El sabio equilibrio entre la enseñanza doctrinal de la epístola a los Romanos y las demandas prácticas que se derivan de ella.
La carta escrita por Pablo a los Romanos es el tratado más macizo del cristianismo para explicar la Gloria del Evangelio. Grandes hombres en la historia de la Iglesia se inspiraron en este libro para traer renovación espiritual al contexto en que vivieron.
La carta contiene 16 largos capítulos en los cuales el apóstol Pablo desarrolla el pensamiento cristiano. Verdades como la culpabilidad del hombre, el pecado, la justicia de Dios, la justificación por la fe, la santificación, la gracia, la vida en el Espíritu, la elección, se desarrollan en forma magistral. Uno de los rasgos notables de las enseñanzas de Pablo es que combina el creer con el deber, la doctrina con el comportamiento. Por lo cual, la carta puede dividirse básicamente en dos partes. La primera compuesta por once capítulos que contiene el desarrollo de las verdades antes mencionadas y los siguientes cinco capítulos (capítulos 12-16), aspectos prácticos que apelan a la conducta cristiana.
El desarrollo de la primera parte culmina con una expresión magnánima donde Pablo, maravillado, exclama:
«¡Oh Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!, porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero, para que le fuera recompensado?, porque de él, por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Rom. 11:33-36).
Indicativo e Imperativo
En la primera parte de Romanos, el modo verbal predominante es el indicativo, que se define como aquel que expresa hechos reales que han sucedido, que están sucediendo o que sucederán con cierta frecuencia. Por ello Pablo, convencido de los hechos ocurridos en Cristo, afirma fehacientemente todo lo sucedido en la esfera espiritual.
Luego, desde el inicio del capítulo 12 nos encontramos con un nuevo modo verbal que inaugura la segunda parte (cap. 12-16), y que determina al carácter de los últimos capítulos. Es el modo imperativo. Este modo verbal es usado para expresar órdenes, ruegos o deseos. El apóstol hace uso de él en reiteradas ocasiones, dando a entender a los lectores que las afirmaciones antes dichas requieren de una respuesta. Que en la vida cristiana lo indicativo por sí solo no basta, debe darse a continuación lo imperativo. Por lo tanto, el que vive la vida cristiana con honestidad, vivirá la tensión que se genera desde lo indicativo a lo imperativo.
La inflexión observada en los últimos capítulos es evidente, la intención está puesta en la práctica. La demanda apostólica es a vivir la consecuencia de lo anterior; dicho de otro modo, la carta nos interpela de la siguiente manera: «Dado que (capítulos 1 al 11), haced esto (capítulos 12 al 16)», donde creer y obedecer son una misma respuesta al evangelio.
En conclusión, la epístola nos atestigua la realidad que trae el evangelio y nos exhorta a vivir la novedad de la vida instalada.
Los primeros versículos de la segunda parte, cumplen la función de unir lo anterior como una bisagra que articula ambas. Pablo inicia esta sección sintetizando todo lo dicho anteriormente en una sola oración: «las misericordias de Dios». En consecuencia, despliega su ruego:
«Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Rom. 12:1-2).
Cuerpos consagrados
El ruego apostólico apela a la consagración del cuerpo. Pablo nos aterriza de golpe con nuestra realidad; nuestro cuerpo es lo más cercano y tangible a nosotros. Por lo tanto, su pensamiento es, dado que han acontecido profundas realidades espirituales («las misericordias de Dios»), ahora el cuerpo debe entregarse como un sacrificio vivo y culto racional (o razonable).
La palabra razonable o racional son posibles traducciones de la palabra griega «lógicos», que puede entenderse como un culto sensato, lógico, adecuado o también, como un culto inteligente, es decir, un acto propio de la mente. La primera traducción tiene mucho sentido con lo que se viene hablando. El ruego de ofrecer el cuerpo en sacrificio vivo es sensato ante tan excelsa exposición de hechos. La segunda traducción (racional), nos sugiere que la entrega del cuerpo es un acto lógico mental, es decir, un acto de adoración inteligente.
Cualquiera sea la opción a escoger para entender el versículo, lo importante está en el imperativo de entregar el cuerpo como un sacrificio vivo a Dios. Estamos en un mundo ególatra, atestado de una excesiva atención a lo físico. Actualmente el cuerpo es objeto de culto. Basta observar los íconos sociales que nos rodean para darnos cuenta de esta pobre realidad, cuya única intención es saciar la vanidad del ego. En relación a esta conducta, la Palabra es categórica al describir las consecuencias:
«Por lo cual, también los entregó Dios a la inmundicia, en los apetitos de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío» (Rom. 1:24-27).
Mentes renovadas
Posteriormente, con relación a la mente, la exhortación manda a no conformarse al mundo y, a renovarse en el entendimiento. La transformación será posible solo a través de la renovación de la mente. Para esto, el cristiano requiere no conformarse al paradigma de este mundo. La expresión «no os conforméis a este siglo», supone la llegada de uno nuevo. Por lo tanto, el cristiano vive en dos siglos, aunque es ciudadano del nuevo. Por ello, su norma de vida, su pauta de conducta, sus metas, no vienen de este siglo. Solo así podrá comprobar cuál es la voluntad de Dios agradable y perfecta.
La palabra transformación (metamorfosis) se utiliza pocas veces en el Nuevo Testamento. Una de ellas es en los evangelios, en la transfiguración del Señor. También Pablo la utiliza en 2ª Corintios 3:18.
Ambos pasajes dan cuenta de un cambio de aspecto. Motivo por el cual concluimos que, al oír la voz del Hijo (que fue la interpelación del Padre en el monte de la transfiguración), y contemplar a Cristo como en un espejo (la exhortación de Pablo a los corintios), la mente se renueva y el ser es transformado a la misma imagen de Jesucristo. En definitiva, la metamorfosis del cristiano vendrá por la atención que ponga en conocer a su Señor y Salvador. Esto es diametralmente opuesto a la mente reprobada de una voluntad ensimismada que se manifiesta en la corrupción de la conducta. Como está escrito: «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Rom. 1:28).
Conociendo la voluntad de Dios
Concluyendo, observamos que estos dos primeros versículos contienen un ruego con un doble carácter. Por un lado, la consagración del cuerpo, y por otro, la renovación de la mente. Ambos, con el único fin de comprobar cuál es la voluntad de Dios, que a su vez será la que regule nuestras relaciones (Rom. 12:1-15:13). Esta perfecta combinación permitirá la comprobación de la voluntad de Dios para los aspectos prácticos de la vida cristiana.
El hermano John Stott, en su libro Mensaje de Romanos, clasifica estos versículos de la siguiente forma: (12:1-2) Conocer la voluntad de Dios en nuestra relación con Él; (12:3-8) conocer la voluntad de Dios con nosotros mismos; (12:9-16) conocer la voluntad de Dios en la relación entre nosotros; (12:17- 21) Conocer la voluntad de Dios en la relación con los malvados y los enemigos; (13:1-7) conocer la voluntad de Dios en la relación con el estado; (13:8-10) en nuestra relación con la Ley; (13:11-14) con el día de regreso de Cristo; y con los miembros más débiles de la comunidad cristiana (14:1-15:13).
Una lectura minuciosa de estos versículos, nos mostrará la gran cantidad de mandamientos, ruegos y deseos que presenta el apóstol. Todos, con la determinada intención de aclarar a los santos cuál es la buena voluntad de Dios en la vida práctica del día a día.
Los dos últimos ejemplos
Hasta aquí todo hace pensar que los versículos finales (15:14-16:27) son solo anhelos y saludos personales de Pablo; sin embargo, estos muestran un claro ejemplo de consagración y renovación en vida del apóstol y en la vida iglesia.
El ministerio de Pablo a los gentiles, la preocupación por los necesitados y el anhelo para extender el reino de Dios más allá de las regiones circundantes, son una evidencia más de la entrega del apóstol. Pablo escribe con humildad, afecto y ánimo a una iglesia que no fundó ni conocía, solicitando oración, planificando viajes y llenándose del fuerte pensamiento de seguir predicando el evangelio.
Luego, en los veintiséis saludos siguientes, observamos la entrega de los hermanos. Pablo reconoce el servicio de cada uno. Pero, ¿cómo es que Pablo conocía a los hermanos, si no les había visitado? Me atrevo a suponer que estos fueron hermanos oriundos de otras localidades, que dispusieron sus cuerpos en servicio al Señor, renovaron sus mentes con la urgencia del evangelio, para luego ser enviados por el Espíritu a formar la iglesia en Roma.
Pablo les saluda con familiaridad. La cercanía afectiva del saludo supone instancias de comunión previa; probablemente eran familias colaboradoras en otras ciudades que Pablo frecuentaba. Estos hermanos nombrados son el vivo ejemplo de cuerpos consagrados y mentes renovadas, que se dispusieron a servir al Señor con sus manos, oficios y familias, allí donde el Señor les necesitara.
Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.