Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia».

– Ef. 5:32.

Hasta después de la ascensión del Señor, la iglesia, su novia y futura esposa era guardada por Dios en misterio. Era un misterio, pero hoy el Padre quiere darlo a conocer. Antes de la venida de nuestro Señor Jesús, las Escrituras nos enseñan que había en el seno del Padre un gran misterio: Cristo. «…a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:2-3).

En Cristo también estaba escondido otro misterio: su iglesia. «…y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Ef. 3:9-10).

Pero en el versículo que citamos al inicio, la palabra de Dios nos habla de otro misterio; un gran misterio que está en el versículo anterior: «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Ef. 5:31). Génesis 2:23 nos hace entender un poco más ese misterio cuando dice: «Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne».

¿Qué nos enseña el Señor con esto? Es que hoy el Señor tiene su iglesia que él amó y se entregó por ella en la cruz. La está santificando y purificando en el lavamiento del agua por la Palabra. El Espíritu está transformándola de gloria en gloria en Su imagen (2 Cor. 3:18).

Cuando todo se haya consumado, entonces no habrá más Cristo y la iglesia, sino seremos uno: hueso de sus huesos, y carne de su carne; un Cuerpo glorificado. Uno solo con Él. Es verdad que seremos como piedras preciosísimas, como piedra de jaspe, como cristal diáfano, pero lo que se verá es la gloria de Dios (Ap. 21:11).

La gloria que el Señor dio a la iglesia será manifestada por él y por la iglesia a través de la Nueva Jerusalén, pero como uno, revelando la gloria del Padre: «La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno» (Juan 17:22). Ya no más Cristo y la iglesia, sino Cristo glorificado; hueso de sus huesos y carne de su carne, conforme a Su cuerpo de gloria. Solo uno. Grande es este misterio.

Todo era un misterio, pero ahora nuestro Padre quiere hacer conocer cuál es la riqueza de la gloria de ese misterio, que es Cristo en nosotros, la esperanza de esa inmensurable gloria (Col. 1:27). ¡Bendito sea nuestro Señor Jesucristo, antes misterio, pero ahora revelación de Dios!

545