Entre las muchas excusas que suelen oírse para no buscar a Dios, existen las justificaciones de dos tipos de personas.
Están las que quieren hacer como el malhechor que le dijo al Señor Jesús en la cruz: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Estos quieren esperar hasta su agonía, sus últimos momentos de vida, para pedir misericordia. Entretanto, solo quieren disfrutar del mundo, quieren disponer libremente para ellos toda su vida y ser salvos en el último instante solo para escapar del infierno.
Pero hay también otro tipo de personas. Son aquellos que ya han llegado a la vejez, y que lamentan haber buscado a Dios tan tarde, y haber desperdiciado su vida. Ellos dicen: “He perdido toda mi vida en deleites; ya es muy tarde para mí”. Evalúan sus obras y se dan cuenta de que aquello por lo cual lucharon no valía la pena.
Pero, tanto la indiferencia de uno como la tardía reflexión del otro no sirven. Aquel que espera el último día debe saber que él no tiene comprada su vida, y no puede saber si tendrá aquel último momento de lucidez para arrepentirse. Tal vez le sobrevenga la muerte en forma violenta e inesperada. ¡Cuántos mueren así, sin alcanzar a pronunciar una sola palabra! Y tras la muerte no hay salvación, sino solo juicio.
Aquel que lamenta su tardanza para creer, debe saber que aún puede hallar alivio a sus penas, hallar la dicha que le fue tan esquiva, si se entrega en las manos de Dios. To¬davía puede sacar provecho de sus últimos días.
Estamos en el tiempo preciso para buscar a Dios. No aplacemos esta decisión. El Señor Jesús dijo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mar. 1:15). Es necesario creer que Jesús es el Hijo de Dios, y que hay vida en su nombre. ¡Usted aún tiene la oportunidad de añadir sabiduría a sus días!
“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9).
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