La descripción que se hace en Éxodo desde el capítulo 25 en adelante acerca de las cosas en que los hijos de Israel debían ocuparse, puede dividirse en dos partes, ambas íntimamente relacionadas. Una es la casa de Dios, y la otra es el sacerdocio. Esto puede considerarse el resumen de los capítulos finales de Éxodo. Aunque ambos temas exceden los límites de este libro, tenemos aquí una importante primera aproximación al asunto.

El apóstol Pedro, en su primera Epístola, toca también estos dos puntos en el capítulo 2, referidos precisamente a la casa de Dios. «Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (vv. 4-5).

El contenido y orden de las cosas dichas en el Antiguo Testamento hemos de buscarlo también en el Nuevo, porque están íntimamente relacionados. El Antiguo apuntaba hacia el Nuevo, y el Nuevo busca en el Antiguo las bases de su autenticación. La casa de Dios está en el Antiguo, y también está en el Nuevo. En el Antiguo, como figura y sombra de las cosas celestiales; en el Nuevo, como las cosas celestiales mismas.

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron (Rom. 15:4). Las cosas del Nuevo encuentran mayor belleza y sentido aun si las buscamos en el Antiguo Testamento. Es curioso, pero aquí las sombras arrojan luz sobre las cosas nuevas, hasta hacerlas resplandecer. Por eso, el escriba docto en el reino de los cielos saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas (Mat. 13:52).

Lo primero, entonces, es la Casa; luego, el sacerdocio. Las cortinas y tablas, los corchetes y las despabiladeras poco sentido tendrían para nosotros –excepto tal vez histórico– si no fuera porque el Espíritu Santo las escribió y dispuso para nosotros también, para nuestro provecho y enseñanza. Lo mismo podemos decir en relación al sacerdocio.

¿Por qué Dios dispuso las cosas con tanta rigurosidad? ¿Por qué se le prohibió a Moisés poner mano en el diseño de las cosas? ¿Por qué todo debía ser conforme a lo que Moisés había visto en el monte? Sencillamente, porque todo aquello tenía un valor metafórico y figurativo, que habría de conocerse después a la perfección.

La Casa es la iglesia; y el sacerdocio lo conforman todos los creyentes en el Señor Jesucristo. La metáfora tiene una significación maravillosa, y nosotros podemos verla ahora con toda su esplendidez, lo cual no pudieron ver los judíos. «Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir» (Heb. 3:5). Había algo que se iba a decir después, y Moisés puso las bases simbólicas para aquello. Si Moisés fallaba, si no hacía las cosas conforme al modelo, ¿cómo podría haber concordancia con «lo que se iba a decir»? Así, Pedro interpreta a Moisés, y el libro de Éxodo se nos abre generosamente.

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