(Diálogo del Vigía con un peregrino)
Vigía: ¡Eh, peregrino: ¿A dónde te diriges?
Peregrino: ¿Por qué me lo preguntas, oh Vigía?
Oí los estallidos medievales.
Te divisé en la Atalaya y vine.
Tu alerta se escuchó de lejos
Vigía: ¿No sabes peregrino,
que más allá de mis fronteras
la oscuridad del mundo es muerte?
Peregrino: Por eso estoy aquí, Vigía.
Es grande la miseria de la gente.
Tiniebla y perdición les atormentan.
¿Eres tú aquel paladín de gracia
del cual hablaron los profetas?
Vigía: ¡Yo soy la Voz que clama en el desierto!
Yo soy el fiel adelantado,
parado en la azotea de este siglo.
Aventador de la cizaña.
El sembrador del Evangelio,
el pulsador del cuerno derrotero.
Peregrino: ¿Entonces tú sabrás, oh Gran Vigía,
qué debo hacer para enrolarme?
Vigía: ¿Oiste hablar de Gracia, peregrino?
¿Supiste que convoco a corazones apocados,
y que levanto en la palabra al débil,
que soy el grito fuerte de la vida,
vocero de la Gracia,
de la que Cristo es el torrente inagotable?
Yo fabriqué los hilos invisibles
del éter donde pasan mis violines
que anuncian salvación para los hombres.
¡Escucha peregrino: ve y dile a tus consiervos
que el yermo vestirá de vegetales;
que manarán las aguas del desierto;
que no le cruzarán chacales,
ni bajarán rapiñas a sus sendas;
que el Líbano dará su aroma puro;
que la hermosura del Dios nuestro
se hará visible en Cristo!
Peregrino: ¿Y cual es mi tarea?
Vigía: Tu sola gran tarea es esta:
Ve a darles de beber a los sedientos:
comienza por la simple hierba,
humildes, torpes y postrados,
que yo me encargaré del «hombre fuerte».
Peregrino: ¿Y debo hacer yo solo mi tarea?
Vigía: ¡Jamás tú solo, peregrino!
Ejércitos amigos nos esperan,
con todos ellos yo formé mi Iglesia.
Peregrino: Señor, ¿me llamas a servir con ellos?
Vigía: Con ellos, y con todos quienes quiero.
¡Que no se ha de extinguir el tiempo,
ni espacio ha de faltar hasta cumplirse
la comunión gloriosa de mis redimidos!
Peregrino: ¿Nos vemos en la lid, entonces?
Vígía: El tiempo apremia, ¡vamos!