El hombre más grande que produjo el tiempo de la ley y los profetas fue Juan el Bautista. Por eso el Señor Jesús dijo de él que era el hombre más grande nacido de mujer (Mat. 11:11). Su carácter fue único. Era un hombre rudo que vivía en el desierto; su alimentación consistía en langostas y miel silvestre; poseía un carácter santo y justo, tanto, que «ni comía ni bebía», es decir, no se contaminaba con los pecadores. Era hasta violento en su celo por la justicia, atreviéndose incluso a reprender públicamente al rey Herodes por su pecado.

El Señor dice que Juan era el Elías que había de venir (recordemos que Elías era el profeta del fuego y del juicio contra los profetas de Baal). En otra ocasión, el Señor dijo que el camino de Juan era un camino de justicia (Mt. 21:32). Él predicaba un evangelio de arrepentimiento, que demandaba justicia incluso de los publicanos y soldados, y anunciaba juicios venideros. Esta demanda era muy fuerte, si consideramos que no había una verdadera conversión, porque el Espíritu Santo aún no había descendido.

Por eso, siendo el más grande profeta nacido de mujer, «el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él», dijo el Señor. ¿Por qué? El camino de Juan no era perfecto. Él seguía solo la justicia, pero sin amor. El amor aún no se había revelado, porque Cristo aún no había muerto en la cruz por el mundo pecador. La justicia es la demanda de Dios por la cual exige un caminar acorde con su carácter justo. La demanda de justicia es una demanda severa hecha a un hombre impotente de realizarla.

Lo perfecto, el equilibrio, es la justicia y el amor de Dios (Luc. 11:42). La justicia y el amor reflejan perfectamente el carácter de Dios. Y es en este equilibrio que deben andar los hijos de Dios. «En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios» (1 Juan 3:10). Aún siendo Juan más que un profeta –porque era el mensajero delante del Señor, y quien preparó su camino– era más pequeño que el más pequeño en el reino de los cielos.

El mismo Juan se identifica a sí mismo con el amigo del esposo. Quien experimenta los gozos del esposo es la esposa, no el amigo (Jn. 3:29). En este sentido, todo creyente que es miembro del cuerpo de Cristo, y que está llamado a ser parte de su esposa, tiene un lugar más privilegiado que Juan. El camino de Juan es imperfecto. Juan fue el último y más grande profeta del Antiguo Pacto, pero es menor que el más pequeño en el Nuevo.

Quien nos reveló perfectamente el equilibrado carácter de Dios es Jesucristo. Él es la justicia y el amor de Dios. Él no nos exigió justicia, sino que nos mostró la justicia de Dios; él no nos exigió el amor, sino que nos mostró el amor de Dios. Él no cometió pecado; fue santo, tanto en hechos como en palabras e intenciones. Pero esa justicia no la convirtió en demanda para los suyos, sin antes convertirla en una dádiva gratuita para todos. Por eso, nuestro modelo no puede ser Juan sino Cristo.

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