Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
– Mateo 6:21).
En Cristo Jesús ya no trabajamos para la vida, sino desde la vida. Nuestro gran esfuerzo no consiste en conformar nuestra vida actual en la carne a un ideal de vida que se nos presenta en Él. Es más bien reducir nuestra verdadera vida, ahora escondida en Cristo, a una vida real en nosotros mismos.
Así pues, la invitación del Evangelio no es que contemplemos lo que es imposible para nosotros en Cristo y lo alcancemos, sino que contemplemos lo que se ha realizado para nosotros en Cristo, nos lo apropiemos y vivamos en él.
Resucitados con Cristo, las primicias de nuestros espíritus ya llevados con él a la gloria, nuestra vida escondida con él en Dios, ¡cómo no va a estar nuestro corazón donde está nuestro tesoro! ¿Cómo no va a estar nuestro amor siempre encendido y ardiendo hacia arriba, purificándose de todo vestido terrenal, hasta que esté totalmente concentrado en Él?
¿Por qué nos rodean todavía las tinieblas y las corrupciones de la tumba, la mundanalidad y los afectos pecaminosos, y todos estos apegados acompañamientos de la muerte moral, de la que nuestro Señor nos ha rescatado? Es nuestro, incluso ahora, andar con Él en vestiduras blancas, y respirando siempre con Él la frescura de la mañana de la resurrección y de la vida sin fin.
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