Basándose en la figura del rey Asuero, del libro de Ester, el autor describe los intrincados vericuetos del alma humana.
Aconteció en los días de Asuero, el Asuero que reinó desde la India hasta Etiopía sobre ciento veintisiete provincias … para mostrar él las riquezas de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su poder, por muchos días, ciento veinte días … Y daban a beber en vasos de oro, y vasos diferentes unos de otros, y mucho vino real, de acuerdo con la generosidad del rey».
– Ester 1:1, 4, 7.
El libro de Ester ayuda a entender la real situación del cristiano. El libro es como un espejo y el hombre como una persona reflejada en él.
Primeramente veremos lo que representan los personajes Mardoqueo, Ester, Amán y Asuero. Hay consenso entre los estudiosos bíblicos en considerar a Mardoqueo como representación del Espíritu Santo, y a Amán, de la carne. Podemos afirmar que hay obstáculo para la continuidad del testimonio de Dios en Asuero. La carne es el personaje problemático, es el principio del problema. En verdad, analizando cuidadosamente la historia en el libro de Ester, se concluye que esa afirmación tiene fundamento, pues fue Asuero quien dio el anillo a Amán y poderes para realizar su plan. Él fue responsable por las obras de Amán; todo el problema está en la persona del rey Asuero. Si Amán representa la carne, entonces ¿a quién representa el rey Asuero?
Gracias al Señor, la figura bíblica es de veras profunda y clara. El rey Asuero, sin ninguna duda, representa el alma del creyente – su ‘yo’.
El hombre carnal y el hombre natural
De acuerdo con la Biblia, el alma es la sede del carácter del hombre, es el ‘órgano’ donde se encuentra el sentido del ‘yo’. Todo ser humano sabe decir ‘yo’ porque tiene un alma. El Señor dice en Mateo 16:26: «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?». En Lucas 9:25 dice: «Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?». Al comparar estos dos pasajes, se constata que la expresión «su alma» es definida como «sí mismo». Por esta razón, se puede afirmar que el alma del hombre es su ‘yo’. Aquel que vive centrado en el ‘yo’ es llamado hombre carnal. Una persona que pertenece al alma heredó eso de su primer nacimiento, por lo tanto es denominado ‘hombre natural’.
El Asuero que reinó
En el libro de Ester, el rey Asuero es una descripción muy adecuada del alma o del ‘yo’. En el comienzo del libro de Ester está escrito: «el Asuero que reinó». Esa es la primera impresión que Asuero trasmite; en otras palabras, la impresión que tenemos es que a nuestro ‘yo’ le gusta sentarse en el trono. El alma aprecia los lugares elevados y prominentes, le gusta tener autoridad, honra y riqueza. No son sólo las personas con pretensiones políticas que desean gobernar; en verdad, todos soñamos con ser reyes.
Muchos maridos se proclaman reyes, y las esposas reinas, tornándose sus hijos en ciudadanos del ‘reino’. A pesar de trabajar arduamente por los ciudadanos de ese ‘reino democrático’, es interesante notar que se dirigen a los hijos y a la esposa de manera indebida, elevando la voz. De modo general, ellos creen que haciendo de otra forma su expresión perdería autoridad. La familia donde siempre hay voces de trueno es gobernada por un Asuero. Nadie debe osar transgredir las palabras autoritarias de un hombre que se sienta en el lugar del rey – ni siquiera las personas más cercanas, como la reina Vasti, pueden desviarse ni un paso de su voluntad.
Cuando el hombre se siente bien, reina como un populista: «Y daban a beber … mucho vino real, de acuerdo con la generosidad del rey (y se hacía) según la voluntad de cada uno» (Ester 1:7-8). Él parece estar siempre consciente del bien y del derecho de los demás. Sin embargo, si su orgullo es herido, se transforma: La reina es igual a una plebeya, siendo fácilmente removida, abandonada en cualquier lugar, como si fuese una basura. Cuando su autoridad y honra están en juego, fácilmente la caridad y el amor desaparecen. Para beber vino no debe haber restricción, pero la reina puede ser restringida al ser introducida en la presencia del rey.
El rey había ordenado: «…que se hiciese según la voluntad de cada uno» (1:8). Pero, el ‘cada uno’ no incluía a la reina Vasti. Esa es la actitud del dictador; tanto el destituir a la reina como permitir su permanencia en el trono, es voluntad del rey. Esta historia nos recuerda nuestra propia biografía, pues muchas veces causamos sufrimientos semejantes a las personas que nos rodean. Cuando las cosas no están de acuerdo a nuestro deseo, desechamos a las personas sin dudar – tal como Asuero hizo con la reina Vasti. Lo más interesante es que él se indignó con ella por no haber aprovechado la oportunidad concedida para exaltarse y mostrar su belleza. ¡A sus ojos, Vasti mostró ingratitud hacia el rey, que le brindaba tan importante honra! Cuántas veces la indignación domina el pensamiento del ser humano, resultando en necedades que usa para atraer la atención de todos. Quieren causar la impresión de que es una cuestión de honra, que se trata de la palabra de un caballero, la cual, una vez dicha, no tiene vuelta atrás.
¡Pasada la ira, Asuero sintió nostalgia por Vasti! El rey, más elevado que los montes, se arrepintió. Su ira tuvo inicio, creció, alcanzó el clímax, disminuyó y pasó. Después de cierto tiempo, Asuero percibió cuán necio había sido. ¡Esas actitudes revelan a un rey débil!
Dictador y débil
Asuero era dictador y necio. ¿Cómo es posible, entonces, que la Biblia nos compare con un dictador – además de exclusivista, violento, irreductible en sus decisiones, débil, incapaz, perdedor y necio? En el momento en que Asuero, impensada-mente dio oídos a Amán, él evidenció su debilidad. ¡Cuántas veces vemos hombres necios aceptar sugerencias de la carne, demostrando su incapacidad y debilidad! El ‘yo’, lleno de opiniones, se tornó vacío y aceptó que la carne se tornara grande y realizase innumerables obras irreparables. ¿No son nuestras experiencias semejantes? ¿No se repiten cada día? Aquel que da oídos a la carne demuestra incapacidad y necedad.
La vida centrada en el yo
En el texto original del libro de Ester, la palabra ‘rey’ aparece 169 veces; el nombre Asuero es citado 29 veces y la palabra ‘reino’ aparece en 11 ocasiones. El nombre de Dios, en cambio, no es citado ninguna vez. Se puede concluir que la historia es centrada en Asuero y que él es el personaje principal de la narración. En caso contrario, ¿cómo explicar su presencia en todo el libro? El rey Asuero representa el ‘yo’, consecuentemente, su personaje representa la vida centrada en el ‘yo’. Debido a que el libro de Ester está repleto de las sombras del ‘yo’, es posible percibir por qué el nombre de Dios ha desaparecido de la narración.
Siempre que el ‘yo’ se roba la escena, Dios se aparta silenciosamente. En este aspecto, el libro de Ester se asemeja mucho a Romanos 7, también repleto de la palabra ‘yo’ –en total 48 citas– en contraste con la palabra Espíritu Santo, que aparece una sola vez. Sin embargo, hay un gran cambio en el capítulo 8, el número de menciones de la palabra ‘yo’ disminuye, aumentando las menciones al Espíritu Santo – por lo menos 19. El libro de Ester parece ser como el capítulo 7 del libro de Romanos; sin embargo, es al capítulo 8 que se asemeja su desarrollo. Podemos, entonces, afirmar que Romanos 7 y 8 son claves para el libro de Ester.
El hecho de que Pablo mencione muchas veces la palabra ‘yo’ en Romanos 7, y las constantes menciones al rey Asuero en el libro de Ester nos recuerdan a un pájaro de los Estados Unidos llamado ‘Mí’. Él canta una única melodía el día entero. No cesa de entonar ‘Mí’; de su interior fluye solamente la palabra ‘mí’, nunca cambia, es siempre ‘mí’. Por eso recibió el nombre ‘Mí’. En la lengua inglesa, la palabra ‘mí’ es el pronombre objeto para ‘yo’. Ese pájaro no canta ‘pío-pío’, sino canta ‘yo-yo’ todos los días. Lo que el pájaro ‘Mí’ canta es exactamente la canción que Pablo entona en el capítulo 7 de Romanos. Es también la música de Asuero en el libro de Ester. En realidad, ¿no es esa también la canción del hombre natural, todos los días? Él piensa constantemente en su ‘yo’, su preocupación es el ‘yo’, lo que ama es el ‘yo’, por consiguiente, lo que expresa es el ‘yo’. Para muchos de nosotros es el ‘yo’ en todo y todo es ‘yo’.
Cierta vez, en la ciudad de Sao Paulo, un grupo de hermanos chinos reunidos allí leían el libro de Ester. Al llegar al pasaje referido, tomaron prestada la melodía de Disney «Un pequeño mundo» para cantar la música del pájaro ‘Mí’. En portugués la palabra ‘mí’ es el pronombre ‘eu’ (yo), mas en la congregación había hermanos que sólo conocían la lengua china, y la pronunciación de ‘yo’ en chino es ‘fã’. Así, ellos cambiaron ‘eu’ por ‘fã’. Cuando todos cantaron simultáneamente la música del pájaro ‘Mí’, unos cantaban ‘eu’, otros cantaban ‘fã’. Uniendo las dos palabras, se obtiene la expresión ‘eu-fã’. El resultado de esa unión chino-brasileña no fue sólo cómico, sino muy ilustrativo. Coincidentemente esa combinación alertó que verdaderamente somos ‘eu- fãs’, o sea, todos ‘admiradores de sí mismos’. Hoy tenemos fans del fútbol, fans del ajedrez, fans del cine, pero por sobre todo, el hombre es ‘fã’ –es hincha– de sí mismo, incluso el cristiano. (El vocablo portugués fã viene del inglés fan (‘hincha o admirador de…’). De allí viene «Fan Club»).
Los cristianos deben pedir misericordia al Señor, pues muchas veces dicen amarlo a Él, pero en verdad lo que aman más en este mundo es a su propio yo. Sus pensamientos están llenos de sí mismos, son un verdadero rey Asuero. ¡Si no tuviesen riqueza alguna, no dudarían en dejar al Señor reinar! Pero el hombre natural cree que hay algo de bueno en sí mismo lo que le hace pensar constantemente respecto de sí mismo: «Al formar una familia, seré el centro. También soy el centro en la congregación. Cristo murió por mí en la cruz. Cristo me ama por mi causa».
Es bueno saber que Cristo nos ama, ¡el problema es cuando nos tornamos el centro! De ese modo, a pesar de amar al Señor, el resultado es semejante al libro de Ester; la presencia de Dios y su nombre no son vistos claramente en cuanto la expresión del hombre natural y su nombre quedan destacados. Eso lleva a la alabanza de los hombres y hace que el nombre de Dios no sea alabado, ni su gloria reconocida.
La fuerte luz del yo
Al mirar desde adentro hacia fuera a una persona delante de una ventana en el sol del mediodía, percibimos sólo su silueta. Su rostro no puede ser visto porque la luz de fondo es muy fuerte.
Eso explica porqué no se lee el nombre de Dios en el libro de Ester. La luz de Asuero resaltó mucho y sólo podía verse la sombra de Dios por medio de Sus obras. Eso es un alerta para todos los que aman y sirven al Señor. Cuántas veces nuestro Cristo debería estar en preeminencia, pero la vida de nuestro ‘yo’ es tan fuerte, nuestra alma tan vívida y nuestros pensamientos tan grandiosos que los demás nos ven claramente sólo a nosotros, en vez de Su belleza y de Su gloria, las cuales perdemos en el proceso. Las personas pueden ver que alguien ama al Señor, pero no logran tocarlo a Él.
La imagen proyectada del yo
La situación descrita en el libro de Ester no simboliza sólo la vida interior, sino, en muchas ocasiones, también representa las reuniones y las obras espirituales de la iglesia. Al comienzo ella era llena con la presencia de Dios, todos eran más humildes y no había mucha exaltación. Pero, después de recibir innumerables gracias, bendiciones y dones, a poco andar, los ojos de la congregación se desviaron del Señor y se enfocaron en la propia iglesia. A semejanza de lo que hizo el rey Asuero, muchas personas son invitadas a ver «… las riquezas de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su poder, por muchos días, ciento ochenta días» (Est. 1:4). Al considerar que tenemos muchas riquezas para dar, queremos mostrar a las personas el número de miembros de nuestra congregación, los principios que rigen nuestro actuar y cómo nuestra visión difiere de las demás congregaciones. En eso muchos podrán creer que se trata de un gran avivamiento, pero lamentablemente no verán a nuestro Señor.
En la iglesia todos deberían ver al Señor, pero ¿qué hemos mostrado hoy? Que el Señor tenga misericordia y nos muestre el mayor obstáculo para la obra de Dios: nosotros mismos.
Comparecer a las reuniones de la iglesia debería ser lo mismo que llegar a la presencia del Señor. Sin embargo, por ser tan duros y seguros de nosotros mismos en la presencia del Señor, evidenciamos la presencia del hombre, dificultando que la persona del Señor sea vista. Es posible ver todas nuestras riquezas, tal como sucedió en el capítulo 1 del libro de Ester, donde todas las riquezas de Asuero fueron expuestas. No le bastó mostrarlas uno o dos días, sino que ocupó 180 días. ¡Qué reino más rico! ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros!
La razón por la cual el Espíritu Santo no puede ganar el testimonio de la segunda generación es el propio hombre. Uno de los mayores obstáculos está en nosotros mismos. Porque nuestro ‘yo’ es tan fuerte y porque gustamos de grandes obras y creemos ser poseedores de riquezas espirituales, es difícil ver a la persona del Señor. Al orar, o cuando estamos dando alimento espiritual a los hijos de Dios, inconscientemente proyectamos nuestra sombra en la reunión, dificultando las cosas para la iglesia.
El famoso escultor italiano Miguel Ángel esculpía sus obras con mucho cuidado. Todos los detalles eran trabajados minuciosamente hasta la perfección. Siempre que esculpía, usaba una luz sobre su cabeza. Cierta vez alguien le preguntó por qué, y él dijo: «Cuando estoy esculpiendo, temo que mi sombra sea proyectada sobre mi obra y la arruine por completo». Que las palabras de Miguel Ángel nos sirvan de alerta cuando en las reuniones, o cuando el Señor nos solicita hacer cierta obra, para que inconscientemente no proyectemos nuestra sombra sobre la obra, trayendo perjuicio a la reunión o a la obra de Dios. Que el Señor tenga misericordia y nos haga temer proyectar nuestro ‘yo’, como tememos el fuego. Que la luz del Señor pueda eliminar nuestras sombras para que la iglesia sólo se llene de Cristo. No más yo, sino Cristo.
Dos personas a los ojos de Dios: Adán y Cristo
1 Corintios 15 muestra que, a los ojos de Dios, existen dos personas: Adán y Cristo. Todos los hombres de la vieja creación están incluidos en la primera persona, y todos los hombres de la nueva creación están en la segunda. Así, pues, ambos son corporativos: el Adán corporativo es la reunión de todas las personas que están en Adán, y el Cristo corporativo son todos los que están en Cristo. A los ojos de Dios, estas dos personas son dos gigantes. La diferencia entre ellas reside en el hecho de que la primera es un gigante de la tierra, y el segundo ser, celestial, es un gigante del universo. Lo más interesante es que los dos gigantes son separados por el Antiguo y el Nuevo Testamento, y fueron vistos en visiones por dos siervos de Dios.
Pablo vio a la segunda persona en el camino a Damasco – el gigante del universo. Su cabeza está en los cielos y su cuerpo está en la tierra – Cristo y su iglesia. Como la iglesia tiene la plenitud del Todopoderoso, esa persona universal expresa la plenitud de Cristo. Daniel vio la primera persona al revelar el significado del sueño de Nabucodonosor – el gigante de esta tierra.
Esa persona es una expresión de la plenitud de Adán. Lo que Pablo vio es vivo, porque es espiritual; lo que Daniel vio es muerto, porque es sólo una gran estatua. Lo que Pablo vio revela las cosas celestiales; lo que vio Daniel son cosas terrenas, los pies de barro y las otras partes del cuerpo, de oro, plata, bronce y hierro – todas provenientes de la tierra. Lo que Daniel vio es un gigante en quien las personas de la tierra depositan su confianza. Las partes de oro, plata, bronce y hierro de la estatua representan cuatro grandes imperios de la historia de la humanidad: Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Hoy estamos en la parte de los pies, que son mitad hierro y mitad barro. En verdad, la humanidad se dividió en dos grandes grupos: un régimen cerrado, dictatorial y rígido; el otro abierto, democrático y libre. Al final, Cristo retornará y cerrará la historia de la humanidad.
Cuando Dios dijo a Adán: «Multiplicaos y llenad la tierra», él no se refería sólo a Adán; esa afirmación es válida también para el Adán corporativo. Al sumar toda la riqueza, sabiduría y poder de aquellos que están en Adán a través de los tiempos, veremos que hoy la humanidad es como la Biblia lo registró – «llenaron la tierra». El hombre venció condiciones adversas, encerró a las fieras en zoológicos, su tecnología progresa constantemente, el hombre llegó a la luna, y pone computadoras en su cocina; todo eso es la expresión de la riqueza de Adán. Fue en Babilonia que esa riqueza se reveló en los tiempos iniciales. Babilonia es la cabeza de oro; su imperio conquistó el mundo conocido de la época, y desde entonces la imagen del Adán corporativo fue tomando forma. Por medio de la riqueza en Adán, en el correr de los siglos, vemos un progreso continuo, resultando en el pecho de plata, el vientre de bronce y las piernas de hierro, hasta que llegamos al final de la historia de la humanidad. Así tenemos la visión y la imagen completa de ese gigante.
Al estudiar acerca del rey Asuero y de cómo él dio un banquete a sus príncipes y siervos, exhibiendo las riquezas de la gloria de su reino y el esplendor de su excelente grandeza por 180 días, debemos recordar que no representa más que el pecho y los hombros de plata, una parte del cuerpo de la estatua vista por Nabuco-donosor que se refiere al imperio persa – apenas una parte de la riqueza en Adán. Luego, así como el imperio persa es una imagen que representa una parte del gigante de este mundo, el alma del hombre también es una imagen y parte de la biografía de Adán.
La riqueza del alma
El alma del hombre expresa, en diferentes ángulos, la personalidad de Adán, donde fluye la riqueza en Adán. Es la expresión natural del alma. Una persona que vive por el alma es una persona anímica, o sea, ella demuestra y permite que sea visto lo mejor de Adán. Por más glorioso que aparente ser, no pasa de ser oro, plata, bronce y hierro, provenientes de la tierra, y de la cual no pueden ser desligados.
Muchas veces nos engañamos con respecto a la riqueza y el poder del alma. En el capítulo 1 del libro de Ester, vemos la riqueza del rey Asuero, que es una aguda descripción de la riqueza del alma. Asuero mostró su riqueza durante 180 días. ¡Él tenía mucho que mostrar! Al ver semejante riqueza, era imposible no alabar a Asuero, era imposible ignorar su grandeza. ¿Será que el alma humana tiene tantas cosas que mostrar? Un estudio con respecto a la capacidad del pequeño cerebro humano revela que éste puede albergar durante su vida el equivalente a noventa veces todo el conocimiento guardado en los libros de la Biblioteca Nacional de los Estados Unidos. En esa biblioteca se encuentran más de diez copias de obras voluminosas de grandes autores, todas en manuscritos. En el museo del Louvre, en París, hay innumerables obras de arte; muchas son obras maestras originales de un único artista. En muchos conciertos musicales son interpretadas obras de Bach o de Beethoven. El conocimiento que se tiene hoy del universo –excluyendo las revelaciones contenidas en la Biblia– son contribuciones que deben ser atribuidas a Newton y Einstein. Sea en la literatura, en la música, en el arte o en la ciencia, el alma del hombre demuestra su gran riqueza. Esa riqueza es llena de esplendor, y puede ser admirada por 180 días, porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Aunque haya heredado un infini-tésimo de Su sabiduría, eso es suficiente para calificar al alma humana como altamente capacitada.
Los colores del alma
De acuerdo con el capítulo 1 de Ester, el alma no es sólo rica, sino también llena de colores. Una persona daltónica puede no apreciar esta descripción. Del mismo modo, por ser daltónico en relación al alma, el hombre desconoce cuán llena de colores y de creatividad es el alma. Podemos compararla a un calidoscopio. Por eso, muchas expresiones del alma son confundidas con expresiones del espíritu; no es posible discernir claramente la una de la otra. Muchas son las ocasiones en que el hombre subestima la capacidad del alma. Él puede asegurar que el avivamiento entre algunos cristianos, el número de personas en un lugar dado o el ritmo de crecimiento entre ellos son obras espirituales. Sin embargo, lo que vemos no pasa de ser influencia y energía del alma, como en el caso de Asuero, que reinó desde la India a Etiopía, sobre 127 provincias. Muchos grandes hombres de la historia son personas que poseían un alma muy desarrollada, y no sólo dejaron grandes marcas, sino también influyeron y atrajeron a muchos seguidores.
El poder del alma
En condiciones normales, el cuerpo de una persona ejercita solamente un quinto de todas sus capacidades. Si los cuatro quintos restantes fuesen liberados, entonces un solo brazo sería capaz de levantar 250 kilos, y ambos brazos levantarían un pequeño automóvil. Así también es el alma del hombre; hay en ella un poder latente. Cuando Dios creó a Adán, la capacidad dada a su alma fue impresionante. Por ejemplo, él podía dar nombre a todos los animales sin repetir ninguno de ellos. Por lo cual, después de la caída, Dios no quiere que el hombre pueda usar este poder inimaginable. Por el contrario, él quiere que el alma caída, deformada y de desarrollo anómalo, sea tratada por la cruz. Los que no desean obedecer al evangelio utilizan métodos de superación personal para desarrollar ese poder y obrar milagros. Sin embargo, todo está incluido en el círculo del alma. Si un cristiano comprendiese cuán rica es el alma, si pudiese discernir el poder latente del alma, entonces, no sería inducido a involucrarse con obras de ese tipo.
El hombre caído
El libro de Daniel describe el lado glorioso y rico del hombre universal; no obstante, al contemplar a ese hombre desde otro ángulo, tal gigante transmite un sentimiento negativo. La cabeza de la estatua es de oro; sin embargo, los metales que componen el resto del cuerpo van perdiendo valor en dirección a los pies. La cabeza es de oro, el metal más precioso, mas las piernas son de hierro, un metal que no atrae la atención. Llegando a los pies, aparece el barro, que es más despreciable aún. El hombre en Adán se deteriora de día en día, en él se ve todo tipo de decadencia y envejecimiento. El gigante en Adán no sólo es decadente, es también una persona de cabeza pesada y piernas débiles. El oro, la plata, el bronce y el hierro son elementos químicos cuyo peso debe ser verificado por su número de protones y neutrones. Si cada protón o neutrón fuese un grano de maní, en un átomo de oro tendríamos 196 granos de maní; en un átomo de plata, 180 granos; en uno de bronce, 63 granos, y en uno de hierro, sólo 56 granos. Por lo tanto, es evidente que ese gigante de cabeza pesada y piernas frágiles no tiene firmeza. Sea desde el punto de vista del valor o desde el punto de vista del peso, el hombre en Adán es decadente, y su camino es descendente.
Si el alma es la imagen de Adán, ella no expresa sólo su riqueza y sabiduría, sino también el aspecto negativo de su decadencia. En relación a la decadencia de los valores, el alma es, en especial, la cara vergonzosa de la mancha del pecado. En el libro de Ester, el alma es representada por un rey extranjero, y no por David o Salomón. Esto no obedece a la casualidad, porque desde la caída del hombre, le fueron acrecentadas muchas cosas externas – y esa mercadería extranjera es pecado. De esa forma, la figura de Asuero como representativa de un alma decadente es muy acertada.
Cierta vez, una pequeña de diez años de edad preguntó a su padre cómo sería Eva. Un día ella se puso muy furiosa, y su padre aprovechó la ocasión para enseñarle sobre el viejo hombre. Tomó un espejo, se lo llevó a su hija, y le dijo: «¿No estabas curiosa por saber cómo era Eva? ¡Mira! Observa bien esa imagen en el espejo y verás a quién se parece!». En Adán vemos, además de la riqueza y potencial del cuerpo humano, su decadencia y su fracaso.
Dijimos que un hombre en Adán es una persona que tiene una cabeza más pesada que sus piernas, que es una persona sin firmeza. Un hombre firme es aquel que tiene un centro de gravedad bajo. Si ese hombre fuese puesto cabeza abajo, perderá la firmeza, pues su centro de gravedad fue puesto en la parte superior. Ese hecho demuestra que una persona en Adán, desde la caída, está invertida. Si el alma es una imagen de Adán, podemos concluir que el alma es un pequeño hombre cabeza abajo. De hecho, Asuero representa a ese hombre invertido, el hombre natural, después de la caída, un hombre cabeza abajo. ¿Qué significa estar invertido? Para responder a esa pregunta, debemos tener claro lo que es un hombre normal de acuerdo a la voluntad de Dios.
Según 1 Tesalonicenses 5:23, el hombre está dividido en tres partes; lo exterior es el cuerpo, cuya función es estar en contacto con el mundo. Más al interior está el alma, que tiene la función de marcar su propia existencia. En una esfera más profunda está el espíritu, cuya función es sentir la presencia de Dios. Algunos eruditos bíblicos usan tres círculos concéntricos para ilustrar esta composición del ser humano. El círculo exterior representa al cuerpo, el más interno representa la parte del espíritu, y el alma es el espacio entre el cuerpo y el espíritu. El alma es la sede del pensamiento, las emociones y la voluntad. Las funciones del espíritu son la conciencia, la comunión y la intuición.
De acuerdo con 1 Tesalonicenses 5, el cuerpo del hombre debería estar bajo el control del alma, y el alma bajo el control del espíritu. El Espíritu Santo habita en el espíritu de una persona nacida de nuevo. El hombre que permite que el Espíritu Santo lo gobierne, que lo perfeccione libremente, está naturalmente sujeto al Espíritu Santo. Esa es una persona normal, que está conformada a la figura antes citada.
El hombre que está sujeto a la autoridad del Espíritu Santo es una persona que tiene la cabeza cubierta, por eso las personas ven solamente la mitad de abajo del círculo. Así, el cuerpo está en la capa más inferior, el alma en el medio y el espíritu encima del alma. En el principio, en el jardín de Edén, Dios puso al hombre ante el árbol de la vida, deseoso de que el hombre comiese de ese fruto, y de que aquella vida lo controlase por completo, produciendo así una vida dependiente de Dios. Ese tipo de hombre y modo de vivir es el hombre y la vida normal a los ojos de Dios.
Lamentablemente, el hombre escogió el fruto del conocimiento del bien y del mal. El día en que comió ese fruto, conforme a lo que Dios había dicho, Adán murió. Sin embargo, no fue la muerte del cuerpo, sino la muerte del espíritu del hombre. Y por causa de esa muerte, por causa del pecado, que lo separó de la vida divina, su comunión con Dios fue cortada, y el espíritu perdió su función. El resultado fue un hombre que perdió el rumbo de su vida, y por la necesidad de supervivencia, su alma tuvo que levantarse y responsabilizarse por su propia protección y existencia.
A partir de entonces, el alma comenzó a crecer desordenadamente. Porque el pecado entró en el hombre, ese crecimiento se hizo cada vez más anormal y el alma quedó sujeta a diversas deformidades. El pensamiento, la emoción y la voluntad del hombre decayeron. Los pensamientos se apartaron cada vez más de Dios, transformando al hombre en un ser lento y necio, lo que llevó al fin a la duda en cuanto a la existencia de Dios. Las emociones, a su vez, perdieron su simplicidad y pureza, los deseos del hombre se volvieron descontrolados, vulnerables y frágiles por causa del pecado.
Por el contrario, el cuerpo se hizo cada vez más fuerte, su cabeza quedó cada vez más en alto, hasta asumir el control del alma. Anteriormente, el alma debía ser instruida por el espíritu, mas en una situación inversa, es comandada por el cuerpo. El tabaquismo, el uso de drogas, el consumo de bebidas alcohólicas, son ejemplos del gobierno del cuerpo sobre el alma. El cuerpo tiene deseos, entonces el alma busca satisfacer de inmediato esos deseos, incondicionalmente. Por eso el hombre come, bebe y busca toda clase de sensaciones para satisfacer la concupiscencia de los ojos y de la carne.
De esta manera, el hombre, cuyo cuerpo, alma y espíritu fueron invertidos, después de seis mil años de deformación, es un hombre deforme; la Biblia lo denomina ‘viejo hombre’. En verdad, el viejo hombre es un hombre viejo.
Asuero, el hombre invertido
¿Cómo sabemos que Asuero era un hombre invertido? La historia en el libro de Ester comienza diciendo que cierto día Asuero estaba bebiendo y alegrándose con vino. Entonces pensó: «Todos deben contemplar la belleza de la reina». Él jamás imaginó que la reina desobedecería el mandato real. Y como su orden fue desacatada, su autodominio fue herido; todo lo que lograba pensar en ese momento era cómo salvar su propia honra y majestad. Ese fue el inicio de la historia. Ahí vemos que, de hecho, Asuero era un hombre invertido: primeramente, el alcohol operó en su cuerpo; en seguida, las emociones del alma fueron despertadas, y se alegró. A medida que su alma se exaltaba, Asuero daba órdenes impensadamente, sin consultar a los sabios que entendían los tiempos (Ester 1:13-14). Ellos eran los siete oficiales en la presencia del rey, y representan los pensamientos del alma humana. Estaban constantemente en la presencia del rey, pero el rey sobrepasó a la razón, actuó sin pensar, y el resultado fue una situación irremediable.
En su corazón, Asuero pensó: «Puesto que fui avergonzado, debo retribuir con vergüenza». A partir de ese momento, sólo un consejo satisfaría su deseo. Fue el consejo expresado por Memucán, uno de los siete sabios. Él sabía cómo funcionaban las personas investidas de autoridad. Así, adecuándose al deseo del rey, dijo: «La reina no sólo ha ofendido al rey, sino también a todos los pueblos de las provincias del rey, porque a partir de su actitud las mujeres despreciarán a sus maridos». Esa fue la frase de mayor contribución de Memucán, pues si el rey tomase una actitud enérgica, sería en bien de toda la población, en solidaridad con todos los maridos del reino. Por otra parte, si un hombre no gobernase su propia casa, ¿cómo podría administrar el reino? De esa forma, cualquier sacrificio, incluso destituir a la reina, sería válido. ¡Qué rey maravilloso aquél, que ama a su reino y a sus súbditos al punto de sacrificarse a sí mismo en favor de su pueblo!
En la filosofía del alma, por mayor que sea su fracaso, siempre hay una justificación. Por eso, cuando un hermano no cesa de dar explicaciones, sabemos que debe haber algún problema. Memucán habló con firmeza y dio lo mejor de sí para entregar una enseñanza, justificando su actitud. ¿Por qué hoy hay tantas enseñanzas sin sentido en medio de la cristiandad? Porque, cualquiera que sea la obra, siempre existe un Memucán expresando sus ideas. El pensamiento deformado es el mejor abogado. Esa es también la razón de la existencia del ateísmo en nuestros días. «No hay Dios», es la expresión de mayor ausencia de razón; sin embargo, todas las argumentaciones a ese respecto parecen lógicas. La capacidad de Memucán es muy grande; muchos hermanos abrazan el mundo y explican por qué lo hacen. El ser humano es un ser invertido, por eso siempre tiene justificaciones para sus hechos. ¿Cuál es el resultado, si nos atenemos a la sugerencia de Me-mucán? En el caso de Asuero, la reina Vasti fue destituida.
La palabra ‘Vasti’, en el original, significa ‘lo mejor’. La mejor parte del cuerpo de una persona antes de ser salva no es su cuerpo ni su alma, sino la conciencia. Después de la caída, a pesar de haber perdido la función del espíritu, Dios no desistió del hombre, sino que dejó en su interior un último canal de comunicación: la conciencia. Al ser retirada la conciencia del hombre, no existiría siquiera la esperanza de salvación. La conciencia es una de las tres funciones del espíritu; por eso, aceptar las sugerencias de la mente caída trae como consecuencia la supresión de la conciencia. El hombre hace esto con frecuencia, lo que significa destituir a la reina Vasti. En realidad, tenemos una gran capacidad de suprimir la conciencia. Siempre conseguimos hallar una solución majestuosa y honrosa, una razón aceptable para destituir a la reina.
Cierto hermano tenía un sobrino de ocho años de edad. Toda vez que el hermano iba al cuarto para escribir, el abuelo del muchacho le avisaba para que no entrara a interrumpir a su tío. Un día, el chico se paseaba por el lado de afuera de la puerta, sin poder contenerse, porque quería entrar. Sabía que estaba mal, pues su abuelo le había dicho que no entrara. Pero finalmente entró, e importunó a su tío por un largo rato. El abuelo le preguntó luego por qué había desobedecido, y éste se justificó como si nada malo hubiese ocurrido: «Yo no veo nada de malo; sólo tuve algunos momentos de comunión con mi tío». Esa es una disculpa bastante espiritual. Así son las palabras de Me-mucán, habla hasta a la conciencia de los niños. Porque el hombre no se tranquiliza, y echa mano a palabras ostentosas para abatir la voz de su conciencia. Destituir a la reina Vasti significa negar ‘lo mejor’.
¡Cuán frecuentemente el cristiano actúa de esa forma! Cuando alguien lo hiere, su reacción natural es la venganza. El cristiano sabe que debe ser manso, paciente, que debe cargar su cruz y ser como un cordero; no obstante, otro pensamiento ocupa su mente: «Tengo que darle su merecido». Pensamientos vienen y pensamientos van; Memucán habla, y por fin resuelve la situación: ¡Un cristiano que se venga tiene la conciencia en paz! Memucán abatió la voz de la conciencia, en otras palabras, la reina Vasti es destituida.
En resumen, la historia de la destitución de Vasti se inició a causa del alcohol. Primeramente, el cuerpo fue estimulado, después despertó el alma y se puso sobre él. Finalmente, el alma aceptó las sugerencias torcidas, simbolizadas por Memucán, acallando la voz de la conciencia representada por Vasti. Si la conciencia es parte del espíritu, ese procedimiento es lo mismo que acallar al espíritu. Luego, la persona está invertida: el cuerpo domina al alma, y el espíritu es silenciado. En ese orden tenemos una persona invertida. Gracias a Dios que, por medio de la obra del Espíritu, representado por Mardoqueo, el libro de Ester dice cómo ese hombre invertido puede ser corregido y volverse un hombre normal, un hombre de acuerdo a la voluntad de Dios. (Continuará).
Tomado del libro Una vislumbre del libro de Ester.