Nueve aspectos de la gloria de Cristo en Colosenses.
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, el que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia«.
– Col.1:15-18.
Las palabras destacadas con negrita dejan ver, con toda claridad, la gloria de Cristo en esta epístola a los Colosenses; a las que habría que agregar las siguientes: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (1:27), y «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (2:9).
1. Cristo como la imagen de Dios
La gloria de Cristo es habernos traído la imagen del Dios invisible. Dios es espíritu, y como tal, no tiene una imagen visible. Dios nunca había sido visto por nadie, pues tal cosa era imposible. En el Antiguo Testamento se habla de Dios de manera antropomórfica, al hacer referencias al dedo de Dios, el rostro de Dios, la mano de Dios, de forma simbólica.
Pero Dios se nos hizo visible en Cristo; por lo que Juan nos recuerda palabras que Jesús mismo dijo de sí: «El que me ve, ve al que me envió», o también como Juan nos describe la forma como Cristo mostró a Dios cuando nos dice: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Jn. 1:18); parafraseando este texto diría: «A Dios nadie lo exegetó jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha exegetado».
La palabra exégesis pasó del griego al español tal cual, y es esta palabra la que emplea Juan para explicarnos cómo es que Cristo interpretó a Dios. Cristo es el revelador de Dios, pues en él se reflejó fielmente cómo es Dios. No sólo por las palabras que Cristo dijo de él, sino por sus obras, su conducta intachable, su muerte y resurrección.
Lo grandioso es que en Jesucristo como hombre se haya manifestado visiblemente el poder de Dios, reflejado en las señales que Cristo hacía, en la sabiduría y autoridad con que hablaba –jamás hombre alguno habló como él– y en el cumplimiento del culto hebreo, con sus ofrendas, sacrificios, fiestas, sacerdocio, templo, profecías, shabat – todo lo cual era sombra de la realidad que fue manifestada en Cristo.
En el culto hebreo, Dios se muestra a Israel a través de símbolos, para enseñarle al pueblo cómo acercarse y cómo caminar con él, además de revelar su carácter a través de la ley. Cristo es la realidad de esos símbolos; en él se cumple de manera real la ley y todo lo expresado en el culto hebreo; Cristo es la expresión misma de la ley de Dios.
La cruz es la obra central de Cristo, donde revela la gloria de Dios, al satisfacer la justicia divina conjugándola con el amor de Dios por los pecadores. Justicia y amor se encontraron, se reunieron y se manifestaron como los extremos del carácter de Dios revelado en la cruz de Cristo. Para que Dios fuese comprendido en su justicia, tenía que condenar y castigar el pecado; la humanidad representada en Cristo, fue llevada a la cruz. Cuando Cristo murió, para Dios, el mundo entero fue llevado a juicio. Toda la raza de Adán fue puesta en la cruz; Jesús murió una muerte vicaria. Ese fue el justo juicio de Dios a una humanidad perdida.
Pero la sabiduría de Dios es revelada en Cristo crucificado, pues Dios está haciendo una transacción de la justicia divina; él está transfiriendo el castigo que merecía la humanidad a Cristo crucificado, al mismo tiempo que por la justicia de Cristo –el cual fue inocente de toda culpa– transfiere justicia a todo aquel que cree en el Hijo de Dios, a todo aquel que recibe la abundancia de la gracia y el don de la justicia de Dios. En la cruz de Cristo se muestra el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria, y la alabanza de Dios. Siete virtudes, de las cuales se dice en Apocalipsis, que el Cordero inmolado es digno de tomarlas. O sea que la gloria de Dios, es la gloria del Cordero. Por todo esto y mucho más, Cristo es la imagen del Dios invisible.
2. Cristo, el primogénito de toda creación.
La palabra «primogénito» tiene dos sentidos: uno se usa para designar lo que va en primer lugar, y el otro para señalar al primer nacido. Pablo está refiriéndose a Jesús en esta ocasión, como el primero de la creación, dando a entender que Cristo es la causa por la cual fueron hechas todas las cosas –«porque en él fueron creadas todas las cosas»– y esta expresión lo excluye a él, siendo él mismo el autor de toda creación.
Las preposiciones «de», «por» y «para» son indicadores del origen, sustento y fin de todas las cosas. La preposición «de» indica la procedencia de las cosas; la preposición «por» refiere cómo se sustentan las cosas y la preposición «para» señala el objetivo con que fueron hechas las cosas. Estas preposiciones las encontramos a lo largo de todas las Sagradas Escrituras referidas al Padre, otras veces al Hijo y otras veces al Espíritu, indicando que es Dios –el Dios trino– en quien se originan todas las cosas, asimismo en él se sustentan y encuentran su objetivo final. «Porque de él, por él, y para él, son todas las cosas» (Rom. 11:36). Esta frase que hace referencia a la gloria de Dios, en Colosenses se refiere a la gloria de Cristo, lo cual comprueba la afirmación en cuanto al uso de estas preposiciones en toda la Biblia referidas al Dios trino.
3. Cristo es antes de todas las cosas
Esta afirmación confirma más aún la gloria de Cristo en cuanto a su eternidad, pues «él es antes de todas las cosas» quedando excluido de las cosas creadas, siendo copartícipe, junto al Padre y al Espíritu Santo en la autoría de todas las cosas que fueron creadas. Este es el verdadero sentido de la asignación a Cristo como el primogénito de toda creación.
4. En Cristo subsisten todas las cosas
La preposición «por» es referida a Cristo con mayor frecuencia en toda la Biblia, pues en el anticipado y determinado consejo de Dios, la convergencia de todas las cosas que están en los cielos y en la tierra fue asignada a la persona de Cristo. Dicho de otro modo, la reunión de todas las cosas bajo Cristo como cabeza de todo el universo, fue una determinación tomada antes de todas las cosas. Todo se resume en Cristo, todo converge en él, debido a la gestión redentora en la cruz del Calvario, donde la autoridad del reino de Dios quedó reivindicada de la rebelión de los ángeles caídos y la del hombre allá en el huerto del Edén; por lo que Dios le ha dado gloria exaltándolo a lo sumo, constituyéndolo heredero del universo. Siendo Cristo el eje central donde converge toda la creación de Dios, no puede ser más glorioso de lo que ya es.
Sin la mediación de Cristo en la cruz, el Espíritu Santo no podría haber descendido de los cielos a la tierra para conducir a los redimidos a la gloria; el Padre no habría cumplido su eterno propósito de compartir su vida, reino y gloria a través de Cristo con su creación; por lo que la sustentación de todas las cosas descansa en la mediación de Jesucristo.
5. Cristo la cabeza del cuerpo que es la iglesia
Cristo participa de la creación. Como hombre, es nacido de mujer, pasa por todas las contingencias de la naturaleza humana: es engendrado por el Espíritu, nace como nacen todos los bebés, crece en toda sabiduría, estatura y gracia para con Dios y los hombres, trabaja para el sustento de su familia, se le ve sufrir, llorar, comer, cansarse… es decir, asume todo lo que el ser humano es, excepto el pecado, pues en él no se halló maldad ni engaño.
Todo lo dicho en el párrafo anterior, es para exaltar la obra maestra de la creación, la cual es el hombre que Dios siempre quiso tener. La encarnación del Verbo de Dios no se debe solo al pecado, y por lo tanto, tampoco corresponde solamente a la redención; de lo contrario, Dios habría quedado sujeto a un cuerpo humano por toda la eternidad, únicamente por causa del pecado del hombre. El primer hombre fue creado teniendo presente la imagen del que había de venir, el cual es Cristo; y la creación de ese hombre es anterior al pecado. Dios no creó al hombre para que cayera, lo creó para que fuese un reflejo de su imagen, imagen que estaba concebida desde la eternidad; por lo que Dios siempre supo que él sería manifestado en carne.
La forma de asumirlo habría sido diferente a lo visto en la redención, pero igual se habría encarnado, pues su voluntad era esa desde la eternidad. Esa forma diferente, habría sido a través de una comida verdadera y correcta. Era por comer a Cristo, el árbol de la vida, a través del cual el hombre habría incorporado la imagen de Dios, y ese árbol dejaría de ser un misterio para revelarse por completo en la incorporación de la imagen del hombre. La redención no es un fin, sino el medio por el cual Dios continúa con su eterno propósito de revelarse divina y humanamente en Cristo. Cristo habría tenido iglesia sin redención, si el hombre del principio hubiera comido de su fruto. La iglesia vino a través de la redención, no como un plan de último minuto, sino porque tener una familia conformada a su imagen era el deseo de Dios desde la eternidad: la creación de una familia con quien compartir su reino, su vida y gloria.
Ahora sabemos que ese hombre que Dios siempre quiso tener, es Cristo y su iglesia, siendo Cristo la cabeza y la iglesia su cuerpo. Fue por una comida equivocada que vino la desgracia de perder la imagen de Dios; fue por una comida verdadera que vino la restauración de la imagen de Dios; de esto da señales la Santa Cena, donde los cristianos manifestamos, como cuerpo de Cristo, nuestra unión con él, siendo Cristo la cabeza del cuerpo que es la iglesia.
6. Cristo como el primogénito de entre los muertos
Esto significa que Cristo es el primero en resucitar para no volver a morir nunca más. La fiesta de las primicias, en Israel, conmemoraba la siega de los primeros frutos de la tierra. Se celebra el hecho de que el grano de trigo, después de haber caído en tierra y haber roto su cáscara para dejar liberada la vida de su interior, ha dado como fruto la multiplicación de muchos granos. Jesús usó esta metáfora para referirse a su muerte y resurrección. La muerte de Cristo es una muerte fecunda y fructífera, pues de la misma manera como el grano partido bajo tierra da lugar a la vida, así mismo Cristo, con su muerte, liberó la vida de resurrección impartiéndola a sus redimidos. Nosotros celebramos una continua fiesta de primicias, esperando aquel día glorioso en que los muertos en Cristo serán levantados y los que vivan serán transformados.
7. Cristo preeminente
Esta frase referida a Cristo demuestra una vez más en esta exposición, la supremacía y centralidad de Cristo en el pináculo del universo de la creación de Dios, señalando la gloria de Cristo, en las cosas creadas, sean estas visibles o invisibles, sean tronos, dominios, potestades, principados – todo converge en él. Esto no significa que Dios se quede sin gloria por haberla dado a Cristo, pues el Padre ha sido glorificado por el Hijo y el Hijo por el Padre en el Espíritu Santo.
8. En Cristo habitó la plenitud de Dios
Esta expresión, señala que en la encarnación Cristo no está solo, aunque de los tres, es el Hijo quien ha sido encarnado; pero le acompañan en comunión de vida y propósito, el Padre y el Espíritu Santo. Sin embargo, Cristo encarnado rehúsa la forma de Dios como cosa a que aferrarse, y se despoja de sí mismo, es decir, que en la encarnación, sin dejar de ser Dios, prefiere anonadarse (hacerse nada) para manifestar en la forma humana la plenitud de Dios.
Nunca se debe confundir las personas de la Trinidad, ni separar la sustancia de Dios, pues lo que vemos en el Padre, lo vemos en el Hijo y en el Espíritu Santo de la misma forma. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siendo un conjunto, una familia, comparten una igualdad de sustancia viviendo en perfecta unidad. Por esta razón, Cristo, en los días de su carne, nunca vivió separado del Padre, manifestando esa unidad por el Espíritu en todo momento y acción.
9. Cristo en vosotros la esperanza de gloria
La gloria de Dios es uno de los aspectos de la imagen de Dios, cuando el pecado no existía, la creación de Dios contemplaba y reflejaba la gloria de Dios. El hombre fue creado para lo mismo. Esto es lo que nos dice Pablo en el capítulo 1:3-14 de Efesios, que el Padre nos escogió para la alabanza de su gloria, que el Hijo nos redimió para la alabanza de su gloria y que el Espíritu Santo nos selló para la alabanza de la gloria de Dios.
En la caída, nos tornamos oscuros; la separación de Dios nos apartó de su gloria. En el huerto, el hombre conversaba con Dios cara a cara; cuando pecó, se escondió, asumió la conciencia de su desnudez, perdió la cobertura de Dios; el vestido que Dios le había puesto era el de la gloria de Dios; al caer en pecado, perdió la gloria de Dios.
Al intentar recuperar la cobertura (el vestido), teje un delantal de hojas de higuera. Esto a Dios no le agrada, pues recuperar la gloria será un largo camino a través de la cruz. Dios le da la primera lección de redención al sacrificar un cordero y vestir la desnudez con la piel del animal inocente. La inocencia del cordero le es transferida al pecador y la culpa del pecador le es transferida al cordero inocente. Es una acción de Dios la que salva y no lo que el hombre puede hacer.
El tema de la cobertura de Dios lo encontramos extensamente difundido en toda la Biblia. La desgracia más grande del ser humano es quedar al descubierto de la gloria de Dios y la gloria más grande es morar bajo su cubierta.
La redención nos pone en el camino de regreso a la gloria, en un continuo mirar a cara descubierta la gloria del Señor. Mediante esa contemplación de su gloria, es que somos transformados en su misma imagen por el Espíritu Santo de Dios. La justificación es el inicio, y la santificación, a través de la cruz cargada día a día, es el camino de regreso a la gloria. Sin cruz no hay gloria; amar la gloria de los hombres es despreciar la gloria de Dios.
Muchas veces tomar la cruz significará perder la gloria humana. Necesitamos aprender que sin cruz no habrá gloria; por lo que necesitamos valorar la cruz, al punto de gloriarnos en la cruz de Cristo. Toda gloria que no pasa por la cruz, es completamente vana y no tiene otro fin que extinguirse en las tinieblas. Es Cristo en nosotros la esperanza de gloria; es su vida impartida en nuestro espíritu la que nos lleva de gloria en gloria, aunque para eso nos hará pasar por el fuego y por el agua; no obstante, el fuego no nos quemará y el agua no nos anegará.