Semblanza de George Matheson, el predicador ciego, iluminado por la luz de Dios.
George Matheson no fue, lo que se pudiera decir, una gran lumbrera en el universo cristiano. Su figura no resalta particularmente entre las muchas que hay en la historia de la Iglesia. Su vida no tiene esos promontorios heroicos que tienen otras vidas, y que impresionan a muchos.
Su vida fue más que un trueno, un silbo apacible. Más que una tempestad, fue una llovizna diáfana. No destacó ni como un gran predicador (aunque predicó algunos mensajes notables), ni un gran escritor (aunque escribió algunas cosas destacables). Su vida estuvo más bien marcada por el sufrimiento callado, por la cruz llevada en silencio. Es conocido generalmente como el «predicador ciego», y también como el autor de dos himnos muy conocidos.
Pero ¿qué hay detrás del hombre que arrastraba una discapacidad tan cruel? Cuando nos asomamos a su vida encontramos una fuente verdadera de gozo y paz, de aquiescencia y conformidad con la voluntad de Dios. Fue un hombre que aprendió a decirle «Sí» a Dios, con una sonrisa en los labios.
George Matheson nació en Glasgow (Escocia) en 1842; era uno de los ocho hijos de un comerciante del mismo nombre. Primero fue educado en una escuela pequeña en Carlton Place. Entonces, después de trasladarse a St. Vincent Crescent, fue a la Academia de Glasgow, y posteriormente a la Universidad de Glasgow. Se graduó como BA en 1861 con distinción en Filosofía, y MA en 1862.
Días de dolor
El primer nubarrón en el horizonte para Matheson fue una temprana ceguera, por inflamación en la retina, que comenzó a manifestarse desde su primer año de vida. Usaba unos lentes muy gruesos, y se sentaba muy cerca de la ventana en la escuela. Por largo tiempo, conservó alguna capacidad de visión, pero muy tenue. En sus estudios, siempre dependió de otros, especialmente de sus hermanas, las cuales asumieron la discapacidad de su hermano como un desafío personal. Ellas mismas se dieron a la tarea de estudiar las materias para ayudarlo. Más tarde, aprenderían latín, griego y hebreo a fin de hacerlo mejor.
Una vez graduado en la Universidad de Glasgow decidió proseguir sus estudios en la Universidad de Edimburgo. Más tarde, estudió teología. Como estudiante de teología fue muy aventajado. Llevado por su afán de investigación, escribió un valioso tratado titulado «El Crecimiento del Espíritu de la Cristiandad». Su libro era brillante, pero tenía algunos errores importantes. Cuando algunos críticos señalaron los errores y lo acusaron de ser un estudiante inexacto, él quedó acongojado. Uno de sus amigos escribió: «Cuando él vio que para los propósitos de estudio su ceguera era un impedimento, se retiró del campo (de la investigación) – no sin dolor, pero definitivamente».
Este fue un segundo aguijón doloroso en la vida de Matheson. No sólo estaba la ceguera, como un recordatorio permanente de su desgracia, sino que ahora, esa ceguera le impedía avanzar en sus estudios como hubiese querido.
Sin que él pudiera comprenderlo en ese momento, Dios estaba dirigiendo su vida por otro camino, más allá de la investigación académica. El mundo cristiano perdió un teólogo, pero ganó un pastor, predicador y poeta, de gran inspiración.
Por este tiempo, Matheson tuvo otro gran dolor. Un día su médico le dijo: «Lo mejor que puede hacer es visitar a sus amigos lo más rápidamente, porque en breve la oscuridad vendrá sobre usted, y nunca más podrá verlos». Esa fue la manera que el médico utilizó para decirle que en breve quedaría totalmente ciego. En este tiempo, Matheson se hallaba de novio con una hermosa joven. Él le contó a ella la calamidad que le sobrevendría, dándole la oportunidad de deshacer el noviazgo. Ella lo hizo, pues «no estaba dispuesta a cargar toda la vida con un marido ciego». Pero esta tristeza llevó a Matheson a profundizar aún más su devoción a Dios.
Días de fructificación
Al principio, fue ayudante en la iglesia de Sandyford, donde sorprendió a todos porque a pesar de su ceguera podía cumplir cualquier deber que se le asignara. Su primer cargo fue en el pueblo de Inmellan, en 1868. Ganó rápidamente fama como predicador y hacía como si leyera los mensajes, de manera que muchos no se percataban de su discapacidad. Muchos venían año a año a Innellan para las fiestas de fin de año, porque les gustaba oír a «Matheson de Innellan», y su nombre llegó a ser muy conocido en Escocia. Tanto así, que en 1879 la Universidad de Edimburgo le confirió el título honorario de Doctor en Divinidad.
Durante todo este tiempo fue muy ayudado por su hermana mayor, con quien vivía y quien escribía al dictado sus ensayos y sus sermones primeros. Él tenía una memoria maravillosa. Su hermana ordenaba la casa y le ayudaba con la parroquia. Escribió centenares de artículos y muchos libros con la ayuda de una secretaria y más tarde por Braille y máquina de escribir.
En 1882, Matheson vivió una experiencia muy profunda, que marcaría su vida. Por fin, años de sufrimiento habrían de dar a luz una bella flor que no se marchitaría. O, en lenguaje bíblico, el grano de trigo que había caído para morir, comenzaría a dar fruto. En junio de ese año compuso la letra del famoso himno «Amor, que no me dejarás».
George mismo cuenta cómo fue aquello: «Fue compuesto en la casa parroquial de Innellan, Escocia, en la tarde del 6 de junio, 1882, cuando tenía 40 años de edad. Yo estaba solo en casa en ese momento. Era la noche de la boda de mi hermana, y el resto de la familia se quedaría por una noche en Glasgow. Algo me pasó que sólo fue conocido por mí, y que me causó el más severo sufrimiento mental. El himno fue el fruto de ese sufrimiento. Fue la porción de trabajo más rápido que hice en mi vida. Yo tuve la impresión de oírlo dictado a mí por alguna voz interior en lugar de salir de mí. Estoy seguro que la obra entera se completó en cinco minutos, y también seguro que nunca recibió de mi mano algún retoque o corrección. Yo no tengo ningún don natural del ritmo. Todos los otros versos que yo he escrito alguna vez han sido artículos manufacturados; este vino como un manantial de lo alto».
No sabemos qué fue lo que causó ese severo sufrimiento mental en Matheson. Muchos han dicho que fueron los recuerdos del rechazo de su novia de juventud. Otros lo atribuyen al matrimonio de su hermana, quien había cuidado de él los últimos 20 años, y cuya ausencia se le tornaba insoportable. Aún otros dicen que ese sufrimiento provenía de su preocupación por las incursiones que el darwinismo estaba haciendo en la iglesia. Sea lo que fuere, Dios utilizó ese gran dolor para dar a luz una obra inmortal.
He aquí el himno, en una traducción literal del original en inglés:
Oh amor que no me dejará ir,
mi alma fatigada descanso en ti;
te devuelvo la vida que a ti debo.
Que en las profundidades de tu océano
más rica, más llena, pueda fluir.
Oh Luz que ha seguido
todos mis caminos,
yo rindo mi antorcha fluctuante a ti;
mi corazón restaura su rayo prestado,
que en tu luz brillante un día
pueda ser más luminoso, más hermoso.
Oh gozo que me busca a través del dolor,
yo no puedo cerrar mi corazón a ti;
rastreo el arco iris a través de la lluvia,
y siento que la promesa no es vana,
que el mañana sin lágrimas será.
Oh Cruz que levantó mi cabeza,
yo no me atrevo pedir huir de ti;
me postro en el polvo,
la gloria de la vida está muerta,
y de la tierra florece roja allí
la vida que jamás tendrá fin.
Las palabras de este poema, como en la mayoría de los poemas de Matheson, no son fáciles de entender en una primera lectura, pero se hacen más claras después de meditarlas. El texto usa metáforas para un Dios que no dejará a su hijo desamparado: primero el Amor, luego el Gozo, luego la Cruz.
Examinando su vida pasada, Matheson escribió una vez que la suya era «una vida obstruida, una vida circunscrita… pero una vida de encendida esperanza, una vida que ha golpeado persistentemente contra la marea de las circunstancias, pero que aun en el momento del trabajo abandonado no ha dicho «Buenas noches» sino «Buenos días».
¿Cómo podía mantener él la esperanza viva en medio de las tales circunstancias y pruebas? Este himno nos da una pista. «Yo rastreo el arco iris a través de la lluvia, y siento que la promesa no es vana, que el mañana sin lágrimas será». ¡La imagen del arco iris es un cuadro del compromiso del Señor!
La melodía para el poema de Matheson, fue compuesta también de manera muy rápida. Su compositor, Alberto Lister Peace, dijo que «la tinta de la primera nota aún no estaba seca cuando yo había terminado la melodía». Le pidieron que proporcionara una melodía para las palabras de Matheson. Él estaba sentado en la playa en la isla de Arran leyendo las palabras, cuando la melodía entró en su mente. Matheson siempre dijo que el himno se debía principalmente al Dr. Peace.
En 1885, fue convocado para predicar en Crathie, por sugerencia de la Reina. Ella quedó tan impresionada por el sermón que solicitó una copia impresa. Era «La Paciencia de Job». La lección del antiguo patriarca no era un conocimiento mental, sino de vida. En 1886, fue llamado a la iglesia de St. Bernard, Edimburgo, la cual se abarrotaba de gente cada domingo.
En 1890 Matheson escribió el otro de sus famosos himnos: «Cautívame, Señor».
Cautívame, Señor,
y entonces seré libre.
Oblígame a rendir mi espada,
y seré un vencedor.
Me hundo en los temores de la vida
cuando quedo solo;
aprisióname en tus brazos,
y mi mano será fuerte.
Mi corazón es débil y pobre
hasta que encuentra a su amo;
no tiene fuente de acción segura,
varía con el viento.
No puede moverse libre
hasta que tú forjes sus cadenas;
esclavízalo con tu amor inigualable,
y reinará inmortal.
Mi poder es débil y medroso
hasta que yo aprenda a servir;
carece de fuego necesario para brillar,
y de brisa para atreverse.
No puede empujar el mundo
hasta que él mismo sea empujado;
su bandera sólo puede desplegarse
cuando tú soplas desde el cielo.
Mi voluntad no es mía
hasta que tú la hagas tuya;
si alcanzara el trono de un rey,
debería su corona resignar.
En medio de la lucha,
ella sólo está firme
cuando en tu pecho se ha recostado,
y encuentra en ti su vida.
Las frases iniciales de este himno pueden confundir a algunos lectores: «Cautívame, Señor, y entonces seré libre; oblígame a rendir mi espada, y seré un vencedor» (Traducción literal). Uno puede preguntarse: ¿Cómo es posible ser esclavo y ser y libre, ganador y perdedor, al mismo tiempo?
Don Hustad comenta: «Hay muchas paradojas en la Biblia. «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12:10). «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá» (Mat. 16:25). «Él que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande» (Lucas 9:48). Jesús dijo en Juan 12:24: «De cierto, de cierto, os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto».
«He aquí uno de los fenómenos de la naturaleza; un grano de trigo debe desintegrarse y descomponerse en la tierra para reproducirse. ¡Debe morir para continuar viviendo! Sin duda George Matheson, el escritor del himno, aprendió esta lección a través de su propia experiencia personal».
Vince Gerhardy dice, por su parte: «George Matheson pensaba en su discapacidad como su aguijón en la carne, como su cruz personal. Durante varios años, él oró para que su vista fuese restaurada. Como la mayoría de nosotros, supongo, creía que la felicidad personal sólo vendría a él cuando el impedimento hubiese sido quitado. Pero entonces, un día, Dios le envió una nueva visión: ¡El uso creativo de su impedimento podía realmente volverse su medio personal de lograr felicidad!»
«Así que, Matheson llegó a escribir: «Mi Dios, yo nunca te he agradecido por mi espina. Te he agradecido por mis rosas, pero ni una vez por mi espina. He estado esperando por un mundo donde conseguir una compensación para mi cruz, pero nunca he pensado en la propia cruz como una gloria presente. Enséñame la gloria de mi cruz. Enséñame el valor de mi espina».
Días de paz
George Matheson había encontrado el tipo de felicidad de Dios – el tipo de felicidad que no sólo es una esperanza futura, sino también una realidad aquí y ahora. Llegó a tener tal paz de espíritu, que fue conocido por su optimismo, y por su espíritu grácil e inspirador.
En los últimos años de su vida, Matheson recibió numerosos homenajes, y realizó muchos trabajos literarios. Sus escritos, de corte devocional, revelan una profunda sensibilidad, y una visión muy lúcida de Cristo, su Señor.4 Sin embargo, él es recordado especialmente por sus dos bellos himnos.
Matheson murió súbitamente de apoplejía el 28 de agosto de 1906, mientras descansaba en North Berwick, y fue sepultado en el cementerio de Glasgow.
***
Las alas para mañana – George Matheson
Usted y yo no podemos vivir ni un instante en el presente; si no avanzamos, vamos a retroceder. Nuestras alternativas son esperanzas o recuerdos. Canaán o Egipto, la tierra de la promesa, o la tierra en retrospectiva. El lugar intermediario es siempre un desierto – un desierto estéril. El pensamiento no puede habitar allí, ni nunca procura habitarlo. Él debe tener las alas para mañana o las alas para ayer; él debe «volar» si desea descansar.
¡Sean mías, entonces, las alas para mañana, oh mi Dios! Si primero yo consiguiere las alas para mañana, entonces podré también volver. El recuerdo no puede traer esperanza, pero la esperanza puede adornar el recuerdo – aun los mismos recuerdos oscuros.
Egipto, visto desde las montañas de Canaán, puede parecer muy lindo; sus fatigas pueden ser glorificadas, sus dolores justificados. Si tú me estás preparando para un cielo de amor sacrificial, estas luchas, estos dolores, ya están justificados. Si mi Canaán fuese un mero lugar de placer, cada lágrima derramada en Egipto sería un desperdicio de tiempo. Pero cuando, como Caleb, veo a través de las barras de cristal de Tu ciudad y veo que la cruz es la corona de ella, yo entiendo todo.
Yo comprendo por qué tus rosas han sido rojas, no blancas. Yo entiendo por qué las gotas de sangre salpicaron el jardín de la vida. Yo comprendo por qué mi voluntad ha sido tan frecuentemente frustrada, por qué mis planes fueron malogrados tantas veces, por qué mi camino ha sido tan interrumpido.
Es porque Tu tierra de Canaán es una tierra de sacrificio y yo me estoy preparando para este sacrificio. Es porque la rosa de Tu cielo es la flor de la pasión del Calvario. Es porque el centro de Tu trono contiene un Cordero que fue inmolado. Es porque los mensajeros de Tu voluntad son espíritus ministradores. Es porque Tu vida de resurrección mantiene las marcas de los clavos. Es porque los más humildes son los mayores en el reino de Tu gloria. La esclavitud de Egipto será un recuerdo de oro cuando yo acepte la visión de Tu tierra de Canaán.
Cabalgando sobre la tormenta
«…se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús… Herodes y Poncio Pilato… para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera» (Hechos 4:27-28).
La frase termina de manera opuesta a lo que diría el sentido común. Nosotros esperaríamos leer así: «Contra tu santo Hijo Jesús se unieron Herodes y Pilato para torcer el curso de tu divina voluntad». En lugar de eso, leemos: «Contra tu santo Hijo Jesús se unieron Herodes y Pilatos para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera». La idea es que el esfuerzo de ellos para oponerse a la voluntad de Dios demostró ser un golpe de alianza con ella. Las medidas que tomaron para arruinar la nave se volvieron la forma de asegurar que ésta se mantuviese a flote.
Ellos se confabularon en un consejo de guerra contra Cristo; pero, sin tener conciencia de ello, firmaron un tratado para la promoción de la gloria de Cristo. Pensaban que estaban haciendo un testamento en favor de los enemigos de Cristo; y estaban realmente dejando toda su riqueza al Hombre de Nazaret. Ellos decretaron que él debía morir; ese decreto fue su contribución de hojas de palma.
Mi hermano, Dios nunca frustra las circunstancias adversas; ése no es su método. Me impresionan a menudo estas palabras: «Él cabalga en las alas del viento». Son muy sugerentes. Nuestro Dios no abate las tormentas que se levantan en contra suya; él monta sobre ellas, él obra a través de ellas.
A menudo nos sorprende que se permita abrir tantos caminos espinosos para los buenos: cómo José, el muchacho soñador, es puesto en un calabozo; cómo ese hermoso niño Moisés es lanzado en el Nilo. Usted habría esperado que la Providencia detuviera la apertura de esos fosos destinados para destrucción. Bueno, él podría haber hecho así; él podría haber dicho a la tormenta: «¡Detente!». Pero había una forma más excelente: montar sobre ella.
La ley natural
«Jehová trajo un viento oriental… y al venir la mañana, el viento oriental trajo la langosta» (Éxodo 10:13).
Se inclina uno a preguntar: ¿Por qué traer el viento del este? Dios estaba a punto de enviar una providencia especial para la liberación de su pueblo de Egipto. Estaba a punto de azotar a los egipcios con una plaga de langostas. Las langostas iban a ser su especial providencia, la evidencia de su poder supremo. ¿Por qué entonces, no trae las langostas en seguida? ¿Por qué provoca la intervención de un viento oriental? ¿No parecería más majestuoso si simplemente hubiera sido escrito: «Dios mandó una plaga de langostas creada con el propósito de liberar a su pueblo»? En lugar de eso, su acción toma la forma de la ley natural: «El Señor trajo un viento oriental… y al venir la mañana, el viento oriental trajo la langosta».
¿Por qué envía su mensaje en un carro común cuando podía volar en alas celestiales? ¿No son algo desilusionantes las palabras «al venir la mañana»? ¿Por qué debía el acto de Dios ser tan largo obrando la cura? ¿No es el pasaje entero un estímulo para que los hombres digan: «Oh, todo eso se debió a causas naturales»? Sí, y para agregar, «todas las causas naturales son causas divinas».
Entonces, ¿por qué ha sido escrito este pasaje? Es para mostrarnos que cuando vemos un beneficio divino que pasa por un viento oriental, o cualquier otro viento, no debemos pensar que procede menos directamente de Dios.
Es para enseñarnos que, cuando nosotros pedimos la ayuda de Dios, hemos de esperar que la respuesta sea enviada a través de cauces naturales, a través de cauces humanos. Para decirnos que, cuando los cielos reales están callados, no hemos de decir que no hay voz de nuestro Padre.
Hemos de buscar la respuesta a nuestras oraciones, no en una apertura del cielo, no en las alas de un ángel, no en un trance místico, sino en los accidentes aparentes de cada día, en el encuentro con un amigo, en el cruce de una calle, en el oír un sermón, en la lectura de un libro, en escuchar una canción, en la contemplación de una bella escena.
Debemos vivir en la expectativa solemne que, cualquier día de nuestras vidas, las cosas que nos rodean pueden ser los mensajeros de Dios.