El caminar del cristiano tiene etapas que dan cuenta de una progresión ininterrumpida. He aquí la identificación de algunas de ellas a la luz de la epístola a los Romanos.
Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”.
– Proverbios 4:18.
El apóstol Pablo nos dice que quienes viven en el Nuevo Pacto son transformados de gloria en gloria en la imagen misma del Señor (2 Cor. 3:18). En otra parte nos exhorta a estar firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre (1 Cor. 15:58). También enseña que el creyente debe dejar de ser niño y crecer hacia la estatura del varón perfecto (Ef. 4:14). Así también, Proverbios nos muestra que la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto.
El punto de partida
En la epístola de Pablo a los Romanos, encontramos al hombre en su condición más baja, luego le vemos más que vencedor y termina con un Cuerpo de creyentes que unánimes glorifican a Dios (Rom.15:6).
Romanos 1:29 dice: “Estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, …”. Así ve Dios al hombre, lleno de pecado.
Vamos ahora a Romanos 3:24 “…Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…”. Dios intervino por amor enviando a su Hijo al mundo para salvarnos. El evangelio nos fue predicado y creímos. ¡Bendito milagro de Dios: este hombre pecador ahora está justificado ante El!
Bienaventurado el hombre que llegó a este punto. Si alguien ha dado por lo menos este paso, dé gracias al Señor por ello (Rom. 4:7)
Ahora avanzamos al capítulo 5:“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz… (Rom. 5:1-2). Este hombre, antes atestado de maldad, ahora tiene paz. No tenía ninguna comunión con Dios, ahora tiene entrada por la fe, ¡y está firme! Tiene la esperanza de la gloria de Dios. “Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (v. 5). No teníamos el Espíritu Santo, hoy lo tenemos. El amor de Dios ya nos inunda. Es así como vamos avanzando, vemos algo más y nos apropiamos de ello.
En el resto del capítulo 5 se nos dice que estamos justificados y establecidos en Cristo. Hemos salido de Adán y estamos posicionados firmemente en Cristo.
Quienes en su experiencia han llegado sólo hasta el capítulo 5 de Romanos, han conocido básicamente dos aspectos de la vida cristiana, esto es: la limpieza de sus pecados por la sangre de Cristo y su posición en Cristo. Necesitamos avanzar ahora. ¿Qué más tiene el Señor para nosotros?
Los tratos con el creyente
En Romanos 6 y 7, veremos que Dios en Cristo trató con la persona del creyente, no sólo con sus hechos. “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él» (Rom. 6:7-8). Aquí, nuestra muerte en Cristo está relacionada con el pecado, y en el capítulo 7 lo está con la ley : “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”. “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos… (Rom7:4,6) El Señor no sólo nos lava de nuestros pecados, sino que trata con nosotros mismos. Por tanto, para avanzar en este camino, hemos de apropiarnos de la obra de la cruz.
Nuestro precioso Señor Jesucristo murió en la cruz para que su muerte fuese también nuestra muerte. Hasta el capítulo 5, usted no tiene ningún problema, porque todas las cosas están en el plano de la fe en la sangre de Cristo y en la justicia imputada; es decir, somos declarados justos, el Padre nos traslada de Adán a Cristo, sin que hagamos nada, ¡sólo creemos y todo es nuestro!
Pero cuando todavía luchamos, y el pecado, la santidad, y la ley siguen siendo un problema, y no logramos reflejar la gloria del Señor, entonces estamos sólo a mitad de camino. Me apresuro a declarar que no hay recetas mágicas para la victoria del cristiano. No nos transformamos en hombres espirituales simplemento porque algún gran líder nos impuso las manos.
Que el Señor nos socorra para entender su Palabra y también nuestras crisis como creyentes. ¿Por qué unos avanzan y otros no? ¿Por qué hay algunos hermanos que, al verlos después de un tiempo, les encontramos promovidos, crecidos y fortalecidos, mientras otros tantos permanecen estancados? Así nos ve el Señor, y la iglesia sufre. Buscamos una salida u otra, pero el Señor no tiene otra salida: sólo tiene la cruz.
Es imprescindible que nos veamos en Cristo, muertos al pecado y muertos a la ley. El pecado es todo aquello que no tenemos que hacer y la ley aquí representa todo aquello que sí debemos hacer para agradar a Dios. Ahora ¿porqué la salvación de Dios en Cristo incluye nuestra muerte en ambos sentidos ya mencionados? La respuesta es simple: Dios nos conoce muy bien. A causa de la caída, el hombre conoció el mal, pero no pudo evitarlo, conoció también el bien, pero no pudo hacerlo. Ahora bien, la salvación del hombre debía imperiosamente solucionar tal problema y eso precisamente es lo que se logró con la muerte y resurrección de nuestro Señor.
Muertos al pecado y muertos a la ley ¿Cuesta mucho comprenderlo? Al parecer sí, sobretodo cuando aun confiamos que con “nuestras fuerzas” podremos vencer el pecado y cumplir la santa ley de Dios, entonces nos sobrevendrá el mismo conflicto interior que Pablo relata en el resto del capítulo 7.
Una crisis inevitable
Aquí hay una crisis personal tuya y mía que es absolutamente inevitable, un gran dolor se produce cuando me encuentro enfrentado a mi propia realidad. Entonces llego a esta conclusión: “En mí no mora el bien”. ¡Bienaventurado el hermano que, guiado por el Espíritu Santo, llega a decir esto! ¡Está avanzando hacia la madurez! En cambio, cada vez que tú te alabas y exhibes tus bondades y defiendes tus buenas intenciones, en realidad, estás sólo intentando justificar tu carne; estás creyendo que no eres como el hombre de Romanos 7, que algo bueno mora en ti y, por tanto, te rehúsas morir. Tu “yo” queda intacto. Tal vez llevas años soslayando la cruz y esa sea la razón de tu estancamiento espiritual. Cristo no tiene expresión en tu vida, sólo apareces tú, con tus bondades y defectos, pero no Cristo. Por tanto, no hay crecimiento espiritual y los fracasos y las frustraciones anulan tu testimonio como hijo de Dios.
Muchos cristianos rehúsan la cruz; ellos no quieren morir. Su experiencia no pasa de Romanos 5. Sus pecados han sido perdonados, pero el “hombre pecador”, el autor de las injusticias, sigue en pie, firme en su opinión (que no es la de Cristo). Para comenzar a ser espirituales, crecidos en Cristo, el Espíritu Santo tiene que llevarnos a la experiencia de que “en nosotros no mora el bien”. Tenemos que llegar al punto en que evaluemos muy claramente nuestra realidad: todavía estamos ¡demasiado vivos! Esta crisis es inevitable. Es un conflicto con uno mismo.
En la vida de Job, hay dos escenas que ilustran esta crisis. Antes de su quebranto, él decía: “Si anduve con mentira, y si mi pie se apresuró a engaño, péseme Dios en balanza de justicia y conocerá mi integridad” (Job 31:5-6). Pero al final, cuando el hombre se ve en luz de Dios, exclama: “Me aborrezco, me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6).
La gloriosa realidad de Romanos 8
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” (Rom. 8:1). “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (8:6)
¡Ay de mí, si justifico mi carne! El Señor me alcanzará, el Espíritu del Señor la tocará igualmente, y el conflicto con mi “yo” se va a producir, ya sea en la casa, en la iglesia, en el trabajo, o bien frente a una tentación. Amados hermanos, esto es más serio de lo que imaginamos. Porque si somos cristianos carnales vamos a caer, las tentaciones nos vencerán y seremos una fuente de continuo conflicto para cuantos nos rodean.
Fíjense en un detalle. Aquí dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom. 8:16). En Romanos capítulo 3 no se menciona el “espíritu” del hombre. Recién aquí aparece en funcionamiento el espíritu del creyente, recién hay una obra profunda en su interior. En Romanos 7 todavía estamos al nivel del “alma” solamente, porque el “yo” es mi alma, lo que es esencialmente la personalidad del hombre. Allí es donde se generan todos los conflictos. Para agradar el corazón de Dios, no bastan los recursos de “mi alma”, esto es “de mi carne” (es muy claro en el NT que estas alusiones a la ‘carne’ no se refieren el cuerpo físico).
¡Bendita liberación fue la que operó entonces la cruz de Cristo! Mi alma tenía básicamente dos problemas tremendos: el pecado que no podía evitar y la ley que no podía cumplir. Al descubrir esto, Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” . Este juicio de sí mismo es lo que resulta de la operación subjetiva de la cruz. De ahora en adelante, mi “yo” comenzará a retroceder (esta es su muerte); ya no tomará la iniciativa contra el pecado (porque es impotente), ni se apresurará a prometer el cumplimiento de las demandas de la ley de Dios (porque no puede cumplirlas). Ahora clama para que “Alguien” lo libre, y entonces comienza a descubrir que ese “Alguien” es Cristo mismo, que ya le libró del pecado y de la ley al incluirnos en su crucifixión.
Ahora comienza a manifestarse el “espíritu del hombre creyente”. Hasta aquí estuvo oprimido por la soberbia del alma; ahora el Espíritu Santo tendrá libertad para darle testimonio de la voluntad de Dios. Comenzará a vivir por el Espíritu, y a ser fortalecido con poder (Efesios 3:16). Recién aparece el hombre espiritual que tanto anhelamos ser, y que Pablo menciona en 1 Cor. 2:15. La carne ha comenzado a ceder terreno al espíritu, el cual, en comunión con el Espíritu de Dios, conducirá al creyente a todas las glorias del Nuevo Pacto.
Amados hermanos, que no parezca que ser cristiano es llevar una vida de privaciones y restricciones, y eso sea todo lo que se vea. Es verdad que nos privamos y restringimos (esto es, en lo que concierne a la vida vieja), ¡pero la libertad gloriosa de los hijos de Dios es mayor! Somos libres del pecado, amamos a los hermanos, podemos predicar el evangelio, servimos a Dios, en fin, vivir la vida de Cristo es nuestro más bendito privilegio.
Y para lograr esa plenitud, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Notemos que en Romanos 8:26 no aparece un súper hombre, sino que dice: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad…”. Aquí descubrimos que las personas espirituales son débiles. Y en esa debilidad, se aferran del que los ayuda, y si han llegado a ser más que vencedores, no será por mérito propio, sino por Aquel que les amó.
Cuando nuestro espíritu entra en funciones, inspirado y fortalecido por el Espíritu de Dios, ¡cómo nos entendemos, cómo nos amamos! Entonces subimos de plano; ya no andamos en las envidias y disensiones de la carne (Gálatas 5:20), sino en la gloriosa comunión de Romanos 12:3-5, donde vemos, no ya a un individuo victorioso, sino a todo el Cuerpo de Cristo funcionando armónicamente. Y finalmente, como dice Romanos 15:6, unánimes, a una voz, glorificaremos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Que así sea.