Aunque toda su generación cayó en el desierto, Caleb entró a poseer lo mejor (y más difícil) de la Buena Tierra.
Tú sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-Barnea, tocante a ti y a mí… Yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios… Jehová me ha hecho vivir estos cuarenta y cinco años… Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió … Dame, pues, ahora este monte…».
– Josué 14:6-14.
Una escena en Gilgal
La escena ocurre en Gilgal, en plena Tierra Prometida. Allí se entrevistan dos gigantes espirituales de la Antigüedad: Caleb y Josué. La cita ha despertado gran expectación. Es fácil imaginarse el silencio y la admiración de todos los testigos, tanto de los que rodean a Josué como de los que acompañan a Caleb, los hijos de Judá.
El relato bíblico no registra palabra alguna de Josué. Es Caleb tiene toma la palabra. Ellos se conocen de mucho tiempo. Estuvieron en Egipto en su juventud; eran parte del pueblo esclavo. Fueron testigos presenciales de las diez plagas, y vivieron toda la gloria del éxodo. Ellos también participaron de todas las desgracias del peregrinaje de cuarenta años por el desierto. Allí vieron caer uno por uno a los que habían pecado contra Dios.
De todos los mayores de veinte años que salieron de Egipto, ellos eran los únicos sobrevivientes. Para la congregación de Israel en aquellos días, Josué y Caleb eran, sin duda, dos héroes vivientes.
El episodio de Cades-Barnea
La primera alusión que hace Caleb es a la palabra de Jehová, dicha en Cades-Barnea. (14:6). Como sabemos, el episodio de Cades-Barnea fue fatal para Israel. Allí estaban en la posición perfecta para acometer la toma de posesión. No darían rodeo alguno. Todo estaba perfectamente ordenado. Sin embargo, el informe de los diez espías hizo desfallecer el corazón del pueblo. Ellos temieron en gran manera, desconfiaron del poder y la fidelidad de Aquel que los había librado de Egipto, que los había guardado y alimentado en el desierto, y se hundieron en la desesperación.
Dios entonces se enoja (“se irrita”) por cuanto no le creyeron “a pesar de todas las señales que había hecho en medio de ellos” (Núm.14:11). Gracias a la poderosa (y ejemplar) intercesión de Moisés, no fueron destruidos de inmediato (Núm.14:13-19); sin embargo, Dios jura: “Ninguno de los que me han irritado verá la tierra. Pero mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá por posesión.” (Núm.14:20-24).
Triste y fatal fue el destino de los incrédulos. Ellos sólo tuvieron ojos para las dificultades y problemas. El incrédulo es pesimista en esencia. Muchos cristianos hoy en día también lo son. No se puede contar con ellos para nada, y sus palabras desalientan a otros más débiles, paralizando así el caminar del pueblo de Dios. (Que el Señor tenga de nosotros misericordia y nos libre de un espíritu tan tenebroso). Pero Dios había tomado nota de los fieles, y desde el cielo había dado testimonio a favor de ellos. “Mi siervo Caleb… decidió ir en pos de mí…” ¡Que el Señor multiplique los Caleb en este día! Josué también fue testigo de aquella dramática experiencia. También él fue fiel, por eso Jehová lo designó a él como sucesor de Moisés. Hasta ahora había guiado al pueblo exitosamente en la toma de posesión de la Tierra Prometida.
El secreto del vigor
Josué oye en silencio a su amado consiervo que viene a él con humildad reconociendo su autoridad. Es probable que Josué le haya observado con lágrimas. Hace poco Dios había hablado con él diciéndole: “Tú eres ya viejo, de edad avanzada…”, y ahora tiene frente a él al gran Caleb. Parece que los años no han pasado por él; se ve tan fuerte, tan lúcido, tan aferrado a la promesa que Jehová había hecho a su favor cuarenta y cinco años antes. Hoy viene con toda la dignidad de un creyente a cobrar su promesa.
El secreto de la vitalidad de Caleb es haber cumplido siguiendo a “Jehová su Dios”. Ahora testifica a favor de Dios: “Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años.” Esto es atribuir toda la gloria al Señor: “Si estoy vivo, si estoy sano y vigoroso, todo se lo debo al que me sostiene.” Así también es en esta dispensación: quien vive en Cristo y por Cristo (Fil.1:21; Gál.2:20) está firme y estará firme y constante, creciendo en la obra del Señor siempre (1ª Cor.15:58), y avanzando también hacia la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Ef.4:13).
¡Precioso ejemplo el de Caleb! Y oportuno para los que servimos al Señor en estos postreros días, en medio de esta generación maligna y apóstata, donde abundan los desertores, los que defraudan, los que niegan con sus hechos la fe que predican, los que causan tropiezos a los pequeños. Tenemos que aprender de un vencedor como Caleb. Hombres como éste no abundan en este día, éstos suelen ser los sobrevivientes de una generación fracasada.
Pero Dios está levantando en este tiempo una nueva generación de creyentes, hombres fieles en Cristo, sanos en la fe, que tienen en el Señor todas sus fuerzas … que, aunque pasan los años, se ven cada vez más firmes, más resueltos, más comprometidos con el Señor y con su reino.
Caleb continúa: “Cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar …” (Jos.14:1). Esto tiene una perfecta aplicación espiritual para quienes vivimos hoy en la preciosa fe del Hijo de Dios. No hay razón para irse debilitando con el paso del tiempo. Si permanecemos en el Señor, estaremos firmes y daremos mucho fruto. El Señor nos llevará de triunfo en triunfo. Con todos los recursos del Nuevo Pacto podemos vivir por el Espíritu y ser transformados de gloria en gloria en su misma imagen (2ª Corintios 3:18). ¡Así quiere vernos el Señor!
“Dame este monte”
Ahora Caleb viene a hacer efectiva la promesa que lo “asió por dentro” (Fil.3:12). “Dame, pues, ahora este monte…” – dice. Ese monte es habitado por los anaceos y tiene ciudades grandes y amuralladas. A Caleb se le podría haber asignado por gracia, cual veterano de guerra, la mejor llanura de Canaán, los valles más fructíferos, regados por los mejores arroyos. Sin embargo, él dice: “Dame este monte”. Es el más difícil de todos.
Los anaceos habían sido vistos como gigantes por sus hermanos incrédulos (Núm.13:32-33). Por eso, ellos habían sido derrotados aun antes de ir a la guerra. Caleb obtuvo la victoria en medio de aquella incredulidad. Allí su fe brilló más que el oro afinado: “No seáis rebeldes contra Jehová – les había dicho–, ni temáis al pueblo de esta tierra (los gigantes) porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos y con nosotros está Jehová; no los temáis.” Y antes también había dicho: “Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra y nos la entregará.”
¡Bien Caleb, así se ganan las batallas de la fe, antes que ocurran, pues si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?!
Al pedir “Este monte” el nombre del Señor sería santificado y glorificado, pues quedaría consignado para todas las generaciones futuras la veracidad de sus promesas, porque Jehová no es hombre para que mienta. Caleb entraría a tomar posesión de aquella misma ciudad cuyos habitantes habían atemorizado tanto a sus incrédulos hermanos.
“Este monte” representa aquella dificultad más grande, la valla más alta, el problema que parece imposible de solucionar. “Dame precisamente este monte”, constituye un gran desafío para todo creyente, para que eche mano a todos sus recursos (que no son pocos), a Dios mismo.
¡Creamos, hermanos, confiemos en nuestro bendito Dios y Padre! ¡Él nos dará “este monte”!
Seguir a Dios cumplidamente
Así fue cómo Hebrón vino a ser heredad de Caleb, “por cuanto había seguido cumplidamente a Jehová su Dios.” ¿Qué significa esto? Significa que no podemos seguir al Señor en algunas cosas y fallar en otras, porque eso nos retrasa o nos anula. El Señor nos permita ser fieles en todo, y agradarle en todo. Fallar en esto haría ineficaz nuestro testimonio.
Es ilegítimo esperar el respaldo del Señor a nuestro servicio o a nuestras oraciones basándonos en aquellas cosas que estamos cumpliendo ante el Señor (equivaldría a descansar en nuestra justicia propia), mientras seguimos infieles e inconsecuentes en muchas otras áreas de nuestra vida. Para poseer toda la herencia que Dios nos ha dado en Cristo Jesús, hemos de ser cual Caleb: “Seguir cumplidamente a Jehová nuestro Dios”. Esto es lo que el Espíritu nos enseña en Colosenses 1:10: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios.”
De Dios y para Dios
Caleb echó a los gigantes anaceos y poseyó Hebrón 1 (Cerca de esta ciudad estaba la cueva de Macpela, donde Abraham había sepultado a Sara –Génesis 23:2,19). Pero, luego que obtuvo Hebrón, ¿qué hizo con su heredad? ¿La disfrutó solo? No; sino que la entregó gustosamente a los levitas para que fuera una ciudad de refugio, adonde pudiera huir el culpable y no muriera. ¡Hebrón vino a ser una ciudad para aquellos que no tenían herencia en la tierra “porque el sacerdocio de Jehová es la heredad de ellos.”! (Jos.18:7).
Lo que obtuvo de Jehová, lo entregó para Jehová (Jos. 21:8-13). Esto mismo hizo Ana cuando recibió a Samuel como respuesta a su oración. Esto es el evangelio. Este es el espíritu de la cruz de Cristo. Esto es lo que hará también el Señor Jesucristo cuando haya suprimido todo dominio: entregará el reino a Dios el Padre.
Cuando usted ora, ¿sólo busca su propio bien? ¿Busca sólo su deleite? (Stgo.4:3). No, que no sea así. Antes bien, busquemos la gloria de nuestro bendito Dios en todo cuanto emprendamos.
Tomemos, pues, “este monte” y luego ofrezcámoslo a Dios para sea de bendición a sus amados hijos.
La lección de Caleb
La figura y la fe de Caleb nos habla profundamente. Cuando hay muchos que quedan tendidos en el camino y que desfallecen por el temor. Cuando toda una generación de cristianos parece abandonar la carrera, y conformarse con dar vueltas en el desierto, Caleb nos invita a ser fieles a la visión del principio, a cobrar las promesas de Dios, y a tomar la heredad que Dios nos ha dado.
Los viejos creyentes no tienen por qué ser soldados débiles. Al contrario, la experiencia en el caminar de la fe y la comprobación de le fidelidad de Dios añaden un valor adicional a todo su bagaje, que se traduce en un andar permanente en victoria.
Mientras la palabra de Caleb “¡Dame este monte!” resuena aún en nuestros oídos, pidámosle al Señor (nuestro Josué) la porción de nuestra herencia, en tanto despojamos a los hijos de Anac de nuestro propio territorio. Que así sea.
1 “Hebrón” significa “comunión”.