Considerando el dolor del corazón del Novio celestial por su iglesia.
Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido».
– Apoc. 2:4-5.
«Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». Este es el foco de nuestra atención. Debemos leer esto con nuestros corazones, porque solo así podremos tocar el corazón de nuestro amado Señor; sus sentimientos vendrán a nosotros, y comprenderemos su dolor.
La mayor demostración de amor registrada en el universo, sin duda alguna, fue la obra de la Cruz. Nos parece que el infinito llegó a su límite, porque no hay mayor muestra de amor que ésta, que el Señor Jesús ofreciese su vida allí por pecadores indignos.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). La expresión «de tal manera» se usa cuando no hay palabras para calificar algo. En la cruz del Calvario, el Novio celestial hizo su mayor declaración a su novia, dando su vida por ella. El Padre entregó a su propio Hijo, y el Hijo quiso venir a dar su vida por nosotros. Esto debe conmover nuestro corazón.
Los atributos de Dios
G. Campbell Morgan escribe: «Hablamos de ley y amor, de verdad y gracia, de justicia y misericordia. Y, mientras el pecado no existe, no hay controversias entre ninguno de ellos. Si no existe el pecado, la ley y el amor nunca están fuera de armonía el uno para con el otro. La verdad y la gracia siempre van tomadas de la mano. La justicia y la misericordia cantan un himno en común. Si la ley es quebrantada, ¿qué puede hacer el amor? Si la verdad es violada, ¿cómo puede operar la gracia? En la presencia del crimen, ¿cómo la justicia y la misericordia se pueden encontrar? Este es el problema de los problemas. No es un problema entre Dios y los ángeles – es un problema entre Dios y él mismo».
Dios es absoluto en todos sus atributos. Él es absoluto en justicia, absoluto en amor, absoluto en gracia, absoluto en misericordia. Veamos un ejemplo práctico. Miguel es un pecador, y sobre él pesa la justicia de Dios. Dios debe descargar su ira sobre Miguel y enviarlo al infierno. No hay injusticia en esto, porque Miguel es un pecador. Dios es absoluto en su justicia; pero él lo es también en amor. Él ama a Miguel y quiere librarlo del infierno. ¿Cómo hacer esto? Aplicando en absoluto la justicia y el amor.
Sin embargo, hay dos atributos divinos, justicia y misericordia, que no pueden ser otorgados juntos a la misma persona. Si Dios lanza su justicia sobre Miguel, éste no puede recibir misericordia, y si Dios ejercita su misericordia, no puede aplicar su justicia sobre Miguel. Ahí entendemos algo de la Cruz, porque solo en ella hay una oportunidad. El Hijo de Dios da un paso al frente: «Padre, yo iré; caiga sobre mí toda tu ira y toda tu justicia, pero sea sobre Miguel tu misericordia».
Es necesario también aclarar la diferencia entre misericordia y gracia. La misericordia es cuando Dios no nos da lo que merecemos. ¿Y qué merecemos? El juicio de Dios. Y la gracia es cuando él nos da lo que no merecemos. No merecemos la redención ni la vida eterna, pero todo esto lo encontramos gratuitamente en la cruz del Calvario. ¡Qué maravilloso Señor tenemos!
«Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». La carta a Éfeso describe una realidad de la condición de la iglesia en todas las generaciones, hasta llegar a nosotros. Debemos revisar con cuidado esta exhortación del Señor.
¿Cuándo fue la última vez que le dijiste al Señor que él es el amado de tu alma? No solo cuando estamos reunidos con el pueblo de Dios alabando su nombre, sino también en el trabajo, cuando vamos de viaje o estamos estudiando. En todo lugar, podemos medir nuestro grado de comunión y nuestra deuda con él. Que el Espíritu Santo nos despierte, para volver a tener al Señor Jesús como nuestro primer amor, porque, desde la eternidad, él sí nos ha tenido como su primer amor.
Elogios a la iglesia en Éfeso
En Apocalipsis capítulo 2 leemos ocho expresiones de elogio del Señor a la iglesia en Éfeso. La primera es: «Yo conozco tus obras» (2:2). Éfeso era una iglesia activa, una iglesia que tenía los ojos abiertos hacia el mundo, e impactaba la sociedad. Eso debe tocar nuestro corazón.
Segundo elogio: «y tu arduo trabajo». Ellos trabajaban firmes en la obra del Señor. No se reunían solo para tener comunión entre ellos; tenían también sus ojos dirigidos hacia afuera. Las características de la iglesia primitiva eran: amor ardiente por el Señor, amor fraternal genuino y amor por las almas perdidas. ¿Será eso lo que nosotros experimentamos hoy? Necesitamos preguntarnos esto delante del Señor.
Tercera característica: «tu paciencia». Era persistente; no se distraía por nada, sino trabajaba con esmero en la obra del Señor. Eso es maravilloso. Estas tres expresiones de elogio nos dirigen a Efesios 2:10: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas».
Las obras que debemos practicar, Dios ya las preparó antes para nosotros. Es bueno saber esto, para no tomar un camino de legalismo. «Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia» (2a Ped. 1:3). Todo aquello que el Señor nos demanda, ya lo depositó, por gracia, en nuestros corazones.
No hay posibilidad de servir al Señor si nuestros corazones no están llenos de la gracia. «Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor» (1:5-7).
Diligencia y virtud son palabras que desafían el corazón; ellas están puestas en el lugar preciso, porque ya nos fue dado todo lo referente a la vida y a la piedad. Los efesios dependían de la gracia de Dios. «Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo» (v. 8).
Una iglesia vuelta hacia sí misma tendrá problemas; buscará cosas qué hacer dentro de sí misma. Pero fuimos llamados a «ir», no solo a estar reunidos. Las reuniones de la iglesia son preciosas, pero son como el extremo del iceberg que está a la vista. Al Señor le importa lo que está oculto: la vida real de la iglesia.
Alguien dijo: «La iglesia es: Maridos, amen a sus esposas; esposas, sean sujetas a sus maridos; padres, no exasperen a sus hijos; hijos, obedezcan a sus padres; amos, traten bien a sus siervos; siervos, obedezcan a sus amos». Esta es la vida práctica: el amor real expresado en lo íntimo; allí Dios examina los corazones.
Falsos hermanos
La cuarta expresión de elogio dice: «No puedes soportar a los malos» (2:2). En Éfeso había idolatría, prostitución, corrupción y tinieblas. Hombres malos querían llevar el libertinaje a la iglesia; pero los hermanos los resistieron, porque comprendían claramente que el Señor los había llamado a santidad.
«Has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos» (2:2). En aquella iglesia había discernimiento espiritual, claridad en el corazón, para detectar a los falsos apóstoles. Ellos tenían un fundamento doctrinal muy seguro.
«Has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre» (2:3). Ellos padecían, mas no se desanimaban. «Y no has desmayado» (2:3). Necesitamos mirar a Éfeso para aprender. Si pudiésemos viajar en el tiempo y visitar Éfeso, seríamos impresionados por su testimonio.
«Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco» (2:6). La palabra nicolaíta viene de nico, conquistador, y laos, pueblo común. A los nicolaítas les gustaba dominar sobre el pueblo, y eso es abominable al corazón del Señor. Los hermanos de Éfeso tenían eso muy claro.
«Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe» (3a Juan 1:9). Este es el principio del nicolaísmo. Pero la única cabeza de la iglesia es Cristo, y todos nosotros somos siervos. Dios levanta hombres a los cuales da una responsabilidad, pero no para que se enseñoreen de la iglesia, sino para guiarla, siendo un canal a través del cual él puede hablar. Aquella iglesia discernía con claridad que el nicolaísmo era abominable.
En las Escrituras, aquello tuvo un principio. «Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa» (Éx. 19:6). No un reino con sacerdotes, sino un reino de sacerdotes. La intención divina era que toda la nación lo fuese, para que Dios pudiese bendecir a todas las naciones a través de ellos.
Pero, en Éxodo capítulo 32 vemos la historia del becerro de oro. A partir de esa rebelión, Israel dejó de ser una nación de sacerdotes. Dios apartó a la tribu de Leví, y de ella, a la familia de Aarón, e Israel llegó a ser una nación con sacerdotes. Ese es el principio del nicolaísmo, algo que el Señor nunca deseó.
«Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad» (Hech. 20:29-30). Estas palabras de Pablo fueron registradas unos treinta o cuarenta años antes de la realidad que leemos en Apocalipsis 2.
Impactando al mundo
En Éfeso, aquel ambiente de tinieblas, hubo un avivamiento, un testimonio claro de la iglesia. «Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Éfeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús. Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos … Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor» (Hech. 19:17-20).
Esta realidad produjo un impacto en aquella sociedad; en medio de las tinieblas, brilló la luz. Cuando miramos hacia la realidad de la iglesia hoy, ¿hemos impactado nosotros a este mundo? Para que esto ocurra, la iglesia necesita ser remecida en sus estructuras.
«Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». El Señor nos ha llamado a una vida de intimidad. Necesitamos tener comunión con él. Más valen dos gramos de realidad espiritual que una tonelada de conocimiento bíblico. De nada aprovecha saber mucho de la Biblia, si carecemos de esa realidad. Que el Espíritu Santo nos ayude, bautizándonos de nuevo con un amor genuino.
Un hermano dice que a veces somos como escorpiones del desierto. Detectamos rápido una herejía, y la combatimos; pero tenemos poca vida de comunión con el Señor. Él nos llama a la comunión, pues quiere revelarnos más de su belleza. Él nos tendrá siempre como su primer amor, y nos demanda a nosotros lo mismo. La iglesia en el tiempo del fin será un testimonio fiel cuando realmente ame a su Señor.
La apostasía es volver la espalda, oponiéndose, pero también es volverse hacia uno mismo. El hecho de volvernos hacia nosotros mismos es la máxima demostración de egoísmo. Solo cuando quitamos la mirada de nosotros y ponemos la mirada en el Señor, comenzamos a aprender lo que es amarle.
El amor de Cristo
Tras el nacimiento de la iglesia en Éfeso, Pablo estaba en Roma, en su primera prisión. Él ya venía de una prisión de dos años en Cesarea, y estaría dos años más en Roma en prisión domiciliaria. Allí fue donde el Señor abrió los cielos a Pablo y le reveló las verdades tan profundas que leemos en la carta a los Efesios, donde la palabra amor aparece una veintena de veces.
Treinta o cuarenta años después, oímos al Señor decir: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». Esto debe conmovernos. En todas las generaciones, es la misma queja en relación a su iglesia. Y hoy, él está de nuevo enfrentándonos con su palabra. El Espíritu Santo nos socorra, para que este amor sea restaurado en nuestro corazón.
Miremos sus manos santas, sus marcas que por la eternidad permanecerán en él, e inclinémonos delante del glorioso Señor. Él lo merece; él es nuestro Amado. Él dio su vida por mí y por ti, y nos quiere como su novia. «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla» (Ef. 5:25-26). Él no la santificó primero, sino que mostró su profundo amor aun en nuestro estado de rebelión e impureza.
¡Cuán diferentes somos nosotros! Nosotros amamos lo amable; pero él amó aquello que no era amable. Hay un Hombre sentado en el trono del universo, rigiendo los billones y billones de galaxias. Pero, si observamos bien, quien está ahí sentado es un Hombre herido; herido de amor por ti y por mí, herido de amor por su iglesia. ¡Él merece nuestro amor!
Estamos ante el último llamado previo a Su venida. Abramos nuestros corazones a aquello que él nos ha hablado, y pongamos nuestro rostro en el polvo, para que el Espíritu Santo halle lugar en nuestros corazones. Cuando nuestros ojos son abiertos, nuestros corazones se ensanchan de amor por Cristo.
Decadencia y caída de Éfeso
Al leer los elogios del Señor, el corazón es impactado. En apariencia, Éfeso no tenía defecto, ni había nada que corregir. «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». Eso conmueve el corazón. Sin embargo, Éfeso no percibía su decadencia, no lograba ver su propio mal; pudo discernir a los falsos apóstoles, pero no percibió que, interiormente, estaba muriendo por falta de amor.
Toda obra hecha para el Señor, si no es el resultado del amor, es vana. «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido» (Apoc. 2:5).
Vean el corazón del Señor. Él hace una apelación a la iglesia, como diciendo: «Mira hacia atrás y observa con cuidado. Hubo un momento en tu jornada en que me sustituiste por las obras que has hecho para mí día a día. Reconozco que tienes amor por mí, pero perdiste tu primer amor». Que el Espíritu Santo nos muestre en qué momento nos deslizamos, para que él mismo nos devuelva al cauce original.
«Recuerda, por tanto, de dónde has caído». Ellos estaban gozando de una posición elevada, y cayeron, perdiendo aquella posición. ¿Qué posición era ésta? Era una vida de unión con Cristo. ¿Cómo podemos tener una vida real de unión con Cristo? De la única manera en que la palabra de Dios lo muestra: andando por fe; no por sentimientos, ni por una motivación circunstancial, sino por la palabra del Señor.
Evaluando nuestro amor
«Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1a Juan 4:19). El amor no es algo natural del hombre; al contrario, somos indiferentes y egoístas. Él nos amó primero; de otro modo, nosotros jamás podríamos amarle. Nadie se sienta cargado por esto, porque esta es la obra de la gracia de Dios.
Cuando somos llamados a amarle, todo esto ya nos fue dado en Cristo Jesús. Si no respondemos a su llamado, no es porque él no nos haya dado la capacidad de responder, sino porque le resistimos, haciendo nuestras propias elecciones y relegándole a él a un segundo plano.
Si preguntáramos aquí quién ama al Señor Jesús, todos levantaríamos nuestras manos. Pero la pregunta es: ¿Qué tipo de amor es éste? Necesitamos ofrecerle nuestro mejor amor. Él lo merece, él es digno. Él nos amó con amor infinito. Nosotros debemos responder a su gran amor derramándonos delante de él.
Podemos amarlo, y amar a los hermanos, porque él nos amó primero. «El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor» (4:8). «Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él» (4:16).
Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, para amarle primeramente a él, para amarnos unos a otros y, aún más, para amar a aquellos que están perdidos. Es una cadena perfecta de manifestación de amor. El Señor nos ha llamado para amar. El avivamiento viene por la restauración del primer amor.
Amemos al Señor. ¡Es maravilloso! Así impactaremos al mundo. Cuando todos vean manifestándose este amor sublime, entonces querrán conocer lo que hay en medio de este pueblo, y verán que tenemos una sola fuente, el primer amor, nuestro Señor Jesucristo, del cual fluye la realidad que vivimos.
El amor es atributo de la Trinidad. «El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano» (Juan 3:35). El Padre es, en esencia, amor. «Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago» (Juan 14:31). «Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios» (Rom. 15:30).
Otras citas significativas. «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1a Juan 1:5). «Dios es Espíritu y los que le adoran en Espíritu y en verdad es necesario que le adoren» (Juan 4:24). En su esencia, Dios es amor; en su manifestación, él es luz, y en su naturaleza, él es Espíritu.
Probando nuestra fe
Los efesios cayeron de su posición de vida de unión con Cristo. Esta vida de comunión más allá del velo, en el Lugar Santísimo, es exactamente lo que él desea para su pueblo en este tiempo del fin. Nosotros somos distraídos por los asuntos del mundo y aun por la obra de Dios, olvidando lo más importante.
Hay tres cosas que debes poner siempre a prueba, para identificar si estás en riesgo de apartarte. Todo aquello que te distrae de la comunión con Cristo, está robando tu corazón. La primera prueba es: ¿Cuánto tiempo ocupo en estudiar las Escrituras? La segunda: ¿Cuánto tiempo dedico a la oración de manera personal? A menudo tenemos un día pesado, llegamos a casa cansados y nos sentamos a ver televisión. Pero éste es un camino peligroso.
Una tercera situación digna de considerar es la comunión con los santos. ¿Hemos tenido comunión con los hermanos, o tenemos tantas tareas que nos impiden gozar de ella? Ponte a prueba en estos tres puntos. El Señor nunca nos dará alguna cosa material que pueda desviar nuestro corazón de la comunión con él, de la comunión con su palabra y de la comunión con los santos.
Necesitamos oír la voz del Señor y poner a pruebas estas tres realidades. ¿Qué tiene el Señor para mí? ¿Cómo está mi vida de oración? ¿Cómo están mis relaciones? Esto se relaciona con el primer amor. ¿Saben?, puede ocurrir con nosotros así como con los hermanos de Éfeso, que oyeron todo esto, pero no respondieron. El Señor nos impida este tipo de actitud; que seamos inquietados por el Espíritu Santo para que tomemos esto en serio.
Cuando el Señor habla a su pueblo, él espera que su pueblo oiga, y más aún, que responda. A menudo nuestra respuesta ha sido dejar la vida de unión con Cristo. Para restaurar el primer amor, pidamos al Señor que ordene nuestra vida. ¿Sabes lo que él quiere de ti? Solo tu corazón.
La fe y el amor
Éfeso había perdido la comunión con Cristo. Aquí hay dos verdades: vida de unión y fe. Una gran cantidad de pasajes tocan esta realidad de la fe y el amor caminando juntos.
«Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo … sino la fe que obra por el amor» (Gál. 5:6). Fe y amor, juntos. «…habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos» (Ef. 1:15). «Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor» (Ef. 3:17). Noten el cuidado del Espíritu Santo uniendo estas dos palabras.
«Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo» (Ef. 6:23). Nos impresiona esto. El Señor nos llama a una vida de unión con él, y ésta no es posible aparte de la fe. Lo que nos lleva a la realidad espiritual es la fe, la cual es producida en nuestros corazones por la palabra de Dios.
«Habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos» (Col. 1:4). De nuevo, nos sorprenden aquí estas dos verdades juntas, fe y amor. Nuestro llamamiento es a una vida de fe, y ésta es una vida de unión con el Señor. El Señor quiere restaurar esto en nuestros corazones.
Necesitamos volver a una vida de unión con Cristo. Somos suyos, pero debemos gozar de una vida íntima de unión con él. Necesitamos estar con él. La fe no es asunto de la mente, no es un sentimiento, sino una realidad espiritual. Por gracia, cuando estudiamos la palabra del Señor, ella engendra fe en el corazón.
«Recuerda, por tanto, de dónde has caído». Se nos ha llamado a una vida de intimidad con Cristo y esto moverá nuestro corazón hacia un genuino amor por él. Vemos en este versículo 5 que el Señor está llamando a la iglesia a una actitud de arrepentimiento práctico, no teórico.
Muchas veces concordamos en que estamos errados y entendemos que todo lo que oímos es verdad, y aun entendemos que necesitamos arrepentirnos; pero no lo hacemos. Eso es terrible. Fue eso lo que aconteció con Éfeso; a pesar del clamor de Juan a través del Espíritu, ellos no respondieron. La iglesia fracasó. Hoy, en Éfeso, solo hay ruinas. El candelero fue retirado. ¡Qué palabras solemnes para nosotros!
Hay tres lecciones importantes que debemos observar. El primer síntoma, la primera marca del descenso de la iglesia, es cuando el amor se está enfriando. Otra marca que lleva a una iglesia a la ruina, es que esto no viene de afuera, sino de adentro. Tal fue el caso de Éfeso. Nadie puede robar la fe a aquel que tiene vida de unión con Cristo, porque hay un amor firme. Pero la ruina surgió dentro de la propia iglesia.
Otra cosa importante: Satanás nunca hallará una brecha en aquel que tiene al Señor como su primer amor, o en una iglesia que tiene al Señor como su primer amor. A.W. Tozer dice: «Los grandes hombres de Dios fueron aquellos que amaron al Señor más que los otros».
El corazón de Pedro
En Juan capítulo 21, Jesús resucitado se presenta a sus discípulos. Pedro le había negado. Al pensar en el corazón de Pedro, nos impresiona el dolor que habría en él.
«Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas» (Juan 21:15-17).
En este pasaje se menciona varias veces el verbo amar. En español hay una sola palabra para amor; pero en griego hay cinco vocablos distintos. Aquí hay dos de ellos: ágape y phileo. Ágape es el amor sacrificial, la entrega sin esperar nada a cambio; y phileo, el amor de amigos. Y aquí están juntas ambas realidades.
La primera pregunta que Jesús hizo es si Pedro tenía ágape (amor sacrificial) por Él. La respuesta de Pedro fue que él lo amaba con amor de amigos. Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez Jesús pregunta: «Simón, me amas sacrificialmente», y Pedro responde de la misma forma: «Yo te quiero como a un amigo». De nuevo, Jesús le dice: «Pastorea mis ovejas».
Jesús dijo por tercera vez: «Simón, ¿tienes phileo (amor de amigos) por mí?». Pedro se entristeció porque le dijo: «¿Me quieres como a un amigo?». Y su respuesta nos impresiona: «Señor, tú lo sabes todo». Aun así, el Señor le dijo: «Apacienta mis ovejas». ¿No nos conmueve el amor del Señor?
Jesús descendió, y se contentó con el nivel del amor de Pedro, porque la medida de éste era ahora real. La tradición cuenta que, cuando Pedro fue llevado a la muerte, dijo: «Yo no soy digno de morir como mi Señor; crucifíquenme, pero con la cabeza hacia abajo». Amor ágape. Pedro había avanzado.
Hacia una vida de unión con Cristo
El Señor es maravilloso. Él conoce nuestras limitaciones y la pequeñez de nuestro amor; pero él viene a nosotros y recibe nuestro amor. Sin embargo, él desea que avancemos hasta poder experimentar lo que es el amor sacrificial.
Por desgracia, Éfeso no respondió. Se dice que Juan, de vuelta del exilio, se fue a Éfeso para permanecer con los hermanos. Otro detalle importante: en el evangelio de Juan y las tres cartas de Juan, escritas después de Apocalipsis, ¡cuántas veces aparece la palabra amor! El Espíritu sabe lo que necesitamos.
El Señor nos ha llamado a restaurar la realidad del primer amor. Que podamos tener corazones abiertos, para que el Espíritu Santo halle cabida en ellos, y seamos llevados a la realidad de la vida de unión con Cristo. En esa vida de intimidad, nuestro amor por él crecerá más y más.
El texto final habla de los vencedores. «Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios» (2:7). El vencedor no es un cristiano perteneciente a un rango especial, sino a la normalidad del caminar de la iglesia. Y en relación al árbol de la vida, no necesitamos saber hoy su interpretación exacta; pero lo importante es estar preparados para alimentarnos de ese árbol.
Que el Señor visite este pueblo en el tiempo del fin y halle un «Sí» en el corazón de su iglesia, para que podamos ver la restauración del primer amor. Amén.
Síntesis de dos mensajes impartidos en El Trébol (Chile), en enero de 2017.