Extractos de las últimas cartas escritas por Dietrich Bonhoeffer en su celda antes de su ejecución.

Tegel, 21 de julio de 1944.

Querido Eberhard:

Durante estos últimos años he aprendido cada vez más a ver y comprender la profunda intramundanidad del cristianismo. El cristiano no es un homo religiosus, sino sencillamente un hombre, tal como Jesús, a diferencia quizá de Juan el Bautista, fue hombre.

No me refiero a una intramundanidad banal y vulgar, como la de los hombres ilustrados, activos, cómodos o lascivos, sino a la profunda intramundanidad que está llena de disciplina, en la que se halla siempre presente el conocimiento de la muerte y la resurrección. (…)

Cuando uno ha renunciado por completo a ser algo, tanto un santo como un pecador convertido o un hombre de iglesia (lo que llamamos una figura sacerdotal), un justo o un injusto, un enfermo o un sano –y esto es lo que yo llamo intramundanidad, es decir, vivir en la plenitud de tareas, problemas, éxitos, fracasos, experiencias y perplejidades– entonces se arroja uno por completo en los brazos de Dios, entonces ya no nos tomamos en serio nuestros propios sufrimientos, sino los sufrimientos de Dios en el mundo, entonces velamos con Cristo en Getsemaní. Creo que esto es la fe, la metanoia, y así nos hacemos hombres, cristianos (Cf. Jeremías 45). ¿Cómo habríamos de ser arrogantes a causa de nuestros éxitos o sentirnos derrotados ante nuestros fracasos, si en la vida intramundana también nosotros sufrimos la pasión de Dios? (…)

Que Dios nos conduzca amablemente a través de esta época; pero, sobre todo, que nos conduzca a Sí mismo.

Que te vaya bien, permanece sano y no dejes que se hunda la esperanza de volvernos a encontrar pronto.

Piensa siempre en ti, con fidelidad y agradecimiento, tu

Dietrich

Tegel, 14 de agosto de 1944

Querido Eberhard:

Seguramente ningún otro estado de ánimo nos llena de mayor felicidad que el advertir que podemos ser algo para los demás. Aquí no importa el número, sino sólo la intensidad. Al fin y al cabo, las relaciones humanas son las más importantes de la vida; y esto no lo puede cambiar el «hombre ejecutivo» de hoy día, ni tampoco los semidioses o los locos que no saben de tales relaciones. El mismo Dios se deja servir por nosotros en lo humano. Todo lo demás está muy próximo a la hybris. Cierto es que un cultivo demasiado consciente de estas relaciones humanas y de la importancia mutua de los unos para con los otros puede conducirnos a un culto de lo humano que no sea conforme con la realidad. Pero frente a ello me refiero aquí al simple hecho de que en la vida los hombres nos importan mucho más que cualquier otra cosa.

Esto no significa en modo alguno que yo menosprecie el mundo de las cosas y de las realizaciones objetivas. Pero, ¿qué significan para mí el libro o el cuadro, la casa o la hacienda más hermosos comparados con mi esposa, con mis padres o mi amigo? Claro está que sólo puede hablar así quien ha encontrado realmente personas en su vida. En cambio, para muchos de nuestros contemporáneos las personas no son más que una parte del mundo de las cosas. Eso se debe a que carecen de la experiencia de lo humano. Nosotros hemos de estar muy satisfechos de que esta experiencia nos haya sido abundantemente donada en nuestra vida. Y un cumpleaños3 es el día adecuado para alegrarse todos juntos por ello, y para ser conscientes de ello con agradecimiento.

Con fidelidad y agradecimiento, te saluda tu

Dietrich

Tegel, 21 de agosto de 1944

Querido Eberhard:

Todo cuanto tenemos el derecho de esperar y pedir a Dios, lo encontramos en Jesucristo. El Dios de Jesucristo no tiene nada que ver con lo que debería, tendría y podría hacer el Dios que nos imaginamos.

Hemos de sumergirnos incesantemente durante mucho tiempo y con mucha paz en la vida, las palabras, los actos, los sufrimientos y la muerte de Jesús, para así darnos cuenta de lo que Dios promete y cumple.

Es cierto que siempre nos es permitido vivir en la proximidad y en presencia de Dios, y que esta vida es para nosotros una vida completamente nueva: es cierto que nada nos es imposible, porque nada es imposible a Dios; que ningún poder terrenal nos puede tocar sin la voluntad de Dios, y que el peligro y la necesidad nos acercan aún más a Dios. Es cierto que no tenemos derecho a ninguna reivindicación, pero sí a toda súplica; es cierto que en el sufrimiento se esconde nuestra alegría, y en la muerte nuestra vida; es cierto que, en todos estos aspectos, formamos parte de una comunidad que nos sostiene. Dios ha sido su sí y su amén a todo esto en Jesús. Este sí y amén es el firme suelo en que nos encontramos.

En esta época turbulenta olvidamos continuamente la razón por la cual de hecho vale la pena vivir. Creemos que porque tal o cual persona vivan, también tiene sentido que vivamos nosotros. Pero la realidad es ésta: si se consideró que la tierra era digna de albergar al hombre Jesucristo, entonces y sólo entonces tiene sentido que nosotros, los hombres, vivamos. Si Jesús no hubiese vivido, entonces nuestra vida –a pesar de todos los demás hombres que conocemos, honramos y amamos– estaría falta de sentido. Quizás en estos tiempos no veamos con claridad el significado y la misión de nuestra profesión. Pero, ¿no podemos expresarlo así, en su forma más sencilla? Porque el concepto tan poco bíblico del «sentido» sólo es una traducción de lo que la Biblia llama «promesa».

Te da las gracias por todo y piensa fielmente en ti,

Dietrich

Tegel, 23 de agosto de 1944

Querido Eberhard:

Es siempre una alegría grande y difícil de describir el recibir saludos tuyos. Especialmente bella es la paz que emanaba tu último saludo. (…)

Por favor no te preocupes ni te inquietes nunca por mí; pero no olvides la oración de petición; aunque no dudo que lo harás. Estoy tan convencido de que la mano de Dios me guía, que espero ser siempre mantenido con esta certeza. No debes dudar nunca de que recorro con gratitud y alegría el camino por el que soy conducido. Mi vida pasada está colmada de la bondad de Dios, y sobre la culpa se halla el amor perdonador del Crucificado. Mi mayor gratitud se despierta por las personas que he conocido de cerca, y sólo deseo que nunca se aflijan por mí, sino que también ellas puedan tener la agradecida certeza de la bondad y el perdón de Dios. Perdona que escriba estas cosas. Por favor, no dejes ni por un momento que te entristezcan o te in-tranquilicen: que sirvan tan sólo para alegrarte de verdad. Quería decirlas una vez por lo menos, y no sabía a quién, fuera de ti, podía colocárselas de tal manera que las escuchase tan sólo con alegría. (…)

Con gratitud y fidelidad y diaria plegaria te recuerda, tu

Dietrich

Queridos padres:

Os escribo también hoy con motivo de la ofrenda popular, y quisiera rogaros que dispongáis por completo de mis cosas (…) Dad sin reparos todo lo que sirva para algo (…) Durante estos dos últimos años he aprendido con qué poco se las arregla un hombre. En la inactividad de una larga detención, uno experimenta la fuerte necesidad de hacer, dentro de los estrechos límites, todo lo que sea posible por el conjunto general. Seguramente vosotros podréis comprenderlo.

Si tenemos en cuenta que muchas personas pierden a diario todo cuanto les pertenece, no tenemos derecho a reclamar ninguna posesión. Sé que vosotros tenéis la misma opinión, y por mi parte me gustaría participar personalmente en el asunto (…)

Ya estoy bien. Que conservéis la salud. Muchas gracias por todo. Muchos saludos y gracias a María. También a todos los hermanos y a la suegra.

Os saluda cordialmente vuestro agradecido,

Dietrich