Cómo deben criar a sus hijos los hijos de Dios.
El pedagogo que tal vez más ha influido en la educación de los hijos en este siglo, es el médico norteamericano Benjamin Spock, quien ha publicado, desde el año 1945 hasta ahora, con ediciones de millones de ejemplares, un voluminoso libro sobre el tema.
Formado bajo los principios de Sigmund Freud, introdujo disimuladamente el principio de que la represión a los niños puede causar «neurosis catastróficas» en la edad adulta, de modo que para evitarlas es mejor no ponerles restricciones.
Spock aconseja a los padres que no regañen ni discutan, ni menos castiguen a los niños en sus rabietas, porque sólo lograrán frustrarse: «Un pequeño que se siente desdichado y está haciendo una escena, se tranquiliza para sus adentros cuando siente que su padre sabe qué es lo que hay que hacer sin enojarse» . Los berrinches no significan nada; ellos están, simplemente, relacionados con ciertas frustraciones: «Si ocurren con regularidad, varias veces por día, podría significar que el niño está demasiado cansado o tiene alguna perturbación física crónica». Si una niña, por ejemplo, muerde a las personas, es porque «tal vez esté siendo reprendida y disciplinada en casa, y ello le provoque un estado de frenesí y tensión exagerados».
Spock se opone abiertamente al castigo físico: «Si (el castigo) hace que un niño se vuelva furioso, desafiante, y se comporte peor que antes, por cierto, ha sido un tiro errado». «En tiempos anteriores –agrega–, la mayoría de los niños eran zurrados, en la creencia de que ello resultaba necesario para que aprendieran a comportarse bien. En el siglo XX … se ha llegado a la conclusión de que los niños pueden comportarse bien, ser colaboradores y corteses, sin haber sido nunca castigados en forma física (…) o de otras formas». Spock atribuye a las palizas de los padres norteamericanos, la violencia que impera en esa nación.
La doctrina Spock ha formado, en EE.UU. y en el mundo entero, las últimas generaciones de pedagogos y padres. Respecto de la crianza de los hijos, el nombre «Spock» ha llegado a adquirir más autoridad que la Biblia, en una sociedad que se autodenomina cristiana.
Pero, ¿qué nos dice la Biblia sobre este asunto?
Lo que dice la Biblia
La clave de la enseñanza bíblica acerca de la crianza de los hijos está dada en Efesios 6:4: «Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor». La crianza de los hijos tiene que ver con dos acciones concretas: a) la disciplina del Señor, y b) la amonestación del Señor.
La disciplina del Señor
¿Por qué está primero la disciplina? Hay cinco lugares en el libro de Proverbios en que se habla a acerca de la disciplina. En uno de ellos se da respuesta a nuestra pregunta: «La necedad está ligada en el corazón del muchacho: mas la vara de la corrección la alejará de él» (22:15), y en otro se añade: «El castigo purifica el corazón» (20:30).
Esta es una afirmación categórica: ¡hay necedad en el corazón del muchacho! Pero también está la forma cómo sacarla de allí: La vara de la corrección la alejará de él, y más encima, purificará el corazón. Pero no es sólo un trabajo de limpieza el que realiza la vara de corrección. También añade algo: «La vara y la corrección dan sabiduría» (Pr. 29:15).
De manera que la vara tiene tres operaciones: a) aleja la necedad, b) purifica el corazón y c) da sabiduría. No creo que haya una fórmula sicológica, ni un medicamento, por sofisticado que sea, que dé mejores resultados que esto. Así que, hay esperanza para los padres creyentes. ¡Podemos tener hijos sabios!
El síndrome del muchacho necio
La Escritura también nos advierte acerca de las consecuencias que vendrán si no sacamos la necedad del corazón del muchacho. Entonces tendremos a un joven con un mal que tiene muchas ramificaciones. Este mal lo denominaremos «el síndrome del muchacho necio». Veamos cómo es.
Los primeros que pagarán las consecuencias de este mal son los padres, y de ellos, principalmente la madre, porque el hijo será para ella motivo de tristeza (10:1), de vergüenza, de oprobio (29:15b), de amargura (17:25 b); y luego, el hijo la menospreciará (15:20 b), y aun la ahuyentará (19:27 a).
También se verá afectado el padre, a quien le causará pesadumbre (17:25 a) y aun le robará (19:26), y llegará a decir que tal cosa no es maldad (28:24). El corazón del padre no se alegrará (17:21), al contrario, será para él motivo de tanto dolor que preferiría en lugar de su hijo al siervo prudente (17:2).
Pero, si por el contrario, el muchacho es corregido, es decir, es hecho sabio mediante la vara, entonces –dice– «te dará descanso y dará alegría a tu alma» (29:17). Tal hijo recibirá el consejo de sus padres (13:1) y se sentirá honrado por causa de ellos (17:6).
¿Qué satisfacción puede haber mayor para un hombre y una mujer, que el que sus sueños respecto de sus hijos, sueños alimentados durante tantos años de espera silenciosa, se conviertan en feliz realidad a su tiempo? ¿Qué mejor adorno para su vejez? ¿Qué mayor honra?
De pequeños y también muchachos
En el libro de Proverbios se dice más aún sobre la disciplina. En 13:24 se habla de la necesidad de corregir a los hijos desde pequeños: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige». Y agrega: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza» (19:18), lo cual da a entender que una disciplina tardía es inútil. Mientras la enseñanza que hay en el mundo exime a los pequeños de responsabilidad, las Escrituras otorgan a la disciplina de los primeros años una importancia fundamental.
Pero no sólo cuando son pequeños. Dice: «No rehúses corregir al muchacho, porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol» (23:13-14).
La moderna pedagogía aconseja que los adolescentes no deben ser castigados para no inferirles algún daño en su «autoestima», o bien porque pueden tornarse rebeldes e, incluso, pueden atentar contra su vida. Muchos padres se ven obligados a consentir en todo lo que sus hijos quieren, por temor a que ellos cometan suicidio. Pero la Escritura exhorta a los padres creyentes a corregir al muchacho y librar así su alma del Seol.
La actual sicología enseña que es normal que los adolescentes sean irrespetuosos, violentos, y de ánimo cambiante. Sin embargo, la Escritura afirma: «Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y recta» (20:11). Mientras la psicología justifica sus conductas indeseables, la Escritura les señala nobles metas. Aún ellos pueden ser conocidos por sus hechos rectos y honestos.
Existe el supuesto de que es señal de amor a los hijos dejarles hacer lo que quieren y que es señal de aborrecimiento el disciplinarles. Sin embargo, la Escritura dice que el que no castiga a su hijo, lo aborrece, y el que lo ama, lo corrige desde muy pequeño. Aun más, el mismo Señor procede así con sus hijos (Pr. 3:12, y Heb. 12:5-6).
La disciplina tiene un freno
La disciplina, sin embargo, ha de tener un freno, porque es del Señor. Proverbios 19:18 dice: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza, mas no se apresure tu alma para destruirlo».
Y es que, al corregir a nuestros hijos, podemos excedernos. Puede usarse la disciplina meramente como un desahogo a la ira contenida. Tal cosa es despreciable. Sin embargo, aun a riesgo de excedernos, debemos disciplinar. El freno será nuestro amor, anidado en nuestras entrañas, y el Espíritu Santo, quien nos ha dado dominio propio (2ª Tim. 1:7).
Y si acaso nos excedemos, pediremos perdón, y lloraremos juntos con nuestros hijos. Y ellos nos perdonarán, y juntos ganaremos en cuanto a la obediencia al Señor, pero en ningún caso podremos eximirnos de obedecer al Señor en cuanto a la disciplina de nuestros hijos.
La amonestación del Señor
Luego tenemos la amonestación o instrucción. En Proverbios 22:6 dice: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él». Así como la disciplina debe aplicarse a los niños desde pequeños, también la instrucción. Referido a la disciplina dice: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza» (19:18a). Aquí, referido a la instrucción dice: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él». De modo que, si del castigo tardío no hay esperanza, en la instrucción temprana hay seguridad.
La enseñanza tierna de la madre, primero; luego la del padre, un poco más firme; la instrucción permanente de ambos, en toda ocasión y en todo tiempo, quedarán indelebles en el corazón del hijo. Podrá el muchacho apartarse por un tiempo, llevado por alguna hueca sutileza, pero finalmente volverá al cauce que en su corazón marcó la Palabra verdadera.
En materia de instrucción, los padres han de esmerarse. Así como el diablo provee a los jóvenes suficiente instrucción -y atractiva por lo demás- capaz de convertirlos en delincuentes, los padres cristianos han de proveer a sus hijos suficiente material de lecturas sanas y edificantes, para forjar en ellos muchachos amantes de lo bueno y con temor del Señor. La promesa es que el buen camino mostrado en la niñez, encaminará los pasos del hombre en su vejez.
Pero la instrucción no es sin la disciplina, ni la disciplina es sin la instrucción. Como en todas las cosas de Dios, aquí también el equilibrio es fundamental.