Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

 

«El que gana almas es sabio».

Prov. 11:30.

Miremos el asunto de cómo conducir personas al Señor desde dos ángulos: primero, acercándonos a Dios en favor de los pecadores; y luego, acercándonos a los pecadores de parte de Dios, y la técnica de cómo conducir personas al Señor.

ACERCANDONOS A DIOS EN FAVOR DE LOS PECADORES

La oración es básica para la salvación de las almas

Existe un principio fundamental en la salvación de las almas, y es que, antes de hablar a una persona, debes orar a Dios. Primero ora al Señor y luego podrás hablar. Es absolutamente necesario interceder ante Dios en favor de la persona a quien hablarás más adelante. Si le hablas antes de orar, no lograrás nada.

Por lo tanto, lo primero que debes hacer es pedir a Dios algunas almas. «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí…» (Juan 6.37), dijo el Señor Jesús. Y también recordamos cómo Dios añadía cada día a la iglesia a los que habían de ser salvos (Hechos 2.47). Debemos pedir a Dios por las almas. Necesitamos orar: «Oh Dios, danos almas para el Señor Jesús, agrega personas a la iglesia». Las personas son dadas cuando las pedimos. Los corazones humanos son tan sutiles que no se doblegan con facilidad. Por esto, debemos orar fervientemente por una persona antes de hablarle. La oración es vital. Ora nombrando a aquellas personas a las cuales deseas conducir a Cristo, cree que Dios las salvará, y entonces guíalas al Señor.

El mayor obstáculo para orar es el pecado

Los nuevos creyentes deben estar especialmente atentos a rechazar todos los pecados conocidos. Debemos aprender a vivir una vida santa delante de Dios. Si alguien es permisivo en lo referente al pecado, su oración será obstaculizada completamente. El pecado es un problema grave. Muchos no pueden orar porque toleran el pecado en sus vidas. El pecado no sólo obstruirá nuestras oraciones, también hará naufragar nuestra conciencia.

Los nuevos creyentes deberían ver que la cuestión del pecado debe ser resuelta si quieren ser diestros en la oración. Por lo tanto, deben tener en cuenta especialmente el valor inapreciable de la sangre. Han vivido en el pecado tanto tiempo que no podrán ser totalmente liberados del pecado si son, aunque sea levemente, indulgentes con él. Necesitan confesar uno a uno sus pecados ante Dios, ponerlos uno a uno bajo la sangre, rechazar cada uno de ellos, y ser libres de ellos. Así su conciencia será restaurada. Por la purificación de la sangre, la conciencia es restaurada de inmediato. Con el lavamiento de la sangre, la conciencia ya no acusa y puedes ver naturalmente el rostro de Dios. Nunca te permitas caer hasta un punto en que te tornes débil ante Dios, porque entonces no podrás interceder en favor de otros. Por lo tanto, esta cuestión del pecado es la primera cosa que debes atender a diario. Trata eficientemente con el pecado; entonces podrás orar sin tropiezos delante de Dios y traer personas a Cristo. Si recuerdas diariamente a las personas ante el Señor con fe, pronto las ganarás para Cristo.

Ora con fe

Una vez que los creyentes se han ocupado a fondo de sus pecados y han llegado a mantener una limpia conciencia delante de Dios, necesitan ayuda adicional para ver la importancia de la fe.

En realidad, la vida de oración de los nuevos creyentes está involucrada esencialmente con la conciencia y la fe. Aunque la oración es algo profundo, para los nuevos creyentes es sólo una cuestión de conciencia y de fe. Si su conciencia delante de Dios está limpia, su fe se fortalece con facilidad. Y si su fe es suficientemente sólida, su oración será respondida fácilmente. Por lo tanto, es necesario que ellos tengan fe.

¿Qué es la fe? Es no dudar cuanto estás orando. Es Dios quien nos impulsa a orar. Es Dios quien nos asegura que podemos orar a él. Si oramos, él no puede sino darnos una respuesta. Él dice: «Llamad, y se os abrirá». ¿Cómo puedo yo golpear y él negarse a abrir? Él dice: «Buscad, y hallaréis». ¿Puedo buscar y no encontrar? Él dice: «Pedid, y se os dará». Es absolutamente imposible que pidamos y no se nos dé. ¿Quién pensamos nosotros que es nuestro Dios? Deberíamos ver cuán fieles y confiables son las promesas de Dios.

La fe viene por la palabra de Dios. Porque la palabra de Dios es como dinero en efectivo, que puede ser tomada y ser utilizada. La promesa de Dios es la obra de Dios. La promesa nos dice cuál es la obra de Dios, y la obra nos manifiesta a nosotros la promesa de Dios. Si creemos la palabra de Dios y no dudamos, habitaremos en la fe y veremos cuán digno de confianza es todo lo que Dios ha dicho. Nuestros ruegos serán respondidos.

ACERCANDONOS A LOS PECADORES DE PARTE DE DIOS

No basta sólo con orar por los pecadores e ir ante Dios en favor de ellos. También debemos acercarnos a ellos en nombre de Dios. Necesitamos decirles cómo es Dios. Muchas personas se atreven a hablar con Dios, pero carecen de valor para hablar a los hombres. Los jóvenes deben ser entrenados para hablar a otros con valentía. No sólo necesitan orar sino también oportunidades de hablar.

Al hablar con la gente, hay algunas cosas que deben ser observadas especialmente.

Nunca discutas innecesariamente

Para hablar a las personas, necesitamos un poco de técnica. Ante todo, no debemos entrar en discusiones innecesarias. Esto no significa que nunca debemos discutir, porque en Hechos encontramos varias instancias donde hubo discusión; aun el apóstol Pablo discutió. Si tú tienes que discutir, argumenta con una persona en beneficio de una tercera persona que oye. Pero con aquel a quien deseas ganar para Cristo, generalmente es preferible no discutir. No discutas con él ni argumentes para que él oiga. ¿Por qué? Porque la discusión puede ahuyentar a la gente en vez de atraerla. Necesitas mostrar un espíritu apacible; de otro modo, ellas huirán de ti.

Muchos piensan que la discusión puede conmover el corazón de una persona. Pero no es así. La argumentación, a lo más, trae sólo a sujeción la mente de las personas. Por lo tanto, es preferible hablar menos palabras de nuestra mente y en cambio testificar más. Háblales del gozo, la paz y el descanso que has experimentado después que creíste en el Señor Jesús. Estos son hechos que nadie puede rebatir.

Utilizando los hechos

Otro método para conducir personas al Señor es utilizar hechos, no doctrinas, mientras hablas. No es a causa del carácter razonable de la doctrina que la gente viene a la fe. Muchos ven la lógica de la doctrina pero todavía no creen.

A menudo es el simple quien puede salvar almas. Aquellos que son elocuentes en predicar doctrina pueden corregir las mentes de la gente, pero son incapaces de salvar almas. El objetivo es salvar a las personas, no corregir sus mentes. ¿Cuál es el provecho de tener una mente correcta, si se les deja sin salvación?

Mantén una actitud sincera y seria

Al testificar, nuestra actitud debe ser sincera y seria, no dada a la frivolidad. No debemos discutir, sino sólo dar a conocer los hechos de lo que hemos experimentado ante Dios. Si permanecemos en esta posición, podremos conducir a muchos al Señor. No trate de tener un gran cerebro; sólo subraye los hechos. Podemos bromear acerca de ostros asuntos, pero en esta materia debemos ser sinceros.

Pide a Dios oportunidades

Debemos rogar a Dios que nos dé oportunidades de hablar con las personas. Si oramos, se nos darán esas oportunidades. Algunas personas parecen ser difíciles de abordar. Pero si tú ruegas por ellos, tendrás ocasión de hablarles y ellos serán cambiados.

Por lo tanto, debemos aprender a orar y también a hablar. Muchos no se atreven a abrir su boca para hablar del Señor Jesús a sus amigos y familiares. Quizás las oportunidades te están aguardando, pero tú las has dejado escapar porque tienes miedo.

Busca a gente de tu misma categoría

Según nuestra experiencia, es preferible que la gente busque y salve a aquellos de su misma categoría. Esta es una regla común. Las enfermeras pueden trabajar entre las enfermeras, los doctores entre doctores, los pacientes entre pacientes, los funcionarios públicos entre funcionarios públicos, los estudiantes entre estudiantes. Trabaja con aquellos que son más cercanos a ti. No necesitas comenzar con reuniones al aire libre, sino con tu familia y conocidos. Es natural para los doctores trabajar con sus pacientes, los profesores con sus estudiantes, los patrones con sus empleados, los amos con sus sirvientes.

No digo que no haya excepciones, pues hay algunas. Nuestro Señor Jesús mismo nos dio algunos ejemplos excepcionales. Sin embargo, esta regla con respecto a las personas de la misma categoría, por lo general, es preferible. Que un minero predique en una universidad, es excepcional. Todavía, aunque el Señor hace a veces cosas excepcionales; con todo, él no puede esperar hacer tales cosas a diario. Por ejemplo, no es muy apropiado para una persona muy culta hablar con los obreros en un muelle. Pero si algunos estibadores son salvados y salen a salvar el resto, me parecen un contacto más adecuado y más fácil.

Trae personas ante Dios a diario, a través de la oración

Nunca habrá un tiempo en que no haya nadie que ore. Tú puedes orar por tus compañeros de estudio, por tus pares, tus colegas profesionales o compañeros de trabajo. Pide a Dios que ponga especialmente uno o dos de ellos en tu corazón. Cuando él ponga a una persona en tu corazón, escribe su nombre en tu registro y ruega diariamente por ella.

Después de que hayas comenzado a orar por un alma, debes también hablar con aquella persona. Háblale de la gracia del Señor hacia ti. Esto es algo que no podrá resistir u olvidar.

A tiempo y fuera de tiempo

Finalmente, deseo mencionar que no está prohibido hablar a aquellos por los cuales no has orado antes. Habrá algunos a quienes hablarás cuando los encuentres por primera vez. Aprovecha cada oportunidad; habla a tiempo y fuera de tiempo, porque tú no sabes quién se escapará. Debes abrir tu boca a menudo, así como debes orar siempre.

Ruega por aquellos que tienen nombres y ruega por muchos cuyos nombres desconoces. Ora para que el Señor salve pecadores. Cuando te encuentres casualmente con un pecador, si el Espíritu de Dios te mueve, háblale.

Traducido de Spiritual Exercise, Chapter 11: «Witnessing»
Christian Fellowship Publishers