Todo escriba docto en el reino de los cielos saca de su tesoro cosas viejas y cosas nuevas.
El lenguaje de la esclavitud
En Éxodo capítulo 5 se puede advertir claramente la diferencia entre el lenguaje de la fe y el de la esclavitud. El lenguaje de la fe allí es el de Moisés; el de la esclavitud es el de Israel. Moisés entra a la presencia de Faraón con su mensaje de parte de Dios. El Señor le manda a decir: «Deja ir a mi pueblo.» Y Moisés le dice: «Iremos y ofreceremos sacrificios a Jehová nuestro Dios». Dios reconoce en ellos a su pueblo, y Moisés reconoce en Jehová a su Dios. Todo está bien.
Pero, ¿qué ocurre con Israel? Ellos no conocen ese lenguaje, porque son esclavos. Ellos no están conscientes aún de quiénes son. Cuando comparecen ante Faraón, oprimidos por el trabajo doble que se les ha impuesto, ellos le dicen: «¿Por qué lo haces así con tus siervos? No se da paja a tus siervos, y con todo nos dicen: Haced el ladrillo. Y he aquí tus siervos son azotados y el pueblo tuyo es el culpable».
Las expresiones en bastardilla demuestran que ellos manejaban el lenguaje de la esclavitud, no el de la dignidad de escogidos de Dios. Ellos se ven a sí mismos como siervos de Faraón, no de Dios. Obviamente, en esas condiciones, Dios no podía ser creído por ellos.
Cuando las cosas comienzan a salir mal, ellos se levantan contra Moisés, diciendo: «Nos habéis hecho abominables delante de Faraón y de sus siervos, poniéndoles la espada en la mano para que nos maten». En vez de unirse a su libertador, se le oponen.
El lenguaje de la esclavitud todavía se sigue oyendo en labios de muchos hijos de Dios. Los muchos años bajo el dominio del diablo y del pecado, ha provocado un daño muy grande en la manera de pensar. Siendo así, resulta más fácil seguir usando el lenguaje de la incredulidad que el de la fe.
Por eso, la Palabra nos insta a una renovación del espíritu de nuestra mente (Ef.4:23) y a un cambio de lenguaje. Para que ello sea posible hemos de nutrirnos con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Ti.4:6), y la palabra de Cristo ha de morar en abundancia en nosotros (Col.3:16).
La dignidad que tenemos como hijos de Dios hace necesario que actuemos y hablemos como tales.
El propósito de las parábolas
El Señor dijo, citando al salmista, que abriría su boca en parábolas, y declararía cosas escondidas desde la fundación del mundo (Mat. 13:34-35).
Este es, sin duda, el objetivo primigenio y fundamental de las parábolas: revelar de manera sencilla una verdad espiritual profunda y difícil de explicar.
La parábola es un método pedagógico que el Señor utilizó maravillosamente. El amor del Padre, el propósito de Dios, el fin de los justos e injustos, los efectos del evangelio, etc., todos éstos y otros muchos temas fueron iluminados por medio de ellas.
Pero llegó el día en que los judíos comenzaron a rechazar al Señor, y a buscar cómo cazarle en alguna palabra.
Entonces, el propósito de las parábolas cambió. – ¿Por qué les hablas por parábolas? – le preguntaron sus discípulos en ese tiempo. Y Él contestó: – Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado …
¡Extraña cosa es esta! «A ellos no les es dado…». ¿Cómo es que Dios esconde su verdad?
El hombre que ama la mentira a sabiendas que lo es, se excluye voluntariamente de la verdad. Cierra el camino para que la luz de Dios no resplandezca en su corazón.
Entonces, Dios le deja en su porfía, abandonado a la vanidad de sus pensamientos.
Las parábolas no sólo explican y aclaran la verdad a quienes desean conocerla: también la oscurecen y esconden de los ojos cegados de los impíos.
Todos los hombres tienen, en algún momento de su vida, una visitación de Dios que les permite conocer la verdad. Tal vez sea sólo un chispazo de luz, pero será lo suficientemente claro como para permitir un vuelco hacia la verdad de Dios. Sin embargo, rechazada la luz, las tinieblas pueden hacer presa rápidamente del alma, para convertirla en un erial.
¿Qué hacen las parábolas en usted? ¿Le iluminan o le dejan tan oscuro como antes? ¡Oh, tal vez sea esa la señal que le envía Dios para que sepa que está en peligro, y para que se vuelva a Él!