La Escritura dice que, cuando el Señor Jesús traspasó los cielos, todas las cosas fueron sujetas bajo sus pies. Él es el Rey y Señor de todas las cosas. Luego, el Padre –después de haber sujetado todas las cosas debajo de sus pies– “lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef. 2:22). ¡A la iglesia!
Esto nos indica que la relación que hay entre Cristo y todas las cosas es diferente a la relación que existe entre él y la iglesia. Es Rey y Señor, él gobierna y domina sobre todas las cosas; mas, con relación a la iglesia, él no solo es Rey y Señor, sino también es su Cabeza.
Una cabeza siempre está vinculada a un cuerpo, y es inseparable de su cuerpo. Así Cristo, la Cabeza, se unió a la iglesia, para expresarse a sí mismo a través de su cuerpo que es la iglesia. La iglesia está unida íntimamente a Cristo de una manera en que nada más está unido a él. Separada de Cristo, la iglesia no tiene razón ni propósito. Ahora el Señor, en los cielos, está unido a su cuerpo sobre la tierra, y él, entonces, tiene con qué manifestarse y llevar adelante sus propósitos a través de la iglesia.
Al convertirse en la Cabeza, de algún modo el Señor Jesús se restringe a sí mismo y queda atado a su iglesia. Ahora él necesita de aquella que es su cuerpo para llevar adelante el propósito eterno de Dios. El propósito de Dios es que Cristo lo llene todo. En el cielo, todo está lleno de él; pero, en la tierra, aún el mundo está bajo el maligno. En los cielos, Cristo reina, y en la tierra, él reinará, expresando la plenitud de sí mismo, por medio de la iglesia.
En cierto sentido, él escogió depender de la iglesia para el cumplimiento de sus propósitos. A nosotros, esto nos parece muy arriesgado. ¿Usted pondría su confianza en los hombres? No, ¿verdad? Entonces, ¿él actúa así porque él cree en los hombres? No. Él sabe cómo somos. Pero él sabe que su gracia, su poder, su misericordia, su amor y su bondad para con nosotros, finalmente logrará el cumplimiento de su propósito.
El propósito de Dios se cumplirá por medio de la edificación de la iglesia. Cristo edificará la iglesia, llenándola de sí mismo. Y, una vez que la iglesia sea llena de él, entonces ella lo llenará todo de él. El Hijo es el resplandor de la gloria del Padre, y la iglesia será asimismo el resplandor eterno de la gloria del Hijo, “por todas las generaciones”.
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