Un llamado al ministerio de la intercesión.
Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza … y señoree…».
– Génesis 1:26.
Desde el primer momento de la creación, el hombre fue hecho para señorear, para reinar.
Luego, cuando el Señor habla a Israel en el Sinaí, les dice: «Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa» (Ex. 19:6). Con tal propósito llamó a su pueblo. Y más tarde, cuando el propósito del Señor se desarrolla en el Nuevo Testamento, ya no se dice: «Me seréis…», sino que el Espíritu Santo dice claramente a través del apóstol Pedro: «Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa» (2:9).
Y en Apocalipsis todo se confirma cuando dice: «Al que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios su Padre» («Nos hizo un reino de sacerdotes») (1:6). Luego en los cielos, en Apocalipsis capítulo 5, delante del trono del Señor, se proclama a gran voz: «Digno eres, Señor, de abrir el libro y de desatar sus siete sellos, porque tú fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios, y nos has hecho reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra». ¡Gloria al nombre del Señor!
Se dice en Las Escrituras que el Señor es Rey de reyes (Ap. 19:16), ¡y esos reyes somos nosotros! Él es el Rey, y quiere que nosotros también reinemos con él. «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección, porque ellos serán sacerdotes de Dios, y reinarán con él mil años» (Ap. 20:6), y más aún: «…reinarán por los siglos de los siglos» (22:5).
De tal manera, hermanos, que las circunstancias, las debilidades y aun los fracasos del tiempo presente, no son el fin de nuestra vida. Los tratos, dolores y dificultades, son apenas pequeños paréntesis, pues cuando se cumpla el pleno propósito de nuestro Dios, al final de nuestra carrera, ¡estaremos con él, reinando por la eternidad!
Su Palabra nos llena de esperanza, y podemos soportar las pruebas del día presente, podemos animarnos en el Señor, y dejar atrás toda debilidad.
A veces tomamos la debilidad como una virtud. Y en cierto sentido lo es, porque todos necesitamos ser quebrantados. El apóstol Pablo dice: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». Lo que debemos experimentar es una debilidad en cuanto a la fuerza natural. Siempre buscaremos que la gloria sea del Señor; por tanto, la energía y la inteligencia humana deben pasar por la cruz. Pero, en el propósito del Señor, él necesita siervos y siervas llenos del Espíritu Santo, él necesita reyes y sacerdotes.
No se concibe un sacerdote débil, ni un rey débil. Un rey tiene autoridad y poder, y un sacerdote también tiene autoridad y poder en el sentido espiritual. Muchas veces nos conformamos con muy poco, y sólo buscamos al Señor a causa de algún problema que deseamos solucionar. No nos proyectamos para que sea el Señor quien obtenga lo que él quiere de nosotros. Si tal es el caso, corremos el riesgo de llegar a ser personas ‘utilitarias’. Es como decir: ‘Bueno, busco a Dios porque tengo ésta o aquella necesidad. Estoy buscando al Señor porque quiero sacarle algo, yo quiero ganar algo’.
Hermano, la salud y las bendiciones materiales son añadiduras. Lo más importante es que el Señor reine, que él sea el centro de nuestras vidas, que él gobierne en nosotros.
Entonces, no seamos como Adán, que se extravió del camino. Él fue llamado para que reinara y señoreara; pero él mismo vino a ser esclavo. Ni seamos como Israel, que fueron llamados por Dios para ser un reino de sacerdotes y gente santa, y ellos se fueron tras la idolatría, se enredaron en tradiciones religiosas, y cuando vino el Mesías, su Salvador prometido, no fueron capaces de reconocerle, y terminaron perdiendo el reino (Mt. 21:43).
Hermanos, como iglesia, como pueblo del Señor, como hijos redimidos por la sangre del Cordero, tenemos una honra muy grande: estamos invocando el Nombre que es sobre todo nombre. Usted y yo tenemos un privilegio inmenso, pues nos hemos acercado al Dios vivo y verdadero. Hemos venido a ser íntimos, amados del Señor, y nuestra honra es estar disponibles para su servicio.
Dios quiere ganarte a ti. El Señor quiere tener, en cada uno de nosotros, un rey y un sacerdote, un sacerdote rey. Vivimos en medio de un mundo desesperado. En estos días, nuestro país ha sido conmovido por la violencia que acabó con la vida de un policía. El mundo entero está siendo conmovido. Al Gore, un ex-vicepresidente de los Estados Unidos, autor del libro y del documental «La verdad incómoda», acaba de obtener el premio Nobel de la Paz a causa de su trabajo en cuanto a denunciar los terribles efectos del calentamiento global que esta afectando al planeta en su conjunto. Gore denuncia dramáticamente que el hombre está destruyendo la tierra. En este momento el planeta se está sobrecalentando, se están derritiendo los hielos polares y se esperan cambios climáticos desastrosos para la humanidad. De continuar el actual estado de las cosas, se teme que de aquí a treinta años, muchas zonas del planeta serán prácticamente inhabitables.
El mundo está desesperado, y es bueno que nosotros, como iglesia, tomemos conciencia de nuestra responsabilidad. La iglesia tendrá un rol protagónico en el fin de los tiempos.
Usted y yo somos llamados hoy a una línea de batalla. Estamos siendo llamados a vestirnos de las armas de la luz, a pelear las batallas del Señor en los últimos tiempos. No para formar un movimiento ecológico de defensa de la tierra, ni para levantar pancartas exigiendo cambios sociales a quienes ostentan el poder político.
Nosotros somos llamados a vestir nuestras vestiduras sacerdotales. Porque el propósito del Señor no es sólo tener un pecador salvado. ¡Él necesita un sacerdote! Nos lavó de nuestros pecados, para constituirnos, a ti y a mí, en sacerdotes. Así está escrito.
Hermano, un sacerdote es un hombre que tiene una alta responsabilidad espiritual. Un sacerdote es un hombre, una mujer, que puede hacer cambiar el curso de la historia; es alguien que puede detener la ira de Dios, que puede traer salvación a otros. Un sacerdote es alguien que puede abrirle puerta a uno que está perdido, a un extraviado, a un ignorante. Un sacerdote no puede darse el lujo de cruzarse de brazos observando como el mundo muere.
Esto me recuerda un pasaje dramático del Antiguo Testamento. A causa del pecado que había en el pueblo, comenzó una mortandad. Moisés suspende su oración y ordena a su hermano: ‘Aarón, ¡toma el incensario y vé pronto a la congregación! ¡La mortandad ha comenzado!’. Me imagino la escena. Aarón se apura, corre con el incensario, y se pone entre los vivos y los muertos. ¡Y cesó la mortandad! Hubo prisa, porque si él como sacerdote hubiese actuado con negligencia, mucho pueblo de Dios se habría sumado a los ya muertos. «Y se puso entre los muertos y los vivos» (Números 16:45-50). ¡Dios mío, Señor! Se supone, hermanos, que nosotros somos los vivos; nosotros somos los que tenemos la vida eterna, los que tenemos la vida de Cristo.
Hemos recibido al Señor en nuestros corazones; usted tiene un tesoro que aquellos que están muriendo no tienen. ¡Usted tiene la vida! Usted tiene a Cristo, usted tiene el incensario con el fuego del altar y el incienso del Espíritu. ¡Usted y yo somos los que tenemos que correr! ¿Dónde vamos a ir con esta carrera? Al trono de la gracia, donde se alcanza misericordia y se halla gracia para el oportuno socorro (Heb. 4:16)
La función del sacerdote
«Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados…Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón» (Heb. 5:1-4).
Que se nos grabe esta palabra: «…constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere». Usted y yo hemos sido constituidos a favor del resto de los hombres en lo que a Dios se refiere. Entonces, ¿tenemos o no responsabilidad para con esta ciudad, con nuestro país, y con el mundo? Aquellos sacerdotes presentaban sus ofrendas y sacrificios a favor de las personas. ¿Qué presentamos nosotros? El sacrificio perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Somos sacerdotes, y venimos ante el Padre en el nombre y por los méritos de nuestro bendito Salvador, quien a su vez es nuestro Sumo Sacerdote. ¡Aleluya!
«…para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados». Una característica de un sacerdote, entonces, es que se muestre paciente con los perdidos. Humanamente hablando, somos expertos en descalificar a los demás. No somos pacientes; la paciencia no es una virtud del hombre. Pero «Cristo en nosotros» sí lo es. Entonces habrá que orar una y otra vez, habrá que clamar una y otra vez, por cuantos están en las tinieblas. Nuestra labor no es condenar, sino interceder. Y lo haremos por todo el vecindario, por toda la ciudad. Hoy saldremos de aquí vestidos como sacerdotes.
«Y nadie toma para sí esta honra». Aarón fue llamado a ejercer el sacerdocio. Nosotros fuimos llamados a la comunión con el Hijo de Dios, con alguien mayor que Aarón: Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote. «Y nadie toma para sí esta honra…». Hermano, mira cómo te honra el Señor, haciendo de tu persona un sacerdote.
Cuántas veces el enemigo, Satanás el diablo, ha buscado entorpecer nuestro sacerdocio. El susurro del mentiroso es: ‘Dios no te oye’. Intenta hacernos creer que oramos al aire y que nuestra oración no va a ningún lugar. Uno de sus mejores triunfos consiste en debilitar nuestra vida de oración, pues sabe del poder que por ella se desata. ¡Levantémonos hoy a proclamar que nuestro Señor Jesucristo «despojó a los principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz»! (Col. 2:15).
Toda mentira sea aplastada en el nombre del Señor Jesús. El Señor ha dicho: «Nadie viene al Padre sino por mí». Y cuando tú dices: ‘Padre, vengo a ti en el nombre del Señor Jesús’, las puertas de los cielos se abren, y Dios oye la oración. El que hizo el oído, ¿no oirá? ¡Te oirá! Un profeta de la antigüedad, sumido en la debilidad, dijo: «El Dios mío me oirá» (Miqueas 7:7).
Una intercesión permanente
«Y esto es aún más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible» (Heb. 7:15-16). ¡Qué palabra más hermosa!
Y el único que tiene una vida indestructible, pues la muerte fue incapaz de retenerle, es nuestro Señor Jesucristo, y él vive en nuestros corazones. ¡La indestructible y poderosa vida del Señor está en ti y en mí, sosteniéndonos para ejercer nuestro sacerdocio! ¡Descubre esta vida, hermano, está en ti, porque Cristo vive por la fe en nuestros corazones!
«Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (v. 25). El sacerdote no tiene otra razón de vivir: vive siempre para interceder. ¿Qué vamos a hacer, hermanos, por el resto de nuestra vida? El cielo está esperando oraciones de sus sacerdotes a favor de los hombres, para que se complete el número de los que han de creer en el Señor y para que él obtenga su iglesia gloriosa (Ef. 5:27).
Oremos por nuestros jóvenes, para que sus corazones sean librados del mundo y a la vez cautivados por el Señor. Vivimos rodeados por múltiples distracciones. El mundo está hecho para llamar la atención de tal forma que nos neutraliza. Y todo parece tan bueno y codiciable (Gén. 3:6), pero su fin es muerte. Que el Señor nos socorra a todos, especialmente a nuestros jóvenes.
Nuestra primera prioridad ha de ser la comunión íntima con el Señor. El Señor nos socorra como iglesia. Hermano, ¿dónde tienes tus vestiduras sacerdotales? ¿Están tiradas en el desván? ¡El Señor necesita a sus sacerdotes reyes en acción!
¡Ay, hermano, cuántos cristianos viven quejándose, o distraídos, viviendo sin objetivo! ¿Te has desviado tú del objetivo trazado por el Señor desde Génesis a Apocalipsis? ¿Dónde andas tú? Volvamos a la senda recta trazada por el Señor, porque allí está el gozo, la satisfacción, ahí está la realización, la honra y la gloria nuestra, porque ser un sacerdote es una honra. Es un privilegio tener acceso a Dios. Cualquiera no entra. Son pocos los que logran entrar, ¿se da cuenta de eso? ¡Y usted está entre esos pocos! ¡No prive al resto de los hombres! Muchos pueden hallar gracia ante Dios como resultado de nuestra intercesión.
El profeta Samuel dijo: «…lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros» (1 Samuel 12:23).
Porque no orar es pecado para un sacerdote. Porque su trabajo, su función, es ir delante del trono. Hermano, tú irás, ¡y serás oído!
Dice la Escritura que el Señor entró en el Lugar Santísimo una vez y para siempre, y obtuvo eterna redención. Cuando tú vas, obtienes algo. El Señor obtuvo redención eterna; tú y yo vamos a obtener respuestas a favor de otros, y a colaborar con Dios en el cumplimiento de su propósito eterno. «Habiendo obtenido eterna redención» (Hebreos 9:12).
Por nosotros
Porque no entró Cristo en un santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios (Hebreos 9:24).
Si tomamos esta palabra sólo en el sentido de nuestro beneficio y agradecemos al Señor por presentarse por nosotros ante el Padre, tal actitud delataría nuestra niñez espiritual, y entonces nos relajamos en un enfermizo estado de pasividad. Gracias al Señor, pues él ha cumplido su servicio a nuestro favor, ¡pero él quiere que ahora tú también entres, que tú también te presentes por otros!
¿Estamos flojos, estamos anquilosados? Esto ocurre cuando las ‘rodillas están paralizadas’. Que el Señor nos reprenda por eso, que el Señor nos promueva, y que nos busquemos unos a otros para orar. Siempre hallaremos socorro en el cuerpo de Cristo.
Los sacerdotes no están intercediendo, los sacerdotes tienen el efod guardado. ¡Y después nos quejamos! ¡Pidamos al Señor que nos socorra poderosamente! Amados hermanos, nosotros deberíamos ser verdaderas antorchas ardientes. Que ocupemos este privilegio que tenemos, esta honra de ser sacerdotes. Seamos un pueblo temeroso de Dios, un pueblo sabio que busca a su Dios y que obtiene respuestas a favor de los hombres ante Su trono.
El Señor nos está diciendo: ‘Mira, yo no tengo ningún problema en bendecirte. Yo te puedo sanar, ¿qué me cuesta hacerlo? Puedo darte cosas materiales’. ¡El Señor es dueño de todo el oro del mundo; todas las riquezas son de él! Pero él quiere primero ganar nuestro corazón.
A un niño pequeño, ¿usted le daría todo? Espiritualmente, hermanos, ¿será que hemos estado en un plano de bebés, esperando siempre recibir?
Nosotros somos los que vamos a interceder por este mundo. ¿Qué hará el Señor? No sabemos. No sabemos si el cambio climático se detendrá. Antes, temamos, pues la Escritura dice que «los cielos pasarán con grande estruendo y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las cosas que en ella hay serán quemadas» (2ª Pedro 3:10).
¿Se conservarán los hermosos glaciares de la Laguna San Rafael, en el sur de Chile? ¡Al Señor le interesan las almas de los hombres! Y Dios va a permitir aflicciones, dolores, y tormentos en la tierra y úlceras tremendas, para que los hombres se humillen delante de él (Ap. 16: 8-11). ¡A nosotros nos interesan las almas!
El Señor Jesús no vino a salvar a los ríos de la contaminación; él vino a salvar a los hombres de la contaminación del pecado. Nos interesan las almas de los hombres. Aunque esta tierra ardiera como un infierno, nos importa que los hombres se salven y se vayan con el Señor, y que Su nombre sea exaltado y glorificado, porque nosotros hemos sido constituidos a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere.
Hermanos, si tan sólo esta palabra quedase grabada, no importa que se olviden de todo lo demás que hemos dicho hoy: Tú y yo hemos sido constituidos sacerdotes, según el poder de una vida indestructible, (la vida de Cristo) a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere.
Para concluir, recordemos que nuestro servicio sacerdotal es permanente y no tiene fin. Desde que el sumo sacerdote Aarón fue ungido como tal, sirvió en el santuario hasta el último día de su vida, y sólo murió cuando Moisés, por orden divina, le despojó de sus vestiduras sacerdotales. Su vida estaba sostenida por el servicio; sin él, ya no había más razón para vivir (Números 20:22-29). Que así sea por el resto de nuestras vidas en la tierra, y luego, cuando pasemos a tomar nuestro lugar junto a nuestro Señor, seguiremos siendo sus siervos, sus sacerdotes… por toda la eternidad.
¡Bendito sea su santo Nombre!
Síntesis de un mensaje compartido en Temuco, en Octubre de 2007.