Todo escriba docto en el reino de los cielos saca de su tesoro cosas viejas y cosas nuevas
El valor de la palabra de Dios (Salmo 119)
El salmista, en el salmo 119, no escatima elogios para valorar el consejo y la palabra de Dios. Usando diversos sinónimos, como testimonios, estatutos, ley, mandamientos, palabra, engloba con ellos todo aquello que ha salido de la boca de Dios.
Un hombre que verdaderamente ama a Dios encontrará, tarde o temprano, en este salmo las palabras precisas para su oración, sea de contrición, de meditación, de consagración, de gozo o de exultación. ¡Qué sensibilidad! ¡Qué conocimiento de Dios y de sí mismo se refleja aquí! ¿Cuántas veces hemos hallado en él promesas que nos han sacado de la zozobra, o la guía feliz para nuestro torpe caminar?
Y entonces, los elogios a esas palabras de la boca de Dios, abundan. Una primera línea encomiástica se traza comparando la Palabra de Dios con las riquezas, a las cuales aventaja. Es más valiosa que toda riqueza (14), más que millares de oro y plata (72), más que el oro muy puro (127). Es la verdadera heredad de un creyente (111) y el gozo de su corazón (14, 111, 162). Es su delicia (24, 92, 143, 174), más dulce que la miel (103).
También la Palabra es lámpara que alumbra (105, 130), es consejero (24), es consuelo (50). La palabra es recta (128), es sabiduría para los simples (130), es sumamente pura (140), es verdad (160), es justicia (172). La Palabra aun se transforma en cánticos para el salmista (54).
¡Oh, que la palabra de Dios llegue a tener este valor también para nosotros, así no seremos confundidos, ni engañados, ni nos desalentaremos hasta la incredulidad! ¡Que la Palabra abunde, para que la iglesia esté sana, vigorosa, victoriosa!
¡Oh, Señor, danos tu Palabra, y danos la capacidad de apreciarla, retenerla y servirla a tiempo a tus amados! Para que no haya hambrientos en tu Casa.
Dos clases de ministros (Mateo 25:45,48-51)
En Mateo 24 se mencionan dos tipos diferentes de siervos de Dios: Un siervo “fiel y prudente”, y un siervo “malo”. Ellos representan dos tipos de ministros de la Palabra. Ambos han sido dejados en la casa de Dios para que sirvan a sus consiervos mientras dura la ausencia de su Señor. Sin embargo, la actitud de estos dos consiervos difiere mucho.
“¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?” (24:45). “Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente …” (24:48-51).
El primero se caracteriza por que da el alimento a tiempo a sus consiervos. En tanto, el segundo golpea a sus consiervos y hace fiesta con los borrachos. El primero se preocupa de cumplir la voluntad de su Señor, cual es alimentar a los de casa, hacerlo bien y con diligencia, porque la voluntad de Dios es que sus ovejas y sus corderitos estén bien alimentados.
En cambio, el siervo malo, al ver que el Señor se tarda en venir, pierde el temor y comienza a golpear a sus consiervos. Él toma la Palabra de Dios y la usa no como lo que es –alimento– sino como una vara para golpear. A él no le preocupa alimentar, alentar o consolar, sino ejercer autoridad sobre sus consiervos.
No sé si usted ha podido ver con cuánta frecuencia se suele hacer esto en medio del pueblo de Dios. Cuántas ovejas quedan lastimadas y dolidas, por efecto de verdaderas golpizas realizadas en el colmo de su celo (pero no el de Dios), por ministros como este siervo. Pero usted ha podido ver también cómo un genuino ministerio de la palabra puede saciar la sed y alimentar eficazmente al pueblo de Dios.
¿A quién imitará usted?