Cosas viejas
El pecado de David
Hay diez capítulos de 2 Samuel dedicados al pecado de David y sus consecuencias. Es el episodio negro en la vida de este varón de Dios. Siendo un hombre espiritual, cedió a la tentación en un día de ocio y manchó para siempre su nombre, y trajo mucho dolor al pueblo de Dios.
Es este, tal vez, el caso más claro de cómo el hijo de Dios es atraído y seducido por el pecado. Es un ejemplo claro de aquel proceso de muerte que describe Santiago en 1:13-15.
En todo este episodio contrasta el carácter malvado de David con el carácter justo de Urías. El de David es el mismo carácter de un impío dando tumbos cuesta abajo. Habiendo pecado con la mujer, peca aún más gravemente contra Urías, su marido. Traer a Urías del frente, inducirlo a llegarse a su mujer, emborracharlo, enviarlo de vuelta al frente para que muera, significaba una cadena de hechos astutamente confabulados para ocultar su pecado. ¡Qué oscuridad! ¡Qué locura! ¿De qué valía esconderse de los hombres si no podía esconderse de Dios? La respuesta dada por Urías a David debió de llamarle la atención y pararse a reflexionar. Todavía era tiempo de detenerse. Pero no fue así. El corazón de David estaba atrapado por su fiero designio. Esta es la condición de un escogido que se ha desligado de la gracia.
Hasta aquí la conducta de David es reprobable en gran manera. Mas luego de oír las palabras de Natán, vemos a David asumir de la manera más correcta una conducta de humillación bajo la mano del Señor. Por la palabra del profeta, David pudo percibir la locura de su acción y el horrible pecado que había cometido. Desde ahí retorna a una conducta espiritual. La Palabra de Dios tiene poder, y sobre un hombre acostumbrado a reconocerla ejerce un innegable influjo.
El pecado, sin embargo, es una siembra para la carne, y de la carne se siega corrupción. Aunque fue perdonado su pecado, las consecuencias de él había de recibirlas inexorablemente. Este pecado no sólo había provocado la deshonra de Betsabé y la muerte de su marido, sino, además –y sobre todo– que el nombre del Señor fuera blasfemado entre sus enemigos (2 Sam. 12:13-14).
Cosas nuevas
Hermoso para Dios
Mucho se ha dicho y escrito sobre Moisés, el fiel siervo de Dios; sin embargo, hay un rasgo, tal vez secundario, que nos llama la atención.
La Escritura dice que cuando Moisés nació, fue escondido por sus padres (de la furia de Faraón) por tres meses, “porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey.” (La traducción literal para “hermoso” en este versículo es “fino”, noble). Los padres se embelesaron con la pueril belleza del niño, e idearon una estrategia para salvarlo de la muerte. Luego, en otra parte, la Escritura dice que Moisés: “fue agradable a Dios.” (O, más bien: “hermoso para Dios”).
Que los padres encuentren hermoso a su hijo, y procuren salvarlo, es normal, pero que se dé testimonio acerca de que el niño era hermoso para Dios, es un hecho notable.
Tal cosa no tiene parangón, excepto de David, de quien se dice que, siendo ya un muchacho, “era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer”. Sin embargo, por este mismo pasaje sabemos que el Señor “no mira lo que mira el hombre; porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” De modo que no era la hermosura física que Dios apreciaba, sino la belleza de un carácter, el cual, la presciencia de Dios veía ya “hecho conforme a la imagen de su Hijo”.
¿No es la belleza del corazón la que es de grande estima delante de Dios? ¿No fue David un hombre “conforme al corazón de Dios”? ¿No fue el mismo Moisés “fiel en toda la casa de Dios como siervo”?
Si de la belleza física se tratara, entonces el Señor Jesús no hubiese sido sólo bello, sino perfecto, y sin igual en belleza física, pero la Escritura, por anticipado, daba testimonio por medio de Isaías: “no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos”.
La verdadera hermosura es una belleza interior que se asoma por un rostro (no importa si es agraciado o no), y que deja en él la impronta de su origen celestial.