La centralidad del propósito de Dios, de la experiencia del creyente, de la iglesia y de todo cuanto existe es Cristo, el Hijo de su amor.
Lectura: Colosenses 1:9-29.
La cláusula en el versículo 13 de Colosenses 1 representa ampliamente lo que hay en mi corazón durante este tiempo: «el Hijo de su amor». De ello resulta la posición que Cristo ocupa conforme a la voluntad del Padre: «Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten», y en todas las cosas tiene la preeminencia: por lo cual «Cristo en vosotros, (es) la esperanza de gloria».
Podemos sintetizar todo esto en la frase: «La centralidad y supremacía del Señor Jesucristo», y en ello ocupar íntegramente no sólo el tiempo presente, sino el resto de nuestras vidas.
La palabra de Dios trae a la vista cuatro esferas en que ese pensamiento y propósito de Dios concernientes al Hijo de su amor serán comprendidos. Está la esfera de la propia vida individual del creyente; en segundo término, la esfera de la iglesia que es su Cuerpo; en el tercer lugar, la esfera de los reinos de este mundo, las naciones de la tierra; y en cuarto lugar, Él como el ser central y supremo en el universo entero, el cielo y la tierra y lo que está debajo de la tierra.
Nosotros no seremos capaces, en este tiempo, de alcanzar todas esas esferas y ver lo que la palabra de Dios tiene que decir sobre el Señor Jesús en relación con ellas, pero el Señor nos capacitará por lo menos en el conocimiento de una o dos de ellas.
Pero antes, les recuerdo esto:
La centralidad y supremacía del Señor Jesús son el eje y la llave de todas las Escrituras
Naturalmente, el Señor Jesús mismo nos lo dice en Lucas 24 . Allí le encontramos citando a Moisés, los Salmos, y todos los profetas, y lo que dicen concerniente a Él.
Dondequiera que leamos la palabra de Dios, la interrogante que siempre debe estar en nuestras mentes es: “¿Qué tiene esto que ver con Cristo?”. Si usted trae esa pregunta a su lectura de la palabra de Dios, dondequiera que usted lea (y esto no es dicho sin entendimiento) conseguirá una nueva comprensión de la Palabra, usted hallará un nuevo valor en su lectura, porque las Escrituras –todas las Escrituras– hablan de Él. Aunque usted a veces pueda tener dificultades escudriñando, todavía Él está allí. El propósito final de todas las partes de la palabra de Dios es remitirnos a Cristo.
Usted no debe leer la palabra de Dios como historia, narración, profecía, o como sólo un tema en sí mismo sin hacerse siempre la pregunta: “¿Qué tiene esto que ver con Cristo?”, y hasta que pueda hallar esa relación con Cristo, usted no ha encontrado la llave. Usted probablemente estará pensando en ciertas porciones difíciles de la Escritura. Pensará probablemente en el libro de Proverbios, y dirá: “¿Qué relación hay aquí con Cristo?”. Una sencilla sugerencia iluminará ese libro en seguida: Dondequiera que usted leyó la palabra Sabiduría, ponga a ‘Cristo’ en lugar de ‘Sabiduría’. Usted ha transformado el libro y captado su esencia, y eso es totalmente legítimo, apropiado, correcto, y la lectura se lo demostrará. Él es la Sabiduría de Dios, el Logos eterno. Bien, sólo de pasada mencionamos esto, porque lo que nosotros hemos de ver es la centralidad y universalidad del Señor Jesús, y él está, por la voluntad divina, en el centro de todo en el universo, de cada fase y cada aspecto, y él es su explicación.
También lo es la explicación de la Encarnación
Esto no sólo es verdadero acerca de las Escrituras, sino que lo es también respecto del objeto y explicación de su propia encarnación. Cuando usted está estudiando la persona, la vida y la obra del Señor Jesús, debe haber una búsqueda divina en su corazón, y esa búsqueda debe apuntar a los rasgos que sugieren su universalidad. Al acercarse de nuevo a la lectura de la vida del Señor Jesús con este pensamiento, usted no querrá un simple estudio utilitario de la Biblia, sino verá que su horizonte se amplía y se agranda su propio corazón, haciéndole sentir la maravilla de Cristo.
Buscando esos rasgos de su universalidad, no tendrá que ir muy lejos para encontrarlos. Ellos pueden remontarse a las profecías sobre su encarnación o puede hallarlos en la anunciación; pueden estar en las palabras de su precursor o bien en su nacimiento, con todas sus asociaciones e incidentes. El universo está allí. También están esos rasgos en su circuncisión. En la luz del resto de las Escrituras (que son ahora nuestras en el Nuevo Testamento) usted encontrará que hay rasgos universales incluso en su circuncisión, o en su presentación en el templo. También están en su visita a Jerusalén, en su bautismo, su ungimiento, su tentación, su enseñanza, sus obras, su transfiguración, su pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión, su envío del Espíritu, su actividad presente, y su segunda venida. Lo que es universal está a la vista. Cada una de estas cosas está marcada por los rasgos universales, que se extienden hasta los mismos límites del universo y abrazan todas las edades, las eternidades y todos los reinos. Este no nos es un terreno desconocido, pero lo reiteramos para refrescar en nuestra mente la manera en que debemos considerar al Señor Jesús.
No estamos intentando hacerlo más grande de lo que él es, sino de entender sus dimensiones reales; y la necesidad del pueblo de Dios es tener una nueva aprehensión de la grandeza de su Cristo, una nueva apreciación del amado Hijo de Dios –y cuán poderoso, majestuoso, glorioso, maravilloso Hijo es él– y entonces recordar que el Hijo nos fue dado a nosotros. Esto nos fortalecerá, nos dará crecimiento, y hará grandes cosas en nuestro caminar.
La centralidad y supremacía de Cristo en la vida del creyente
Viniendo ahora a las aplicaciones más específicas de esta universalidad, a las esferas de su centralidad y supremacía ya mencionadas, consideremos primero su centralidad y supremacía en la vida del creyente. Permítanos mirar de nuevo esta palabra: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». Usted notará en el contexto que el primer capítulo de la carta de Colosenses nos lleva en seguida a la mente y el corazón de Dios antes de que el mundo fuera, y nos muestra qué está pasando en la mente y corazón del Padre en relación con Su Hijo.
Esto es llamado «el misterio», es decir, el secreto divino. Es impresionante ver que antes de que cualquier actividad creativa comenzara, Dios ya atesoraba un secreto en su corazón. El Padre tenía un secreto, algo que él no había mostrado a nadie, ni dicho a nadie; un secreto acariciado, relacionado con su Hijo. Fuera del secreto de su corazón, que involucraba a su Hijo, en cada actividad suya a través de las edades, él estaba ocupado de muchas formas, trabajando con su secreto, envolviéndolo en esas muchas actividades, en esas muchas formas y maneras de su autoexpresión. Nunca revelándolo, nunca proclamando lo que estaba en su corazón pese a sus muchas palabras, sino escondiéndolo, ocultándolo dentro de símbolos y tipos y muchas cosas. Todas ellas envolvieron un secreto, «el misterio».
Entonces a, la distancia, en la consumación, al final de estos tiempos, Dios envió a su Hijo, el Hijo de su amor. Entonces, por la revelación del Espíritu Santo, él se agradó en dar a conocer el misterio, en descubrir el secreto. Y el primer capítulo de la carta a los Colosenses señala el acto incomparable, sin parangón, de quitar el velo del secreto del corazón de Dios acerca del Hijo de su amor.
Léalo de nuevo, cada fragmento: ése era el secreto de Dios. Todo se resume en esto: “Para que en todo tenga la preeminencia”.«En todas las cosas»; y entonces –y esto me maravilla; es algo que más allá de nuestro entendimiento– todo ello, el secreto del corazón eterno de Dios en su poderosa manifestación, era tener su realización dentro del corazón individual de un creyente. Y así es hasta nuestros días.
Este misterio es: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». Este secreto de Dios, lo que Dios ha tenido en su corazón desde la eternidad es: «Cristo en vosotros». Quiero enfatizarlo una vez más. Este secreto estaba en el corazón de Dios desde la eternidad, para ser puesto a su tiempo en nuestros corazones. Lo que estaba en la mente de Dios desde antes de la fundación del mundo, tiene su comienzo en la recepción de Cristo en el corazón del creyente individual mediante la fe.
Pero éste no es el fin, es sólo el principio. Lo que seguirá será la iglesia, que es Su cuerpo. Esto se ha previsto y está completo en el pensamiento eterno, pero seguirá a la recepción de Cristo por los creyentes individuales.
Pero la iglesia que es Su cuerpo tampoco es el fin. Será el centro de otra esfera: los reinos de este mundo, las naciones que caminarán en su luz. Y entonces de nuevo, ése no será el fin, sino que se extenderá al universo entero. No sólo la humanidad glorificada, sino los ejércitos celestiales andarán en su luz.
Extractado de La centralidad de Cristo, Vol. I.