Cosas viejas
Comprometiendo al Señor
(Para que dé el segundo paso)
En este salmo hay doce paralelismos que consisten en que el salmista pide (y aun exige) a Dios algo basado en algún mérito propio. Es decir, “por causa de que he hecho esto, tú haz esto otro”.
Hay aquí un caminar en justicia que lleva al salmista a hacer una especie de transacción con el Señor. Esto hace recordar a Abraham intercediendo por Sodoma, y también al Señor comprometiéndose con el profeta Isaías con aquella expresión: “Mandadme acerca de mis hijos” (45:11).
Esta es una forma de oración de autoridad y revela un profundo conocimiento e intimidad con Dios.
1. Con todo mi corazón te he buscado … no me dejes desviarme de tus mandamientos (10).
2. Tus testimonios he guardado … aparta el oprobio y el menosprecio (22).
3. Me he apegado a tus testimonios … no me avergüences (31).
4. He anhelado tus mandamientos … vivifícame (40).
5. En tus juicios espero … no quites de mi boca la Palabra de verdad (43).
6. Tus mandamientos he creído … enséñame buen sentido y sabiduría (66).
7. Tu ley es mi delicia … vengan a mí tus misericordias (77).
8. He buscado tus mandamientos … sálvame (94).
9. De tu ley no me he olvidado … líbrame (153).
10. Amo tus mandamientos … vivifícame (159).
11. Tus mandamientos he escogido … socórreme (173).
12. No me he olvidado de tus mandamientos … busca a tu siervo cuando me extravíe como oveja (176).
Resulta osado y aun contrario a la humildad orar así. Pero bienaventurados son quienes lo pueden hacer, porque también es conforme a la Palabra.
Cosas nuevas
El oír con fe
Los apóstoles dijeron en cierta oportunidad al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor no les concedió la petición, sino que les dijo que si tuviesen fe como un grano de mostaza podrían hacer que un sicómoro se plantase en medio del mar.
Y es que la fe, si bien es un don de Dios recibido como una gracia inmerecida, tiene un soporte. Y hay, además, un orden, un proceso.
En Romanos 10:17 se da la clave acerca de cómo es concedida y aumentada la fe. Allí dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Este proceso comienza cuando Dios habla. Todo comienza en Él. Luego, el hablar de Dios produce la capacidad de oír, y como consecuencia de ese oír tan particular, viene la fe.
No es simplemente por escuchar la palabra que viene la fe. El Señor solía decir: “El que oídos para oír, oiga”, lo cual significaba que no todos verdaderamente dispuestos para oír.
Cuando Pablo fue a Filipos por primera vez, compartió la palabra a unas mujeres que se habían reunido para orar junto al río. Una de éstas era Lidia, a quien “el Señor abrió el corazón … para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). Pablo hablaba y Lidia, simplemente, escuchaba. Pero de pronto ocurre algo extraordinario: su corazón fue abierto para que estuviese atenta a la Palabra. Ese fue el oír que generó la fe en Lidia. Eso es oír de verdad la palabra, y ese oír genera la fe que salva y que es aumentada cada vez que este proceso es realizado.
Así que la fe viene cuando Dios habla por su Palabra, y esa Palabra despierta una atención, un interés inusitado, y como consecuencia de ello, se suscita la fe en el corazón del hombre para creer lo que Dios dice.
Los apóstoles –en aquel episodio– no sabían lo que estaban pidiendo, y muchos de nosotros hoy pedimos lo que no es posible recibir así. Más bien, pidamos a Dios que nos hable, y que abra nuestro corazón para estar atentos a su Palabra. Entonces, tendremos fe sin medida.