Cosas viejas
Comprometiendo al Señor
(Para que dé el primer paso)
Doce veces aparece en el Salmo 119 un mismo paralelismo, que consiste en que el salmista pide algo al Señor, más bien, le exige algo como condición para su propio actuar posterior.
La estructura es la siguiente: “Si tú haces esto, entonces yo haré esto otro”. De esta manera, el salmista ejerce presión sobre el Señor para que Él actúe. Esto parece ser una oración de gran autoridad, porque habla a Dios en modo imperativo.
1. Si ordenas mis caminos … guardaré tus estatutos (5).
2. Abre mis ojos … miraré las maravillas de tu ley (18).
3. Ensancha mi corazón … correré por el camino de tus mandamientos (32).
4. Enséñame tus estatutos … los guardaré hasta el fin (33).
5. Dame entendimiento … guardaré tu ley (34).
6. Venga a mí tu misericordia y salvación … diré a mi avergonzador que he confiado en tu palabra (41-42).
7. Hazme entender … aprenderé tus mandamientos (73).
8. Vivifícame … guardaré los testimonios de tu boca (88).
9. Susténtame por tu palabra … viviré (116).
10. Sostenme … seré salvo y me regocijaré en tus estatutos (117).
11. Líbrame de la violencia de los hombres … guardaré tus mandamientos (134).
12. Enséñame tus estatutos … mis labios rebosarán alabanza (171).
Es significativo el hecho de que todas estas demandas están relacionadas con la palabra del Señor. El salmista compromete al Señor respecto de su Palabra, para que pueda ser entendida y guardada.
Cosas nuevas
Un pueblo para Dios
La revisión de una traducción literal del Nuevo Testamento arroja resultados interesantes. Dios hablando a Moisés dice: “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su gemido, y he descendido para librarlos. Ahora, pues, ven, te enviaré a Egipto” (Hch. 7:34). La Versión Interlineal dice: “Viendo vi el maltrato de mi pueblo que está en Egipto, y el gemido de él oí, y bajé a sacármelos; y ahora ven para enviarte a Egipto”.
La expresión “y bajé a sacármelos” se debe entender “y bajé a rescatarlos de allí para mí”. He aquí una nota muy aclaratoria de los derechos de propiedad que Dios tiene (tenía ayer y tiene hoy) de su pueblo. El que los creó, el que luego los escogió en sus padres Abraham, Isaac y Jacob ahora reclama a su pueblo. ¡Cuánta ternura albergó su corazón al ver a su pueblo avasallado!
Tal vez vio en unos, la mirada, en otros el hablar, en otros, algún gesto; es decir, la mirada, el hablar y los gestos –algún resabio pálido– de su amigo Abraham, de Isaac su siervo sumiso, y de Jacob el que se inclinó bajo su mano. Y entonces, sus entrañas se conmovieron.
“Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos” (Ex. 19:5) les dirá poco después por medio de Moisés en el Sinaí; y más adelante, en tierra de Moab: “Jehová te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra” (Deut. 7:6). Pero Israel falló en esa alta responsabilidad, y Dios llamó, en su bondad, a un “pueblo insensato” que no preguntaba por él (Rom. 10:19-20). Éste pueblo somos nosotros, los gentiles.
Y a nosotros el Señor nos dice: “Dios visitó … a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre” (Hch. 15:14); “quien (nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo) se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio (que sea para él solo, literal), celoso de buenas obras” (Tito 2:14). Así que, Dios nos rescató del mundo, donde éramos esclavos, para ser de Él solo. Y de nadie más.