. 4:10). En estos dos versículos tenemos a Cristo llenando todas las cosas.
Ahora, Efesios 1:9-10 dice: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos». En Efesios 1:23 y 4:10 vemos a Cristo llenándolo todo, y en Efesios 1:10 vemos todas las cosas llenando a Cristo.
¿Qué significa que todas las cosas llenan a Cristo? Hebreos 1:2 declara que el Hijo es el «heredero de todo». Estamos viendo la escena de gloria planificada por el Padre – que su Hijo llenase todas las cosas.
«Todo», significa nuestras vidas, nuestras familias, nuestras relaciones, la vida de iglesia, el servicio cristiano, nuestro testimonio al mundo, el mundo mismo, el universo; todas las cosas siendo llenas de Cristo.
Una doble llenura
El otro lado de esta verdad es que Cristo sería también lleno de todas las cosas. En la consumación del propósito divino, todas las cosas del universo, que estaban desconectadas de Cristo, desordenadas, sin equilibrio y sin armonía –por causa de la rebelión de Lucifer, cuando el universo de alguna forma experimentó el caos, y el pecado entró en la humanidad–, serán reunidas, congregadas, y puestas bajo una única Cabeza. Eso significa que Cristo sea lleno de todas las cosas.
Él es el heredero de todo. Pero nosotros aún no vemos esa gloriosa escena. Cuando el Espíritu Santo fue enviado, su ministerio, todo su compromiso, toda su actividad, tiene como propósito llenar todas las cosas con Cristo y llenar a Cristo de todas las cosas.
Si realmente nos estamos relacionando con el Espíritu Santo, entonces Cristo llena todas las cosas: nuestra manera de pensar, de hablar, de actuar, de reaccionar y de relacionarnos. Que el Señor pueda aplicar el significado de esto en nuestras vidas.
¿Tu vida ha sido llena de Cristo? ¿Tu matrimonio ha sido lleno de Cristo? ¿La vida de iglesia ha sido llena de Cristo? Vivimos días de desafío extremo. Una avalancha de cosas intenta entrar en la iglesia, de las maneras más sutiles.
Nunca antes la advertencia de Pablo a los colosenses fue tan actual: «Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (2:8-9). Que el Espíritu Santo nos ayude a oír nuevamente esta exhortación.
Recuerden cuál es el compromiso y la actividad del Espíritu Santo. El evangelio es aquello que tiene que ver con la persona y la obra de Cristo. El misterio guardado en silencio en los tiempos eternos no es nada más que la revelación de la gloria y las bellezas del Señor Jesús.
Hoy estamos ocupados con tantas cosas, incluso con aquello que llamamos «ministerio cristiano». Sin embargo, muchos siervos de Dios están perdiendo a Dios, en la obra de Dios. Porque el centro de todas las cosas es Cristo, y no aquello que hacemos para Dios.
El perfume más valioso
Cuando María de Betania ungió al Señor, él habló del evangelio. «De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mat. 26:13).
El Señor no dijo esto respecto a nadie más. En aquel tiempo, Pedro no podía predicar este evangelio, ni Jacobo, ni Juan. De alguna manera, esta mujer pudo comprender el significado del evangelio como ninguno de ellos.
Cuando María quebró aquel vaso de alabastro, el frasco mismo era un objeto de valor. El alabastro era importado de Egipto. Pero, dentro de ese vaso, había un perfume de trescientos denarios, el equivalente hoy a más o menos 2.500 dólares. Un perfume precioso.
En el Nuevo Testamento la primera mención de la palabra «perfume» aparece en Juan 12:3, en la unción de María de Betania. Pablo, escribiendo a los corintios, habla sobre el grato olor de Cristo. «Por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento» (2a Cor. 2:14).
¿Qué es la fragancia, para Dios? Cuando el Señor Jesús es el centro de todas las cosas, entonces Dios percibe la fragancia. Ese es el evangelio.
Cuando María rompe el vaso, hay allí algo muy hermoso. Cuando una mujer virgen guardaba ese vaso de alabastro con perfume, sellaba la boca del frasco con cera. El día de su boda, ella rompía el frasco, y derramaba el perfume sobre el lecho nupcial, para que todo el ambiente se llenase del aroma.
Pero también había otra finalidad, muy distinta. Servía para embalsamar un cuerpo muerto. María usó ese perfume para preparar el cuerpo del Señor para la sepultura, como diciendo: «Él es mi amado. Mi amado es mío, y yo soy suya. Cuando él haya muerto, entonces no podrá saber de mi amor por él».
Al combinar todos los relatos de Mateo 26, Marcos 14 y Juan 12, vemos la secuencia. María se aproximó al Señor. Las mesas eran bajas, no había sillas, y las personas se recostaban ante la mesa. María quebró su vaso, derramó el perfume en la cabeza y en los pies de Jesús, y luego secó los pies del Señor con sus cabellos. Y toda la casa se llenó del perfume.
Cuatro actitudes
Vemos aquí cuatro actitudes. Al quebrar el vaso con aquel perfume de alto precio, ella está diciendo: «Señor, tú eres lo más precioso». Luego, unge la cabeza de Jesús, como diciendo: «Tú eres nuestra cabeza, nuestro Señor». Al ungir sus pies, está diciendo: «Señor, yo soy tu sierva». 1a Corintios 11 dice que la gloria de la mujer es su cabello. Cuando ella enjuga los pies de Jesús con sus cabellos, ella pone su gloria a los pies de él. «Señor, tú eres digno de toda la gloria».
Al ver esto, no solo Judas, sino todos ellos, se irritaron, sin comprender lo que significa el evangelio. «¿Para qué este desperdicio? Porque esto podría haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres». El Señor les dijo: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Porque siempre tendréis pobres con vosotros», hablando del ministerio para Dios. «La obra, el servicio, siempre los tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis. Ella hizo una buena acción conmigo, porque este es el evangelio».
Entonces, ¿cuál es el objetivo del e-vangelio? ¿Solo hacernos siervos de Dios, predicadores? ¿Perdonar nuestros pecados, salvarnos del infierno y llevarnos al cielo? Su verdadero fin es llevarnos a derramarnos ante la persona del Señor. Si no nos derramamos a sus pies, no conoceremos el pleno significado del evangelio.
¿Cómo permanecer?
Pablo reúne estas expresiones que nos ayudan a entender cuál es el contenido del evangelio. Solo entonces el permanecer en la visión celestial podrá comenzar a ser una realidad para nosotros.
¿Cómo podemos permanecer en la visión celestial? ¿Es esta visión un compendio de teología sistemática? ¿O es conocer cuáles son los tópicos del evangelio? La visión celestial es, de alguna manera, por el Espíritu Santo, poder tocar el significado de la gloria de la persona y la obra del Señor Jesús. Y ella nos llevará cautivos.
Pablo dice: «Porque el amor de Cristo nos constriñe» (2a Cor. 5:14). Constreñir significa encadenar y arrastrar cautivo. Tal es el contenido del evangelio.
El primogénito de toda creación
Ahora, si ya entendemos algo de esa escena de gloria, en la cual Cristo ocupa el centro, veamos algunos versículos de Colosenses capítulo 1.
«Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación» (v. 15). «Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, el primogénito de entre los muertos» (v. 18). Hay muchas cosas en estos versículos del 15 al 23. Cada expresión es riquísima.
Los versículos 15 y 18 repiten una palabra de gran importancia para ayudarnos a entender esa escena de gloria. Ambos versículos repiten la palabra primogénito. Aquí hay dos columnas. La primera tiene como cabeza al primogénito de toda creación; la segunda columna tiene como cabeza al primogénito de entre los muertos.
En relación a la creación, el Hijo de Dios es «el primogénito de toda creación». ¿Significa eso que Jesús fue el primer ser creado? No. El Hijo no es creado, sino engendrado en Dios. Dios no tiene comienzo ni fin; así también su Hijo.
Podríamos decir que el Dios trino se conoce perfectamente; él conoce todo sobre su propia persona. Al conocerse, Dios genera una imagen de sí mismo, y esa imagen es su Logos, su Hijo. El Hijo de Dios, engendrado por Dios, es el conocimiento de Dios, la sabiduría de Dios.
Versículo 15: «Él es la imagen del Dios invisible». Nadie ve al Padre, nadie ve al Espíritu Santo. El Dios trino solo puede ser conocido en el Hijo. «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de Dios en la faz de Jesucristo» (2a Cor. 4:6). Entonces Pablo agrega que «él es el primogénito de toda creación».
Colosenses 1:16-17 se refiere a Cristo como cabeza de la creación. Todo fue creado en él; todo subsiste en él. Él mantiene cohesionadas todas las cosas; todas ellas funcionan como funcionan, porque están sustentadas por Cristo. Todo fue creado por él, por medio de él, y para él, porque él es «el primogénito de toda creación».
Cristo tiene el centro de la creación. Llegará un día en que cada ser inteligente doblará sus rodillas, voluntaria u obligatoriamente, en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y se oirá una voz: «Jesucristo es el Señor», para gloria de Dios el Padre. Esta es la escena de gloria. El Hijo de Dios es la gloria – el primogénito de toda creación.
El primogénito de entre los muertos
Sin embargo, gracias a Dios, tenemos otra frase: Él es «el primogénito de entre los muertos». Esto significa que el Señor Jesús fue el primero en romper las cadenas de la muerte, y asumir una vida indestructible, como Hijo de Dios, el Verbo hecho carne.
Hebreos capítulo 7 dice que Cristo ejerce su sumo sacerdocio por el poder de una vida indestructible, porque él es el primogénito de entre los muertos. Ahora, a partir del versículo 18, veremos qué significa esta expresión.
Por esta causa –porque él es el primogénito de entre los muertos– él es la cabeza de la iglesia, y su resurrección es garantía de nuestra resurrección, y garantía de la restauración de todas las cosas.
Estamos viendo esta escena de gloria en estos dos aspectos – cabeza de la creación y cabeza de la nueva creación. Es el mismo Hijo de Dios, el Señor Jesús. Este es el misterio que estuvo guardado en silencio desde los tiempos eternos.
Proverbios capítulo 8 habla de la Sabiduría que es Cristo. Allí dice que, cuando todas las cosas estaban siendo creadas, Dios tenía un arquitecto, Cristo, sin el cual nada habría sido hecho.
Pero no solo Cristo es el arquitecto, el Creador; sino, también en ese acto, él era el deleite del Padre. Todo lo que Dios el Padre creó, no solo lo creó por medio del Hijo, sino para el Hijo. Todas las cosas fueron hechas para el primogénito de toda creación y el primogénito de entre los muertos.
La misma escena
«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2a Cor. 5:17). Es la misma escena de gloria. En primer lugar, este versículo no se refiere a las vidas personales, aunque es muy usado en este sentido.
Cuando alguien cree en el Señor, testifica diciendo: «Ahora soy una nueva criatura, en Cristo; mis cosas viejas ya pasaron. Ahora, para mí, todo fue hecho nuevo», aplicando el versículo de manera personal. Esto no está mal, pero el sentido real es mucho más amplio.
Pablo viene diciendo que, antes, nosotros conocíamos muchas cosas y personas según la carne. Sin embargo, «de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne, y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no le conocemos así» (2a Cor. 5:16). ¿Por qué? Porque ahora está Cristo exaltado a la diestra de Dios. Ahora le conocemos en el trono, como Rey de reyes y Señor de señores.
Una «entidad espiritual»
¿Qué enseña Pablo en este versículo? En Romanos capítulo 6, nos habla de una entidad espiritual, llamada el viejo hombre. Presten mucha atención. Cuando Pablo habla del viejo hombre, no se está refiriendo exactamente al viejo hombre personal, sino a un viejo hombre corporativo.
«Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él» (Rom. 6:6). No mi viejo hombre, sino nuestro viejo hombre – el mío y el tuyo. Cuando Pablo habla del viejo hombre, está diciendo que Adán es cabeza de una raza. Él es el primer hombre, formado de la tierra. Dios le dio una gran responsabilidad, pero ese hombre cayó.
Cuando aquel hombre cayó, una entidad espiritual fue formada. Dios no creó al viejo hombre. Dios creó al hombre; pero éste, al caer, se convirtió en el viejo hombre. Adán es padre de muchos hijos. Todos nosotros somos descendientes de Adán, la cabeza de una raza caída. Todos nosotros, al nacer, ingresamos a esta entidad, cuyo destino es la muerte, el juicio, la condenación. Esa entidad está bajo la ira de Dios. No hay alternativa.
Dios no puede recuperar esa entidad. Él tuvo que exterminarla, enviando a su Hijo eterno, aquel que es el centro de todas las cosas. Como Dios, el Hijo no tiene naturaleza humana. Cuando Dios envió a su Hijo, en el vientre de la virgen, él asumió algo que no tenía – la naturaleza humana. Y entonces, el Hijo eterno de Dios dio su personalidad a esa naturaleza.
Naturaleza vs. persona
Esa naturaleza humana era impersonal. Hay una diferencia entre naturaleza y persona. La naturaleza es general, y la persona es algo particular. El Verbo eterno no asumió una persona humana, sino la naturaleza humana, y le dio personalidad a esa naturaleza. Entonces, la personalidad de Jesucristo es el Logos eterno de Dios, el Hijo de Dios.
Tenemos, pues, al viejo hombre, una entidad corporativa condenada. Pero Dios comenzó de nuevo, y eso es lo que dice 1a Corintios 15.
Adán es el primer hombre; Cristo, el segundo hombre. Entre Adán y Cristo hay muchos hombres, pero ellos no son contados, porque todos forman parte del viejo hombre. Abraham, Moisés, David, todos, son parte de esa entidad irrecuperable.
Entonces Dios envió a su Hijo, como un nuevo principio. Este nuevo hombre, Jesús, también es cabeza. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). Este grano de trigo de Dios, por causa de su muerte y su resurrección, engendró muchos hijos. Y ahora, en Cristo Jesús, tenemos una nueva creación.
Trasladados de «entidad»
Ahora, leamos de nuevo el versículo con esta perspectiva, y veamos cómo cambia de sentido. «De modo que si alguno está en Cristo…». ¿Dónde estábamos nosotros? No solo estábamos en una vida sin Dios, alienados y en pecado; sino en el viejo hombre, en esa entidad juzgada. Pero ahora, porque el Espíritu Santo nos fue dado, recibimos al Señor Jesús, y fuimos trasladados a otro hombre.
«Si alguno está en Cristo, nueva creación es». La palabra «creación» aquí, es mucho mejor traducción que criatura, porque no se está refiriendo a personas específicas, sino a una entidad espiritual maravillosa, que tiene a Cristo como cabeza. Cristo venció a la muerte, él es el primogénito de entre los muertos, y él nos dio vida, y llamó muchos hijos a la gloria.
Entonces, ahora, «si alguno está en Cristo», vemos una nueva entidad; ya no más el viejo hombre, sino el nuevo hombre. «Las cosas viejas pasaron…». Nosotros pensamos así: «Mi pecado, mi vida en el mundo, mis cosas». Sí, también están incluidos; pero «las cosas viejas» aluden a todo aquello que es de Adán. Cuando Adán cayó, no solo quedó separado de Dios, sino que él comenzó a vivir una vida para sí mismo.
«(Cristo) por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí…» (2a Cor. 5:15). No solo él murió para perdonar los pecados, sino para salvarnos de una vida egocéntrica. Porque la norma de vida del viejo hombre es: «Si yo estoy bien, mi matrimonio está bien y mis hijos están bien, estoy en el cielo. Todo está bien». Vivimos para nuestra propia satisfacción, nos amamos y nos servimos a nosotros mismos, nos ocupamos de nosotros mismos, y tenemos siempre en primer lugar nuestros intereses. Ese es el viejo hombre.
Sin embargo, en el nuevo hombre, los intereses de Dios están en primer lugar. «…para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos». Las cosas viejas pasaron; nuestra vida egocéntrica ya pasó. He aquí, todo fue hecho nuevo.
Así es, entonces, la realidad en Cristo: una nueva atmósfera, un nuevo reino, nuevas relaciones, nuevos intereses. Por eso necesitamos tener una revelación nueva del evangelio. ¿Qué es el evangelio? El nuevo hombre de la nueva creación. Este es el tema del apóstol Pablo en su epístola a los Efesios.
Una semilla
Concluimos diciendo que, cuando Pablo tuvo el encuentro con el Señor en el camino a Damasco, fue puesta en él una semilla, y serían necesarios muchos años para que ella germinara, hasta el final de su vida, para que él pudiese ver a Cristo y la iglesia de una manera tan plena.
Nos parece que, ya en el camino a Damasco, Pablo vio con alguna claridad a ese nuevo hombre de la nueva creación. Porque, mientras perseguía a los discípulos de Cristo para matarlos, él oyó decir al Señor: «Saulo, cuando tocas sus vidas, tú me estás persiguiendo a mí mismo». Allí, Pablo vio una nueva entidad espiritual.
El nuevo hombre no es solo una persona convertida, sino mucho más. Es una entidad espiritual, cuya cabeza es Cristo.
Nosotros somos su cuerpo, y estamos unidos a él. Por eso, Pablo dirá con tanta seguridad: «Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida … ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada, nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom. 8:38-39).
El verdadero ministerio
La visión celestial tiene muchas facetas, pero el centro de ella es el nuevo hombre de la nueva creación. Si la tarea del Espíritu Santo es llenar a Cristo de todas las cosas, y llenar todas las cosas de Cristo, entonces, ¿cómo se evalúa si un ministerio cristiano es útil, si sirve o no sirve a Dios? Es útil si esa obra, sea cual sea, coopera con el Espíritu Santo en el objetivo de llenar a Cristo de todas las cosas, y llenar todas las cosas de Cristo.
Este es el criterio por el cual Dios juzga todas las cosas: Cristo es el varón medida de Dios. Todo lo que somos y hacemos, es medido por él. ¿Cuánto de Cristo hay en ello? A veces hablamos mucho; pero, ¿cuánto hay de Cristo en lo que decimos? Hacemos tanto, pero, ¿cuánto de Cristo hay en lo que hacemos? Oímos tantas predicaciones, pero, ¿cuánto de Cristo hay en ellas?
Al culminar el propósito de Dios para esta creación, solo una realidad sobrevivirá – el nuevo hombre de la nueva creación. Por eso, tanto Pedro en su segunda carta, como el autor de Hebreos, nos dirán lo mismo, con palabras diferentes: que Dios, una vez, en el Sinaí, conmovió a la tierra; mas hoy, en los tiempos finales, él conmoverá los cielos, las realidades celestiales, para que permanezca aquello que es inconmovible.
Que el Señor nos ayude a permanecer en la visión celestial.
Síntesis de un mensaje oral impartido en
El Trébol (Chile), en enero de 2016.