Es aceptado por la iglesia el hecho de que Juan es el último de los apóstoles, y también el apóstol de la restauración. Sus escritos, principalmente Apocalipsis, muestran claramente la decadencia de la iglesia del Señor.
Las iglesias en Apocalipsis, como enseñan algunos hermanos, pueden ser vistas en forma horizontal, como iglesias de aquella época, y en forma vertical, representando los períodos vividos por la iglesia del Señor desde el primer siglo hasta los días de Su venida.
Tanto los últimos escritos de Pablo, como las cartas de Juan y el Apocalipsis, hablan de algo que la iglesia había perdido de vista y de hecho: Cristo. Paulo dice algo muy serio en 2 Corintios: «¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?» (13:5). Juan, cerca de treinta años después, escribe el Apocalipsis por revelación del Señor Jesús y dice a la iglesia en Éfeso: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor» (2:4).
Había obras, trabajaban en el nombre del Señor y no se cansaban; tenían paciencia, pero habían dejado el primer amor, habían dejado las primicias: Cristo. Por lo visto, las obras y los trabajos se volvieron más importantes que el propio Señor. Laodicea muestra claramente dónde estaba el Señor en la iglesia de aquel tiempo: del lado de afuera.
Las iglesias de Apocalipsis empiezan por Éfeso y termina en Laodicea. Esto nos muestra que la iglesia del Señor empezó con la pérdida del primer amor y terminó con la pérdida del propio Señor. Según ellos, eran ricos, no tenían necesidad de nada; pero eran miserables, pobres, ciegos y desnudos del Señor Jesús.
Ese es el retrato de la iglesia del Señor desde el primer siglo. Por eso, Juan describe con mucho énfasis en sus cartas algo que es primordial en un cristiano: el nuevo nacimiento por la presencia de Cristo en nosotros. Este es el testimonio de Dios, dice él, y quien no cree en el testimonio de Dios, hace a Dios mentiroso. Quien tiene al Hijo –viviendo en nosotros– tiene la vida; quien no tiene el Hijo de Dios, no tiene la vida (1 Juan 5:9-12).
Ellos pueden tener un gran nombre, una gran obra, riquezas, trabajos, paciencia, todo aquello en lo cual un hombre se puede gloriar; pero quien no tiene al Hijo, no tiene la vida. Tiene nombre de que vive, pero está muerto, como dice el Señor a la iglesia en Sardis. Continúa muerto en sus delitos y pecados, y su fin es la segunda muerte.
Juan hace muchas afirmaciones serias contra aquéllos que confiesan ser cristianos, diciendo: Aquél que es nacido de Dios no vive en la práctica del pecado … ama al que de Él es engendrado … da su vida por el hermano … vence al mundo. Juan aún afirma que aquél que conoce a Dios anda en la luz, guarda Sus mandamientos, y no aborrece a su hermano. De lo contrario, es un mentiroso; nunca vio ni conoció a Jesús (1 Juan 2:6).
Estamos viviendo tiempos de restauración, y es bueno que atendamos a lo que dejó escrito el apóstol de la restauración inspirado por el Espíritu Santo. Juan aún escribe: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».
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