En Cristo se encuentra la revelación de Dios y del hombre, ya que su naturaleza es divina y humana.

Lecturas: Gén. 1:26-27; Rom. 5:14; Ef. 3:11; Heb. 1:3; Hch. 2:22.

Quien conoce a Cristo, inevitablemente conocerá a Dios, pues Cristo es la donación que Dios nos hace de sí mismo, y en él están “escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”(Col.2:3). Por otro lado, Cristo asume al hombre completamente en todas las contingencias de la vida humana (exceptuando el pecado) mostrando el tipo de hombre que Dios se propuso tener desde la eternidad.

I. Cristo: revelación del hombre

Se puede tener un conocimiento espiritual del hombre a la luz de la revelación de Jesucristo. Obviamente, aquí nos referimos a un conocimiento por revelación mediante la fe en Jesucristo, lo cual es una gracia de Dios y por lo tanto no una aprehensión intelectual del hombre.

Ha quedado registrado en la Escritura el testimonio externo de la intención que hubo en Dios desde la eternidad respecto de la creación del hombre. La creación del hombre a la imagen y semejanza de Dios sería la obra maestra de Dios. El hombre sería el reflejo de la imagen, la vida, la autoridad y la gloria de Dios.

En Romanos se nos dice que “el primer Adán es figura del que había de venir”. El que había de venir, es Cristo; de modo que la creación del primer hombre obedece a un modelo eterno que Dios tenía concebido en su corazón. Estaba contemplado que el Hijo de Dios asumiría nuestra humanidad por toda la eternidad. Hoy hay un hombre exaltado a la diestra de Dios que tendrá una imagen de hombre por toda la eternidad, de modo que el primer Adán tenía que ser pensando en lo que sería la humanidad de Cristo en todo sus aspectos. Es decir, Adán fue hecho por causa de Cristo.

El desarrollo del plan eterno de Dios para con el hombre pasa por cuatro etapas: Primero, la creación, segundo, la caída, tercero, la restauración, y cuarto la glorificación o consumación.

La creación del hombre:  El hombre creado para ser “en Cristo” imagen de Dios

Antes de la creación del hombre, Jesús era el unigénito Hijo de Dios; era el Hijo de su amor con el cual se recreaba y deleitaba disfrutando la excelencia de su persona. Dios quiso satisfacer a su Hijo al darle una familia de hermanos semejantes a él donde Cristo sería “el Primogénito entre muchos hermanos.” Para lograr esto, Dios se propuso plasmar su imagen, su vida, su reino y gloria en el hombre; debía crear un hombre agraciado; un ser que fuese más excelente que todos los demás seres creados en todo el universo.

La imagen de Dios no es la imagen de una sola persona sino la imagen de un Dios trino que esencialmente es familia, que tiene una forma o estilo de vivir en una mutualidad de amor, en unidad de Espíritu y de esencia, imagen que nos fue revelada perfectamente en Cristo. La creación del hombre parte con un individuo, pero inmediatamente añade “varón y hembra los creó”, es por eso que cuando el Señor Jesucristo nos trae la imagen de Dios, lo primero que hace es rodearse de doce hombres en los cuales plasmará la imagen de Dios, con su vida, reino y gloria.

La caída del hombre

En la caída se perdió todo. El pecado arruinó la humanidad. La perdición a la que el hombre quedó expuesto, no es tanto la degradación de una vida de vicios y pecados, sino la desgracia de no configurarse en él el propósito eterno de Dios. La caída trajo consigo la muerte. El hombre murió en su espíritu y siguió viviendo con su alma y cuerpo. Cuando los griegos reflexionaron al hombre hallaron que tenía dos partes: espíritu y materia. Tuvieron razón, sólo que lo que ellos llamaron “espíritu” es alma solamente.

A partir de la caída, el hombre fue un ser incompleto; de allí su búsqueda incesante, sumido en una crisis existencial, en que se halla así mismo incompleto, con un vacío insondable. Percibe que se le perdió algo y su desgracia es no poder hallarlo porque lo busca fuera de la fuente por la cual vino a ser.

Restauración

En la restauración de Jesucristo se recupera todo lo perdido. Jesús nos trae de vuelta la imagen de Dios. Él es el árbol de la vida que fue rechazado al principio; el pecado del primer Adán fue no comer de este árbol; pero ahora la bondad de Dios nos trae nuevamente la posibilidad de incorporar la imagen, la vida, el reino y la gloria de Dios.

Nuestro Señor es el primer hombre completo, pues tiene espíritu, alma y cuerpo; de allí su aplomo. Ha sido el más ponderado entre los hijos de los hombres, nadie más equilibrado que él, varón justo y aprobado por Dios. Esto es suficiente para afirmar que él es la revelación del hombre. Todos los que vinieron antes que él fueron hombres incompletos, pues traían el estigma del pecado heredado; mas Cristo no nació de carne y de sangre sino por voluntad de Dios, por lo cual no traía en sí mismo el estigma del pecado y de la muerte. Por eso su vida es estimada preciosa; él es el hombre que Dios siempre quiso tener.

Desde Adán a Cristo, los hombres no conocieron la vida de Dios; sólo supieron de los favores de Dios; pero ahora, no sólo está con nosotros sino que está “en nosotros”. Juan nos dice “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1Jn.5:12) La vida de la que aquí se habla es la vida ‘zoé’.1 Esta vida se encuentra en Jesucristo; de ahí que el que recibe al Hijo, tiene consecuentemente la vida de Dios.

Todo hombre y mujer necesita venir a Cristo para tener vida eterna. A partir de esta experiencia que se obtiene mediante la fe en Jesucristo, la imagen de Dios comienza a ser restaurada en él.

El hombre, que en un principio fue creado para reinar sobre todo lo creado y en todo animal que se arrastra (esto implica ejercer autoridad sobre Satanás), había llegado a ser esclavo del pecado; pero ahora en Cristo Jesús, liberto del pecado, es hecho siervo de la justicia para reinar junto a la iglesia del Dios vivo, sobre el mundo, la carne, Satanás, el pecado y la muerte. No como quien hace guerra contra el enemigo por sí mismo, sino sobre la base de que Cristo ya venció y ha cedido su victoria a los vencedores de la fe.

La glorificación

Quienes han llegado a este punto de su experiencia cristiana tienen recuperada la vida, la imagen y el reino de Dios. A los tales les espera la gloria (consumación), la cual les será dada en la resurrección de los muertos cuando Cristo venga por los suyos en su segunda venida y sea así consumado el eterno propósito de Dios.

II. Cristo: la revelación de Dios / Jesús el Yo Soy

Nuestro Señor Jesucristo es la revelación que Dios nos hace de sí mismo.

Si queremos conocer a Dios de verdad, no podemos depender de nuestros razonamientos o elucubraciones; ¡Cuántas personas opinan con liviandad – yo pienso que… a mí me parece que…! Existen declaraciones indubitables, registrados en Las Escrituras, las cuales son indispensables como rectoras de la fe, y hacemos bien en sujetarnos a ellas para sostener la fe que profesamos, junto con la revelación que Dios nos hace de sí mismo cuando experimentamos la dirección y enseñanza de su Espíritu en nosotros. Algunas de estas declaraciones están registradas en los Evangelios, de los cuales el más completo y contundente es el Evangelio de Juan, sin menospreciar los demás.

Juan nos presenta a Jesús como el “Yo Soy”. Siete veces lo presenta de esta forma. Esto lo asocia con Dios, pues así fue revelado Dios a Moisés en el Antiguo Pacto, como el “Yo Soy”. Cada “Yo Soy” es absoluto y va acompañado de un artículo definido. Yo Soy el pan vivo, Yo Soy la luz del mundo, Yo Soy la puerta, Yo Soy el buen pastor, Yo Soy el camino y la verdad y la vida, Yo Soy la resurrección y la vida y Yo Soy la vid verdadera. En cada una de estas afirmaciones está revelado Dios. Si Jesús no es lo que dice ser, entonces todo es un locura. Pero los que hemos creído, profesamos que Jesús es lo que dice que es. En cada declaración de lo que él es, se encuentra un aspecto de Dios, al mismo tiempo que cada Yo Soy es una expresión de lo que es la iglesia; pues como Jesús declara ser la Luz, no una luz, declara al mismo tiempo que sus redimidos son “la luz del mundo”. Ellos son lo que él es, pues han recibido su vida, su imagen, reino y gloria.

La revelación que Dios nos hace del hombre “en Cristo” es la de individuos participando de un cuerpo. En el plan de Dios no cabe la existencia de una persona individualista.

Jesús nos revela la Trinidad

Jesús no nos dio detalles de la realidad de las benditas personas de la trinidad; pero nos mostró de una manera muy didáctica y sencilla la relación constante y familiar que tenía con el Padre y con el Espíritu Santo.

Tanto es así, que Juan el apóstol, en 18 de los 21 capítulos de su Evangelio, nos presenta la relación intratrinitaria que Jesús mantiene con la Deidad. Aprendemos que Dios no es un ser solo aunque es único en esencia. Aprendemos que el Espíritu Santo estuvo eternamente con el Padre y con el Hijo y que es en él que el Padre y el Hijo se encuentran y se relacionan en una mutualidad de dependencia. Se nos muestra un estilo de vida de perfecta sujeción a la autoridad. Ninguno de los tres hace nada por separado de los otros; cada uno se sujeta al otro, estimando al otro como superior. El Hijo dice que el Padre que le envió es mayor que él, luego se da testimonio que el Padre ha exaltado hasta lo sumo al Hijo y que le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vemos al Espíritu Santo no haciendo nada de sí mismo y llevando toda gloria a Cristo.

Jesús en los días de su carne testificó que no decía nada que no escuchara de su Padre, y no hacía nada que no viera en su Padre. Veamos a Cristo hablando con su Padre y compartiendo la reciprocidad de su calidad de vida, de la cual emana el amor que hace posible la unidad. La unidad de Dios jamás ha sido ni será quebrantada porque es perfecta.

Así, Cristo es la imagen de Dios, y también del hombre, un hombre no individualista, que tiene hoy en la Iglesia, el cuerpo de Cristo, su más certera expresión.

1 En griego la palabra vida tiene tres acepciones: ‘Bío’ referente a la vida biológica, corporal, ‘Psyque’ referente a la vida del alma y ‘Zoé’ referente a la vida increada o eterna de Dios.