Los afectos han sido puestos por Dios para vivir amplia y generosamente su voluntad.
Cuando leemos los evangelios nos damos cuenta que Jesús era el hombre perfecto, un hombre que era capaz de percibir la vida con todos sus matices, capaz de sentir y expresar sus afectos de manera nítida y espontánea, sin por ello excederse y dañar a quienes le rodeaban. Él fue capaz de airarse sin perder el control, capaz de percibir la sensibilidad de las personas, aún de los más pequeños, sensibilidad que muchos de nosotros pasamos por alto.
Una familia en particular
En los Evangelios vemos al Señor con un interés muy especial por una familia, un interés de amor hacia unos amigos muy íntimos, que no eran exactamente los discípulos que nosotros conocemos –me refiero a los apóstoles–, sino una pequeña familia en la cual él era acogido y con quienes estableció un vínculo de amor muy estrecho. Ellos eran Marta, María y su hermano Lázaro.
Juan capítulo 11 muestra la resurrección de Lázaro. Voy a leer sólo algunos versículos, para hacer notar las expresiones afectivas del Señor por estas personas
Juan 11:1 dice. «…estaba enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana… Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús. Señor, he aquí el que amas está enfermo». Noten con qué propiedad Marta y María mandan a decir al Señor: «El que amas está enfermo…». ¿Qué actitud habrá tenido el Señor con Lázaro como para que las hermanas con tanta propiedad, mandaran a decirle: «Mira Señor, el que amas está enfermo»? hay algo escondido en estas expresiones. ¿Qué es sino que Marta y María sabían que el Señor les amaba? Estaban convencidas de su afecto, especialmente hacia Lázaro, que aparentemente era el menor de los hermanos. Ellas eran testigos de su amor, lo que las movió en la aflicción a llamar a Jesús con tanto derecho.
Marta, María y Lázaro eran una familia muy amada. Vivían en una aldea cerca de Jerusalén, escondida detrás del torrente de Cedrón, cerca del huerto de Getsemaní. En esta casa el Señor tenía un lugar donde descansar, en este ambiente el Señor era recibido y atendido. Un plato de comida le esperaba después de una fatigosa travesía por Jerusalén. En este ambiente había comunión, tal vez había un mate, pan amasado, una sopa caliente o una simple comunión fraternal. Pero seguro había amor, afecto, reciprocidad.
Hay un proverbio que dice: «Mejor es la comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio» (15:17). Yo creo que este es el principio que regía la comunión en esta casa.
Fíjese en el versículo 5: «Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro». De pocas personas se dice esto respecto del Señor. «El Señor los amaba». La Escritura los individualiza, y lo deja escrito. Como cuando también dice respecto de los discípulos en el capítulo 13: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó, hasta el fin».
Había una intencionalidad física, emocional y espiritual del Señor para expresar algo hacia el otro. Hay algo que se veía en el Señor, por lo cual las personas decían: «Este hombre ama a la gente». Jesús amaba a Marta, María y Lázaro, les consideraba sus amigos. De hecho, así está escrito. Fíjense en el versículo 11:11: «Dicho esto, les dijo después –a los discípulos–: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle». «Nuestro amigo». ¿A quién podrías tú llamar «amigo»? Uno es muy selecto con sus amigos. Fíjense, el Señor dice allí: «Nuestro amigo Lázaro». ¡Qué afecto, qué consideración al llamarle su amigo!
En el versículo 32, y en el 35 se observa una evidente conmoción de los afectos de Jesús. «María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró». Jesús se estremeció profundamente. Su alma compasiva percibió la angustia de sus amigos, y muy internamente dentro de su ser, de sus entrañas, hizo eco el dolor de la pérdida. Conmovido, lloró. Todo su ser se sintió, aún cuando sabía que aquello era circunstancial.
Noten lo que dice después. Versículo 36: «Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba». El amor se hace visible a través de los afectos. Jesús lloró, no tuvo miedo en mostrar afecto por las personas, y en especial por algunos, cuando su corazón se prendió con ellos. Seguramente, en las tertulias que tenía el Señor con la familia de Lázaro conversando hasta altas horas de la noche, su corazón se fue ligando, se fue entregando, se fue ensanchando. Así como las relaciones que se dan aquí entre nosotros, cuando conversamos, compartimos, nos reímos, nos alegramos, cantamos, oramos, nos buscamos y nos abrazamos. ¡Qué maravilloso! Esto se da en la iglesia viva del Señor.
Hermano, hermana, no tenga miedo a expresar sus afectos; no tengan miedo a necesitar del otro. Los afectos han sido puestos por Dios para vivir amplia y generosamente su voluntad. Están para el servicio del corazón del Padre. Noten qué mal enseñados estamos los varones, cuando desde pequeños se nos instruye a no llorar, a desconfiar, a evitar sufrir por otro; estamos tremendamente mal educados, porque cuando chicos nos dicen: ‘Los hombres no lloran’. ¿Has escuchado esto alguna vez? ¡Qué equivocación más grande! En consecuencia, vivimos en una sociedad reprimida, apretada, desconfiada, que no nos permite dar sin esperar recibir. ¡Oh, Jesús daba y se entregaba una y otra vez sin descansar!
La delicadeza del Señor
En los Evangelios se puede ver muchas veces el afecto delicado del Señor en cosas que nosotros pasamos por alto, pero que sin lugar dudas son detalles muy importantes cuando evaluamos lo práctico del amor. Fíjense en Juan capítulo 21. Es una de las apariciones del Señor después de su resurrección. Versículo 3 «Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No…». Versículo 9: «Al descender a tierra –los discípulos– vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan». ¡Qué amor más práctico, qué afecto, qué delicadeza, qué atención, qué preocupación! Llegaron los discípulos fatigados de haber pescado toda la noche, ¿y el Señor qué hizo?, les tenía desayuno con pescado a las brasas, y pan.
Veamos otro pasaje. Juan capítulo 2. Versículo 13: «Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto… ». Si observamos la escena con atención, Jesús aun en medio de su celo, no perdió el control. Noten, no dio vuelta las mesas de las palomas. Todo lo material sufrió su ira, pero al ver las palomas sólo mandó quitarlas; las preservó, tal vez porque las palomas son símbolo de paz, y sobre todo del Espíritu Santo. Una delicadeza, una sensibilidad más a destacar.
¿Recuerdan ustedes el pasaje cuando venía de vuelta la comisión de los setenta? Todos contentos le dicen: «Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre». Dice la palabra, que el Señor se regocijó en espíritu, y dijo: «Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas, de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños». Esa palabra, «se regocijó», en el original griego, es como que aleteó, se levantó y alzó su cuerpo. Corporalmente, manifestó su regocijo. Tuvo un éxtasis de alegría al ver la buena voluntad de Dios para los hombres.
También en el evangelio de Marcos vemos otra conducta admirable del Señor. Esta vez de misericordia 1:40 «Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano…». ¿Qué hizo? Le tocó; el Señor satisfizo el corazón del leproso no sólo sanando su cuerpo, sino también su alma dañada por la exclusión. Tuvo la sensibilidad y valentía de tocarle. ¿Y qué le dijo? «Quiero, sé limpio». ¿Se da cuenta que el Señor puede interpretar las situaciones, conocerlas, ver lo que hay en el corazón de las personas y saciarlo? El ve lo que hay más allá de las palabras. Tocó al leproso diciéndole. «Quiero, sé limpio».
¡Cristo está en la iglesia. Cristo está en ti y está en mí! Nosotros somos el cuerpo de Cristo. «Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí». Nuestra salvación es un canje, un canje de vida; Dios saca mi vida y pone la de su Hijo. Ahora, Otro vive en mí, de manera que ahora yo debo dejarme llevar por su vida, entregarme a ella, conocerla, dejar que ella brote y surja en mí. Para expresar así los afectos de Dios en la comunión los unos con los otros.
Amor entrañable
Por eso, 1ª de Pedro, hablando de la salvación, dice en capítulo 1 versículo 22: «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro».
En cierta ocasión cuando mis hijos eran muy pequeños, les hice una pregunté: «¿Dónde vive el Señor?». Sinceramente esperaba que me dijeran que en sus corazones o tal vez en el cielo. Sin embargo, uno de los más pequeñitos me sorprendió con su respuesta diciendo, en la ‘guata’ (abdomen o panza). Claro, todos nos reímos. Pero este pequeño en cierta forma estaba diciendo una verdad incuestionable, pues el amor nace de las entrañas. El amor es como retorcijones que sientes desde adentro, como los dolores de parto, de lo profundo, de la ‘guatita’.
¿Por qué amarse entrañablemente? Primero, porque debe ser una experiencia real y cercana desde el interior del hombre. Y segundo, porque a veces amar es doloroso. Porque a veces, amar a otro que no se lo merece, nos causa dolor. No en vano la Escritura dice: «El amor es sufrido», va hacia el otro sin esperar recibir. No busca lo suyo. Es decir, es como un dolor abdominal, como un retorcijón. El amarse es un mandamiento, el mismo que nos dio el Señor Jesucristo, en Juan capítulo 13. «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros».
En Jesús, el amor era observable. La gente decía: «Miren cómo le amaba». O sea, la gente era capaz de observar que Jesús amaba a los tales. ¿Cómo se cuantifica ese amor? Si tuviésemos que medir el amor respecto de los unos a los otros, ¿cómo puedo medirlo? Esta es una pregunta que debiéramos hacernos todos, cada uno de nosotros: ¿Cómo yo interpreto que tú me amas? ¿Cómo tú interpretas que yo te amo? ¿Cómo podemos ayudarnos en esto de amar? Dice la palabra en Hebreos 10:24: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras».
Lo que yo quiero que quede en el corazón de la iglesia hoy es ver que el amor es algo más allá de un concepto; el amor es más que un principio, que un valor; el amor es la vida del Hijo en nosotros. Es práctico, es medible, es observable. ¡Bendito es el Señor! Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.
1ª Juan 3:13: «Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida – ¿en qué?– en que amamos a los hermanos». Juan no dice que el testimonio de pasar a la vida es que hemos vivido una experiencia de conversión extraordinaria, que tenemos una confesión de fe inconmovible, ni un cúmulo de doctrinas sólidas, sino:«…en que amamos a los hermanos». O sea, esto es observable. Agrega «…el que no ama a su hermano permanece en muerte.Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida». «Y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanentemente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas –¿por quién?–por los hermanos».
Qué práctico es Juan, tremendamente práctico. También dice: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad». ¿Se da cuenta que el amor es medible?
El amor se expresa a través de los hechos. El amor ágape fundamenta el amor entre los hermanos, evidenciándose en hechos, en acciones, en actitudes, en atenciones, en servicio, en dedicación. Esto es el amor fraternal.
Pablo advierte a la iglesia en 2ª Timoteo, y en Romanos acerca del cambio del carácter de los hombres en los últimos tiempos. Dice que éstos serán «sin afecto natural». Es como que irán perdiendo esta sensibilidad, la atención, el apego natural a los suyos. Cuando nace un bebito, hay un apego natural al pecho de su madre, al seno familiar. Es una atracción emocional de subsistencia, una fuerza que los une. Muy bien, Pablo dice: los hombres irán perdiendo esto cada vez más. En las grandes ciudades las personas se ensimisman, se rodean de rejas, de murallas y viven vidas separadas e independientes. Las civilizaciones se están construyendo así, la modernidad va haciendo que las personas no tengan ninguna relación con nada ni con nadie, sólo consigo mismas, ni aún con sus propios hijos. Sin afecto, van perdiendo la capacidad de amar.
Amor en medio del conflicto
Voy a terminar con unos pasajes en la epístola a los Corintios. El apóstol Pablo tuvo tensiones con algunas iglesias, y especialmente con los hermanos en Corinto. Él amaba entrañablemente a los hermanos. Pero había cierta dificultad en la relación.
¿Cómo resuelve Pablo el conflicto? Veamos 2ª Corintios 7. Decidido, presenta un reproche de amor. Les confronta a recibirlo, dando testimonio con sus hechos. Dice «Admitidnos; a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado». «No lo digo para condenaros; pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir y para vivir juntamente». Esto es una declaración de amor. A aquellos que no deseaban verle y a quienes le cuestionaban, les dice: les tengo en mi corazón para vida o para muerte. ¡Se fijan! Pablo no tuvo miedo en expresar su afecto. Corrió el riesgo del que ama.
Continúa hablándoles: «Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me glorío con respecto de vosotros; lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones. Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra solicitud por mí, de manera que me regocijé aun más» (v. 4, 5, 7).
En esos momentos de tensión, qué bien hacen aquellos que llevan buenas noticias. Tito hizo de intermediario entre él y la iglesia, de esta manera consoló el corazón cansado y atribulado del apóstol. Pablo se regocijó con el informe de Tito.
Necesitamos a Titos en la iglesia; hermanos que lleven buenas noticias. Que vengan y te digan lo bueno de los hermanos. Que traigan comentarios que ayudan a la afectividad, al amor mutuo, a la estimación. Qué malo que haya aquellos que llevan malas noticias, murmuraciones, chismes etc., que sólo causa división y desamor. ¡Practiquemos buenas obras que estimulen al amor!
Fíjense en el último versículo, 6:11: «Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado. No estáis estrechos en nosotros, pero sí sois estrechos en vuestro propio corazón. Pues, para corresponder del mismo modo (como a hijos hablo), ensanchaos también vosotros» (v.11-13). Hermanos, ensanchemos el corazón.
Por último, en la misma carta, en el versículo 2:12, Pablo da muestra de una increíble dependencia espiritual de sus compañeros en la obra. La necesidad de ver a Tito sobrepasó sus múltiples actividades, quedando demostrado que la relación de amor entre los hermanos es una necesidad espiritual. «Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito; así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia».
Hermanos, necesitémonos, busquémonos, llamémonos, hablemos bien los unos de los otros. Tengamos actividades juntos, invitémonos, relacionemos a nuestros hijos, comamos juntos, sirvámonos los unos a los otros. Somos la familia de Dios. Dios nos ha puesto con hermanos y hermanas preciosas, con familias preciosas, para cuidarnos los unos a los otros, para querernos. Dios nos puso aquí; Dios te sembró allí donde estás. ¡Qué bueno es que no nos ha dejado solos! Yo quisiera que valoremos esto; de verdad lo valoremos. Yo llevo, con algunos hermanos, más de veinticinco años de comunión y de servicio juntos en el Señor. No despreciemos estas relaciones que Dios ha provocado. Mira a tu alrededor, mira a aquellos que te han acompañado por tanto tiempo, tenlos en gran estima, pues Dios los puso allí. Dios nos puso para amarles y para amarnos.
«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35).
(Síntesis de un mensaje impartido en el Retiro de Rucacura, en enero de 2009).