Antes de Jesús, en Grecia hubo grandes maestros como Sócrates, Aristóteles y Platón, que enseñaron durante ciento treinta años. En China también hubo grandes maestros, como Confucio y muchos otros. Todos ellos tenían discípulos.
Estos discípulos eran personas que no estaban satisfechos consigo mismos, querían aprender algo más. Por ejemplo, ellos querían ser buenos artistas, pero estaban descontentos con su desempeño; querían ser mejores. Entonces buscaban un maestro.
Antes del nacimiento de nuestro Señor, en este mundo, eran los discípulos quienes buscaban un maestro, porque no estaban satisfechos de sí mismos. Ellos querían ser mejores, entonces miraban a su alrededor, en busca de maestros.
Si tú no estás contento contigo mismo, entonces necesitas un maestro, necesitas ir a la escuela, ser entrenado; tu carácter requiere ser moldeado. Después que has sido perfeccionado, entonces podrás mejorarte a ti mismo.
Sin embargo, con nuestro Señor Jesús, por primera vez en la historia de la humanidad, es el Maestro quien llama a los discípulos.
Cuando Jesús encontró a Juan y a Andrés, éste le hizo una pregunta: “Rabí, ¿dónde moras?” (Juan 1:38). Y Jesús les dijo: “Venid y ved”. Y entonces ellos siguieron a nuestro Señor. Ellos eran discípulos de Juan el Bautista, pero debido a que oyeron la palabra del testimonio de su maestro: “He aquí el Cordero…”, entonces ellos siguieron al Señor. “Venid y ved”.
Y luego él dijo a Felipe: “Sígueme”. No le dijo: “Niégate a ti mismo, y sígueme”. No, al comienzo, solamente: “Sígueme”. Al principio, él no dijo: “Sígueme, y te haré pescador de hombres”. No. Eso sólo ocurrió un año después. En el comienzo sólo les dijo: “Sígueme”.
Gracias a Dios, es el Señor mismo quien busca discípulos. No es que nosotros buscamos a Dios. El Hijo del Hombre vino, y vino a llamar a los pecadores.
En el mundo de los griegos, sólo los discípulos buscaban a sus maestros; pero ahora el Maestro busca a sus discípulos. Ese es el comienzo del discipulado.