Distinción entre revelación general y revelación especial
Como metodológicamente correspondería, antes de adentrarnos un poquito en las consideraciones de bibliología histórica, como campo especial donde se da el conflicto de paradigmas, convendría no pasar por alto la necesaria antesala de lo que ha sido llamado la revelación general y su conexión con la teología natural. Por una parte, desde los albores mismos de la humanidad, ha acompañado al hombre la revelación divina especial (Génesis 2:16-18; 3:8-19, 21-24; 4:6-16; 6:13-22; 7:1-5; 8:15-17; 9:1-17).
Ésta última, como testimonio de la intervención actuada y hablada de Dios directa y personalmente para con el primer hombre, y los demás, desde el principio, se distingue del testimonio indirecto, esperando ser deducido y percibido por el hombre, acerca de Dios, a través de las huellas divinas en la naturaleza (Job 12:7-9; Sal. 19:1-4a; Hech. 14:17; 17:26-29; Rom. 1:18 a 2:16). Así, pues, que, por una parte, hay una diferencia cualitativa entre la revelación meramente general a todos los hombres, por medio de las cosas creadas, y la revelación especial como intervención histórica y redentiva, además de directa y canónicamene registrada, en la historia humana, que ahora podríamos llamar sagrada, dirigida también a todos los hombres sin excepción (Ez. 33:11; Mr. 16:15, 16; Hech. 17:30, 31; Col. 1.28; 1ª Tim. 2:4; 2ª Ped. 3:9; 1ª Jn. 2:2).
Distinción entre revelación general y teología natural
Por otra parte, también existe, como bien lo señala G. C. Berkouwer juntamente con su bibliografía comentada – especialmente en sus Estudios de Dogmática – una distinción ontológica y epistemológica entre revelación general y teología natural. Revelación general se refiere al hecho divino de la intención cumplida de Dios de revelarse, aunque sólo sea parcialmente, aunque también verdaderamente, por medio de sus obras creadas. En cambio, teología natural se refiere al percibir humano de esa revelación general. La falta, en el barthianismo, de esa distinción onto-lógica y epistemológica necesaria, hizo que el moderno asalto de Karl Barth a la teología natural, resultase neutralizado. Ni siquiera Calvino, al que pretendía en parte regresar Barth, tuvo tal confusión epistemológica, de confundir los planos de la oscura percepción humana y el hecho divino y objetivo de la revelación.
La ceguera del hombre caído no disminuye la realidad objetiva del actuar divino; y, por lo contrario, conmueve a Dios para un actuar mayor. Por eso aparece la escala ascendente desde la revelación general hacia la especial, y a su vez, de éstas hacia la iluminación progresiva, no tan sólo en el plano de la gracia soberana, sino también en el plano del carácter divino que soberanamente decidió tener en cuenta trascendentalmente la responsabilidad humana, capacitada ahora por la divina gracia común. El Dios soberano, como Novio que espera el Sí de la Novia, escogió, por dignidad, la colaboración humana, y no desiste de ella, ni siquiera después de la caída del hombre. Por eso la gracia divina capacita de nuevo universalmente para la responsabilidad, pero no la sustituye (Tito 2:1). Por eso mismo también, por causa de la responsabilidad capacitada por la gracia común, y que recibe (Jn. 1:12) o afrenta la gracia divina (Hech. 7:51; Heb. 10:29), existe igualmente el justo juicio divino. Fue, pues, la misma soberanía divina la que constituyó en trascendental a la responsabilidad humana (Mateo 16:24; 19:211; 20:27; 21:28-32; 23:37; Mar. 8:34 35; 9:35; 10:43, 44; 14:7; Luc. 13:34; Juan 7:17; Deut. 20:19; Ap. 22:17), aunque ésta última, con toda su sola fuerza, no sea capaz de salvar al hombre (Juan 6:65; 15:5c; Romanos 8:8, 7; 9:16). La redención en Cristo, recibidos (Cristo y redención) por fe, y fe dada universalmente a todos con el testimonio y la resurrección históricos y objetivos de Jesucristo (Hechos 17:31), es la única fuente de salvación, pues no hay lugar para la jactancia humana, como enseña el apóstol Pablo (Romanos 3:27), en el don de la fe que viene por el oír el testimonio de Dios (Romanos 10:17).
Legitimidad de la revelación general reconocida divinamente
Es la misma revelación divina especial, canónicamente registrada en las Sagradas Escrituras, la que nos señala el lugar legítimo de la revelación divina general a través de la naturaleza. No podemos pasar por alto las declaraciones de Jesús, de Pablo, de los salmistas y escritores sapienciales, etc., divinamente inspirados, que nos hablan de la intención divina de dejar Sus huellas mimetizadas en todas Sus obras. La firma de Dios está allí para ser primeramente sospechada, entonces buscada, entonces encontrada y escudriñada, a manera de clave gravitatoria que nos atrae hacia Él mismo. Este campo es, pues, también, una antesala que deja al hombre sin excusa; si bien, también debemos tener en cuenta el hecho de que el hombre caído no conoció suficientemente a Dios por su sabiduría meramente humana (1ª Cor. 1:21). Esto, por culpa del hombre mismo; no por carencia de revelación objetiva. Como dice el dicho popular: «No hay peor ciego que aquel que no quiere ver». Así que los ataques de la llamada «ilustración» a los tradicionales argumentos teológicos, se descubren como meras falacias escapa-torias y culpables, que apenas muestran la deslealtad humana a Dios.
Analogía del amor y la luz
Como dijo Jesucristo: «Sin causa me aborrecieron» (Jn. 15:25b). Y también dijo: «Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios» (Jn. 3:19-21).
No es de extrañar, en este contexto, entonces, el por qué del conflicto de paradigmas. La hostilidad, sin causa, injusta y perversa, contra Dios, se convierte en hostilidad contra Jesús y los suyos. «No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas … Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre…» (Juan 7:7; 15:19-24).
En el fondo, es una cuestión de amor. Cuando Judas Tadeo Lebeo, hermano de Jesús, le preguntó: «¿Cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?» (Juan 14:22), Jesús le respondió haciendo diferencia entre aquellos bajo el paradigma de la «Simiente de la Mujer», Sus discípulos, y aquellos del paradigma «de la serpiente», los hijos del diablo, cuyos deseos quieren cumplir, de sustituir a Dios por sí mismos, haciéndose a sí mismos dioses. «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del que me envió» (Juan 14:23, 24).
Frente, tanto a la revelación general, como a la especial, ¿por qué hay alinderamientos diferentes? Principalmente por causa del amor o no a Dios. Tal amor o des-amor se encuentra detrás de la formulación de cada paradigma, sea el que sea, tanto en lo genérico, como en lo minucioso. Las justificaciones conceptuales tienen como base este amor, o esta carencia de amor. «Los limpios de corazón verán a Dios», reza la bienaventuranza cristiana. «¿Por qué no oís vosotros mis palabras?», dice el Señor, «porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas conocen mi voz y me siguen y al extraño no seguirán, porque no conocen la voz de los extraños». En este campo, juega un papel importantísimo el conocimiento por el Espíritu; algo que los electores del árbol que mata no conocen. No ven, porque no quieren; para no ser estorbados en sus egolatrías. No importa cuánto disfracen eruditamente su miseria; su erudición no puede esconder las plumas de su des-amor. Un paladar espiritual aguzado puede discernir el espíritu motriz de toda clase de argumentación. Esta epistemología espiritual, fácil a los niños, ha sido desechada por aquellos que por ella son descubiertos y expuestos. Lo demás es cuento, o tragedia.
Gino Iafrancesco