El caminar del cristiano ejemplificado en los patriarcas del Antiguo Testamento.
Noé y la vida escondida en Dios
Noé es el tipo de un hombre que no sólo anduvo con Dios, sino que tuvo un caminar escondido en Dios. La manifestación externa de nuestro caminar depende de esa vida escondida que tenemos con él, porque aquello que está en el interior es real, y Dios está mirando hacia el corazón. Dios está muy interesado en tu condición interior. Noé nos habla de una vida escondida en Dios. Cuando Noé y su familia entraron en el arca, Dios cerró la puerta – Dios deseaba que Noé hiciera de aquella arca su habitación permanente.
Dios no quería que Noé estuviese en el arca por un tiempo breve. Cuando Dios cierra la puerta, lo hace con una buena razón, y si él encierra a alguien dentro del arca, no hay cómo escapar. Aquella era una gran arca, una verdadera vivienda flotante. Uno está en el arca para permanecer, por eso Noé nos habla de una vida escondida. Cuando nosotros tenemos una vida escondida, Dios nos puede revelar el secreto de su corazón.
Estoy seguro que cuando ustedes hablan con otros, descubren quiénes conocen las cosas profundas de Dios, y al saber cómo viven, descubren que ellos viven una vida escondida. Dios está buscando a aquellos a quienes puede confiar sus secretos, porque a ellos usará como vasos para hacer su obra de restauración.
Tenemos que ser libertados de apariencias externas; necesitamos desarrollar una vida interior muy fuerte en el espíritu. Esa es la vida en el Señor que poseía Noé; por eso, Dios podía hablar con él libremente. Vamos a leer algunos pasajes y a ver cómo Dios hablaba libremente con Noé.
«Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra» (Gn. 6:13). Así, Dios habló de juicio. Después, él revela a Noé su manera de salvar a aquellos que él quería que escapasen del juicio: «Hazte un arca…» (v. 14). El juicio viene; sin embargo, hay un camino: hacer un arca. Y Dios da a Noé las instrucciones específicas para su construcción: «Y de esta manera la harás» (v. 15). Y el verso 22 dice: «Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó».
El arca fue construida durante unos ciento veinte años, y cuando estaba ya lista, Dios dijo: «Esta es para ti, para tu esposa, para tus tres hijos y sus esposas». Sin embargo, Dios agregó: «Toma contigo siete parejas de animales limpios, y dos parejas de todos los otros animales. Quiero que pongas estas vidas dentro del arca, para que sean preservadas con tu vida».
Recientemente, en una Conferencia en Nueva Jersey, un hermano nos dio una muy buena explicación de cómo esos animales pudieron entrar en el arca. Dios dijo: «Pon todos esos animales contigo en el arca». Hermanos, ¿cómo hizo Noé para poner a todos esos animales dentro del arca? Cuando Noé entró en el arca, entonces entraron también los animales.
En el exterior, había muerte y juicio, pero la vida de todos aquellos animales dentro del arca fue preservada. Si aquellos animales pudieran hablar, ellos dirían: «Doy gracias a Dios porque le habló a Noé acerca del arca, y doy gracias a Dios por la obediencia de Noé al construir el arca. Mi vida ha sido preservada porque Dios habló a Noé, y Noé fue obediente».
Recientemente, tuve una experiencia inusual. En una Conferencia de jóvenes en Toronto (Canadá), hacíamos nuestras oraciones matinales, y en una ocasión un hermano oró diciendo: «Señor Jesús, doy gracias por tu obediencia; si no fuese por tu obediencia, yo no estaría aquí». Si nosotros estamos en el arca sanos y salvos, es a causa de la obediencia de nuestro Señor Jesús. No tenemos cómo agradecerle al Señor.
Nuestra obediencia es a menudo gracia salvadora para los que están a nuestro alrededor. Cada una de las asambleas locales que el Señor en su soberanía ha levantado, ha sido posible porque hay unos pocos que están dispuestos a obedecer la voluntad de Dios. De eso nos habla la vida de Noé.
También en nuestras familias, la restauración espiritual de los hijos depende de la obediencia del padre o de la madre. A causa de la obediencia de Noé, muchas vidas fueron preservadas. A causa de la obediencia de Cristo, somos lo que somos hoy. Gracias a Dios por la obediencia de Jesucristo, obediencia que lo llevó hasta la muerte, y muerte de cruz.
Sabemos que hay dos tipos de muerte. Hay un tipo de muerte que es causada por el pecado, es un tipo de muerte justa. Si pecamos y morimos a causa de ello, eso es justicia. Sin embargo, hay otro tipo de muerte distinta. Pablo, en su segunda carta a los corintios dijo: «La muerte opera en mí para que la vida pueda obrar en vosotros». No es la muerte a causa del pecado, sino el morir para dar vida a otros.
Así, Noé estaba dispuesto a obedecer, y él sufrió, fue ridiculizado; sin embargo, él tuvo por verdadera la palabra de Dios, y no sólo trajo salvación a sí mismo, sino a toda su familia y a toda la creación. Y no es de sorprender que en Romanos se dice que toda la creación gime por la adopción de los hijos, es decir, toda la creación está aguardando ser libertada de la maldición. Cuando nosotros lleguemos a la madurez que Dios desea, toda la creación será restaurada.
Abraham y los altares
Como sabemos, Dios se apareció y habló con Abraham por lo menos seis o siete veces. Y Abraham levantó cuatro altares. Vamos a referirnos al principio relacionado con esos altares. El altar nos habla de la cruz. Por una parte, el altar nos habla de adoración, de comunión con Dios. Sin embargo, es también el lugar donde Dios habla contigo. Dios nos habla cuando le adoramos.
Nosotros tenemos la idea errada de que cuando estamos adorando, Dios está pasivo. Pero esta es una comprensión equivocada. Les daré un ejemplo: Dios llamó a Moisés a subir al monte Sinaí por lo menos dos veces, por períodos de cuarenta días y cuarenta noches. En ambas ocasiones, Moisés se acercó a Dios para adorarle. No es posible acercarse a Dios sin adorarle. Dios está siempre más dispuesto a dar que a recibir algo de nosotros. Cuando nosotros le adoramos, damos a Dios una oportunidad para que él nos dé más de sí mismo.
¿Cómo recibió Moisés el modelo del tabernáculo? ¿Cómo recibió él los Diez Mandamientos? Acercándose a la presencia de Dios, y adorando en su presencia. Nosotros pensamos que nos acercamos a Dios para satisfacerle a él; sin embargo, cuando le adoramos, nosotros somos satisfechos. Durante los cuarenta días y cuarenta noches que Moisés estuvo en el monte sin comer ni beber, ¿quién le satisfizo a él? Dios satisfizo a Moisés.
Cuando Dios te satisface, no necesitas nada más. Estas son algunas de las cosas que tenemos que aprender juntos.
More, en Siquem
Entonces, llegamos al primer altar de Abraham: «Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido» (Gén. 12:6-7).
Cuando llegamos a donde Dios nos envía, entonces él puede empezar a enseñarnos. Dios no podía enseñar a Abraham mientras éste estaba en Mesopotamia. Ni podía enseñarle nada cuando estaba en Harán. Sólo cuando Abraham llegó al lugar que Dios le había mandado, entonces Dios podía empezar a enseñarle.
Este es un principio muy importante. Hay personas que son enseñadas por Dios todo el tiempo; en cambio, otros no reciben enseñanza en ningún tiempo. Unos están aprendiendo siempre más de Cristo; sin embargo, hay otros que nunca aprenden algo más sobre él. Para aprender de él, hay que estar en el lugar donde él nos ha ordenado; entonces él nos enseñará.
¿Cuál es la primera lección que nos está enseñando? ‘More’ significa enseñar, o ser enseñado; ‘Siquem’ significa hombro. O sea, si queremos aprender algo de Dios, tenemos que estar preparados para responderle a él. Cuando llegamos al lugar donde Dios nos ha ordenado, él nos puede enseñar una lección muy preciosa. Es en el lugar donde Dios nos ha ordenado, que somos capaces de cumplir con nuestras responsabilidades, porque todo aquello que él nos pide, primero nos lo da.
Dios es justo. Antes que él nos pida alguna cosa, él ya ha hecho la provisión. Cuando llegamos al punto donde Dios nos ha ordenado, allí estará su provisión, y ahora él podrá enseñarnos y seremos capaces de responder. Y eso es muy importante para aquellos que están buscando al Señor y para aquellos que quieren ver el testimonio del Señor totalmente restaurado: Tenemos que estar con él donde él quiere que estemos y oír su palabra, y responder a su palabra. Y la razón por la cual nos enseña es porque él mismo ya nos ha dado la capacidad de responder.
Bet-el
El segundo altar es Betel. De un lado tenemos Betel, y del otro tenemos Hai. Abraham construyó un altar allí, y la Biblia nos dice que él construyó ese altar por una razón: para invocar al Señor. Ahora, cuando deseamos responder a Dios, descubrimos que en nosotros está la carne. Abraham edificó ese segundo altar para invocar el nombre del Señor, porque él descubrió que en sí mismo no tenía esperanza. Él deseaba responder, pero descubrió que la carne aún estaba en él. Es decir, cuando estamos en el lugar que Dios nos ordenó, vamos a descubrir nuestra propia carne, y es en ese lugar que Dios tiene una vía para tratar con la carne.
Ayer compartíamos con los jóvenes que si nosotros no vemos cuán terrible es nuestro pecado, nunca vamos a pedir a Dios que nos libre del pecado. Lo mismo ocurre con la carne. Si no vemos cuán aborrecible es la carne a los ojos de Dios, nunca clamaremos por liberación. Es en el lugar de Dios, o sea, en Cristo, que todo esto es expuesto, no para condenarnos, sino para libertarnos. Abraham percibió que había carne en él, y él quiso invocar el nombre del Señor y pedir ayuda. Un hermano dijo que uno de los motivos por los cuales invocamos el nombre del Señor es porque hemos reconocido que en nosotros no hay solución. Si no sabemos cuán incapaces somos, nunca vamos a clamar por la ayuda de Dios.
Así que Dios le estaba enseñando a Abraham que en él todavía hay carne que precisa ser tratada por Dios. De manera que Dios permite que venga el hambre sobre la tierra, y Abraham empieza a discurrir cómo podrá preservar su propia vida. La tierra prometida no tenía comida; pero había comida en Egipto. ¡En Cristo, la tierra prometida, no hay comida; sin embargo, hay comida en el mundo!
La carne es débil. Cuando Abraham fue a Egipto, descubrió cuán terrible era su carne. Trajo vergüenza para sí mismo y para su familia, y fue rechazado. Finalmente, regresó a Canaán. El lugar adonde él regresó otra vez fue hacia el altar en Betel. Ese es el altar de la restauración, el altar donde la carne va a ser salvada, cuando clamamos a Dios para ser libertados de ella.
Mamre
Vamos a ver ahora el tercer altar, al final del capítulo 13. Conocemos la historia, después de la separación de Lot. El tercer altar estaba en el lugar llamado Mamre, que significa fuerza, riqueza. O sea, cuando nosotros estamos dispuestos a aprender, dispuestos a permitir que nuestra carne sea tratada, entonces podemos llegar a un lugar de riqueza. Es cuando la carne ha sido tratada, que Dios nos puede confiar sus riquezas.
Ustedes recuerdan la contienda entre los siervos de Abraham y los de Lot. Abraham dijo: «Ese no es un buen testimonio delante de los cananeos; somos hermanos y no debemos pelearnos». Él fue muy generoso. La tierra le había sido prometida a él. Sin embargo, dijo a su sobrino Lot: «Toma lo que tú quieras; si vas hacia la derecha, yo iré a la izquierda; si vas a la izquierda, yo iré a la derecha». Esto iba contra las tradiciones propias del oriente, pues la costumbre era respetar a los más ancianos, y éstos tenían el derecho de escoger. Sin embargo, Abraham estaba dispuesto a renunciar a sus derechos.
Y aquí tenemos un principio muy importante: Para descubrir las riquezas de Dios, tenemos que estar dispuestos a renunciar a nuestros derechos, tenemos que rehusarnos a buscar nuestro propio bien. Santiago dice que toda buena dádiva viene de lo alto, de Dios. Con esto, Abraham nos dice: «Mis riquezas están con Dios. Yo no voy a pelear; dejaré todo en las manos de Dios». Y cuando él hizo eso, encontró la verdadera riqueza en su Dios, y estaba tan agradecido y tan satisfecho, que no deseaba nada más.
Una persona que está verdaderamente satisfecha con Dios no es alguien que esté siempre deseando tener cosas para sí misma. Aquí está la prueba. Al principio del capítulo 14, tenemos el relato de la guerra entre los reyes, y cómo Abraham y sus siervos rescataron a Lot. Cuando ellos regresaron victoriosos, el rey de Salem bendijo a Abraham, él vino sólo para confirmar la bendición de Dios sobre la vida de Abraham. Dios ya lo había bendecido, y el rey vino a confirmar ese hecho. Y cuando el rey de Sodoma quiso dar a Abraham algunos de los despojos de la batalla, Abraham los rechazó.
«Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo. Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para ti los bienes. Y respondió Abram al rey de Sodoma: He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram» (Gén. 14:18-23).
Nosotros ya hemos sido bendecidos ricamente, porque Dios ya nos ha dado todo. ¿Qué más podríamos pedir? Siempre yo veo hermanos y hermanas, como ahora cuando he venido a Chile, y cuando veo a los hermanos sonriendo, pienso que ellos ya están tan bendecidos. ¿Qué más puedo decir? Entonces, lo que estamos haciendo es descubrir juntos nuestras riquezas. Es la ocasión en que nosotros descubrimos cuáles son las riquezas que ya tenemos en Cristo Jesús.
Cuando somos bendecidos, ya no queremos nada del mundo. Este mundo no nos puede satisfacer, el mundo religioso no puede satisfacernos. Sin embargo, damos gracias a Dios, porque él ya nos ha satisfecho plenamente, y todo lo que hemos de hacer es simplemente descubrir todo lo que Dios ya nos ha dado. No es necesario siquiera pedir, sino sólo descubrir lo que ya hemos recibido.
Moriah
Y, finalmente, el último altar. Este es el más significativo. Esta es una crisis en la vida de Abraham. Es una prueba real de la fe que Abraham tenía en su Dios, una prueba de amor del corazón de Abraham para con su Dios. Cuando Dios se apareció a Abraham en esta ocasión, no hubo promesas, sino sólo una orden. El amor tiene sus demandas.
El hermano Stephen Kaung dice que, cuando Abraham ofreció a Isaac, fue el momento en que Abraham fue más parecido a Dios. Cuando Abraham ofreció a su hijo, él testificó acerca de cómo es Dios, y Dios se agradó de Abraham, y reafirmó su pacto con él. Y de esta ofrenda de Isaac, Rebeca entra en escena. Y de la resurrección de Isaac, él ganó una novia para sí mismo.
Yo quiero que ustedes consideren la diligencia, la determinación de Abraham para obedecer la demanda de Dios, sin dudar. Cuando alguien nos hace una demanda que parece sin sentido, es común que uno dude. Pero aquí Abraham no dudó de Dios. Hemos visto como Abraham actuó de manera decidida. Él sabía que Dios no era alguien irrazonable. Porque la promesa de Dios a Abraham es que a través de su simiente él sería bendecido, y Dios no puede ir en contra de su palabra. Abraham pensó que si él sacrificaba a su hijo era responsabilidad de Dios hacerlo resucitar. Dios no puede fallar.
«Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí» (Gén. 22:1). En el versículo 2, Dios hizo la demanda, y en el versículo 3, Abraham respondió de inmediato. «Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo» (v. 3). Inmediatamente, él hizo todo. Este pasaje está lleno de acción, para obedecer la demanda de Dios. Es un versículo que habla profundamente a mi corazón.
«Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros» (v. 4-5). «¡Volveremos a vosotros!». Hermanos y hermanas, Dios no es un Dios de muerte, es un Dios de vida. En medio de la muerte, él da vida; ése es el poder de la resurrección, ése es el poder de Dios.
En medio de lo imposible, Dios dice: «Es posible». En medio de la muerte, hay vida. Nuestro testimonio es que, en medio de la muerte, hay vida. En medio de la aparente derrota, hay gran victoria. Es así como nosotros vemos. Y gracias a Dios, porque es él quien preserva su testimonio, que pasa a través de muchos ciclos de muerte y resurrección. Ese es el camino de Dios: la vida que sale de la muerte.
El testimonio de la iglesia tiene el lado de la muerte, y también el lado de la resurrección. Muerte y resurrección. Sin muerte, no hay resurrección. Abraham sabía que, aunque había muerte, Dios era el Dios de la resurrección.
Al concluir, quisiera alentar a los hermanos y hermanas. En China, después de que los comunistas tomaron el poder, muchos concluyeron que el cristianismo iba a desaparecer, porque el comunismo es básicamente anticristiano. Después que los comunistas tomaron el gobierno, todos los misioneros fueron expulsados del país y muchos siervos de Dios fueron encarcelados, y muchos murieron en la prisión. Podríamos pensar que eso era el fin. Pero en medio de la muerte, hubo resurrección, hubo vida.
Muchos pueden testificar que China es hoy uno de los pocos lugares donde podemos encontrar el verdadero testimonio de Jesucristo. Los creyentes allí dan gracias a Dios por la persecución y dan gracias por el comunismo, y ellos dicen que el comunismo y la persecución los purificaron y los hicieron uno en Cristo. El testimonio es que, en medio de la muerte, hay vida; en medio de la derrota, hay victoria, y eso es para que Dios reciba la gloria.
Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005.