¿Cómo hizo Dios para revelarse a los motilones, una tribu ancestral e indómita de las montañas de Sudamérica?
Se corría la voz que jamás un hombre blanco había salido vivo del territorio de los motilones, uno de los pueblos aborígenes más enigmáticos y peligrosos de Colombia. Sin embargo, en 1966, se cumplían ya cuatro años que Bruce Olson –un estadounidense de 25 años de edad– vivía como uno más entre ellos. Hacía seis años que Olson había iniciado la gran aventura de su vida dejando su casa paterna con unos pocos dólares en el bolsillo, con un destino incierto, pero con un fuerte llamamiento a evangelizar alguna tribu pagana de Sudamérica.
Pero, aunque tras esos cuatro años de convivir con los motilones Olson podía sentirse satisfecho de la ayuda entregada en cuanto a crear hábitos de higiene y salud, él sabía que lo que más necesitaban era conocer a Jesús. ¿Cómo hacer para mostrárselo tal cual era, salvando las grandes diferencias culturales?
A esta altura conocía demasiado sobre las creencias de los motilones, y sabía que para ellos no tendría ningún sentido lo que él pudiera decirles sobre Jesucristo. Tendría que ser el propio Jesucristo quien lo hiciera. Así que un día oró de la siguiente manera: “Oh, Jesús, esta gente te necesita. Muéstrate a ellos. Quítame del camino y háblales en su propio idioma para que puedan verte tal como eres. Oh, Jesús, hazte un motilón.”
Muy pronto llegaría la oportunidad de hacerlo.
El tallo bananero de Dios
Un día iba llegando Olson y tres motilones –uno de ellos era su amigo, Bobarishora (Bobby)– al hogar comunitario en medio de la selva, cuando escucharon alaridos desgarradores. Olson nunca había oído llorar a los motilones de esa manera, pues no eran expresivos. Preguntó a sus compañeros qué podría ser, pero ellos bajaron la vista y dijeron que no había nada que pudieran hacer.
Olson decidió ir él mismo a investigar: Eran sólo dos hombres los que hacían el alboroto. Uno de ellos estaba parado frente a un pozo de dos metros de hondo que había cavado, y gritaba con desesperación:
— Dios, Dios, sal de este agujero.
El otro estaba encaramado en lo alto de un árbol, y gritaba:
— ¡Dios, Dios, ven desde el horizonte!
Aunque el espectáculo era casi cómico, Olson percibió que no era para la risa. Uno de sus acompañantes le explicó que el hermano del hombre junto al pozo había muerto muy lejos de su hogar. Lo mordió una víbora venenosa y murió antes de poderlo trasladar. Y eso significaba, de acuerdo a sus creencias, que su idioma, su espíritu y su vida nunca podrían alcanzar a Dios más allá del horizonte. Ahora, el hombre clamaba a Dios pidiéndole que le devolviera la vida a su hermano.
La desolación y la desesperanza tiñeron todo el ambiente. En ese momento, Olson entendió que Dios le había traído hasta aquí para que les dijera dónde podían hallarlo. Así que oró intensamente en su interior.
Al verlos, el hombre del pozo dejó de gritar y se acercó a ellos:
— Es inútil –dijo– Nos engañaron.
— ¿Por qué dices eso? – le preguntó Olson.
El hombre le refirió la historia de un falso profeta que los había apartado de Dios.
— No conocemos más a Dios – agregó en voz baja.
Olson vio el desconsuelo de ese hombre y recordó el día en que Cristo había entrado en su vida, varios años atrás. Dios le había traído la paz y le había dado un claro sentido y propósito a su vida. Aquí estaban ahora estos motilones en la búsqueda de Dios. ¿Cómo explicarles cosas como la gracia, el sacrificio y la encarnación? Podía contarles una historia sencilla y comprenderían. Pero, ¿cómo comunicarles estas verdades espirituales?
En eso, el hombre que estaba en el árbol bajó y se les unió. Les recordó la leyenda sobre el profeta que llegaría portando tallos de bananero, y de cómo Dios saldría de uno de esos tallos. Olson pidió que le explicasen.
Bobby caminó hacia un bananero que crecía cerca, cortó un pedazo y lo arrojó a sus pies.
— De un tallo parecido a éste puede salir Dios – le dijo.
Uno de los motilones lo levantó y le dio un golpe con un machete, cortándolo accidentalmente por la mitad. Una de las mitades quedó parada mientras que la otra mitad cayó. Algunas hojas, que todavía estaban dentro del tallo, esperando desarrollarse y salir, se desholle-jaron. Al quedar así en la base del tallo, semejaban las páginas de un libro.
De pronto una palabra estalló en la mente de Olson: ¡Libro! ¡Libro!
Abrió su mochila, sacó su Biblia y la abrió. Hojeando sus páginas se la mostró a los hombres y señaló las hojas del tallo bananero. Les dijo que ese era el tallo bananero de Dios.
Uno de los motilones le arrebató la Biblia de la mano y comenzó a arrancarle las hojas y a metérselas en la boca. Creyó que si las ingería, se metería a Dios adentro.
¿Cómo les explicaría ahora el evangelio?
Una metáfora de la encarnación
De pronto recordó una de las leyendas de ellos sobre un hombre que se transformó en hormiga. Según la leyenda, cierta vez estaba un motilón sentado en un sendero luego de una partida de caza, observando a unas hormigas que trataban de construir un buen hogar. Trató de ayudarles, pero debido a su enorme tamaño y al hecho de ser un desconocido, las hormigas se asustaron y huyeron. Entonces él, milagrosamente, se transformó en hormiga. Vivió con ellas y luego le dispensaron su confianza. Un día les dijo que en realidad no era hormiga, sino un motilón, y que en cierta oportunidad, siendo un hombre, había querido ayudarles a mejorar su casa pero que ellas se habían asustado. Las hormigas se rieron de él porque no se parecía en nada a ese terrorífico ser que las había asustado. Pero en ese preciso instante volvió a ser un motilón y comenzó a ayudarles a construir su vivienda. Esta vez las hormigas lo aceptaron sin temor.
Olson usó la palabra que significaba “transformarse en hormiga” para explicar la encarnación.
— Dios se ha encarnado en un hombre – les dijo.
El anuncio dejó a los motilones boquiabiertos. Se hizo un silencio tenso y sobrecogedor.
— ¿Por dónde caminó? – preguntó uno de ellos con un susurro.
Según la creencia común, cada motilón tiene su propio y particular sendero; por tanto, si se quiere encontrar a Dios hay que caminar en su sendero.
— Jesucristo es Dios hecho hombre – les contestó. Él puede mostrarles el sendero de Dios.
Una mirada de asombro, casi de temor, se pintó en sus rostros. El hombre del agujero le dijo:
—Muéstranos a Cristo.
Olson buscó una respuesta adecuada.
— Ustedes mataron a Cristo – les dijo. Ustedes destruyeron a Dios.
Sus ojos se agrandaron. ¿Que yo maté a Cristo? ¿Cómo lo hice? ¿Y cómo Dios puede ser matado?
Una metáfora de la redención
— ¿Cómo hacen el mal, la muerte y el engaño para imponer su poder sobre los motilones? – les preguntó Olson.
— Por medio de los oídos – contestó Bobby. Para los motilones el idioma es de trascendental importancia. Si un idioma maligno se obtiene por los oídos, significa la muerte.
Olson les recordó cómo ellos, después de cazar jabalíes, el jefe de la partida cuerea al animal y coloca la piel sobre su cabeza para cubrir sus oídos y mantener alejados a los espíritus malignos de la selva.
— Jesucristo fue asesinado – les dijo –. Pero de la misma manera que vuestro jefe cubre su cabeza con la piel para esconder sus oídos, así Jesús cuando murió, colocó su sangre sobre el engaño (o “pecado”) de ustedes, y lo esconde de la vista de Dios.
Ellos estaban entendiendo el mensaje.
Luego le dijo que Jesús fue enterrado. Entonces, una ola de tristeza los cubrió. La idea de que Dios estaba muerto y de que ellos estaban perdidos los hizo llorar y sollozar. (Era la primera vez que el misionero veía llorar a un motilón). Olson abrió su Biblia y les dijo:
— La Biblia dice que Jesús vivió después de haber muerto y está vivo hoy.
Uno de ellos le arrebató la Biblia y la llevó a su oído.
— No oigo nada – dijo.
— La Biblia no cambia en su modo de hablar. Es como esos papeles donde yo escribo lo que ustedes dicen. Dicen lo mismo todos los días. La Biblia dice que Jesús resucitó. Es el tallo bananero de Dios.
— Nunca nadie ha vuelto de los muertos en toda la historia motilona – dijo.
— Ya lo sé, pero Jesús lo hizo. Es la prueba de que realmente es el Hijo de Dios.
Esa noche Olson oró a Dios poniendo su confianza en la promesa de que la Palabra de Dios no volvería vacía.
Atando la hamaca a Jesús
Otra noche Bobby comenzó a interrogar a Olson. Estaban sentados alrededor del fuego.
— ¿Cómo puedo hacer para caminar en la senda de Jesús? Ningún motilón lo ha hecho jamás. Es algo nuevo. No hay ningún motilón que pueda explicarlo.
— Bobby, ¿recuerdas la primera vez que asistí a vuestra Fiesta de las Flechas, cómo yo tenía miedo de trepar a las hamacas para cantar (según vuestra tradición), porque colgaban a tanta altura y creía que pudieran cortarse las sogas, y te dije que cantaría solamente si podía tener un pie en la hamaca y el otro pie en el suelo?
— Sí, Bruchko —así le decían a Olson– lo recuerdo.
— ¿Y qué me dijiste en esa ocasión?
Bobby se rió.
— Te dije que tenías que tener ambos pies en la hamaca, porque “tenías que estar suspendido”.
— Exactamente. Tienes que estar suspendido. Así es que cuando sigues a Jesús nadie puede decirte cómo caminar en su senda. Solamente Jesús puede hacerlo. Pero para averiguarlo tienes que atar las sogas de tu hamaca a Jesús, y quedar suspendido en Dios.
Al día siguiente le dijo:
— Bruchko, quiero atar las sogas de mi hamaca a Jesucristo. ¿Cómo puedo hacerlo? No lo puedo ver ni tocar.
— Tú les has hablado a los espíritus, ¿verdad? – le preguntó Olson.
— Oh, sí, ahora veo.
Al otro día apareció con una amplia sonrisa en su cara.
— Bruchko, he atado las sogas de mi hamaca a Jesús. Ahora hablo un nuevo idioma.
— ¿Has aprendido algunas palabras del castellano que yo hablo? – le preguntó Olson.
Bobby se rió, con risa cristalina y dulce, y le dijo:
— No, Bruchko, hablo un nuevo lenguaje.
Olson comprendió. Para un motilón el idioma es vida. Si Bobby había adquirido una nueva vida, poseía un nuevo idioma.
Olson estaba emocionado. Ahora su amigo era también su hermano en Cristo.
— ¡Jesucristo ha resucitado de los muertos! – gritó Bobby. Su voz se hizo oír en lo profundo de la selva
— ¡Ha transitado nuestros senderos! ¡Hallé a Jesús!
Una predicación no tradicional
Bruce Olson hubiese deseado que Bobby compartiera su fe con todos los motilones a la manera religiosa, la única que él conocía. Sin embargo, Dios hizo las cosas a la manera motilona.
Se corrió la voz que habría de realizarse otro Festival de las Flechas. Cundió el entusiasmo, porque el Festival era la única ocasión en que todos los motilones se reunían. Allí se establecerían pactos, habría intercambio de flechas y competencia de cantos. Treparían a sus hamacas y cantarían –a la manera de los poetas griegos de la antigüedad o de los juglares medievales– hasta que les diera la voz, relatando leyendas, historias y noticias de sucesos recientes. Con frecuencia sus cantos tenían una duración de diez o doce horas ininterrumpidas sin darse tiempo para comer, tomar agua o descansar.
Desde hacía un tiempo, la gente miraba a Bobby de manera diferente. Se lo miraba con respeto y con alguna dosis de curiosidad. Un viejo jefe, Adjibacbayra, demostró un interés especial por Bobby. El primer día del Festival le desafió a una canción. A Bobby le gustó la idea y aceptó de inmediato. Ambos treparon y se metieron en una sola hamaca a más de seis metros de altura –como era su costumbre– y comenzaron a hamacarse. Bobby cantó primero y Adjibacbayra lo imitó repitiendo frase por frase. También cantaban otros hombres que se habían concertado.
La canción de Bobby tenía por tema la forma en que fueron engañados los motilones y por ello perdieron el sendero de Dios. Relató de qué manera conocieron a Dios, y cómo luego la codicia los hizo seguir a un falso profeta. A continuación comenzó a cantar sobre Jesús. Al hacerlo, todos se callaron para poder escuchar.
— Jesucristo se encarnó en el hombre –cantó Bobby–. Ha transitado nuestros senderos. Él es Dios, y sin embargo, podemos conocerlo.
Un silencio absoluto reinó en el hogar, con la excepción del canto plañidero de Bobby repetido por Adjibacbayra.
Pero Olson estaba sufriendo. Todo eso le parecía tan pagano. La melodía, entonada en una rara clave menor, semejaba la música de los médicos brujos. Pensaba que era “degradante” para el evangelio. Sin embargo, cuando miró a la gente que le rodeaba, comprobó que escuchaban como si sus vidas dependieran de ello. Bobby les estaba entregando una verdad espiritual a través del canto.
La canción se prolongó por catorce horas. No decayó el interés en ningún instante. Oscureció, y se encendieron los fuegos. Por fin, bajaron, agotados, de sus hamacas.
Adjibacbayra le dijo a Bobby:
— Nos has comunicado cosas verdaderamente nuevas. Yo también quiero estar suspendido en Jesús. Quiero cubrir mi engaño con su sangre.
Esa noche se desencadenó una revolución espiritual entre la gente. Nadie rechazó las noticias sobre Jesús. Todos querían que los llevara más allá del horizonte. Hubo un júbilo tremendo. A veces se hacía un silencio y hablaban entre ellos formando pequeños corrillos. Y en otras ocasiones el gozo se manifestaba en forma de canciones espontáneas. Y ello se prolongó hasta bien entrada la noche.
Las palabras que cantó Bobby fueron repetidas en otros Festivales de las Flechas, en diversas comunidades motilonas, donde fueron también gozosamente aceptadas. La vida del pueblo feroz e inexpugnable comenzaría a experimentar uno de los cambios más asombrosos de que se tenga memoria en pueblo alguno.
Dios les había hablado. Había hablado en el idioma motilón, y por medio de la cultura motilona, prescindiendo absolutamente del misionero “gringo” y de todo su trasfondo cultural.
(Con posterioridad, Bruce Olson ha recibido el reconocimiento de las ONU, de la OEA y de toda Colombia por su obra benefactora entre los motilones, que abarca la creación de 60 escuelas con enseñanza en 18 dialectos aparte del español, 50 centros de salud, y 42 centros agrícolas. Ha logrado, además, la creación de una reserva de 630.000 Hás. para ellos. Su caso es único en el mundo, porque esto se ha conseguido sin destruir su cultura ancestral.)
Fuentes: “Por esta cruz te mataré” de Bruce Olson, Edit. Vida, 1973, y www.bruceolson.com.